Galíndez, un espía alavés en la Guerra Fría
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El secuestro y desaparición del peneuvista Jesús Galíndez en 1956, en la República Dominicana a manos del dictador Trujillo, es una dramática historia contada por el cine y la literatura
Jesús Galíndez Suárez,
nacido en Amurrio en 1915, es un desaparecido más. Forma parte de la
lista de secuestrados ilustres que fueron asesinados pero cuyo cuerpo
nunca fue encontrado. Es el caso también de Isaac Puente,
el médico anarquista, asesinado en una cuneta en 1936. El abogado
peneuvista quiso ser enterrado en Amurrio, en la finca de su familia
donde pasaba los veranos. Así lo dejó escrito en su testamento. Pero
resultó imposible. Su cuerpo fue devorado por los tiburones en el cálido
Caribe.
En su testamento expresa este deseo:
«Me declaro cristiano y vasco. Como tal quiero ser enterrado en la fe y en la tierra de mis antepasados cuando esto sea posible. Y ruego a quien se haga cargo de mi cuerpo y de mis bienes que mis restos sean llevados un día a Amurrio en la provincia de Álava, Euzkadi, para ser enterrado allí; quisiera que fuese en la finca que mi padre tiene en Larrabeobe, en la parte alta donde se divisan las montañas de mi Patria...».
Grandes escritores como Vázquez Montalbán o Vargas Llosa y cineastas como Gerardo Herrero quedaron atrapados por la historia de vida y muerte, de espías y traiciones, que representa Galíndez.
El futuro espía nació en Amurrio pero se traslada pronto a Madrid con su familia cuando muere su madre. Durante ocho años estuvo interno en el colegio de los jesuitas de Chamartín. Estudió derecho en la actual universidad Complutense. En 1932 se afilia al PNV y escribe libros y publicaciones sobre historia y política.
Al iniciarse la Guerra Civil en 1936 forma parte de la Delegación del Partido Nacionalista Vasco en Madrid. Se encargará de proteger a los vascos que residen en la capital de España, especialmente a los religiosos. Su labor para salvar vidas en el caótico y sitiado Madrid republicano es encomiable. No fue el único pero su labor fue heroica. Es muy importante su testimonio sobre las matanzas de Paracuellos del Jarama. En el libro ‘Los vascos en el Madrid sitiado’ asegura: “El mismo día 6 de noviembre se decidió la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el Orden Público. Es decir, Santiago Carrillo y sus colaboradores. Y en la noche del 6 al 7, la trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica, no caben paliativos a la verdad”. Galíndez trabajó en una sección de Presos y Desaparecidos dentro de la delegación vasca. También fue letrado asesor de la Dirección General de Prisiones con Irujo como ministro de Justicia. La parte final de la guerra se incorporó a la Brigada Vasca que luchará en Cataluña. Galíndez no sabe entonces que unos años después va a sufrir la misma suerte que aquellas miles de personas a las que trató de salvar.
Galíndez acababa de firmar su sentencia de muerte. En la tesis documenta la dictadura trujillista y el 12 de marzo de 1956 desaparece de forma misteriosa, siguiendo los pasos de otros que habían cuestionado esa dictadura. El suceso causa conmoción en el mundo entero.
Fue visto por última vez a las 22.30 de la noche del 12 de marzo de 1956 en la estación de metro de Columbus Circle. Se dirigía a su casa tras un día de clases en la Universidad. Fue sacado de su apartamento por personas de confianza -seguramente exagentes de los servicios secretos norteamericanos-. Fue drogado y conducido en avioneta a la República Dominicana y de allí al rancho de Trujillo. Tenía 41 años.
Para borrar las pistas, Trujillo mandó asesinar a 9 personas relacionadas con el secuestro, entre ellos el piloto de la primera avioneta Geral Lester Murphy lo que a la postre fue el principio del fin de Trujillo, que cayó en desgracia ante los americanos. El 30 de mayo de 1961, Trujillo muere acribillado a balazos por el hermano de una de las víctimas, uno de los que intervinieron en el caso Galíndez.
Hay controversia sobre el grado de colaboración de Galíndez y el PNV con los norteamericanos que en un momento determinado olvidaron su promesa de ir contra la dictadura franquista. Aquí cambió también la propia percepción del FBI sobre Galíndez. Un dictador como Trujillo, anticomunista, era un aliado para los Estados Unidos, como lo fue Franco. La figura quijotesca de Galíndez quedaba en entredicho porque además de Trujillo también la España franquista estaba interesada en eliminar a un hombre como él. Fue Trujillo quien lo mató pero fue con la colaboración de los norteamericanos a los que en esos momentos les interesaba más llevarse bien con dos dictadores como Franco y el dominicano. Galíndez era un testigo incómodo que nunca pudo volver a Amurrio, tal y como deseaba en su testamento.
En otra hipótesis, se dice que el anticomunismo de Galíndez activó al KGB soviético que también tenía una relación subterránea con Trujillo. Bajo ese argumento, el abogado vasco había alertado a la CIA de las conexiones de Fidel Castro con la Unión Soviética y con Trujillo. Aún no se han desclasificado todos los documentos sobre el caso. Por lo que en los próximos años se pueden conocer más detalles de la biografía de este hombre magnífico que murió de una manera tan terrible.
