miércoles, 16 de julio de 2014

América Latina y el Caribe, una nueva era multilateral

América Latina y el Caribe, una nueva era multilateral

En esta región, la coordinación y concertación de políticas son las claves de éxito en esta época de transformaciones globales.
multilateralismo
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El sistema internacional contemporáneo atraviesa un proceso de transformación. Una conversión que incluye cambios de gran magnitud en cuanto a la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder y la riqueza. Globalización y transnacionalización económica, por un lado. Por otro, el carácter nacional de la política y el poder son las variables que caracterizan la crisis del multilateralismo en el sistema internacional, centrada a su vez en tres cuestiones fundamentales: representatividad, legitimidad, y eficacia.
En el ámbito regional de América Latina y el Caribe, los procesos de cambio tanto en la naturaleza como en la distribución del poder en las diferentes estructuras –seguridad, producción, crédito y finanzas, bienestar y conocimiento– se traducen en una doble dinámica de ascenso y creciente diferenciación. Ascenso de la región en su conjunto, impulsado por un fuerte crecimiento económico, mayor proyección global, y por una mayor presencia en los organismos internacionales y las estructuras emergentes de la gobernanza global.
En paralelo, la marcada heterogeneidad que ha caracterizado históricamente a América Latina y el Caribe se ha acrecentado. A las tradicionales disparidades de desempeño económico y estructura social, se han añadido otros factores de diferenciación relacionados con los modelos políticos, las estrategias de desarrollo o las opciones de política exterior.
La creciente interdependencia de las sociedades trae aparejada la emergencia de genuinos riesgos y amenazas globales derivados de dinámicas demográficas y movimientos migratorios; del cambio climático y la explotación con pautas no sostenibles de los recursos naturales y las fuentes de energía; de amenazas transnacionales a la seguridad; de la crisis económica internacional, con sus evidentes demandas de coordinación y concertación macroeconómica; y del aumento de la desigualdad global.
Desde un punto de vista económico, existen riesgos asociados a una “recaída” de la crisis y una evolución económica desfavorable de los países avanzados y de otras economías emergentes de Asia; también, el peligro de la «reprimarización» y la «sino-dependencia» de la estructura productiva y las exportaciones de la región. Todos ellos exigen una acción política común.
Estos riesgos y amenazas generan una conciencia de futuro colectivo. Comportan la necesidad de repensar la comunidad política y sus mecanismos de gobernanza a fin de poder convertir esos riesgos y sus consecuencias –Males Públicos Globales– en Bienes Públicos Globales (BPG).
Centrando el foco en la región latinoamericana, la aproximación de ésta al multilateralismo no responde solo a meros intereses nacionales o a factores funcionales. Algunos especialistas lo califican como un multilateralismosui generis. Además existe un “multilateralismo latinoamericano”, con rasgos propios del continente, derivados de su actuación en el escenario internacional.
América Latina ha demostrado su compromiso con el multilateralismo a través de la participación de los países de la región en los regímenes y tratados internacionales en vigor. Destacan sus importantes aportes doctrinales al derecho internacional –en particular, los principios de soberanía y no intervención, que se afirmaron a través del marco panamericano y posteriormente en la Carta de Naciones Unidas– y su participación en sucesivos procesos de integración regional.
El camnio hacia la regionalización se ha acentuado y redefinido con el fin de la Guerra Fría. La decadencia de las alianzas geoestratégicas, que habían marcado esa época, impone a los Estados la necesidad de “localizarse” en el nuevo escenario mundial para dar respuesta a los retos de la globalización, de modo que la región se convierte en la única referencia organizativa válida entre lo estatal y lo mundial.
Más allá del “apego generalizado” al multilateralismo y el discurso a favor de un “nuevo multilateralismo para el siglo XXI”este término requiere de cierta clarificación conceptual. El multilateralismo es principio y norma legal, así como discurso político, aspiración moral y lógica funcional. Nociones que se entrecruzan en la práctica.Esta tendencia al multilateralismo, y con ello, a la cooperación y concertación de políticas de muy diversa índole, no es solo el resultado de fuerzas o dinámicas de cambio en el escenario internacional. También se debe a opciones de política, en una visible repolitización del regionalismo y la integración regional.
La emergencia de nuevas organizaciones multilaterales a nivel regional que pueden afectar al sistema hemisférico –en política, economía y seguridad– no solo ha dado lugar a una transformación geopolítica de la región, sino que también afecta a la formulación e implementación de las políticas exteriores de algunos de los principales actores latinoamericanos.
El escenario de la integración y el regionalismo en América Latina y el Caribe de comienzos del siglo XXI, se caracteriza por el surgimiento de numerosos interrogantes en torno no sólo a la creación y persistencia deMERCOSUR y de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), sino también a la emergencia –de fecha más reciente y en el marco de la cancelación en 2005 del proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)– de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR), de la Alianza Bolivariana de América (ALBA), de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y de la Alianza del Pacífico
Interrogantes derivados de la coexistencia en la región de dos grandes visiones del regionalismo. Por un lado, una marcada visión liberal, representada por la “Alianza del Pacífico” que reactualiza las estrategias radiales (hub and spoke) del regionalismo abierto. Basada en tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos y la Unión Europea y con una orientación hacia la región de Asia-Pacífico, esta visión trata de ubicar a sus miembros en las cadenas productivas globales.
Por otro lado, se sitúan los países que han adoptado las estrategias del denominado regionalismo posliberal, uno de los enfoques contemporáneos de América Latina hacia el multilateralismo. Esta visión de la integración, incide en su dimensión política y de seguridad, así como en la búsqueda de autonomía regional. Sus expresiones institucionales serían un Mercosur ampliado así como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Alianza de los Pueblos de nuestra América-Tratado Comercial de los Pueblos (ALBA-TCP).
En el intento de afianzar la concertación y cooperación regionales se alza un nuevo interlocutor global, con terceros actores, organismos internacionales y Estados, que recoge la herencia del Grupo de Río: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). La consolidación de esta entidad constituye una de las prioridades políticas para mejorar la inserción internacional de América Latina, y a su vez, representa un eslabón superior de un proceso de construcción institucional que ha reflejado una arquitectura flexible en el desarrollo de este multilateralismo.
En todo este entramado, Brasil es un actor decisivo en lo concerniente al futuro del multilateralismo y el regionalismo en Sudamérica. Cabe preguntarse si este gigante tiene las capacidades, la voluntad, y el proyecto adecuado para convertirse en el paymaster regional y lograr el respaldo necesario para ejercer ese liderazgo eficazmente, de cara a la conformación de un espacio económico y político viable.
Por todo lo anterior, la concertación y coordinación de políticas son dos de las claves del éxito de la inserción internacional de América Latina y el Caribe en el contexto actual. Solo a través de la cooperación entre los países líderes de América Latina se crearán espacios efectivos de participación de otros Estados y actores con intereses específicos, capaces de ejercer una influencia en el escenario internacional.
La emergencia de una nueva agenda global obliga a la región latinoamericana a diseñar una matriz de política exterior que dé respuestas coordinadas, para de esta forma, enfrentar los nuevos procesos de cambio de la sociedad internacional

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