miércoles, 8 de agosto de 2012

FRAY RAMÓN PANE, DESCUBRIDOR DEL HOMBRE AMERICANO


FRAY RAMÓN PANE, DESCUBRIDOR
DEL HOMBRE AMERICANO*
• Versión ampliada del que publiqué, con el título Ramón Pané o el rescate de un mundo mítico, en Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, No. 3, (julio-diciembre 1985), págs. 2-8.

Fuente;
 Centro Virtual Cervantes
THESAURUS. Tomo XLVIII. Núm. 2 (1992). José Juan ARROM. Fray Ramón Pené

Colón, buscando una ruta más corta para llegar a las Indias, accidentalmente encontró unas islas desconocidas por los geógrafos europeos. En el transcurso del viaje describid el paisaje de las islas e instaló en ese paisaje a unos seres exóticos a los que llamó indios. En el siguiente viaje trajo consigo a un fraile Jerónimo a quien ordenó que indagara las "creencias e idolatrías" de aquellos extraños seres. El fraile, acatando el mandato, fue a vivir entre los indios, aprendió su lengua, escuchó sus cantos y sus cuentos, y apuntó lo que pudo de sus asombrosos relatos. En el proceso de sus pesquisas descubrió el ser del hombre americano y rescató para la posteridad el fascinante mundo mítico de los antiguos moradores de las Antillas.
La importancia de la extraordinaria hazaña del fraile pasó casi inadvertida hasta hace unas dos décadas. Se sabía que había entregado a Colón unos apuntes, conocidos  por el título de Relación acerca de las antigüedades de los indios. Pero al buscar el texto   original, sólo ha podido hallarse una defectuosa traducción al italiano, inserta en un libro del cual hasta se puso en duda su autenticidad. Es más, ni siquiera se sabía a ciencia cierra el verdadero nombre del fraile: ¿Román, Romano, Román o Ramón? ¿Pan, Pane o Pane? En tales circunstancias se prestó tan escasa atención a lo que se ha conservado del estragado documento que un  competente antropólogo cubano, Ernesto Tabío, en 1970 resumió el estado de la cuestión en estos términos:
El colector de la mayor parte de esos mitos fue un religioso catalán que vino con Colón en su segundo viaje. Y Las Casas... señalaba que tenía muy poca cultura y... además conocía poco la lengua de los aborígenes. Para un hombre de ciencia racionalista le tiene que ser muy difícil aceptar esta información que, de inicio, está viciada por muchas dificultades (1.)
Tabío tenía razón en cuanto a que los problemas que el texto presentaba no eran pocos ni de fácil solución. Ahora bien, en lugar de desecharlo por eso, lo que urgía era cambiar de algún modo aquel estado de cosas para aprovechar en lo posible los informes que contenía. A ese efecto se hizo necesario empezar por el principio.
En el principio fray Ramón Pane - pues tal era el nombre del fraile - desembarcó en la Española en enero de 1494(2.) Primero fue a vivir en la provincia de Macorís, habitada por los ciguayos, un grupo de indígenas que no hablaban la lengua general. Al cabo de unos meses, percatándose de que debía de realizar sus pesquisas entre los que hablaban la lengua predominante de la isla - los tainos- en la primavera de 1495 pasó al cacicazgo de Guarionex. Con Guarionex y sus súbditos convivió unos cuatro años, tiempo que le permitió aprenderlo suficiente del idioma de sus informantes para llevar a cabo la tarea que se le había encomendado.
 Hacia 1498 entregó al Almirante el cuadernillo en el que había ido vertiendo a español lo esencial de los relatos míticos que había escuchado en la lengua aborigen. El Almirante, o algún emisario suyo, llevaron el cuadernillo a Sevilla. Allí lo leyó Pedro Mártir de Anglería. Impulsado por la novedad de las noticias, presu rosamente trasm i tió lo que más le interesó en una carta en latín dirigida al cardenal Ludovico de Aragón, carta que se publicó en la primera de sus De Orbe Novo Decades.
