jueves, 17 de julio de 2014

ENTREVISTA CON MANUEL MOROS PEÑA, AUTOR DEL LIBRO "LOS MÉDICOS DE HITLER"

¡Es la guerra!


Posted: 17 Jul 2014 12:40 AM PDT


Para acabar el curso, creo que nada mejor que una entrada de calidad. Así, os presento a Manuel Moros Peña (Zaragoza, 1969), un autor que, aunque publica también en Nowtilus, no tengo el gusto de conocer personalmente, pero que se ha brindado con gran amabilidad a concederme esta entrevista para el blog.

A Manuel Moros lo descubrí con su primer libro editado en Nowtilus, HISTORIA NATURAL DEL CANIBALISMO. Tengo que confesar que me acerqué a ese libro con muchas precauciones e incluso prejuicios, ya que temía que fuera una obra sensacionalista, a pesar de que el autor es médico de profesión. Sin embargo, esa obra me gustó mucho, ya que es un estudio serio y riguroso sobre un tema que se presta al morbo y el amarillismo.

Con ese precedente, me acerqué de manera más receptiva a su última obra, LOS MÉDICOS DE HITLER, aunque tengo también que confesar que albergaba dudas sobre el tratamiento que el autor iba a dar al tema. No obstante, el libro me sorprendió también muy positivamente. Aunque he leído bastante sobre la medicina nazi, la obra de Moros me ha aportado mucha información que desconocía, sobre todo en lo referido a los antecedentes, y además, en su calidad de médico, aporta un enfoque distinto al que puede ofrecer un historiador.

Por tanto, LOS MÉDICOS DE HITLER me parece una aportación muy destacada a la bibliografía en español sobre el Tercer Reich.


Una vez metidos en harina, vamos con la entrevista a nuestro invitado.


1. ¿Cómo fue el origen de este libro? ¿Cómo surgió la idea? ¿Considerabas que existía un hueco en la bibliografía en español que había que cubrir?

Todo empezó cuando decidí escribir un artículo para la revista Más Allá, en la que colaboro, sobre los experimentos médicos con gemelos de Josef Mengele en Auschwitz. Yo creía que el suyo había sido un caso aislado, el de un psicópata que se había aprovechado de la oportunidad única que le había facilitado el universo concentracionario nazi para llevar a la práctica sus delirantes fantasías, pero me encontré con que, en realidad, Mengele era el alumno aventajado de Otmar von Verschuer, el director del prestigioso Instituto Káiser Guillermo de Antropología de Berlín y una autoridad mundial en el estudio de estos hermanos.

Y no sólo eso, sino que no fue el único, porque fueron muchos los médicos de renombre, profesores universitarios y hombres con brillantísimas carreras los que se prestaron a utilizar las “cobayas humanas” proporcionados por el Reichsführer-SS Heinrich Himmler para verificar delirantes hipótesis y practicar insensatos experimentos con los deportados que, con una tenacidad implacable llevaron a cabo hasta el hundimiento del Tercer Reich.

Además, me encontré con que los médicos, que se afiliaron al Partido Nazi antes y en mayor número que ningún otro colectivo, no solo participaron en la esterilización de 400.000 de los llamados “no aptos”, sino que fueron también médicos, principalmente psiquiatras, quienes planearon y pusieron en práctica la llamada Acción T4, la operación secreta que acabó con la vida de 300.000 seres humanos etiquetados como “vidas indignas de ser vividas”, auténtica antesala ideológica y material del Holocausto. Como médico, me sentí muy intrigado por cómo pudo ser que estos hombres cuyo oficio consistía en aliviar el dolor y preservar la vida se convirtieran en instrumentos de sufrimiento y muerte.

