B. propuesta filosófica de
Nietzsche: reivindicación de la vida
I. Posibilidad de una nueva filosofíaI.1. La muerte de DiosI.2. El nihilismoII. El perspectivismo, una nueva forma de entender el conocimientoIII. La ética del superhombreIV. La vida, categoría metafísica fundamentalIV.1. Reivindicación de la tesis del eterno retorno como signo de vitalidadIV.2. La voluntad de poder, “esencia” de la vida
Es vitalista toda teoría
filosófica para la que la vida es irreductible a cualquier categoría
extraña a ella misma.
Esta doctrina tuvo éxito en la segunda mitad del siglo XIX y principios
del XX. Las corrientes vitalistas se diferencian por su concepto de vida:
la comprensión de la vida en el sentido biológico subraya el papel
del cuerpo, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la
lucha por la subsistencia; el vitalismo de Nietzsche se incluye en este
grupo. Por su parte, la vida en el sentido biográfico e histórico
entiende la vida como conjunto de experiencias humanas dadas en el tiempo,
tanto en su dimensión personal o biográfico como en su dimensión social o
histórica; Ortega y Gasset es vitalista en este sentido.
El vitalismo es una doctrina contraria
al racionalismo, y sus conceptos más importantes son: temporalidad,
historia, vivencia, instintos, irracionalidad, corporeidad, subjetividad,
perspectiva, valor de lo individual, cambio, enfermedad, muerte,
finitud... Cabe entender la totalidad de la filosofía de Nietzsche como el intento
más radical de hacer de la vida lo Absoluto. La vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma;
y la vida entendida fundamentalmente en su dimensión biológica,
instintiva, irracional. La vida como creación y destrucción, como ámbito
de la alegría y el dolor. Por esta razón, Nietzsche creyó posible medir el
valor de la metafísica, la teoría del conocimiento y la ética a
partir de su negación o afirmación de la vida.
En su obra juvenil "El
nacimiento de la tragedia", Nietzsche cuestionó la valoración tradicional
del mundo griego que situaba en la Grecia clásica (el siglo de Pericles)
el momento de esplendor de la cultura griega,
considerando a Sócrates y Platón como
los iniciadores de lo mejor de la tradición occidental, la
racionalidad. Frente a esta
interpretación, Nietzsche da más importancia a la Grecia arcaica, la del
tiempo de Homero, y sitúa en el siglo V a. C. el inicio de la crisis
vital del espíritu griego. El pueblo griego antiguo supo captar las
dos dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultar ninguna de
ellas, y las expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos.
Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era
también, según Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y
representaba la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el
mundo como una totalidad ordenada y racional.
Para la interpretación tradicional toda la cultura griega era
apolínea,
concibiendo al pueblo griego como el primero en ofrecer una visión
luminosa, bella y racional de la realidad. Nietzsche consideró que esta
interpretación es correcta para el mundo griego a
partir de Sócrates, pero no para el mundo griego anterior. Frente a lo
apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos,
dios del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso,
la embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la
confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución
de la individualidad; los
griegos representaban en Dionisos una dimensión fundamental de la
existencia, que expresaron en la
tragedia y que fue relegada en la cultura occidental: la vida en sus
aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos.