 En Sevilla también manejó el manuscrito fray Bartolomé de Las Casas. En su afán de acopiar cuanta noticia pudiera servirle en la noble tarea de defender la dignidad del indio, compendió lo que halló útil para sus fines. Esos apuntes pasaron luego a formar parte, junto con algunos comentarios suyos, de tres capítulos de su Apologética historia de las Indias. Por último, el
1 ERNESTO TABIO PALMA, El aborigen cubano: nueva versión de un mundo viejo, Cuba Internacional, La Habana, abril de 1970, pág. 47.
2 Éstas y las demás noticias sobre la vida y la obra de Pane se han tomado del Estudio preliminar y las notas de mi edición de la Relación acerca de las antigüedades de los indios, México, Siglo XXI editores, 1974. La paginación corresponde a la 8a. ed., corregida y aumentada, México, 1988.
Hijo segundo de Colón incluyó la Relación completa en la Historia del Almirante don Cristóbal Colón por su hijo Fernando. Esta obra quedó inédita al morir su autor en 1539, y siguió inédita pues en aquellos años era sumamente dificultoso que se publicara en España lo que en el fondo era un alegato en defensa de los derechos de su padre. Como se recordará, en esa época estaba en pleno auge la campaña de difamación contra el Almirante, con el evidente propósito de negarle los privilegios prometidos por la Corona en las Capitulaciones de Santa Fe. En un clima político tan adverso, el manuscrito fue llevado a Italia, probablemente por Luis Colón, nieto del Almirante, y traducido al italiano por Alfonso de Ulloa.
Esa traducción se publicó en Venecia en 1571, pero después de esa fecha nada ha vuelto a saberse del manuscrito de la Historia de Fernando, ni del original de la Relación de Pane. Si la traducción de Ulloa hubiera sido modelo de fidelidad y esmero, se habrían evitado no pocos de los problemas que presenta la obra entera. Pero no fue ese el caso. Son tan frecuentes las inexactitudes, incongruencias y descuidos que aparecen en la obra de Fernando, que por muchos años se pensó que fuese una superchería de Las Casas, o tal vez de un autor contemporáneo de Fernando, Hernán Pérez de Oliva, cuya Historia de la Invención de las Indias también se había perdido. Como ambas hipótesis han quedado invalidadas por el hallazgo y publicación de la Historia de Pérez de Oliva (3), de ahora en adelante me referiré únicamente a la Relación.
Comencemos por consignar una noticia que se desconocía hasta fecha muy reciente: Ulloa hizo la traducción estando preso en una cárcel veneciana, donde falleció de fiebres malignas en 1570. Lo que dejó de la traducción fue en realidad un borrador al que le faltaba una última revisión para la cual no le alcanzó la vida.
El inconcluso manuscrito fue recogido por manos amigas y se dio a la imprenta, tal como estaba, en 1571. Es precisamente de esa estragada versión que parten las ediciones y traducciones que se han hecho posteriormente, en las cuales se repiten, y con frecuencia se aumentan, las fallas iniciales.
3 HERNÁN PÉREZ DE OUVA, Historia de la inuención de las Indias. Estudio preliminar, edición y notas de José Juan Arrom, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1965.
Estos son los motivos que explican que en el texto de la Relación se encuentren lagunas que el autor acaso pensó llenar al acabar el trabajo; que haya lecturas festinadas de las voces tainas en las cuales faltan unas letras, o se confunden unas con otras o se trastruecan. A lo cual puede agregarse que Ulloa procedió a italianizar, a veces de manera violenta, términos que no siempre han sido vertidos a sus correspondientes formas originales al traducir el texto al español o a otras lenguas.
Veamos algunos ejemplos. Ulloa escribió giutola en un contexto en el cual es patente que el original sería yuca; donde copió conichi   es simplemente el plural de conuco; iobi son jobos; guanini e cibe son, desde luego, guanines y cibas; cazzabi es cazabe; las variantes cimini y cimiche corresponden a ceníes. Otras veces las italizaciones son menos transparentes.
