FRAY
RAMÓN PANE, DESCUBRIDOR DEL HOMBRE AMERICANO*
Versión
ampliada del que publiqué, con el título Ramón Pané o el rescate de un mundo
mítico, en Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, No. 3, (julio-diciembre
1985), págs. 2-8.
Fuentes: José
Juan Arrom. Fray Ramón
Pané. THESAURUS. Centro Virtual Cervantes. Año 1992. Tom. XLVII. Núm. 2. Págs.
337 a 353
Colón, buscando una ruta más corta para
llegar a las Indias, accidentalmente encontró unas islas desconocidas por los
geógrafos europeos. En el transcurso del
viaje describid el paisaje de las islas e instaló en ese paisaje a unos seres
exóticos a los que llamó indios.
En el siguiente viaje trajo consigo a un
fraile Jerónimo a quien ordenó que indagara las "creencias e idolatrías"
de aquellos extraños seres. El fraile, acatando el mandato, fue a vivir entre
los indios, aprendió su lengua, escuchó sus cantos y sus cuentos, y apuntó lo
que pudo de sus asombrosos relatos. En el proceso de sus pesquisas descubrió el
ser del hombre americano y rescató para la posteridad el fascinante mundo
mítico de los antiguos moradores de las Antillas.
La importancia de la extraordinaria
hazaña del fraile pasó casi inadvertida hasta hace unas dos décadas. Se sabía
que había entregado a Colón unos apuntes, conocidos por el título de Relación
acerca de las antigüedades de los indios. Pero al buscar el texto original,
sólo ha podido hallarse una defectuosa traducción al italiano, inserta en un
libro del cual hasta se puso en duda su autenticidad. Es más, ni siquiera se
sabía a ciencia cierra el verdadero nombre del fraile: ¿Román, romano, Román o
Ramón? ¿Pan, Pané o Pané? En tales circunstancias se prestó tan escasa atención
a lo que se ha conservado del estragado documento que un competente antropólogo
cubano, Ernesto Tabío, en 1970 resumió el estado de la cuestión en estos
términos:
El colector de la mayor parte de esos
mitos fue un religioso catalán que vino con Colón en su segundo viaje. Y Las
Casas... señalaba que tenía muy poca cultura y... además conocía poco la lengua
de los aborígenes. Para un hombre de ciencia racionalista le tiene que ser muy
difícil aceptar esta información que, de inicio, está viciada por muchas
dificultades (ERNESTO TABIO PALMA, El
aborigen cubano: nueva versión de un mundo viejo, Cuba Internacional, La
Habana, abril de 1970, pág. 47.)
Tabío tenía razón en cuanto a que los
problemas que el texto presentaba no eran pocos ni de fácil solución. Ahora
bien, en lugar de desecharlo por eso, lo que urgía era cambiar de algún modo aquel
estado de cosas para aprovechar en lo posible los informes que contenía. A ese
efecto se hizo necesario empezar por el principio.
En el principio fray Ramón Pané pues tal era el nombre del fraile -
desembarcó en la Española en enero de 1494
(Éstas y las demás noticias sobre la vida y la obra de Pané se han tomado del Estudio preliminar y las
notas de mi edición de la Relación acerca de las antigüedades de los indios,
México, Siglo XXI editores, 1974. La paginación corresponde a la 8a. ed.,
corregida y aumentada, México, 1988.) Primero fue a vivir en la
provincia de Macorís, habitada por los ciguayos, un grupo de indígenas que no
hablaban la lengua general. Al cabo de unos meses, percatándose de que debía de
realizar sus pesquisas entre los que hablaban la lengua predominante de la isla
- los tainos- en la primavera de 1495 pasó al cacicazgo de Guarionex. Con
Guarionex y sus súbditos convivió unos cuatro años, tiempo que le permitió
aprenderlo suficiente del idioma de sus informantes para llevar a cabo la tarea
que se le había encomendado. Hacia 1498 entregó al Almirante el cuadernillo en
el que había ido vertiendo a español lo esencial de los relatos míticos que
había escuchado en la lengua aborigen. El Almirante, o algún emisario suyo,
llevaron el cuadernillo a Sevilla. Allí lo leyó Pedro Mártir de Anglería.
