Existe una instancia fundamental de la democracia moderna que no ha dejado de deslizarse hacia el abismo: los partidos políticos. El hecho de que desde hace ya dos años, los gobiernos de todas las tendencias acaben cayendo uno tras otro, desde Eslovaquia hasta Portugal, sólo es el primer síntoma de un mal sistémico. En realidad, el dictado de la economía ha acabado con el juego de la competencia democrática entre los partidos.
En Grecia es donde el fenómeno es más evidente. La cuna de la democracia está organizando unas elecciones fantasmas que no servirán de nada. Ningún partido ha tenido la osadía de incluir en su programa la única decisión de verdad que el país aún puede tomar: salir del euro, incluso de la UE, y dejar que la República Helénica quiebre. Los partidos ya no son más que la sombra de sus ideologías de ayer, unos zombis salidos de una época en la que aún había algo de riqueza para distribuir.
Los partidos tradicionales, que a menudo se formaron en la pobreza de los años de la posguerra, claramente ya no están en la posición adecuada para gestionar las vacantes del poder. En Italia, a Berlusconi, tribuno de la plebe y multimillonario, la deuda pública le empujó hacia la salida. Pero los partidos de izquierda, supuestamente de oposición, no se precipitaron en la brecha que se abrió entonces.
En lugar de ello, el conjunto de la casta política rolliza capituló, dejando que un "Gobierno de expertos" externo se encargara de aplicar las medidas de austeridad necesarias. Actualmente, los medios económicos externos a la política temen fundamentalmente que la clase más derrochadora vuelva a asumir el timón en las próximas elecciones y que vuelva a poner rumbo hacia el precipicio. Hasta ahora, los ciudadanos europeos se enfrentan a la gravedad de la situación practicando la política del avestruz: con la cabeza oculta en la arena, a la espera de que pase la tormenta y puedan recuperar la comodidad mullida de antes.

Nada de recortes para Henk e Ingrid

En Francia, la cuna de Europa, es donde se siente más que en ningún otro lugar los efectos del dulce veneno que constituye un Estado del bienestar que vive en función del temperamento. El presidente recién elegido, François Hollande, debe sus resultados únicamente a sus promesas de crecimiento: más gastos sociales, más funcionarios y, como guinda al pastel, la reducción de la edad de jubilación, convertida en el símbolo de la gran utopía europea.Si bien todo el mundo mira de reojo a Alemania, considerada la última economía que aún es solvente, los que envidian al país olvidan que la financiación de las pensiones alemanas se basa también y desde hace tiempo en el crédito.
Los partidos dan muestras de un comportamiento totalmente irresponsable, pero que no está desprovisto de lógica. Para ganar las elecciones es necesario seguir mintiendo. En Países Bajos, el astuto populista Geert Wilders ha dejado a un lado momentáneamente sus diatribas antimusulmanas para fustigar a los derrochadores de Bruselas y del euro y elogiando en cambio a ese antiguo Estado del bienestar del que se benefician los neerlandeses de pura cepa, de edad avanzada y blancos de piel y que, en su lógica rudimentaria, ha bautizado como Henk e Ingrid. Hace ya tiempo que Henk, Ingrid y los millones de jubilados, prejubilados, funcionarios y otros beneficiarios de la redistribución financiada mediante los impuestos deciden el resultado de las elecciones en Europa. No es cuestión de hablarles de recortes.
En Austria, durante un congreso celebrado recientemente, los dos principales partidos del país [el ÖVP y el SPÖ] no lograron ponerse de acuerdo sobre las medidas que era necesario adoptar para solucionar el problema de la financiación de las pensiones, excepto la introducción de los gastos de escolaridad semestrales para los estudiantes y la revisión a la baja de las asignaciones familiares. Unas medidas que afectan precisamente a los mismos grupos que convendría desgravar y sobre cuyas espaldas se basa el futuro del sistema social.

Los jubilados, esas vacas sagradas

En realidad, los secretarios generales no son los que llevan los pantalones dentro de los partidos, sino los responsables de la política de los "seniors" y que, desde los años de las vacas gordas, en la década de los setenta, redistribuyen las riquezas y ahora pretenden satisfacer las jubilaciones de los mayores que forman su clientela. No es casualidad que la única utopía política que subsiste tras decenios de socialismo, de ecologismo y de europeísmo sea, incluso entre los jóvenes, la obtención de un puesto de por vida: los jóvenes electores franceses no reclaman a François Hollande reformas estructurales, sino puestos de funcionarios.
En cuanto a los Piratas alemanes, quieren instaurar un salario mínimo para las personas no productivas y fomentar la libre utilización de los contenidos en la Web, que los creativos deben ofrecer gratuitamente al mundo.Estos partidos políticos europeos que se benefician de la crisis entonan al unísono el cántico de la regadera: "Nuestro dinero debe ir a nuestra gente". Traducción: "Sus créditos deben ir a nuestra gente".
De este modo, la vida política de una organización cuyo objetivo era antiguamente la solidaridad y la cohesión, se transforma en una carrera entre los buitres y las voces cantantes populistas: Europa es la parcela privada de los jubilados, que están dispuestos a tomar las armas para defenderla.
Las corrientes que antes eran poderosas, como la social-democracia ahora han desaparecido tanto espiritual como moralmente en Italia y en Grecia, porque hoy sólo sirven a los intereses de los funcionarios y de los sindicatos, mientras que los de los inmigrantes, los jóvenes, los parados y las personas no cualificadas se encuentran totalmente ausentes en las prioridades de una izquierda que ha llegado a la saturación.

Catástrofe a la vista

En otros lugares, como en Países Bajos o en Francia, los cristiano-demócratas se encuentran en caída libre porque a su electorado principal, de provincias y envejecido, actualmente le tranquiliza más el paraíso para seniors que le propone la derecha populista. Mientras los ciudadanos europeos sigan convencidos de que la política se resume en redistribuir las plusvalías, como ha sucedido en los últimos decenios, la situación en la que se encuentran actualmente los partidos no evolucionará ni un ápice.
¿En qué situación nos deja todo esto? En Grecia, las elecciones ya no son un asunto de partidos: es el pánico a bordo. En Italia, las élites ciudadanas tienen un miedo legítimo al regreso de una casta política que no quiera recortar nada, sobre todo sus propios privilegios. En Francia, han dominado los partidarios mercantilistas de la redistribución de las riquezas. En Bélgica, se ha gobernado desde hace tiempo y con éxito sin partidos y el país se dirige hacia una nueva situación de bloqueo, ante la ausencia de créditos y de reformas. En Países Bajos, que viven de Europa, dos de los tres grandes partidos rechazarán en breve a Europa y el euro en su forma actual. En ciertos países arruinados por el sistema de concesión de créditos en vigor y que registran un índice de desempleo juvenil superior al 30 %, como España, Portugal o Irlanda, poco importa la corriente ideológica que gestione el caos.
Algún día, los europeos tendrán que asimilar el hecho de que el problema no estriba en los programas de los partidos, sino en la propia Europa. Será muy interesante ver qué es lo que subsistirá de la configuración actual de los partidos.