 Apunta que los espíritus de los muertos volvían de noche a comer de una fruta cuyo nombre da como guabazza. Bachiller y Morales pensó que esa fruta fuese la guanábana. Pero Anglería explica: fructu nobis incógnito cotono simili (fruta desconocida de nosotros semejante al membrillo), y la fruta que se parece al membrillo, en forma, sabor y textura, no es la guanábana, sino la guayaba. De igual modo, al espíritu de los indígenas, estando vivos lo llama goeiz, término en el cual omitió la vocal final a: así completado daría goeíza, o como escribe Las Casas, guaíza, que es la hispanización de wa- 'nuestro' e ísiba 'rostro'; es decir, lo que caracteriza y distingue a las personas estando vivas. En cuanto a topónimos en que se leyeron mal algunas letras sirva de ejemplo Macorís donde debió decir Macorís. Y sólo tres ejemplos más, estos de antropónimos. Caouabo, corrigiendo la confusión de la n y la u, y acentuando debidamente, es Caonabó.
El nombre de pila del fraile usualmente lo escribe Román y en una ocasión Romano. Y al alcaide de la fortaleza de la Concepción lo llama Giovanni di Agiada, que he visto traducido por Juan de Aguado, cuando su verdadero nombre era Juan de Ayala ( 4.)
4 Todas las correcciones han sido debidamente documentadas en las notas a la citada Relación.
Si esto ocurrió con términos cuyas inexactitudes pudieron haberse rectificado mediante una escrupulosa lectura, es de imaginarse lo que sucedió con los nombres, poli silábicos y totalmente extraños a impresores y traductores, de los seres mitológicos que se mencionan en la obra. Baste indicar que uno de ellos, Basamanaco o Bayamanaco aparece escrito de cuatro maneras diferentes, y que los del Ser Supremo y los de la Madre de Dios, no obstante su prominencia en el panteón taino, han sufrido tales alteraciones que resulta sumamente dificultoso lograr que coincidan las grafías que de ellos han dejado Ulloa, Anglería y Las Casas.
Esos nombres contienen, empero, la naturaleza, las funciones y los atributos que los indígenas les asignaban a sus dioses. Es, por consiguiente, de suma importancia reconstruir en lo posible las grafías originales, pues sólo así pudiera procederse al posterior análisis estructural que nos revele sus más herméticos y recónditos sentidos.
A manera de ejemplos intentemos desglosarlos del Ser Supremo y los de la Madre de Dios. Habiendo expuesto Pane su propósito en el título y el breve párrafo que sirve de exordio a su discurso, entra inmediatamente en materia en el segundo párrafo, que restaurado y traducido dice así:
Cada uno, al adorar los ídolos que tienen en casa, llamados por ellos ceníes, observa un particular modo y superstición. Creen que está en el cielo y es inmortal, y que nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio, y a éste llaman Yúcahu Bagua Maórocoti, y a su madre llaman Alabey, Yermao, Guacar, Apilo y Zuimaco, que son cinco nombres {Relación pág. 3).
La extrema concisión de este apunte llevó a Las Casas a Parafrasearlo de la manera siguiente:
La gente de esta isla Española tenían cierta fe y conocimiento de un verdadero y solo Dios, el cual era inmortal e invisible que ninguno lo puede ver, el cual no tuvo principio, cuya morada y habitación es el cielo, y nombrároslo Yócahu Vagua Maórocon; no sé lo que por este nombre quisieron significar, porque cuando lo pudiera bien saber, no lo advertí (Relación, pág. 71).
Sin detenerme en el problema de las variantes de estos nombres, que son considerables, los tres del Ser Supremo pueden analizarse así: Yuca-hu equivale a 'Ser-de-la-Yuca'; Bagua es 'Mar', y Maóroco- ti se traduce literalmente por 'sin-Antecesor-masculino'. Más adelante Las Casas vuelve a mencionar al Ser Supremo, y entonces lo llama Yúcahu-guama, es decir, 'Señor-de-la-Yuca'. O sea, en resumen, Espíritu Supremo, Proveedor de la Yuca y Regidor del Mar.