Impulsado por la novedad de las
noticias, presurosamente trasmitió lo que más le interesó en una carta en latín
dirigida al cardenal Ludovico de Aragón, carta que se publicó en la primera de
sus De Orbe Novo Decades. En Sevilla también manejó el manuscrito fray
Bartolomé de Las Casas. En su afán de acopiar cuanta noticia pudiera servirle
en la noble tarea de defender la dignidad del indio, compendió lo que halló
útil para sus fines. Esos apuntes pasaron luego a formar parte, junto con
algunos comentarios suyos, de tres capítulos de su Apologética historia de las
Indias. Por último, el hijo segundo de Colón incluyó la Relación completa en la
Historia del Almirante don Cristóbal Colón por su hijo Fernando. Esta obra
quedó inédita al morir su autor en 1539, y siguió inédita pues en aquellos años
era sumamente dificultoso que se publicara en España lo que en el fondo era un
alegato en defensa de los derechos de su padre. Como se recordará, en esa época
estaba en pleno auge la campaña de difamación contra el Almirante, con el
evidente propósito de negarle los privilegios prometidos por la Corona en las
Capitulaciones de Santa Fe. En un clima político tan adverso, el manuscrito fue
llevado a Italia, probablemente por Luis Colón, nieto del Almirante, y
traducido al italiano por Alfonso de Ulloa. Esa traducción se publicó en
Venecia en 1571, pero después de esa fecha nada ha vuelto a saberse del
manuscrito de la Historia de Fernando, ni del original de la Relación de Pané
Si la traducción de Ulloa hubiera sido
modelo de fidelidad y esmero, se habrían evitado no pocos de los problemas que
presenta la obra entera. Pero no fue ese el caso. Son tan frecuentes las
inexactitudes, incongruencias y descuidos que aparecen en la obra de Fernando,
que por muchos años se pensó que fuese una superchería de Las Casas, o tal vez
de un autor contemporáneo de Fernando, Hernán Pérez de Oliva, cuya Historia de
la Invención de las Indias también se había perdido. Como ambas hipótesis han
quedado invalidadas por el hallazgo y publicación de la Historia de Pérez de
Oliva (HERNÁN PÉREZ DE OUVA, Historia
de la inuención de las Indias. Estudio preliminar, edición y notas de José Juan
Arrom, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1965.) de ahora en adelante me referiré
únicamente a la Relación.
Comencemos por consignar una noticia que
se desconocía hasta fecha muy reciente: Ulloa hizo la traducción estando preso
en una cárcel veneciana, donde falleció de fiebres malignas en 1570. Lo que
dejó de la traducción fue en realidad un borrador al que le faltaba una última
revisión para la cual no le alcanzó la vida. El inconcluso manuscrito fue
recogido por manos amigas y se dio a la imprenta, tal como estaba, en 1571. Es
precisamente de esa estragada versión que parten las ediciones y traducciones
que se han hecho posteriormente,
en las cuales se repiten, y con frecuencia se aumentan, las fallas iniciales.
Estos son los motivos que explican que
en el texto de la Relación se encuentren lagunas que el autor acaso pensó
llenar al acabar el trabajo; que haya lecturas festinadas de las voces tainas en
las cuales faltan unas letras, o se confunden unas con otras o se trastruecan. A
lo cual puede agregarse que Ulloa procedió a italianizar, a veces de manera
violenta, términos que no siempre han sido vertidos a sus correspondientes
formas originales al traducir el texto al español o a otras lenguas.
