viernes, 23 de noviembre de 2012

¿Sería sor Leonor de Ovando una de las monjas del Regina que huyeron del Drake en el 1586?


¿Sería sor Leonor de Ovando una de las monjas del Regina que huyeron del Drake en el 1586?

(Publicado como “Estampas coloniales” en el periódico El Caribe, p. 9. Santo Domingo, 1 de julio de 1995

María Ugarte
Transcurría el mes de enero de 1586. El día 10, bordeando la costa de la Ciudad Primada de América, navegaban lentamente varios navíos con las velas desplegadas. La población contemplaba el paso de las embarcaciones, primero con curiosidad, con temor luego. El día 11 corrió la voz de que un nutrido y fuertemente armado contingente de soldados de infantería había desembarcado en el litoral de Haina y avanzaba decidido hacia Santo Domingo.
Eran los hombres del temido corsario inglés Francis Drake, el “hereje luterano”. Los vecinos, aterrados, en vez de enfrentarse al enemigo desde sus posiciones estratégicas, sólo pensaron en huir. Pésimo fue el ejemplo de las máximas autoridades, muy especialmente del Presidente, Gobernador y Capitán General de la Isla, licenciado Cristóbal de Ovalle, quien escapó cobardemente remontando el Ozama para buscar escondite seguro. Por su parte, los defensores de la Fortaleza “se escabulleron por los desagües en declive al río” abandonando el recinto militar. Sólo un puñado de valientes enviados por los Oidores Juan Fernández de Mercado y Baltasar de Villafañe se atrevieron a salir al encuentro de los invasores, pero al cae su primera víctima bajo el fuego del enemigo desistieron de su intento de convertirse en héroes y retrocedieron para refugiarse en el ingenio La Jagua.
El espectáculo que mientras tanto se desarrollaba en la ciudad era dramático: hombres, mujeres, niños y viejos abandonaban precipitadamente sus hogares y marchaban sin más dirección que la que su instinto de conservación les indicaba.
Entre esa abigarrada muchedumbre caminaban –mejor dicho, corrían– unas cuantas religiosas vistiendo severos y pesados hábitos. Pertenecían a la congregación de las Dominicas, orden que residía en el monasterio de Regina Angelorum.
Desocupada la ciudad por sus habitantes, la entrada de las huestes inglesas fue un paseo triunfal por sus calles y plazas.
Sentaron sus reales en la Catedral y comenzaron a robar a manos llenas todo aquello que de valor encontraron a su paso, destruyendo, saqueando y terminando por incendiar una gran parte de los mejores edificios citadinos, especialmente las iglesias.
Sólo después que las autoridades españolas pagaran a los corsarios un rescate de 25,000 ducados, las tropas de Drake se retiraron. La ciudad quedó arrasada al concluir la ocupación que se había prolongado por un mes.
Y comenzó entonces el retorno de los que se habían escapado. Un trágico retorno que llenó de angustia y de tristeza los corazones de los habitantes de la urbe. Ruinas y cenizas fue lo que encontraron los atribulados vecinos de Santo Domingo al volver a sus casas No fueron más afortunadas nuestras pobres y asustadas monjitas del Regina Angelorum, quienes al llegar al monasterio sólo hallaron desolación, escombros, miseria… Sus cuitas nos las cuenta un documento inédito procedente del Archivo
General de Indias, cuya copia figura en la Colección del historiador César Herrera. Se trata de una información hecha en la Real Audiencia de Santo Domingo “a pedimento del convento y monjas del Regina Angelorum” solicitando ayuda de la Corona para levantar los destruidos edificios y poder atender a su mantenimiento. En nombre de la Priora y las religiosas formula la petición fray Tomás de Ayala, quien presenta seis testigos de calidad que declaran formalmente sobre los daños recibidos por la congregación dominica. El documento se inicia el 13 de junio de 1586 y se cierra el 25 del mismo mes y año.
Baltasar de Monasterio, Juan de Trejo, Luis de Consuegra, Juan Rodríguez Franco, Baltasar de Castro Maldonado y Juan Lebrón de Quiñones, los seis testigos, coinciden en declarar que las monjas del dicho convento, “como mujeres, salieron huyendo de él y anduvieron por los campos” llevando sólo la ropa que vestían.
En sus testimonios declaran, además, que saben que los ingleses “robaron, saquearon y quemaron el dicho convento de monjas” y se llevaron “toda la sacristía y aderezos y ornamentos de la dicha iglesia”, así como toda la ropa de las monjas.
Pobrísimas, sin medios para sustentarse, fue preciso que las religiosas se distribuyeran en las casas de parientes y vecinos honrados, donde por un tiempo las protegieron y alimentaron.
Con gran trabajo de limosnas, repararon un “rincón” del convento, donde se recogieron. Y allí vivían pasando mucho trabajo y escasez, “así de sustento ordinario como de casa y ornamentos”, cuando el Presidente y Oidores de la Real Audiencia enviaron a Su Majestad la petición de las monjas de que remediase con su ayuda y merced su extrema necesidad.
No constan datos en el documento sobre el número y los nombres de las religiosas dominicas que habitaban el convento de Regina Angelorum en enero del año 1586. Pero por una información de fecha 30 de mayo de 1584 sobre la precaria situación de este monasterio, se conoce que en esa fecha había en él 36 religiosas, además de “sirvientas y criadas”. (El dato aparece en el volumen I de la obra Noticias Históricas de Santo
Domingo, de Fray Cipriano de Utrera, p. 188).
Y lo más interesante de esta información es que incluye los nombres de las religiosas, empezando con el de sor Leonor de Ovando, que era a la sazón la Priora del convento. Como superiora del mismo aparece sor Ana Cáncer.
El documento está fechado un año y siete meses antes de producirse la invasión de Drake a Santo Domingo, lo que nos hace pensar que la ilustre poetisa sor Leonor de Ovando
pudo haber sido, al ocurrir el nefasto suceso, una de aquellas religiosas que huyeron despavoridas a través de los campos aquel 11 de enero de 1586, sin llevar consigo más equipaje que la pesada ropa que vestían.
Como carecemos de datos precisos sobre la fecha de la muerte de esta culta escritora, no podemos afirmar ni negar que sor Leonor de Ovando estuviera viva y al frente de la congregación cuando Santo Domingo sufrió el más feroz y calamitoso episodio de su historia colonial.

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