La grandeza del mundo griego arcaico estribaba en no ocultar esta
dimensión de la realidad, en armonizar ambos principios, considerando
incluso que lo dionisíaco era la auténtica verdad. Sólo con el inicio de
la decadencia occidental, con Sócrates y Platón, los griegos intentan
ocultar esta faceta inventándose un mundo de legalidad y racionalidad (un
mundo puramente apolíneo, como el que fomenta el platonismo). Sócrates
inaugura el desprecio al mundo de lo corporal y la fe en la razón,
identificando lo dionisíaco con el no ser, con la irrealidad. En sus
obras posteriores, Nietzsche desarrolla esta idea del inicio de la
decadencia occidental en la Grecia clásica: Platón instauró el
error dogmático más duradero y peligroso: "el espíritu puro", el "bien en
sí", el platonismo o creencia en la escisión de la realidad en dos mundos
("Mundo Sensible" y "Mundo Inteligible o Racional") . Este dogmatismo es
síntoma de decadencia pues se opone a los valores del existir instintivo y
biológico del hombre. La degeneración de la cultura en virtud de la
filosofía griega triunfó en la cultura occidental con el ascenso de la
moral judeocristiana y del monoteísmo, pervirtiendo desde la raíz el mundo
occidental. Así, la crítica de Nietzsche a la cultura occidental se
refiere a todos los ámbitos: la filosofía por inventar un mundo racional,
la religión un mundo religioso y la moral un mundo moral; en definitiva,
la decadencia del espíritu griego antiguo supuso el triunfo de lo
apolíneo sobre lo único real, según Nietzsche, lo dionisíaco, el “espíritu
de la tierra”.
II.1. Nietzsche nos
ofrece la siguiente descripción de lo momentos de la
historia de la decadencia occidental:
1. Mundo
griego hasta el siglo de Pericles (s. V a.C.):
es la época de esplendor del mundo griego pues no se ocultan dimensiones
fundamentales y trágicas de la vida (lo irracional, la temporalidad, la
enfermedad y la muerte). Sus dos grandes construcciones espirituales, el
arte trágico y la religión politeísta, junto con la moral heroica de la
excelencia y del valor, afirmaban la vida, cuya expresión simbólica
adquiría su máxima densidad en la reivindicación de lo dionisíaco.
2. Inicio de la decadencia: Eurípides, Sócrates y Platón.
Con ellos comienza la cultura occidental y la decadencia respecto del tono
vital anterior; dan lugar al “platonismo”, o creencia en la existencia de
un Mundo Verdadero, Objetivo, Bueno, Eterno, Racional, Inmutable, y el
desprecio de las categorías de la vida (el cuerpo, la sexualidad, la
temporalidad, el cambio, la multiplicidad e individualidad,...). Ellos
dan lugar a la Ciencia y la Metafísica y a las condiciones que permiten la
aparición de la Religión y la Moral.
3. Presencia
del cristianismo:
el cristianismo es “platonismo para el pueblo”, y con él las ideas
exclusivas de uno pocos, los filósofos, se extienden a todos los hombres:
el dualismo ontológico y antropológico son de dominio público; el mundo
inteligible de Platón pasa a ser lo Infinito o mundo divino, el mundo
sensible el mundo terrenal, el alma se opone al cuerpo. El cristianismo
influirá en la filosofía puesto que todos los filósofos son en el fondo
teólogos; con el cristianismo comienza la moral de los esclavos.
4. Edad
Moderna:
comienza la crisis del “platonismo” y del cristianismo. La propia
filosofía prepara la “muerte de Dios”, el empirismo, la Ilustración
y ya en el siglo XIX el materialismo cada vez más pujante muestra el
carácter ilusorio de las creencias anteriores.
5.
Actualidad:
la Edad Contemporánea es una época de crisis y Nietzsche encuentra en la
“muerte de Dios” el fundamento básico de esta crisis: aquello que había
servido de orientación a toda la cultura desaparece del horizonte y el
hombre se encuentra desorientado. Esta crisis es necesaria para la
aparición de una nueva forma de estar en el mundo, para la aparición de
un hombre nuevo (el superhombre) y de una nueva concepción de la vida
(la que identifica la voluntad de poder con la esencia de la realidad).
II.2. Platonismo
es toda teoría que escinde la realidad en dos mundos: un mundo verdadero,
dado a la razón, inmutable y objetivo, y un mundo aparente, dado a los
sentidos, cambiante y subjetivo.
La filosofía y la
religión son una forma de platonismo y defienden la misma concepción de
la realidad, aunque con palabras distintas. Platón articuló con precisión
y radicalidad esta tesis básica del pensamiento occidental; por lo demás,
el platonismo, gracias al cristianismo, se ha instalado en la cultura y
viene a ser la actitud de todos los hombres de nuestra civilización.