Comprobé entonces que en nuestro país, libros tan de referencia para los estudiosos de este tema como The Nazi Doctors de Robert Jay Lifton, Racial Hygiene de Robert Proctor o The Origins of Nazi Genocide, de Henry Friedlander, no habían sido traducidos a pesar de la abundantísima bibliografía que existe sobre el Tercer Reich, y me propuse no sólo llenar ese hueco, sino ofrecer una novedosa visión del nacionalsocialismo como “biología aplicada” y analizar en profundidad la situación y mentalidad de los médicos alemanes antes y durante la era nazi y las circunstancias que concurrieron para que una gran parte del colectivo acogiera con entusiasmo sus propuestas y colaborara en su política de exterminio y de creación de una superraza.




2. La obra está muy bien documentada, y demuestra un amplio conocimiento del tema. ¿Cómo fue todo el trabajo de documentación?

Realmente agotador, pues como te he comentado, los libros que he necesitado consultar he tenido que conseguirlos fuera de nuestras fronteras, todos en inglés, e ir colocando poco a poco durante cuatro largos años las piezas de un puzzle que arranca con Charles Darwin y termina con el Juicio de los Médicos de Núremberg. Internet me ha ayudado en ocasiones, pero a veces la red confunde más que ayuda. Es un libro que, en muchas ocasiones, me he sentido realmente tentado de abandonar y por ello, probablemente del que me sienta más orgulloso de haber terminado.



3. Lo que me ha parecido más interesante de tu obra es el relato que haces de los antecedentes de la eugenesia nazi, demostrando que ésta nació y se desarrolló en Gran Bretaña y, sobre todo, en Estados Unidos. Incluso Churchill se mostró en 1910 como un ferviente eugenista. ¿Crees que todo eso se ha intentado ocultar?

Indudablemente, sobre todo los estrechos lazos que unieron a los eugenistas norteamericanos y los higienistas raciales alemanes; los teóricos que dieron ideas a Hitler. Hitler admiraba las leyes de esterización forzada y de restricción de la inmigración urdidas por los eugenistas del otro lado del Atlántico y, de hecho, la llamada Ley para la Prevención de la Descendencia Genéticamente Enferma alemana tomó como referente la ley modelo del norteamericano Harry Laughlin, que para 1936 habían adoptado 36 estados. Los eugenistas norteamericanos recibieron con entusiasmo el programa de “purificación racial” nazi, y en una nota enviada a varios periódicos, Leon F. Whitney, secretario de la AES (Sociedad Americana de Eugenesia), dijo que con su política de esterilización forzada, “Hitler había demostrado su gran valor y su calidad como hombre de Estado”. Incluso uno de sus miembros sugirió que debería nombrarse a Hiler socio honorario.

Al mismo tiempo, la facultad de Medicina de Heidelberg, en reconocimiento, nombró a Laughlin doctor honoris causa en 1936. Pero después de la guerra, y a pesar de que Karl Brandt, máximo responsable de los asuntos sanitarios del Reich, alegó en su defensa en Núremberg que el programa de esterilización y de eliminación de “vidas indignas de ser vividas” había estado basado en ideas procedentes de Norteamérica, los eugenistas de este país olvidaron rápidamente su antiguo y entusiasta apoyo a los higienistas raciales nazis.



4. Un aspecto interesante de tu obra es que, como médico que eres, aportas un enfoque original que nunca podría dar un historiador. ¿Qué ventajas te ha aportado esa condición para afrontar el tema?

Ser médico me ha servido para meterme en la cabeza de estos torturadores y asesinos e intentar comprender yo mismo y explicar a mis lectores sus motivaciones, y creo que lo he conseguido, aunque, como digo en el libro, entender las razones de su conducta no les exime en absoluta de su culpa. Si se fija, en ningún momento antepongo al nombre de ninguno de ellos la palabra “doctor”. Respeto demasiado la bata blanca como para llamar “doctor” a cualquiera. Para mí, un doctor es alguien que salva vidas, no alguien que muestra un desprecio tan absoluto por la vida humana como ellos.

5. ¿Crees que los médicos nazis eran conscientes de todo el mal que hacían, o estaban convencidos de que estaban actuando correctamente? ¿Qué margen de actuación tenía un médico que no estuviera dispuesto a participar en estas prácticas?