Los nombres de la Madre de Dios difieren  tanto en la traducción de Ulloa y en la carta de Angleria que resulta de todo punto imposible lograr que coincidan las dos listas. Las Casas en esta ocasión tampoco arroja mucha luz, pues apenas consigna lo siguiente: "Dios tenía madre, cuyo nombre era Atabex, y un hermano suyo Guaca, y otros de esta manera".
Sería muy aventurado comentar nombres de los cuales no hay seguridad alguna. Por consiguiente, restringiré mis indagaciones a los de Atabex y Guacar, que aparecen en las tres listas, y al de Mamario, que se encuentra únicamente en la de Anglería. Atabex, Atabey, o Attabeira parecen corresponder al vocativo Atté, con el cual las personas jóvenes se dirigían respetuosamente a las ancianas, y equivale a 'señora' o 'doña', y el sufijo ligado beira 'agua', es decir, Señora o 'Madre de las Aguas'. Guacar pudiera haber sido Wa-katti o Wa-kairi, de wa- 'nuestra' y kattiokairi 'luna', 'marea', 'menstruación'. Mamario, corregidas las erratas al trasponer las vocales en las dos últimas sílabas, es analizable como mama, voz cuyas variantes aparecen en numerosas lenguas con ese mismo sentido, y el sufijo -no, signo del plural femenino. O sea, 'madres' o acaso mejor, 'Madre Universal'. Una traducción libre de los anteriores epítetos, atendiendo más a su carácter sacro que a su sentido literal, leería "Nuestra Señora de las Aguas, de la Luna, de las Mareas y de la Menstruación, Madre Universal". (Relación, 4, n. 5). Tales apelaciones constituyen, en realidad, un cántico en loor de la Madre de Dios, una plegaria a la compasiva auxiliadora de las mujeres preñadas y piadosa protectora de las parturientas.
El tono de poesía oral que se percibe en estas exploraciones lingüísticas me lleva a indagar otros valores literarios contenidos en la Relación. A ese fin volvamos al título y al párrafo inicial del discurso. Restaurados y nuevamente traducidos dicen así:
Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, las cuales, con diligencia, como hombre que sabe la lengua de ellos, las ha recogido por mandado del Almirante. Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las Islas y de la Tierra Firme de las Indias, escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios, y de cómo veneran a sus dioses. De lo cual ahora trataré en la presente relación (Ed. cit., pág. 3).
Tal vez haya sido pura casualidad que la primera y la última de las palabras de este pasaje sea relación. De todos modos, tanto la reiteración como el lugar privilegiado que ocupan al principio y fin de lo acotado conllevan algo de vislumbre anticipatorio en nuestras letras. Colón eligió, como se recordará, el diario y la carta como modelos retóricos para comunicar sus insólitas proezas en las Indias. Pane escogió, acaso inocentemente, el de la relación para reportarlas suyas entre los indios. El término relación tiene, entre otros sentidos, el de "acción y efecto de referí r" y el de "informe que un auxiliar hace de lo substancial de un proceso o de alguna incidencia en él ante un tribunal o juez" (DRAE, s. v.). Sin acudir a otras precisiones, basten estas para subrayar que Pane refiere el resultado de sus pesquisas y lo entrega al Almirante en calidad de subalterno. Esta fórmula legalista le permite valerse de un "yo" narrativo que reaparecerá en el Lazarillo de Tormes y su largan  progenie de picaros. Pane comienza: "Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las islas... escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios". Y Lázaro empieza: "Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé Gonzales y Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca". Y cabe recordar que el mismo modelo retórico fue igualmente productivo en esta banda del Atlántico en algunas de las más destacadas obras escritas en los siglos coloniales: sirvan  de ejemplo las Cartas de relación enviadas por Cortés al Emperador, y las festivas observaciones tituladas El Lazarillo de ciegos caminantes... por Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, escritas por Alonso Carrió de la Vandera.