Para el platonismo la realidad no cambia y lo que cambia no es
real; el auténtico ser es inmutable. La filosofía nace con el paso del
mito al logos y la superación de las descripciones del mundo basadas en
la imaginación y la narración metafórica por las descripciones
racionales, precisas y
objetivas, que ofrecen conceptos antitéticos (ser/apariencia,
razón/sentidos, alma/cuerpo, lo
permanente/el cambio, unidad/multiplicidad). Estas creencias están ya en
los presocráticos –excepto Heráclito, al que Nietzsche respeta–
pero adquieren su más radical expresión en Sócrates y en Platón. Nietzsche
es el filósofo que más lejos ha llevado la reivindicación de la vida y la
corporeidad, del ámbito en donde se dan “la muerte, el cambio, la vejez,
así como la procreación y el crecimiento”, y por lo tanto la superación
del platonismo. Nietzsche explica la aparición del platonismo mostrando
que dicho actitud es interesada y consecuencia de la no aceptación de la
realidad en toda su crudeza, la realidad como lugar en el que se da la
vida, el orden, pero también la muerte,
el caos...; la cultura occidental se inventa un mundo (objetivado
en Dios gracias al cristianismo) para
encontrar consuelo ante lo terrible del único mundo existente, el
dionisíaco. La filosofía nietzscheana es el intento más radical
de la historia del pensamiento de superar el platonismo y defender la
tesis opuesta: la existencia de un mundo irracional y carente de sentido
trascendente, la vida.
Validez de los conceptos.
En general, la filosofía ha creído que los conceptos pueden reflejar
correctamente la realidad y que las relaciones entre los conceptos son
capaces de representar las relaciones entre las cosas. Para ello aspiró a
la definición precisa de cada término,
al rigor en el uso de las palabras y a su aplicación unívoca y no
metafórica. Consideraba que entender una
realidad es subsumirla en un concepto,
disponer de un concepto para comprenderla. La tradición filosófica
pudo defender este punto de vista al afirmar la existencia de dos formas
de ser: la esencia o propiedades básicas, y los rasgos accidentales que
dan lugar a las diferencias entre individuos. Pero, ¿qué ocurriría si no
existiesen las esencias ni nada absolutamente idéntico entre dos objetos,
y si ni siquiera un objeto fuera idéntico a sí mismo puesto que cambia,
aunque tal vez imperciblemente, a lo largo del tiempo? Esta es
precisamente la tesis de Nietzsche: en el mundo no existen esencias, no
existe un rasgo (o varios rasgos) que se encuentre en todos y cada uno de
los de los individuos; ni siquiera existen los objetos, pues la
identidad que nosotros les atribuimos, su ser los mismos con el paso del
tiempo es una consecuencia de nuestro modo substancialista de
representarnos la realidad. Dada esta creencia, claramente heracliteana,
no es extraña su afirmación de que el pensamiento conceptual no es un
buen recurso para expresar la realidad. La misma palabra no puede
servir para referirnos adecuadamente a
dos cosas distintas, pues si cubre bien la realidad de una de
ellas no puede cubrir también la de la segunda, ya que la primera es
inevitablemente distinta de la segunda (pues no existen las esencias o
realidades universales presentes en varios objetos). La idea nietzscheana
de la realidad induce a pensar que no podemos utilizar las palabras de un
modo unívoco; lo más que concede es el uso análogo o metafórico del
lenguaje: la metáfora es mejor modo de captar la realidad que el concepto preciso pues la metáfora implica
desigualdad entre los objetos, no presenta significados sino que los
sugiere y nos permite la posibilidad de completar el significado a partir
de nuestra propia experiencia del mundo. En definitiva, para
Nietzsche, el arte es un medio más adecuado de expresar el mundo que la
filosofía.
Objetividad de la lógica:
las leyes de la razón son también leyes del mundo.
