La extraña y humillante muerte de Don Juan de Austria, el héroe de Lepanto
Día 24/02/2015 - 11.45h
http://www.abc.es/espana/20150224/abci-juan-austria-muerte-hemorroide-201502232130.html
Nacido un 24 de febrero de hace 470 años, el hijo bastardo de Carlos I terminó sus días en un insalubre campamento militar en Flandes víctima de una fallida operación de hemorroides. El tifus, o quizás un posible envenenamiento, contribuyeron al deterioro de su salud
Don Juan de Austria
tardó varios meses en tomar posesión de su cargo de gobernador de
Flandes, un territorio integrado en el Imperio español. En contra de las
órdenes de su hermano Felipe II para viajar a Bruselas de inmediato, el héroe de Lepanto se dirigió a la Corte a negociar las condiciones
en persona. No es que rechazara el nombramiento del Rey, ni podía
hacerlo, pero sabía bien que la situación allí era inmensamente
complicada y que para acabar con la rebelión en la zona eran necesarios
unos recursos que se les había negado a sus predecesores en el cargo.
Finalmente, el hijo bastardo de Carlos I de España marchó al epicentro de la rebelión cargado de promesas del Monarca,
solo para presenciar cómo éstas eran incumplidas una por una. Tras caer
en una profunda depresión y verse aislado luego del misterioso
asesinato de su secretario Escobedo
en Madrid, Don Juan de Austria sufrió en 1578 un indigno final para un
héroe de su prestigio: una hemorroide mal operada dio el golpe final a un cuerpo castigado desde hace meses por el tifus.
La situación en Flandes, durante la conocida guerra de los Ochenta años, alcanzó uno de sus momentos más críticos poco antes de la llegada de Don Juan de Austria. En 1573, Luis de Requesens, también destacado en la batalla de Lepanto, había sido nombrado como nuevo gobernador de Flandes en sustitución del severo Gran Duque de Alba.
Si bien el catalán no gozaba del talento militar de su predecesor, la
debilidad de la Hacienda Real obligaba a abrazar una solución pacífica.
Antes de partir para Bruselas, el nuevo gobernador publicó una amnistía
general, abolió el Tribunal de Tumultos –símbolo de la represión española– y derogó el impuesto de las alcabalas.
No obstante, el cambio de estrategia de la Monarquía hispánica fue
interpretado entre las filas rebeldes como un síntoma de flaqueza, y, a
finales del otoño de 1573, Requesens tuvo que recurrir nuevamente a las armas para imponer su autoridad.
Cuando las operaciones militares empezaban a dar sus
frutos, Luis de Requesens falleció de forma inesperada en Bruselas el 5
de marzo de 1576, a causa posiblemente de la peste, dejando por primera
vez inacabada una tarea encomendada por su Rey y amigo Felipe II. La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que el Comendador de Castilla pudiera dejar orden de su sucesión y fue el conde de Mansfeld
quien se hizo cargo temporalmente del caos. Los dos años que tardó el
siguiente enviado del Rey, Don Juan de Austria, en alcanzar Bruselas
fueron fatales: un motín general de las tropas españolas asoló el sur y la desobediencia completa se extendió por norte de los Países Bajos.
Flandes, una tumba de héroes españoles
Felipe II consideró que su hermano era el hombre idóneo
para encauzar la situación en Flandes y se lo transmitió en una carta
fechada en mayo de 1576: «Confío en vos, hermano mío, que desde que os informéis del estado de los negocios en los Países Bajos dedicaréis vuestra fuerza y vuestra vida a un negocio tan importante para el honor de Dios y el bienestar de su religión. Y como están en peligro, no hay sacrificio que deba evitarse para salvarlos» .
Nacido el 24 de febrero de 1545 (aunque otras fuentes
consideran que pudo ser en 1547), Juan de Austria gozaba a sus 30 años
de un gran prestigio a nivel europeo gracias a su actuación en la batalla de Lepanto, donde ejerció el mando de la escuadra cristiana. Era un hombre muy apreciado por la Europa católica y menos expuesta a la leyenda negra que las propagandas holandesa, francesa e inglesa arrojaban contra España.
Si el Rey veía en la elección del militar español la mejor opción
posible, no debía creerlo igual Don Juan de Austria, que retrasó al
máximo el viaje e incluso acudió a la Corte para reunirse en privado con
su hermanastro. Pese a que había desobedecido sus instrucciones, el Rey abrazó a Don Juan de Austria de forma efusiva a su llegada y cedió en todas las cuestiones que planteó su hermano, siempre recordándole que la Real Hacienda se encontraba muy debilitada tras la suspensión de pagos ordenada el año anterior.
Casi dos años después del fallecimiento de Requesens, el
nuevo gobernador llegó el 3 de noviembre a Luxemburgo –en ese momento la
zona más leal al Rey– disfrazado de criado morisco de un noble italiano. Solo un día después se produjo el Saqueo de Amberes
por parte de las descontroladas tropas españolas. Este hecho puso a
todas las provincias en contra de la corona, lo cual se materializó en
la firma de la Pacificación de Gante.
Con órdenes de poner en marcha una estrategia sin usar la fuerza, Don
Juan de Austria se encontró atrapado en el peor de los escenarios
posibles: todos unidos contra los hispánicos.