Veamos algunos ejemplos. Ulloa escribió
giutola en un contexto en el cual es patente que el original sería yuca; donde
copió conichi es simplemente el plural
de conuco; iobi son jobos; guanini e cibe
son, desde luego, guanines y cibas; cazzqbi es cazabe; las variantes
cimini y cimiche corresponden a ceníes. Otras veces las italizaciones son menos
transparentes. Apunta que los espíritus de los muertos volvían de noche a comer
de una fruta cuyo nombre da como guabaiza.
Bachiller y Morales pensó que esa fruta
fuese la guanábana. Pero Anglería explica: fructu nobis incógnito cotono simili
(fruta desconocida de nosotros semejante al membrillo), y la fruta que se
parece al membrillo, en forma, sabor y textura, no es la guanábana, sino la
guayaba. De igual modo, al espíritu de los indígenas, estando vivos lo llama
goeiz, término en el cual omitió la vocal final a: así completado daría goeíza,
o como escribe Las Casas, guaíza, que es la hispanización de wa- 'nuestro' e
ísiba 'rostro'; es decir, lo que caracteriza y distingue a las personas estando
vivas. En cuanto a topónimos en que se leyeron mal algunas letras sirva de
ejemplo Macorís donde debió decir Macorís. Y sólo tres ejemplos más, estos de
antropónimos. Caonabo, corrigiendo la confusión de la n y la u, y acentuando
debidamente, es Caonabo. El nombre de pila del fraile usualmente lo escribe
Román y en una ocasión Romano. Y al alcaide de la fortaleza de la Concepción lo
llama Giovanni di Agiada, que he visto traducido por Juan de Aguado, cuando su
verdadero nombre era Juan de Ayala (Todas
las correcciones han sido debidamente documentadas en las notas a la citada
Relación)
Si esto ocurrió con términos cuyas
inexactitudes pudieron haberse rectificado mediante una escrupulosa lectura, es
de imaginarse lo que sucedió con los nombres, poli silábicos y totalmente
extraños a impresores y traductores, de los seres mitológicos que se mencionan
en la obra. Baste indicar que uno de ellos, Basamanaco o Bayamanaco aparece
escrito de cuatro maneras diferentes, y que los del Ser Supremo y los de la
Madre de Dios, no obstante su prominencia en el panteón taino, han sufrido
tales alteraciones que resulta sumamente dificultoso lograr que coincidan las
grafías que de ellos han dejado Ulloa, Anglería y Las Casas.
Esos nombres contienen, empero, la
naturaleza, las funciones y los atributos que los indígenas les asignaban a sus
dioses. Es, por consiguiente, de suma importancia reconstruir en lo posible las
grafías originales, pues sólo así pudiera procederse al posterior análisis
estructural que nos revele sus más herméticos y recónditos sentidos.
A manera de ejemplos intentemos
desglosarlos del Ser Supremo y los de la Madre de Dios. Habiendo expuesto Pané
su propósito en el título y el breve párrafo que sirve de exordio a su
discurso, entra inmediatamente en materia en el segundo párrafo, que restaurado
y traducido dice así: Cada
uno, al adorar los ídolos que tienen en casa, llamados por ellos cemíes,
observa un particular modo y superstición. Creen que está en el cielo y es
inmortal, y que nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio, y
a éste llaman Yúcahu Bagua Maórocoti, y a su madre llaman Alabey, Yermao,
Guacar, Apilo y Zuimaco, que son cinco nombres {Relación pág. 3).
La extrema concisión de este apunte
llevó a Las Casas a parafrasearlo de la manera siguiente: La gente de esta isla Española tenían
cierta fe y conocimiento de un verdadero y solo Dios, el cual era inmortal e
invisible que ninguno lo puede ver, el cual no tuvo principio, cuya morada y
habitación es el cielo, y nombrándolo Yócahu Vagua Maórocon; no sé lo que por
este nombre quisieron significar, porque cuando lo pudiera bien saber, no lo
advertí (Relación, pág. 71).