Los principios básicos a los que se somete la razón cuando se utiliza
adecuadamente (la lógica), son también los principios básicos de la
realidad. Este principio es común a toda la filosofía tradicional, aunque
interpretado en términos radicales por las corrientes racionalistas y más
moderados por las de orientación empirista. Frente a este punto de vista,
Nietzsche afirma el carácter irracional del mundo: la lógica, la razón
son invenciones humanas, las cosas no se someten a regularidad alguna,
el mundo es la totalidad de realidades cambiantes, esencialmente
distintas unas a otras, y acogen en su interior la contradicción. La
metafísica tradicional pudo defender su punto de vista porque creyó en la
existencia de un mundo verdadero. Si negamos la existencia de dicho
mundo, como propone Nietzsche, parece inevitable declarar la
irracionalidad de lo existente.
Objetividad del
conocimiento:
La filosofía tradicional creyó posible utilizar la razón desprendida de
cualquier elemento subjetivo que pudiera afectar a su imparcialidad,
creyó en el conocimiento objetivo del mundo, válido para todos.
Nietzsche considera que esta confianza en las posibilidades de la razón
descansa en una creencia más básica, la creencia en algún tipo de realidad
absoluta (el Mundo de las Ideas de Platón o el Dios cristiano); sin
embargo si esta realidad absoluta es una construcción de la fantasía
humana, dicha confianza carece de sentido. Aún podemos hablar de
conocimiento, concluye Nietzsche, pero aceptando su carácter relativo,
subjetivo; todo el conocimiento humano es mera interpretación del
mundo, depende de la perspectiva vital en la que se encuentra el individuo
que lo crea. Frente a Platón,
Aristóteles, Santo Tomás, Descartes y gran parte de lo mejor de la
tradición filosóficas, defiende una tesis radicalmente contraria al
objetivismo y conecta con otra línea filosófica históricamente más
desacreditada: el relativismo, escepticismo y subjetivismo.
Nietzsche defiende el perspectivismo, para el que todo
conocimiento se alcanza desde un punto de vista, del que es imposible
prescindir: las características del sujeto
que conoce (psicológicas,
sociales, físicas, la peculiaridad
personal, la misma biografía) hacen imposible superar la propia
perspectiva; no podemos desprendernos de nuestra subjetividad
cuando intentamos conocer la realidad.
Junto con ello,
Nietzsche critica las siguientes creencias básicas relacionadas con la
práctica científica:
La existencia de leyes
naturales.
Las leyes que el científico cree descubrir son invenciones humanas; no
existen regularidades en el mundo, no hay leyes de la Naturaleza. Si por
leyes naturales entendemos supuestos comportamientos regulares de las
cosas, Nietzsche rechazará la existencia de dichos comportamientos
regulares y necesarios, al considerar que las relaciones entre las
cosas no son necesarias, son así pero podrían perfectamente ser de
otro modo. Las cosas se comportarían siguiendo leyes o necesariamente si
hubiese un ser que les obligase a ello (Dios) pero Dios no existe; las
leyes y la supuesta necesidad de las cosas son invenciones de los
científicos.
La validez del ejercicio de la razón. La
razón no se puede justificar a sí misma: ¿por qué creer en ella?; la
razón es una dimensión de la vida humana, aparece de forma tardía en el
mundo y muy probablemente, dice Nietzsche, desaparecerá del Universo; y
nada habrá cambiado con dicha desaparición. Junto con la razón, en el
hombre encontramos otras dimensiones básicas (la imaginación, la capacidad
de apreciación estética, los sentimientos, el instinto,...) y todas ellas
pueden mover nuestro juicio, todas
ellas son capaces de motivar nuestras creencias. La razón no es ni mejor
que otros medios para alcanzar un conocimiento de la realidad (en todo
caso es peor puesto que el mundo no es racional). La ciencia se
equivoca al destacar exageradamente la importancia de la razón como
instrumento para comprender la realidad.
