Los plumíferos
Los plumíferos de hoy son presuntuosos y extorsionan
Lo duro, lo verdaderamente duro en esta media Isla, ha sido
sobrevivir. Pararse frente a la historia reciente y captar lo
escandaloso, lo degradante: el leve escándalo de la presencia
demiúrgica, las “grandes estrategias” que pasan por la purga emotiva y
la entrega de todos los principios, ese laberinto de la corrupción como
sistema, etc.
Lo difícil, sin dudas, en esta media isla, ha sido sobrevivir. Quienes mejor lo testifican son los plumíferos, deshilvanados sobre sus urgencias pequeño burguesas que se expanden sin misericordia.
¿Quiénes son los plumíferos?
Escribidores, carteros por encargo, periodistas, poetas, declamadores y hablistas incansables, “pensadores” que propagan la línea oficial, y que tienen todo el poder concertado para construir la ilusión. Los plumíferos abundan por todas partes en un gobierno preso del delirio de grandeza, inundan la televisión, pasan sus tarjetitas de presentación, escriben sus artículos, simulan pasión y energía, mienten y presentan la cuenta. Sobre todo mienten, porque los plumíferos son parte de la inflación moral de este país. Y no son únicamente de esta época. Un gran plumífero, por ejemplo, fue Juan Antonio Alix, decimero popular cuya abyección personal es tan repulsiva como la admiración que producen sus crónicas versificadas de casi todos los acontecimientos importantes que ocurrían en su tiempo. Alix no se enriqueció, como algunos plumíferos de nuestra época que son multimillonarios, pero en esa profesión fue el primero en tener conciencia de su papel de propagandista, y cobraba sus servicios como alabardero sin ningún sonrojo.
Es antológico su papel de lambón con el dictador Ulises Heureaux, Lilís, a quien exaltó con numerosas décimas populares para apuntalar su régimen, y de quien luego de su caída renegó en sus décimas pocos días después de su muerte, aunque él mismo se autoproclamaba “el cantor de Lilís”.
El trujillismo tuvo un verdadero orfeón de plumíferos, se regaron como la verdolaga porque Trujillo era un absoluto hegeliano que encarnaba la Patria, y de él dependía ascender en el orden social o joderse para siempre. Escribían y hablaban con lágrimas en los ojos, coleccionaban púdicamente los determinismos del pasado, y apostaban al poder. Su papel era la adulteración de lo concreto que vive todos los días el ciudadano común. Los plumíferos del trujillismo tenían que trabajar la negación de lo real, tenían que volverla un eufemismo, porque la realidad era una vulneración de la razón. Y había que cubrir con un ruido del lenguaje todos los hechos horrendos que acontecían en la atmósfera del absolutismo.
Los plumíferos son una constante y brotan de la larga tradición autoritaria que aún interactúa entre nosotros, y que, cuando los gobernantes se conciben a sí mismos como providenciales y mesiánicos, florecen sin control. Ahora mismo, el florecimiento de los plumíferos no tiene precedente. La hiper corrupción ha permitido que algunos de ellos sean poseedores de fortunas obscenas. En ocho años hay plumíferos que se comparan con la oligarquía tradicional, y se llaman a sí mismos “empresarios”, y se banquetean con los sectores de poder como pariguales. Hay numerosas cartas de Juan Antonio Alix al dictador Lilís pidiéndole migajas para sobrevivir, pero los plumíferos de hoy son presuntuosos y extorsionan; usando los medios de comunicación para intimidar llegan a acumular grandes fortunas, y se hacen potentados.
Yo no sé qué es lo que hacen los sociólogos que no han estudiado a profundidad a esta nueva casta, surgida del culto a la personalidad, de la corrupción, del empobrecimiento de la vida espiritual de la nación, y de una práctica política canalla. Porque para el plumífero la verdad no cuenta, y siempre actúa a cierta distancia con respecto de los valores. Y es por eso que los plumíferos son esenciales para entender lo que ha quedado en el espíritu de quienes sobrevivimos a la movilidad social de los años sesenta del siglo pasado, y del derrumbe que la ha acompañado. Hoy todo se compra y se vende. Lo duro, lo verdaderamente duro, ha sido sobreponerse a esa realidad. Los plumíferos, que cultivan la inexorable perpetuidad de la mentira, lo saben. ¡Oh, Dios!
