sábado, 7 de febrero de 2015

Del canto taíno y la música regional española

31_01_2015 Areito 31 enero Areíto6
Es la propia Historia, aportando referencias testimoniales de más de un cronista, quien confirma a viva voz, que la música del aborigen de La Española no era, de ninguna manera, primitiva ni elemental. Es notoriamente revelador que, en función de su valor cualitativo intrínseco, dentro del concepto creativo de la época, fueran considerados “MUY SIMILARES” a algunos aires regionales, no solo españoles, sino de otros lugares de Europa. Es significativo y cabe señalarlo, que no hemos encontrado comparaciones entre las primitivas expresiones de la música africana que recibió la época y la belleza armónica del Areito aborigen, que no sea en términos de su estilo responsorial. De hecho, las africanías esclavistas no coinciden en el tiempo con las etapas “anacaónicas” del Areito. El notorio estilo responsorial, presente en ambas culturas, es elemento característico de grupos primarios desde los inicios de la humanidad.
En “Las Mujeres de los Conquistadores”, la autora norteamericana N. O’Sullivan-Beare, recoge la confirmación más rotunda y viva sobre la música de los Areitos Indianos, reproduciendo una referencia feliz de Fernández de Oviedo. La afirmación es tan abrumadoramente crepitante y evidente, tan flameantemente recreada y soleada, que la racionalidad de la autora se sacude, encasillada en la visión prejuiciada de la incapacidad indiana estampada por el españolismo senil del siglo XV, exponiendo en tela de juicio, riesgosa y contradictoriamente, un hecho testimonial vivencialmente atestiguado.
Dudando de las capacidades indianas, su prejuiciada subjetividad pretende quebrantar la realidad histórica, atribuyendo aquella fogosidad impresionante de iluminada espectacularidad a la inclusión absurda e irracional de “doncellas españolas” en aquel apocalíptico escenario, visceralmente aborigen. Olvida que quien confirma el evento fue, precisamente, el más feroz prejuiciado contra la indiada. Desbarre que desató un absurdo antagonismo filosófico, sobre la naturaleza transcendente o intrascendente del alma del ser americano. Aberración que le enfrentó a Las Casas y al juicio eterno del futuro.
De él proviene, precisamente, sin concesiones y sin que fuese su intención, una comparación cualitativa espléndida en favor del Areito y las capacidades realmente creativas del aborigen, fundamentando su trascendental e invaluable referencia, en vivencias coincidentes con otros cronistas en su enriquecedora apreciación, de una evidente semejanza, a simple oído y observación del baile, con algunos cantares y danzas regionales españolas y de otros lugares de Europa.
Es evidente que no entró en los cálculos de la autora recordar que, luego de concluidas las ceremonias del impresionante espectáculo de Jaragua y las celebraciones espléndidas que les acompañaran por días, ocurrió la matanza injusta e inmerecida más monstruosa que recoge la historia en La Española. Mal pudiera el diabólico Ovando incurrir en acto tan bestial delante de “doncellas españolas” por rústicas o desalmadas que fuesen. El dato histórico es claro y las palabras de Oviedo lo resaltan: eran todas indiecitas vírgenes, “criadas suyas”, refiriéndose a la anfitriona, no al tenebroso Ovando. Habían preparado aquella hermosa ceremonia para halagar y calmar la bestia asustadiza que se revolcaba en él y aplacar sus temores patológicos a la indefensa indiada de Jaragua. Más que todo, a la inteligencia superior de aquella Reina. Un honor que nunca hubo de merecer.
El error imperdonable que desfasa a la autora para un trabajo tan hermoso, es asumir la pretensión absurda de que hubiesen “doncellas vírgenes españolas” en Jaragua, cuando es sabido que las primeras mujeres registradas arribaron, precisamente, en época de Ovando. Si, como ella dice: “no se aclara si las “trescientas doncellas” eran todas españolas o había indias con ellas”…¡¡¡Es, racionalmente, porque ¡¡no habían!! “doncellas españolas”.… HHOOOSTIA!!!.