Legitimidad de las
matemáticas:
para la ciencia actual la matemática puede expresar con precisión el
comportamiento de las cosas, para Nietzsche, sin embargo, esta forma de
entender el mundo es aún más errónea que otras formas de cientificidad:
las matemáticas puras no describen nada real, son invenciones
humanas; en el mundo no existe ninguna de las perfectas figuras a las
que se refiere la geometría, ni números, ni siquiera unidades. Cuando
decimos que algo es una cosa, lo que hacemos es simplificar la
realidad que se nos ofrece a los sentidos, someterla a un concepto,
esconder su pluralidad y variación constante. Las matemáticas
prescinden de la dimensión cualitativa del mundo,
de su riqueza y pluralidad.
Para Nietzsche el
origen de la ciencia está en su utilidad, pues permite un mayor
dominio y previsión de la realidad, (pero la eficacia no es
necesariamente un signo de verdad), y en que es consecuencia de un
sentimiento decadente, pues sirve para ocultar un aspecto de la
naturaleza que sólo los espíritus fuertes consiguen aceptar: el caos
originario del mundo, la dimensión dionisíaca de la existencia; la ciencia
nos instala cómodamente en un mundo previsible, ordenado, racional.
La filosofía presenta una
idea del mundo totalmente inadecuada: en primer lugar por
considerar al mundo como un cosmos y
no como un caos, por creer en la racionalidad
intrínseca de la realidad.
La invención del Mundo Racional trae consigo la invención de los
conceptos básicos de toda la metafísica tradicional (esencia, substancia,
unidad, alma, Dios, permanencia, ...); estas entidades son puras
ficciones, consecuencia del poder fascinador de la razón. Dado que el
mundo que percibimos presenta
características contrarias (corporeidad, cambio, multiplicidad,
nacimiento y muerte), los filósofos acaban postulando el “platonismo”,
la existencia de dos mundos, el mundo de los sentidos, pura apariencia,
irrealidad, y el Mundo Verdadero, el Ser, dado a la razón, y horizonte
último de nuestra existencia. Una consecuencia de la invención del Mundo
Verdadero es la valoración positiva del mundo del espíritu y negativa de
la corporeidad. La filosofía tradicional comienza con Platón, quien se
inventa un mundo perfecto, ideal, absoluto, al que contrapone el
desvalorizado mundo que se ofrece a los sentidos. Platón identifica el Ser
con la realidad inmutable y absoluta y relega al mundo de la apariencia lo
que se ofrece a los sentidos (lo cambiante, la multiplicidad, lo que nace
y muere). La filosofía posterior acepta este esquema mental básico, aunque
lo exprese con distintas palabras.
Para Nietzsche, y frente a
la interpretación habitual, los griegos no descubrieron sino que
inventaron la racionalidad y el supuesto carácter ordenado del mundo.
Encuentra nuestro autor un origen psicológico de la metafísica:
la metafísica es un signo de determinadas tendencias antivitales, guiadas
por un instinto de vida decadente y contrario al espíritu griego anterior.
La falta de instinto, el tono vital disminuido, permitió la exageración
del papel de la razón, de la vida consciente, y la aparición de las
fantasías metafísicas al estilo del Mundo Verdadero, Eterno, Inmutable
propuesto por Sócrates y Platón. La raíz moral (inmoral, dirá Nietzsche)
que motivó la aparición de la filosofía platónica fue el temor al cambio,
la muerte y la vejez. Las categorías metafísicas como substancia,
ser, esencia, unidad son puras invenciones para en ellas encontrar
el reposo, la regularidad y calma ausentes del único mundo existente, el
que se ofrece a los sentidos. La metafísica platónica –y toda la
occidental– es un síntoma de resentimiento ante el único mundo existente,
miedo al caos. Pero Nietzsche encuentra también en la influencia de
la gramática otro origen de la metafísica; el lenguaje da lugar a una
visión errónea de la realidad: la
estructura sujeto-predicado, común a nuestras lenguas y la
primacía que tienen las frases con el verbo ser, favorecen una
interpretación substancialista de la realidad, la creencia en entidades
dotadas de rasgos permanentes y propios, de sustancias. Además,
gracias al lenguaje hablamos de distintas cosas mediante las mismas
palabras, lo cual parece suponer que existen semejanzas entre aquellas,
cuando no identidad; mediante los conceptos –las “células” básicas del
lenguaje– creemos posible referirnos a lo universal, lo que favorece la
creencia en la existencia de esencias, de naturalezas universales.
