Identidad, representación, poder y pluralismo
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Tras la Gran Recesión es muy posible que, en el ámbito de la ciencia política, el concepto que va a tener un mayor vuelo sea el de “conflicto”. Si bien existe una sólida tradición a la hora de vincular conflicto y política, de manera que la gestión del conflicto termina teniendo la razón de ser de aquélla, este concepto aparece como indudable elemento central del momento que vive la humanidad hoy. No solo eso, también parece que dominará el escenario durante los próximos lustros.
Frente a la etapa positiva que se vivió en la última década del siglo XX culminando el afortunado proceso iniciado un cuarto de siglo antes, gracias al éxito de los procesos de democratización de la denominada tercera ola, así como de los de pacificación habidos en diferentes partes del mundo, el momento de inflexión que se extiende desde el 11-S hasta la quiebra de Lehman Brothers, abre un panorama diferente.
El primero se enlaza con cuestiones relacionadas con la identidad. Los conflictos de este tipo se articulan sobre la base de replantear la definición del demos que sobrepase la tradicional referida al Estado-nación. En este sentido las variables etnia, religión, idioma o -si se prefiere- cultura van a intentar definir un nuevo mundo de relaciones políticas.
Los conflictos basados en el cuestionamiento del concepto de representación, el segundo tipo citado, tal y como se ha venido conociendo hasta hoy, supondrán la búsqueda de la puesta en vigor de nuevos mecanismos, mediante los que los individuos se hagan presentes y canalicen sus demandas y preferencias con respecto a la polis. No quiero señalar que la crisis de los partidos sea terminal, pero sí que las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información les obligarán a cambiar radicalmente.
Finalmente, el tercer tipo de conflictos lo relaciono con la hiperconcentración del poder económico en muy pocas manos que supone la descomposición del ideario del pluralismo democrático que se creía estar asentado por tiempo indefinido. Esta plutocracia de nuevo cuño, cuyo poder se expande prácticamente sin límite alguno gracias a las nuevas tecnologías, va a ser el centro de decisiones que van a afectar a millones de personas; también, y a su vez, el objetivo de movilizaciones y de acciones de protesta cada vez más frecuentes.
En la concatenación de sendos tipos de conflictos se proyecta un escenario crítico que presumiblemente alcanzará un alto nivel de apremio impactando de lleno en las raíces del orden político. Una humanidad que entrecruza un sinfín de identidades y de lealtades múltiples en un mundo altamente globalizado y poseyendo un nivel tecnológico como nunca antes tuvo, requiere con urgencia nuevos instrumentos de gobernanza que puedan manejar los escenarios de conflicto recién descritos.
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