Si me he detenido unos instantes en comentar el modelo retórico de la Relación, mucho más importante es destacar la trascendencia de su contenido. El texto de Pane rebasa los limitados objetivos de un informe rendido a un superior para constituir la original indagación de una cosmogonía indígena, totalmente distinta de las europeas. Con ella sienta un precedente. Y por ello sus pesquisas pioneras son más que forma: son raíz. En tal sentido cabe añadir que por la brecha abierta por Pane siguieron después las apasionantes búsquedas de Bernardino de Sahagún y las de cronistas como Duran, Cieza de León, Acosta, Muñía y el Inca Garcilaso. Esas obras constituyen veneros inagotables de la narrativa, la poesía, el teatro y hasta el pensamiento político y religioso de extensas regiones de nuestro hemisferio.
Para documentar algunas de las anteriores aserciones escojamos uno de los relatos referidos por el fraile. Es aquel en que nos cuenta cómo fue hecho el mar y narra las arcanas aventuras de los cuatro hermanos que participaron en su creación. Aquel relato habrá de servirnos para formular los mitos de origen del pueblo, sonriente y hospitalario, que nos precedió en estas islas y también para dar sentido a varias piezas del exquisito arte de los ceramistas tainos. Pane lo refiere así:
Capítulo IX
Cómo dicen que fue hecho el mar
Hubo un hombre llamado Yaya, del que no saben el nombre; y su hijo se llamaba Yayael, que quiere decir hijo de Yaya. El cual Yayael, queriendo matar a su padre, éste lo desterró, y así estuvo desterrado cuatro meses; y después su padre lo mató, y puso los huesos en una calabaza, y la colgó del techo de su casa, donde estuvo colgada algún tiempo. Sucedió que un día, con deseo de ver a su hijo, Yaya dijo a su mujer: "Quiero ver a nuestro hijo YayaeF'. Y ella se alegró y bajando la calabaza, la volcó para ver los huesos de su hijo.  De la cual salieron muchos peces grandes y chicos. De donde, viendo que aquellos huesos se habían transformado en peces, resolvieron comerlos.
 Dicen, pues, que un día, habiendo ido Yaya a sus conucos, que quiere decir posesiones, que eran de su herencia, llegaron cuatro hijos de una mujer, que se llamaba Itiba Cahubaba, todos de un vientre y gemelos; la cual mujer, habiendo muerto de parto, la abrieron y sacaron fuera los cuatro dichos hijos, y el primero que sacaron ere caracaracol, que quiere decir sarnoso, el cual caracaracol tuvo por nombre [DeminánJ; los otros no tenían nombre.
Capítulo X
Cómo los cuatro hijos gemelos de Itiba  Cahubaba, que murió de parlo, fueron juntos a coger la cabalaza de Yaya, donde estaba su hijo Yayael, que se había transformado en peces, y ninguno se atrevió a cogerla, excepto Deminán Caracaracol, que la descolgó, y todos se hartaron de peces.
Y mientras comían, sintieron que venía Yaya de sus posesiones, y queriendo en aquel apuro colgar la calabaza, no la colgaron bien, de modo que cayó en tierra y se rompió. Dicen que fue tanta el agua que salió de aquella calabaza, que llenó toda la tierra, y con ella salieron muchos peces; y de aquí dicen que haya tenido origen el mar. Partieron después éstos de allí, y encontraron un hombre, llamado Conel, el cual era mudo.
Capítulo XI
De las cosas que pasaron los cuatro hermanos cuando iban huyendo de Yaya Estos, tan pronto como llegaron a la puerta de Bayamanaco, y notaron que llevaba cazabe, dijeron:" Ahiacabo guárocoel", que quiere decir: "Conozcamos a este nuestro abuelo". Del mismo modo Deminán Caracaracol, viendo delante de sí a sus hermanos, entró para ver si podía conseguir algún cazabe, el cual cazabe es el pan que se come en el país. Caracaracol, entrando en casa de Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el pan susodicho. Y éste se puso la mano en la nariz, y le tiró un guanguayo a la espalda; el cual guanguayo estaba lleno de cohoba, que había hecho hacer aquel día; la cual cohoba es un cierto polvo, que ellos toman a veces para purgarse y para otros efectos que después se dirán. Esta la toma con una caña de medio brazo de largo, y ponen un extremo en la nariz y el otro en el polvo; así lo aspiran por la nariz y esto les hace purgar grandemente. Y así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del pan que hacía; y se fue muy indignado porque se lo pedían ... Caracaracol, después de esto, volvió junto a sus hermanos, y les contó lo que le había sucedido con Bayamanacoel, y del golpe que le había dado con el guanguayo en la espalda, y que le dolía fuertemente. Entonces sus hermanos le miraron la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada; y creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto de morir. Entonces procuraron corlarla, y no pudieron; y tomando un hacha de piedra se la abrieron, y salió una tortuga viva, hembra; y así se fabricaron su casa y criaron la tortuga.