Si nuestra gramática fuese distinta, nuestra forma de entender el mundo
sería también distinta; Sólo la superación de la creencia en la gramática
puede superar también la concepción típica de la metafísica tradicional.
Las criticas anteriores muestran la
enorme distancia que separa a Nietzsche de toda la filosofía
precedente: Nietzsche rechaza las creencias de que el mundo es un cosmos y
de que la razón –el logos– puede captar lo real; creencias que están a la
base de la filosofía, de la ciencia y de la cultura occidental en su
conjunto. La filosofía de Nietzsche tiene una orientación claramente
irracional, y hace imposible el lenguaje, el conocimiento y la filosofía
entendida al modo en que aparece en Grecia en el siglo VI a.C..
El
dogmatismo moral consiste en creer en la objetividad y
universalidad de los valores morales:
el cristianismo sitúa los valores en el ámbito eterno e inmutable
de la mente de Dios; pero la moral tradicional, dice Nietzsche, se
equivoca totalmente pues los valores morales no tienen una existencia
objetiva, ni como una dimensión de las cosas, ni como realidades que
estén más allá de éstas, en un mundo
objetivo; los valores los crean las personas, son proyecciones
de nuestra subjetividad, de nuestras pasiones, sentimientos e intereses,
los inventamos, existen porque nosotros los hemos creado.
La moral tradicional creyó
también que las leyes morales valen para todos los hombres y que si algo
es bueno es bueno para todos. Esto, por ejemplo, indicaba el imperativo
categórico kantiano y la consideración tomista de la ley moral como
consecuencia de la ley natural y ésta de la ley eterna. Nietzsche niega
este segundo rasgo del dogmatismo moral: si realmente los valores
existiesen en un Mundo Verdadero y Objetivo podríamos pensar en su
universidad, pero no existe dicho Mundo, por lo que en realidad los
valores se crean, y por ello cambian y son distintos a lo largo del tiempo
y en cada cultura. Una vez criticado el fundamento absoluto que sirve de
soporte a la validez de la moral, no se puede pensar en su universalidad.
Por otra parte, la moral tradicional es antivital: Nietzsche afirma que todas las tablas de valores son
inventadas, pero hay algunas mejores que otras; el criterio utilizado
para esta apreciación es el de la fidelidad a la vida: los valores de la
moral tradicional son contrarios a la vida, a sus las categorías básicas
involucradas en la vida. La moral
tradicional (la moral cristiana) es “antinatural” pues
presenta leyes que van en contra de las
tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento
contra los instintos y el mundo biológico y natural, como se ve en la
obsesión de la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la
sexualidad.
El dogmatismo moral implica
también la idea de pecado y culpa y la de la libertad. La idea de
pecado es una de las ideas más enfermizas inventadas por la cultura
occidental: con ella el sujeto sufre y se aniquila a partir de algo
ficticio; no existe ningún Dios al que rendir cuentas por nuestra
conducta, sin embargo el cristiano se siente culpable ante los ojos de
Dios, se siente observado, valorado por un Dios inexistente, del que
incluso espera un castigo. El cristianismo (y todo el moralismo
occidental) tiene necesidad de la noción de libertad pues para poder hacer
culpables a las personas es necesario antes hacerlas responsables de sus
acciones. El cristianismo considera a las personas libres para poder
castigarlas. Los valores tradicionales son los de la moral de
esclavos y frente a ellos Nietzsche propone la moral de los señores, los
valores del superhombre y de afirmación de la vida.