Las Casas, en “Historia de Indias”, (T.2), se hace eco, igualmente, del trágico momento y del acto de traición inverosímil a la inocencia consecuente del aborigen, quien solo expresaba su alegría y sumisión al poder impuesto por España:
“Sabido por la reina Anacaona que el comendador mayor la iba a visitar, como mujer y muy prudente y comedida, mandó convocar todos los señores de aquel reino y gente de los pueblos, que viniesen a su ciudad de Xaraguá a recibir y hacer reverencia y festejar al Guamiquina de los cristianos, que había venido entonces de Castilla… Allegóse una corte maravillosa de gentes tan bien dispuestas, hombres y mujeres, que era cosa de considerar. Ya se ha dicho que las gentes de aquel reino, en hermosura de gestos, eran en gran manera sobre todas las otras desta isla señaladas… Llegando el comendador mayor y su compañía de pie y de caballo [porque se dijo venir 300 señores], sale Anacaona e innumerables señores y gentes infinitas a lo rescebir, con gran fiesta y alegría, cantando y bailándole delante, porque así era su costumbre,”. (p. 236).
Rayaría en ignorancia supina asumir que aquel evento lo celebrara Ovando en honor de Anacaona y no Anacaona en honor de Ovando, como evidencia el relato histórico.
Escuchemos la interpretación infortunada de la Sra. O’Sullivan:
“Más cierto es que el Comendador Ovando llevó consigo, cuando llegó a la Española en 1502 “familias principales que tenían buen haber en sus casas”. No sabemos cuántas mujeres casadas o por casar, llegaron en esta expedición y en las siguientes, pero es evidente que debieron ser bastante numerosas a juzgar por un pasaje del cronista Fernández de Oviedo en que nos describe un baile de doncellas que se celebró en la isla en honor de la cacica Anacaona¿!¡?. Dice así: “Esta manera de baile pareçe algo a los cantares o danças de los labradores quando en algunas partes de España en verano con los panderos hombres y mujeres se solazan; y en Flandes yo he visto la mesma forma de cantar, bailando hombres y mugeres en muchos corros, respondiendo a uno que los guía o se anticipa en el cantar, según es dicho. En el tiempo que el Comendador Mayor don frey Nicolás de Ovando, gobernó esta isla, hizo un “areyto” ante lAnacaona, mujer que fué del caçique ó rey Caonabo (la qual era gran señora): é andaban en la dança más (de) tresçientas donçellas, todas criadas suyas, mugeres por casar; porque no quiso que hombre ni muger casada (o que oviese conoçido varón) entrasen en la dança o areyto”.
“No se aclara si las “trescientas doncellas” eran todas españolas (¿!!?)o había indias con ellas, pues que dice el cronista que eran “todas criadas suyas”. Es posible que hubiese de ambas razas, pues que debieron ser las españolas las que enseñaron aquella danza semejante a las de Castilla, pero que a la vez debieron aprender aspectos de ellas de los bailes nativos, ya que no era danza castellana pura, sino semejante nada más.” (p. 36).
Herrera describe con objetividad y precisión, quiénes y cuántos acompañaban a Ovando en esta tétrica aventura. Se percibe claramente, a quiénes pertenecían: “CRIADOS”, “CANTORES” y “DANZANTES”, asícomo que “!!TODOS!!” los restantes eran lógicamente “SOLDADOS”. (T.I-141):
“… puso en marcha con su persona, TRECIENTOS INFANTES, Y SETEMTA DE CAVALLERIA, BIEN APERSEVIDOS DE ARMAS Y MUNICIONES…”.
“Sabido por Anacaona… llamó sus Casiques, y señores de la Provincia… Y CADA UNO CON MAS DE QUINIENTOS CRIADOS; con muchos de sus INSTRUMENTOS MUSICOS, DANZAS Y CANTARES;… hasta la Corte de Anacaona, donde lo aposentaron… y en otras inmediatas TODOS LOS SOLDADOS”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario