SOBRE
“LOS JUDÍOS EN EL DESTINO DE QUISQUEYA”
Fuente: Carlos Esteban
Deive/www.hoy.com.do
9 Junio 2007
9 Junio 2007
¿ERAN LOS TAÍNOS DESCENDIENTES DE
JUDÍOS?
En ensayo "Los judíos en
el destino de Quisqueya", del intelectual haitiano Jean Ghasmann
Bisainthe, graduado en sociología y filosofía y miembro, durante seis años, de
la misión diplomática de Haití en la República Dominicana ,
es una de esas obras que, por la tesis que sustenta, tiene la virtud de no
permitir que los lectores permanezcan indiferentes a ella. Muy al contrario, su
contenido invita al análisis y a la polémica.
La presencia de judíos en Santo
Domingo, tanto en el período colonial como en el republicano, fue ya estudiada
anteriormente por varios autores. Todos ellos destacaron la importante
contribución de ese pueblo en los campos de la economía y la política. Sin
embargo, ninguno se refirió, como lo hace Ghasmann, al relevante papel que los
descendientes de Moisés desempeñaron, según sostiene, en el proceso de
formación de las sociedades haitiana y dominicana a partir de 1492, fecha del
descubrimiento de América
Fueron los judíos,
especialmente los sefarditas, los que, nos revela dicho autor, participaron
destacadamente en las luchas a favor de la independencia de Haití, de la
fundación de la
República Dominicana y de la restauración de su soberanía en
1865 frente a España. Más aún, lo que es verdaderamente novedoso, no sólo la
población dominicana está compuesta en su mayoría por hombres y mujeres de
origen judío y africano, sino que, enfatiza, ese origen constituye la base
fundamental de la identidad étnica y cultural de los dominicanos.
Consecuentemente, la ideología hispanófila, concluye, carece de razón de ser.
No hay duda, pues, de que
estamos ante una obra inédita y audaz, lo que es digno de aplausos. Ahora bien,
sucede que no todas las aseveraciones de Ghasmann están avaladas por pruebas y
documentos. Una buena parte de ellas son fruto de meras disquisiciones
realizadas en el aire, de un deseo, implícitamente manifiesto, de enaltecer al
máximo a los judíos y sus aportaciones a los dos países que comparten la isla.
Por otra parte, el ensayo se basa a menudo en teorías no demostradas, adolece
de defectos de interpretación, incurre en flagrantes contradicciones y está
repleto de errores históricos
Una de esas teorías asegura que
los aborígenes americanos, entre los cuales se encuentran los taínos,
descienden de las famosas diez tribus perdidas de Israel que se desparramaron
por el mundo tras ser liberadas por los asirios. Ghasmann reconoce que la teoría
de marras está todavía bajo discusión, pero, por todo cuanto expone acerca de
ella, se inclina a aceptarla. De acuerdo con los "expertos" en la
cuestión, miembros de las diez tribus se establecieron en el continente
americano en tiempos remotos, lo que se demuestra por su presencia en él con
anterioridad a la llegada de Colón, el dominio perfecto que los indígenas
tenían del hebreo y la preservación casi inalterada de algunas prácticas
culturales judías.
La teoría sobre las raíces
judías de los indios no es nueva. Desde los albores de la conquista existieron
pensadores que la estimaron como cierta. El mismo Colón, a quien el Antiguo
Testamento nutrió de ideas, creyó hasta su fallecimiento que la Española era el país de
Ofir, o sea, el lugar a donde en el pasado iba el rey Salomón a cargar el oro
para su templo. En su relación del tercer viaje, el Descubridor expresa que
Salomón envió desde Jerusalén a ver el monte Sopora-Sophara o Sofara, topónimo
que la versión de los setenta sabios de Alejandría dan a Ofir-, "en que se
detuvieron los navíos tres años, el cual tienen vuestras Altezas en la isla
Española". A decir de Ghasmann, los monarcas españoles sabían desde un
principio que Colón andaba buscando las diez tribus de Israel y que, una vez
halladas, procedería a "cristianizarlas y a sacar provecho de ellas."
Ese conocimiento, agrega, explica que mandaran una flota tan grande en el
segundo viaje del genovés.
Mucho nos gustaría que Ghasmann
mostrase a sus lectores un escrito en el que los Reyes Católicos hayan
manifestado semejante convencimiento. De existir, no hubieran estado tan
renuentes en financiar el viaje de Colón en 1492. Respecto a la flota del
segundo, los 17 navíos y numerosos hombres que la componían tenían el propósito
de crear en la española una factoría o colonia para explotar los recursos
naturales de la isla, a semejanza de los portugueses en las costas africanas de
guinea y Cabo Verde.