Lo difícil, sin dudas, en esta media isla, ha sido sobrevivir. Quienes mejor lo testifican son los plumíferos, deshilvanados sobre sus urgencias pequeño burguesas que se expanden sin misericordia.
¿Quiénes son los plumíferos?
Escribidores, carteros por encargo, periodistas, poetas, declamadores y hablistas incansables, “pensadores” que propagan la línea oficial, y que tienen todo el poder concertado para construir la ilusión. Los plumíferos abundan por todas partes en un gobierno preso del delirio de grandeza, inundan la televisión, pasan sus tarjetitas de presentación, escriben sus artículos, simulan pasión y energía, mienten y presentan la cuenta. Sobre todo mienten, porque los plumíferos son parte de la inflación moral de este país. Y no son únicamente de esta época. Un gran plumífero, por ejemplo, fue Juan Antonio Alix, decimero popular cuya abyección personal es tan repulsiva como la admiración que producen sus crónicas versificadas de casi todos los acontecimientos importantes que ocurrían en su tiempo. Alix no se enriqueció, como algunos plumíferos de nuestra época que son multimillonarios, pero en esa profesión fue el primero en tener conciencia de su papel de propagandista, y cobraba sus servicios como alabardero sin ningún sonrojo.
Es antológico su papel de lambón con el dictador Ulises Heureaux, Lilís, a quien exaltó con numerosas décimas populares para apuntalar su régimen, y de quien luego de su caída renegó en sus décimas pocos días después de su muerte, aunque él mismo se autoproclamaba “el cantor de Lilís”.
El trujillismo tuvo un verdadero orfeón de plumíferos, se regaron como la verdolaga porque Trujillo era un absoluto hegeliano que encarnaba la Patria, y de él dependía ascender en el orden social o joderse para siempre. Escribían y hablaban con lágrimas en los ojos, coleccionaban púdicamente los determinismos del pasado, y apostaban al poder. Su papel era la adulteración de lo concreto que vive todos los días el ciudadano común. Los plumíferos del trujillismo tenían que trabajar la negación de lo real, tenían que volverla un eufemismo, porque la realidad era una vulneración de la razón. Y había que cubrir con un ruido del lenguaje todos los hechos horrendos que acontecían en la atmósfera del absolutismo.
Los plumíferos son una constante y brotan de la larga tradición autoritaria que aún interactúa entre nosotros, y que, cuando los gobernantes se conciben a sí mismos como providenciales y mesiánicos, florecen sin control. Ahora mismo, el florecimiento de los plumíferos no tiene precedente. La hiper corrupción ha permitido que algunos de ellos sean poseedores de fortunas obscenas. En ocho años hay plumíferos que se comparan con la oligarquía tradicional, y se llaman a sí mismos “empresarios”, y se banquetean con los sectores de poder como pariguales. Hay numerosas cartas de Juan Antonio Alix al dictador Lilís pidiéndole migajas para sobrevivir, pero los plumíferos de hoy son presuntuosos y extorsionan; usando los medios de comunicación para intimidar llegan a acumular grandes fortunas, y se hacen potentados.
Yo no sé qué es lo que hacen los sociólogos que no han estudiado a profundidad a esta nueva casta, surgida del culto a la personalidad, de la corrupción, del empobrecimiento de la vida espiritual de la nación, y de una práctica política canalla. Porque para el plumífero la verdad no cuenta, y siempre actúa a cierta distancia con respecto de los valores. Y es por eso que los plumíferos son esenciales para entender lo que ha quedado en el espíritu de quienes sobrevivimos a la movilidad social de los años sesenta del siglo pasado, y del derrumbe que la ha acompañado. Hoy todo se compra y se vende. Lo duro, lo verdaderamente duro, ha sido sobreponerse a esa realidad. Los plumíferos, que cultivan la inexorable perpetuidad de la mentira, lo saben. ¡Oh, Dios!
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