A la luz de las investigaciones antes expuestas, ahora sabemos que Yaya equivale a 'Espíritu Supremo o Sumo Espíritu'. La insurgencia de su hijo Yayael  es  la consabida rebelión, frecuente en otras mitologías, del príncipe joven contra el rey viejo. Los cósmicos conucos son la ancha faz del universo en los primeros días de la creación. Los que nacen de la roturada entraña de Itiba Cahubaba, la Madre Tierra, son los cuatro dioses que habrán de ser los creadores y civilizadores del género humano.
Lo que Deminán deseaba del Dios Anciano no es solamente cazabe; lo que este Prometeo antillano en realidad roba a su colérico abuelo es el fuego, elemento primordial para el progreso de las sociedades humanas. Y es mediante la generosa donación del fuego que Deminán hizo al pueblo taino que éste pudo talar y quemar parcelas de bosque para sus conucos, y cocer la rallada masa de la yuca con la cual manufacturaba las tortas de su pan cotidiano, su cazabe de cada día.
La "tortuga viva, hembra", prodigiosamente engrendrada sin casa", lo que hacen es cruzardel estadio de cazadores y recolectores, de azarosa vida errante, a otra etapa más desarrollada y compleja, de la de una sociedad sedentaria, agricultora y ceramista, con edificios estables y una vida más organizada y segura.
El escueto develamiento del sentido de estos mitos nos revela que son, en efecto, narraciones ficcionalizadas que ocurren en un tiempo y un espacio totalmente imaginarios. Y que, como todo relato mítico, contienen un ulterior propósito. Ese propósito es, en este caso, el rescate imaginativo de lejanos sucesos históricos, perdidos en la penumbra de tiempos muy remotos: migraciones, poblamientos, domesticación de plantas útiles, descubrimientos de procesos para la manufactura y conservación de productos alimenticios. Y si nos detuviésemos a transcribir y desglosar otros fragmentos de la Relación, constataríamos cómo aprovecharon esas y otras unidades míticas para sacralizar la aparición del hombre en las islas, resolverla oposición entre hombre y mujer, reiterar la vinculación del ser humano con la flora y la fauna en su interdependencia ecológica, y trasmitir sus creencias más profundas y arraigadas sobre la vida y la muerte. Y también cómo se valieron de los episodios en tomo al rapto de las primeras tainas para codificar sus reglas higiénicas, sus normas sociales y los principios éticos de su conducta.

Estos y los demás mitos, trasmitidos oralmente desde tiempos inmemoriales, han llegado a nosotros como un compendio, escrito originalmente en español, de lo que el ermitaño catalán había escuchado en lengua taina. En ese trasiego necesariamente se ha de haber desvanecido algo de las esencias y la prístina belleza de la epopeya aborigen (ab-origen). Por ejemplo, las convenciones de su sistema de metáforas, o la estructura, inflexiones y ritmo de una lengua totalmente distinta de la nuestra, a la que Colón había calificado de "habla la más dulce del mundo". Lo que nos queda son los rescoldos verbales de cantos, himnos y leyendas épicas; es decir, algo de la letra de sus más solemnes areitos. Pese a esas irrecobrables pérdidas, aún nos es dable reconocer que se trata de fascinantes ficciones, y que en ellas se han resuelto las aparentes contradicciones entre el pensamiento lógico y el pensamiento mágico, el lenguaje comunicativo y el lenguaje expresivo, la realidad vista y la realidad

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