Aunque no se atreve a
afirmarlo, Ghasmann aventura la posibilidad de que los taínos podían ser judíos
porque hablaban el hebreo. Pero como la tripulación del primer viaje no conocía
esa lengua, algunos de los indios aprendieron el español para actuar de
intérpretes. No me parece que el tiempo en que Colón permaneció en la española
fuese suficiente para que esos nativos lograsen comunicarse con los marinos en
la lengua de Castilla. Si acaso acertarían a balbucear unas pocas frases. De
todos modos, Colón no necesitaba de los taínos para entenderse con ellos,
puesto que contaba con Luis Torres, un judeo converso que dominaba varios
idiomas, incluido el hebreo.
Por cierto, yerra Ghasmann
cuando asienta que fue Colón quien bautizó arbitrariamente a los aborígenes de
la española con el gentilicio de taínos. ¿No leyó la carta que Diego Álvarez
Chanca, uno de los pasajeros del segundo viaje, escribió al cabildo de la
ciudad de Sevilla? En ella narra que, habiendo arribado la flota a la isla de
Trinidad, bajaron a tierra unos hombres para conversar con sus naturales,
quienes le decían: "taíno, taíno", vocablo, aclara, que significa
"hombre bueno". Como vemos, el calificativo pasó a designar el nombre
apelativo.
Atribuir a los taínos y, por
extensión, a todos los indígenas del Nuevo Mundo una ascendencia judía es un
recurso del que se han valido los primeros propugnadores de esa falacia para
justificar el sometimiento de que fueron objeto. Los indios, como los judíos,
eran supersticiosos, hipócritas, embusteros y de carácter vil. Estos y otros
epítetos de análogo jaez abundaron en la literatura hasta mediados del siglo
XVII. Para Vásquez de Espinosa, los ritos religiosos de los indios revalidaban
su oriundez judía.
Si se repara en los arraigados
prejuicios de los españoles frente a los judíos, se comprobarán fácilmente las
disquisiciones "antropológicas" acerca del mentado abolengo. Tales
disquisiciones no tardaron en ser acremente criticadas por teólogos y juristas
de reconocido prestigio. Los indios, indicaban, podrían tener todos los
defectos y vicios que uno quisiera adjudicarles, pero no eran judíos. En este
aspecto, calumniadores y defensores de los indígenas estuvieron de común
acuerdo. En su Historia de las Indias, Bartolomé de las Casas recuerda las
disposiciones preventivas de los Reyes Católicos, quienes prohibieron a los
judíos, moros y reconciliados trasladarse a América. Esa evocación del obispo
de Chiapas demuestra el carácter absurdo que dichas prescripciones habrían
tenido si los indios fuesen descendientes de judíos
Sin duda, la mayor requisitoria
contra la teoría infamante que asigna a los indios una procedencia judía es la
de Antonio de la
Calancha. Además de refutarla, el autor de la Coránica
Moralizante, publicada en el siglo XVII, le imputa un interés económico.
Efectivamente, bastaba con
admitir que los indios eran réprobos para utilizarlos en beneficio de los
conquistadores.
Los prejuicios atinentes a los
judíos existieron también en Santo Domingo Ghasmann achaca a las pugnas entre los judeoconversos y
los cristianos viejos residentes en la colonia durante la centuria decimosexta,
la decisión de Fernando el católico de enviar esclavas blancas para que los
españoles limpios de sangre se casaran con ellas y no con las doncellas hebreas
que había en la isla.
Ghasmann se equivoca
nuevamente. La cédula real, de 1 de febrero de 1512, que dispone esa medida
expresa claramente que los colonos preferirían las esclavas blancas en lugar de
las indias, gente "apartada de razón". El monarca lo tenía bien
claro. Sus súbditos serían incapaces de desposarse con unas mujeres que, aun
cuando se les parecían, carecían de la facultad de discernimiento.
Naturalmente, los españoles no opinaban igual. El gobernador Nicolás de Ovando
encontró, al tomar posesión de su cargo en 1502, a 300 de sus
compatriotas abarraganados con indias, de forma que los obligó a abandonarlas o
a unirse en matrimonio con ellas. Al comentar esa imposición, Las Casas señala
que los hijo dalgos andrajosos tuvieron a gran deshonor y afrenta casarse con
las indias, aunque, para no perder "el señorío, servicio y
abundancia" que estas poseían, aceptaron la orden de Ovando.
Diego Colón y los oficiales
reales se opusieron a la introducción de esclavas blancas en la colonia. En
carta al rey de julio del mismo año le expusieron que los castellanos
desdeñaban a las judeoconversas, inclinándose más bien por las esclavas blancas,
o sea, las moriscas, que así se le denominaba cuando eran reducidas a
servidumbre. Quizás esa predilección se debiera a que los cristianos viejos
tenían menos escrúpulos con las moriscas que con las hebreas.
Volviendo a los taínos,
Ghasmann afirma que, de atenernos a la exterminación de esa etnia, denunciada
por el Padre Las Casas, la creencia de que los dominicanos proceden racialmente
de ellos, de los españoles y de los africanos, no tiene asidero alguno.
Coincido con él en este punto,
pero en términos culturales no hay duda de la preservación de varios rasgos y
complejos procedentes de los primitivos pobladores de la isla. El cultivo de la
roza, el conuco, la utilización de la coa como instrumento de labranza, los
platos confeccionados a base de maíz, casabe, batata, mapuey y yautía, entre
otros, todos ellos productos vegetales aborígenes, la pesca mediante el empleo
de corrales, la batea, la canoa, el bohío, el macuto y el léxico, abundante en
voces autóctonas, testimonian elocuentemente, como muy bien nos ha revelado
Bernardo Vega, la herencia cultural legada por ellos.
Lo que resulta realmente
insólito es la afirmación de Ghasmann de que, al aceptar esa herencia, los
dominicanos estarían también admitiendo como suya una parte del vudú. El autor de
"Los Judíos en el destino de Quisqueya" va más lejos todavía cuando,
apoyándose en Bob Corbett, signatario de una de las tantas obras sobre ese
culto haitiano, reseña que el petro una de sus ramas, está arraigado en la
cultura taína y trata de espíritus "calientes, malvados y
peligrosos". Del petro añade, derivaría el canibalismo, costumbre que,
según reportes que no cita, también practicaban los taínos aunque en menor
escala.
El panteón vuduista suele
dividirse en dos grandes categorías de divinidades o espíritus: las radas y los
petro. Cada una de ellas se manifiesta de distintas formas y se diferencian por
sus atributos y las ceremonias con que son veneradas. Los petros, de origen
criollo, se caracterizan por su crueldad, dureza y malevolencia. Deben su
popularidad a la condición de hechiceros que ostentan. Entre los epítetos que
se les endilgan figuran los de "ásperos", "amargos" y
"agudos".
¿De dónde sacó Corbett que los
petro estaban enraizados en la cultura taína? Fray Ramón Pané, el humilde
ermitaño de la orden de San Jerónimo que, por mandato de Colón, fue a vivir
entre los nativos de la española, describe sus deidades o ceníes como
pusilánimes y temerosos, lejos por tanto, de la violencia de los petros.
Antropófagos eran los caribes, pero no comían carne humana por mero sibaritismo
gastronómico. Su ingestión obedecía a motivos de índole ritual. Suponían que
con ella adquirían y encarnaban las virtudes y cualidades de sus víctimas.
El asentamiento de judíos en
América antes de 1492 necesita de pruebas contundentes e irrefutables. Una cosa
es que haya realmente ocurrido y otra el deseo de quienes lo aseguran
Las que el arqueólogo
dominicano Narciso Albeti Bosch muestra en su prospección, realizada en
Constanza, y que Ghasmann recuerda como evidencia de ese asentamiento en la
isla, son fruto de su imaginación y del hecho de estar imbuido de las tesis tan
en boga en su tiempo. Ese investigador explicó que la casa de Anacaona, situada
en dicha localidad, se asemejaba a las construcciones hebreas y que sus piedras
cónicas representaban la letra Beth del alfabeto judío.
Alberti Bosch y Ghasmann
ignoran que la casa real de Anacaona estaba en San Juan de la Maguana y no en Constanza.
Allí tenía un depósito de vasijas que Bartolomé Colón, el hermano del Descubridor
y amante de la célebre cacica, usaba para diversos fines.
Es posible que Colón pensase,
como escribe Luis Torres, que, una vez alcanzada China, localizaría a los
emigrados de las diez tribus perdidas de Israel. También lo que es que
intentara reunirlas bajo el manto del cristianismo. Y hasta no se debe
descartar sin más la tesis de Salvador Madariaga, que considera a Colón un
judeoconverso. Acusaciones e indicios no faltan al respecto. Sabemos que los
roldanistas, rebelados contra los hidalgos y caballeros que rodeaban al
Almirante, lo tacharon de serlo, razón por la cual tuvo que defenderse ante los
reyes en mayo de 1499 arguyendo que querían perjudicarlo en su empresa con esa
falsa imputación, cuando en verdad los rumores circulantes señalaban como judíos
a sus detractores.