El cristianismo lleva hasta el final el desprecio por la vida iniciado por
la filosofía platónica y su superación radical es necesaria para la
aparición del hombre nuevo, del superhombre. Nietzsche parte del ateísmo:
la religión no es una experiencia verdadera pues Dios no existe; y explicó
cómo se ha podido vivir durante tanto tiempo en esta ilusión con el
argumento que ya vimos en su crítica a la metafísica: el estado de
ánimo que promueve el éxito de las creencias religiosas, de la invención
de un mundo religioso, es el de resentimiento, el de no sentirse
cómodo en la vida, el afán de ocultar la dimensión trágica de la
existencia. Nietzsche se enfrenta a los siguientes elementos de la
religión cristiana:
1.
La
“metafísica cristiana”:
el cristianismo es “platonismo para el pueblo”, comparte el mismo
espíritu que anima a Platón, la incapacidad vital para aceptar todas las
dimensiones de la existencia y el afán de encontrar un consuelo fuera de
este mundo. El cristianismo no añade nada esencialmente nuevo a la
filosofía platónica al presentar una escisión en la realidad: por un
lado el mundo verdadero, eterno, inmutable, en donde se realiza el Bien,
la Verdad y la Belleza, y por otro el mundo aparente, cambiante, abocado a
la muerte e imperfecto; el mundo del espíritu frente al mundo de la
corporeidad.
2. La moral
cristiana: el
cristianismo fomenta los valores propios de la “moral de esclavos”
(humildad, sometimiento, pobreza, debilidad, mediocridad), y, añade
Nietzsche, los valores mezquinos (obediencia, sacrificio,
compasión, sentimientos propios del
rebaño); es la moral vulgar, la del esclavo, de resentimiento contra lo
elevado, noble, singular y sobresaliente; es la destrucción de
los valores del mundo antiguo. Con
el cristianismo, dice Nietzsche, se presenta también una de las ideas más
enfermizas de nuestra cultura, la idea de culpabilidad, de pecado,
de la que sólo se puede huir con la afirmación de la “inocencia del
devenir” o comprensión de la realidad y de nosotros mismos como no
sometidos a legalidad alguna, a ningún orden que venga de fuera, con la
reivindicación de la conducta situada “más allá del bien y del mal”.
3.
Influencia
“perversa” del cristianismo:
todo el pensamiento occidental queda viciado por su punto de vista, es el
corruptor de la filosofía europea, ésta “lleva en sus venas sangre de
teólogos”.
4. Valoración
de Jesús:
Nietzsche no valora tan negativamente la figura de Jesús ni del
cristianismo primitivo pues considera que el llamado cristianismo debe más
a San Pablo que a Jesús. Presenta a Jesús como un revolucionario, un
anarquista contrario a todas las manifestaciones del orden, del poder
religioso tradicional, uno de los más destacados defensores de la renuncia
a la violencia y a los brillos mundanos de sus
contemporáneos; y por esta actitud
subversiva fue crucificado.
5.
Politeísmo
frente a monoteísmo:
aunque todas las religiones son falsas, unas son más adecuadas que otras.
El politeísmo es falso pero expresa
mejor la riqueza de la realidad que el monoteísmo pues no se
ha separado radicalmente de la vida: el mundo de los olímpicos, por
ejemplo, refleja la pluralidad y riqueza de la realidad, sus aspectos
luminosos, ordenados y positivos y los oscuros, caóticos y negativos;
el monoteísmo representa el extravío de los sentidos, el invento de un
transmundo, la desvalorización del verdadero mundo y la máxima hostilidad
a la naturaleza y a la voluntad de vida. El concepto de Dios refleja
los valores en los que cree una cultura, así el Dios cristiano representa
los valores negativos y contrarios a la vida, mientras que el mundo
divino propuesto por el politeísmo representa los valores afirmativos,
la fidelidad a la Naturaleza.
La
superación del cristianismo (y la consiguiente “muerte de Dios”) ya
iniciada por la Ilustración es fundamental para la transmutación de todos
los valores, para la recuperación de los valores de la antigüedad
perdidos tras la aparición de esta religión y de la filosofía.
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