Indudablemente eran conscientes del mal que estaban haciendo y, de hecho, todos intentaron no caer en manos de los Aliados al final de la contienda. Sin embargo, en su momento, las vidas de los untermenschen (infrahombres) de los campos o de las “vidas indignas de ser vividas” de los sanatorios mentales no eran nada para ellos en comparación con la salud del Volk (el pueblo), a quien había que preservar de la “contaminación” racial o con conseguir conocimientos médicos que ayudaran a Alemania a ganar la guerra. Nunca se obligó a ningún médico a participar en las esterilizaciones forzadas, ni a asesinar a los discapacitados en los “mataderos” de T4, ni a seleccionar quién debía ir directamente a las cámaras de gas de los centros de exterminio, ni a realizar los experimentos médicos.

La higiene racial no fue impuesta por la fuerza al colectivo médico alemán, sino que fueron ellos mismos quienes acogieron con entusiasmo las propuestas nazis. En este último caso, todos los experimentadores se ofrecieron voluntariamente a Himmler, buscando la mayoría, además, su propio beneficio personal en forma de reconocimiento académico. Tenemos constancia de que el psiquiatra Gottfried Ewald, de Göttingen, no aceptó tomar parte en Acción T4, a pesar de lo cual no fue objeto de ningún tipo de represalia.



6. Para concluir con la entrevista, otro aspecto que me ha resultado novedoso es la descripción de los experimentos con humanos que se han venido realizando desde el final de la Segunda Guerra Mundial, especialmente por parte de los norteamericanos. ¿Hasta qué punto pueden ser comparables a los que llevaron a cabo los médicos nazis? ¿Crees que hoy en día se siguen realizando este tipo de experimentos o es algo que perteneces al pasado?

Uno de los argumentos esgrimidos por los abogados defensores de los médicos nazis en Núremberg fue que también los norteamericanos, que les estaban juzgando, contaban con una larga tradición de experimentos con seres humanos que no se habían ofrecido voluntarios. Se llegaron a presentar 150 de estas experiencias. Y después, a pesar de que elaboraron el Código de Núremberg que insistía en la absoluta necesidad del consentimiento informado y de la previa experimentación animal, siguieron realizando este tipo de experimentos en nombre de la seguridad nacional o el conocimiento científico, viéndose el Código como algo necesario para bárbaros, pero no para médicos y científicos “civilizados”. Y aunque no existe comparación entre las atrocidades cometidas por los médicos nazis y los experimentos norteamericanos, investigaciones como el infame Experimento Tuskegee, que siguió adelante hasta 1972, o los experimentos con radiactividad durante la Guerra Fría, son igualmente expresión de la creencia en el mayor valor de unos vidas con respecto a otras y una violación de la más elemental ética médica.

Hoy en día, todos los países desarrollados cuentan con una estricta legislación en cuanto a la experimentación médica con seres humanos, pero, lamentablemente, en el llamado Tercer Mundo estas disposiciones nunca han aparecido o lo han hecho de forma incompleta, lo que unido a la globalización de los ensayos clínicos, es decir, la realización de investigaciones con seres humanos en países pobres auspiciadas por las poderosas multinacionales farmaceúticas, ha dado lugar a experimentos éticamente inaceptables.

En abril de 2009, el gigante farmaceútico estadounidense Pfizer negoció con el gobierno de Nigeria el pago de una indemnización de 75 millones de dólares para evitar un juicio por la muerte de once niños y las graves secuelas causadas a decenas de ellos más tras haber utilizado el fármaco Trovan, en fase de desarrollo, en 200 niños durante una epidemia de meningitis ocurrida en 1996 sin haber informado a sus familiares de que sus hijos iban a formar parte de un ensayo clínico.





Muchas gracias, Manuel, por hablarnos aquí de tu interesante libro, esperamos que sea todo un éxito.

Y si se os ha destapado la curiosidad por esta obra, que seguro que sí, AQUÍ os podéis bajar el índice y algunos extractos de la obra en PDF.

No hay comentarios:

Publicar un comentario