En su testamento expresa este deseo:
«Me declaro cristiano y vasco. Como tal quiero ser enterrado en la fe y en la tierra de mis antepasados cuando esto sea posible. Y ruego a quien se haga cargo de mi cuerpo y de mis bienes que mis restos sean llevados un día a Amurrio en la provincia de Álava, Euzkadi, para ser enterrado allí; quisiera que fuese en la finca que mi padre tiene en Larrabeobe, en la parte alta donde se divisan las montañas de mi Patria...».
Grandes escritores como Vázquez Montalbán o Vargas Llosa y cineastas como Gerardo Herrero quedaron atrapados por la historia de vida y muerte, de espías y traiciones, que representa Galíndez.
El futuro espía nació en Amurrio pero se traslada pronto a Madrid con su familia cuando muere su madre. Durante ocho años estuvo interno en el colegio de los jesuitas de Chamartín. Estudió derecho en la actual universidad Complutense. En 1932 se afilia al PNV y escribe libros y publicaciones sobre historia y política.
Al iniciarse la Guerra Civil en 1936 forma parte de la Delegación del Partido Nacionalista Vasco en Madrid. Se encargará de proteger a los vascos que residen en la capital de España, especialmente a los religiosos. Su labor para salvar vidas en el caótico y sitiado Madrid republicano es encomiable. No fue el único pero su labor fue heroica. Es muy importante su testimonio sobre las matanzas de Paracuellos del Jarama. En el libro ‘Los vascos en el Madrid sitiado’ asegura: “El mismo día 6 de noviembre se decidió la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el Orden Público. Es decir, Santiago Carrillo y sus colaboradores. Y en la noche del 6 al 7, la trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica, no caben paliativos a la verdad”. Galíndez trabajó en una sección de Presos y Desaparecidos dentro de la delegación vasca. También fue letrado asesor de la Dirección General de Prisiones con Irujo como ministro de Justicia. La parte final de la guerra se incorporó a la Brigada Vasca que luchará en Cataluña. Galíndez no sabe entonces que unos años después va a sufrir la misma suerte que aquellas miles de personas a las que trató de salvar.
El exilio dominicano
Al finalizar la guerra se exilia y acaba en la República Dominicana
donde compagina su actividad diplomática y universitaria como profesor.
En 1946 se instala en Nueva York colaborando tanto con la delegación
vasca como con el Gobierno Republicano. Colabora en los trabajos que
culminaron con la condena de las Naciones Unidas contra el régimen
franquista. Igualmente escribe novelas y ensayos y poesía y da
conferencias sobre el pueblo vasco.Galíndez acababa de firmar su sentencia de muerte. En la tesis documenta la dictadura trujillista y el 12 de marzo de 1956 desaparece de forma misteriosa, siguiendo los pasos de otros que habían cuestionado esa dictadura. El suceso causa conmoción en el mundo entero.
Fue visto por última vez a las 22.30 de la noche del 12 de marzo de 1956 en la estación de metro de Columbus Circle. Se dirigía a su casa tras un día de clases en la Universidad. Fue sacado de su apartamento por personas de confianza -seguramente exagentes de los servicios secretos norteamericanos-. Fue drogado y conducido en avioneta a la República Dominicana y de allí al rancho de Trujillo. Tenía 41 años.
Para borrar las pistas, Trujillo mandó asesinar a 9 personas relacionadas con el secuestro, entre ellos el piloto de la primera avioneta Geral Lester Murphy lo que a la postre fue el principio del fin de Trujillo, que cayó en desgracia ante los americanos. El 30 de mayo de 1961, Trujillo muere acribillado a balazos por el hermano de una de las víctimas, uno de los que intervinieron en el caso Galíndez.
El agente Rojas
Sobre la desaparición y muerte de Galíndez se ha escrito y especulado
mucho. Cada vez cobra más importancia el hecho de que el abogado y
delegado en Nueva York del Gobierno vasco en el exilio era un informador
del FBI y la CIA con el sobrenombre de agente Rojas y el
código en clave ND507. Además había tenido una excelente relación con
el dictador Trujillo y fue profesor de su hijo Ramfis. Desde la
República Dominicana ya envió interesantes informaciones al FBI sobre
actividades de elementos falangistas y comunistas. Galíndez llegó a
avisar sobre las intenciones de Fidel Castro de derrocar a Batista en Cuba. Pasó cientos de informes.Hay controversia sobre el grado de colaboración de Galíndez y el PNV con los norteamericanos que en un momento determinado olvidaron su promesa de ir contra la dictadura franquista. Aquí cambió también la propia percepción del FBI sobre Galíndez. Un dictador como Trujillo, anticomunista, era un aliado para los Estados Unidos, como lo fue Franco. La figura quijotesca de Galíndez quedaba en entredicho porque además de Trujillo también la España franquista estaba interesada en eliminar a un hombre como él. Fue Trujillo quien lo mató pero fue con la colaboración de los norteamericanos a los que en esos momentos les interesaba más llevarse bien con dos dictadores como Franco y el dominicano. Galíndez era un testigo incómodo que nunca pudo volver a Amurrio, tal y como deseaba en su testamento.
En otra hipótesis, se dice que el anticomunismo de Galíndez activó al KGB soviético que también tenía una relación subterránea con Trujillo. Bajo ese argumento, el abogado vasco había alertado a la CIA de las conexiones de Fidel Castro con la Unión Soviética y con Trujillo. Aún no se han desclasificado todos los documentos sobre el caso. Por lo que en los próximos años se pueden conocer más detalles de la biografía de este hombre magnífico que murió de una manera tan terrible.
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