Más adelante, luego de que el
comendador Bobadilla apresara a Colón, llevándolo a España, Fray Juan de
Trastierra, en carta al cardenal Cisneros, le expone que, pues salvó la Española del poderío del
rey Faraón, impida que ni él ni ninguno de su nación vuelva a las islas. El
franciscano Trastierra llama a Colón "el rey Faraón." En las Coplas
del Provincial, se encuentran estos cuatro versos:
A ti, fraile bujarrón
Álvaro Pérez Orozco,
En la nariz te conozco,
Por ser de los de faraón.
Álvaro Pérez Orozco,
En la nariz te conozco,
Por ser de los de faraón.
Faraón es sinónimo de judío, de
ahí el apodo que Tastierra le pone a Colón. En lo concerniente a las palabras
"los de su nación", resulta obvio que el fraile alude a la judía.
A mayor abundancia, en las once
cartas que Colón escribió a su hijo Diego figura una rúbrica con los caracteres
hebreos B H, abreviatura de Basach Haschem, que significa "Alabado sea el
Señor". ¿Confirman esas dos letras la tesis de Madariaga?
Por si esas denuncias no
bastaran, podemos traer a colación la carta que Hernando de Talavera, prior de
Santa María del Prado, dirigió a los Reyes Católicos en la cual tilda a Colón
de criptojudío, agregando que si por desgracia le permitían ir a los dominios
del gran Khan, su criminal viaje entregaría la Tierra Santa a los de
su raza, razón por la que se puso en contacto con la Inquisición para que
salvase el alma de semejante pecador.
Hernando de Talavera fue, según cuenta Las Casas, el más tenaz opositor del
proyecto de Colón. Era confesor de la reina Isabel y no, como dice Ghasmann, Tomás de
Torquemada, primer Inquisidor General. A Talavera se le conocía como
judeoconverso y al final de su vida, el Tribunal del Santo Oficio quiso
juzgarlo por judaizante, o sea, por practicar secretamente los ritos del
judaísmo. La acusación de Talavera contra Colón no tiene nada de sorprendente.
No pocos judíos se dedicaban a delatar a otros a fin de ganar crédito ante los
cristianos viejos.
Lo que realmente sorprende son
las fallas cronológicas en que incurrió Colón en el prólogo del Diario de su
primer viaje. Escribe el Descubridor que el 2 de enero de 1492, los Reyes
Católicos rindieron la ciudad de Granada y que ese mismo mes, después de haber
expulsado a los judíos de sus reinos y señoríos, movidos por su celo de
católicos, acrecentadores de esa fe y enemigos de la secta de Mahoma y de todas
las idolatrías y herejías, lo mandaron a la India con el propósito de convertir al
cristianismo los pueblos y tierras de ella.
Si bien es cierto que la
conquista de Granada ocurrió en la fecha señalada por Colón, no lo es que en
ese mismo mes los monarcas tomaron la decisión de enviarlo como embajador ante
el Gran Khan. La última de las rupturas entre el genovés y los reyes se produjo
en enero, mientras las Capitulaciones de Santa Fe se firmaron el 17 de abril.
Por otra parte, el decreto de expulsión de los judíos se promulgó el 31 de
marzo. Mal podían, pues, haber acordado en enero enviar a Colón a la India.
¿Por qué motivo menciona Colón
la expulsión de los judíos en el prólogo citado? ¿Acaso los incluía entre los
idólatras y herejes? La empresa del descubrimiento nada tenía que ver con el
problema judío. ¿Lo impulsó el deseo de presentarse a los Reyes Católicos como
un fiel y devoto cristiano?
Supongamos que los taínos descendieran de las diez tribus perdidas de Israel. De imaginar es la conmoción que habría podido producir tal hecho. Todos los españoles, hidalgos o no, se hubieran sentido mancillados por haber violado las normas religiosas que les prohibían tener relaciones carnales con los judíos. La asimilación de judíos que se habían vuelto idólatras- así se consideraba a los taínos- era políticamente inaceptable. De ninguna manera los Reyes Católicos los habrían considerado súbditos suyos.
Supongamos que los taínos descendieran de las diez tribus perdidas de Israel. De imaginar es la conmoción que habría podido producir tal hecho. Todos los españoles, hidalgos o no, se hubieran sentido mancillados por haber violado las normas religiosas que les prohibían tener relaciones carnales con los judíos. La asimilación de judíos que se habían vuelto idólatras- así se consideraba a los taínos- era políticamente inaceptable. De ninguna manera los Reyes Católicos los habrían considerado súbditos suyos.
Fuente: Carlos Esteban Deive/www.hoy.com.do
9 Junio 2007
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