A modo de concesión para recuperar la fidelidad de los nobles moderados, el nuevo gobernador retiró a los tercios españoles del país en abril de 1577. Pagó los atrasos a los soldados con el dinero que el Papa Gregorio XIII le había entrado tras la batalla de Lepanto y pidiendo varios préstamos personales. Además, firmó el Edicto Perpetuo, un documento que eliminaba la Inquisición y reconocía las libertades flamencas a cambio del reconocimiento de la soberanía de la Corona española
y la restauración de la fe católica en el país. Sin embargo, la
situación se deterioró todavía más. A pesar de que se tomaron medidas
que aseguraban la tolerancia religiosa, se incrementó la autonomía
política y se reconoció a Guillermo de Orange –el cabecilla de la rebelión– como estatúder de Holanda y Zelanda, al tiempo que los Estados Generales reconocían a Don Juan como gobernador, las provincias norteñas prosiguieron en su actitud rebelde.
«Me consideran persona colérica y yo los tengo por bravísimos bribones»
A principios de 1578, alcanzaron Flandes cerca de 20.000 soldados, encabezados por Alejandro Farnesio
–sobrino y amigo de la adolescencia de Don Juan–, con la intención de
recuperar el terreno que Guillermo de Orange había arrebatado con sus
artimañas políticas. El 31 de enero de 1578, los tercios viejos
derrotaron a los Estados Generales en la batalla de Gembloux, consiguiendo así que gran parte de los Países Bajos del Sur volvieran a la obediencia al Rey, entre ellos la provincia de Brabante.
No en vano, dos ejércitos invadieron el Flandes español: uno francés
desde el Sur –al mando del duque de Anjou– y otro desde el Este –al
mando de Juan Casimiro y financiado por la reina Isabel de Inglaterra–.
El vencedor en Lepanto estimaba que para frenar sendos ataques iba a
requerir que su hermano le enviara más recursos. Así, instó a su
secretario, Juan de Escobedo, que estaba en España, para que lograra que más dinero.
¿Quiso ser Rey de Inglaterra?
Mientras negociaba el envío de más tropas y dinero a los Países Bajos, se produjo el asesinato de Escobedo el 31 de marzo de 1578. Un crimen planeado por Antonio Pérez,
con la aprobación del Rey, que tenía como trasfondo la desconfianza que
había en la Corte hacia Don Juan de Austria. El oscuro secretario del
Rey Antonio Pérez había convencido a Felipe II de que su hermano tramaba a espaldas suyas atacar Inglaterra
y casarse con María Estuardo. Curiosamente, el fallecido Juan de
Escobedo había sido destinado por Pérez a la misión de espiar a Don Juan
de Austria, pero terminó por confiarle su lealtad.
Por supuesto, nunca se ha encontrado indicio alguno de que
Don Juan de Austria tuviera la intención de traicionar a su hermano. Si
bien es cierto que el hermanastro del Rey guardaba la ambición de encabezar un ataque contra Inglaterra, lo hacía por indicación del propio Felipe II y del Papa Gregorio XIII, que planeaban casarle con María Estuardo o incluso con la Reina Isabel I
una vez invadidas las islas. Precisamente por ello, al conocer las
circunstancias de la muerte de su secretario, Don Juan cayó en un estado
de depresión al tiempo que contraía el tifus o fiebre tifoidea.
Su estado de salud se agravó a finales de septiembre,
estando en su campamento en torno a la sitiada Namur. Según el
testimonio de Dionisio Daza Chacón
–su médico personal en la batalla de Lepanto– una fallida operación de
hemorroides y el debilitamiento causado por el tifus acabaron con la
vida del español: «El remedio de tratar las almorranas con sanguijuelas
es más seguro que el rajarlas ni abrirlas con lanceta, porque de rajarlas algunas veces se vienen a hacer llagas muy corrosivas,
y de abrirlas con lanceta lo más común es quedar con fístula y alguna
vez es causa de repentina muerte; como acaeció al serenísimo Don Juan de
Austria, el cual, después de tantas victorias (…) vino a morir
miserablemente a manos de médicos y cirujanos, porque consultaron y muy
mal darle una lancetada en una almorrana». Las fuentes del periodo
relatan que la negligencia médica de esos cirujanos militares provocó
una fuerte hemorragia en el cuerpo del general y le desangró en cuestión de cuatro horas.
Guillermo de Orange afirmó que había sido envenenado por Felipe II
Viendo cerca su muerte, el victorioso en Lepanto nombró
sucesor en el gobierno de los Países Bajos a su sobrino Alejandro
Farnesio y escribió a su hermano pidiéndole que respetase este
nombramiento y que le permitiera ser enterrado junto a su padre.
No en vano, en el momento de su muerte, el 1 de octubre, Don Juan de
Austria se encontraba aislado políticamente y profundamente herido en su
espíritu por la falta de confianza que le había transmitido Felipe II.
Solo al fallecimiento de su hermano, el Rey se percató de la perniciosa
manipulación que estaba ejerciendo Antonio Pérez sobre él y, en
consecuencia, de la injusticia que había cometido.
El cadáver de Don Juan de Austria fue trasladado a España, después de ser seccionado en tres partes
para evitar que pudiera caer en manos enemigas y posteriormente unido
de nuevo. Según las fuentes, el estado de sus restos tras el viaje era
bastante calamitoso, faltándole la punta de la nariz y otras partes.
Y como queriendo redimirse del injusto trato que le dio en sus últimos
años de vida, Felipe II levantó una espectacular escultura para cubrir
su tumba en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Un obsequio para un hombre que no dejó nada en su testamento, «porque
nada poseía en el mundo que no fuese de su hermano y señor el Rey».
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