El tono de poesía oral que se percibe en
estas exploraciones lingüísticas me lleva a indagar otros valores literarios
contenidos en la Relación. A ese fin volvamos al
título y al párrafo inicial del discurso. Restaurados y nuevamente traducidos
dicen así:
Relación de Fray Ramón acerca de las
antigüedades de los indios, las cuales, con diligencia, como hombre que sabe la
lengua de ellos, las ha recogido por mandado del Almirante.
Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la
Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante y virrey y
gobernador de las Islas y de la Tierra Firme de las Indias, escribo lo que he
podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios, y de cómo
veneran a sus dioses. De lo cual ahora trataré en la presente relación (Ed.
cit., pág. 3).
Tal vez haya sido pura casualidad que la
primera y la última de las palabras de este pasaje se an relación. De todos
modos, tanto la reiteración como el lugar privilegiado que ocupan al principio
y fin de lo acotado conllevan algo de vislumbre anticipatorio en nuestras letras.
Colón eligió, como se recordará, el diario y la carta como modelos retóricos
para comunicar sus insólitas proezas en las Indias. Pane escogió, acaso
inocentemente, el de la relación para reportarlas suyas entre los indios. El
término relación tiene, entre otros sentidos, el de "acción y efecto de
referí r" y el de "informe que un auxiliar hace de lo substancial de
un proceso o de alguna incidencia en él ante un tribunal o juez" (DRAE, s.
v.). Sin acudir a otras precisiones, basten estas para subrayar que Pane
refiere el resultado de sus pesquisas y lo entrega al Almirante en calidad de subalterno.
Esta fórmula legalista le permite valerse de un "yo" narrativo que
reaparecerá en el Lazarillo de Tormes y su larga progenie de picaros. Pane
comienza: "Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por
mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las islas...
escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios".
Y Lázaro empieza: "Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me
llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé Gonzales y Antonia Pérez, naturales de
Tejares, aldea de Salamanca". Y cabe recordar que el mismo modelo retórico
fue igualmente productivo en esta banda del Atlántico en algunas de las más destacadas
obras escritas en los siglos coloniales: si van de ejemplo las Cartas de
relación enviadas por Cortés al Emperador, y las festivas
observaciones tituladas El Lazarillo de ciegos caminantes... por Calixto
Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, escritas por Alonso Carrió de la
Vandera.
Cabe también traer a colación una obra
más cercana a nosotros. Me refiero a los Infortunios de Alonso Ramírez,
publicado en 1690 por Carlos de Sigüenza y Góngora. Empleando estrictamente la misma
fórmula, Juego de un párrafo a manera de exordio, la obra comienza: "Es mi
nombre Alonso Ramírez y mi patria la ciudad de San Juan de Puerto Rico... Llamo
semi padre Lucas de Villanueva... que era andaluz, y sé muy bien haber nacido
mi madre en la misma ciudad de Puerto Rico, y es su nombre Ana Ramírez".
Pero luego de esta inicial coincidencia, el autor acude a otro modelo retórico de
más añejas raíces en la narrativa hispánica: el de la. Peregrinatio vitae. Vale
consignar que ese modelo se había usado en América desde mucho antes: en la
Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, escrita en Lima en 1586 por JOSÉ DE ACOSTA,
obra que indebidamente se tuvo por simple biografía de un obscuro personaje de
la colonia cuando es, en realidad, una breve novela de viajes y aventuras (5 Vid. JOSÉ DE ACOSTA, Peregrinación de
Bartolomé Lorenzo. Edición y prólogo de José Juan Arrom, Lima, Petro Perú,
1982, y mi estudio Carlos de Sigüenza y Góngora: relectura criolla de los
Infortunios de Alonso Ramírez, en Thesaurus, Boletín del instituto Caro y
Cuervo, Bogotá, XVII, 1987,págs. 23-46.)
Con el loable deseo de poner orden en
aquel aparente caos, en 1907 Jesse W. Fewkes propuso una clasificación
tipológica de las referidas piezas7. Sus buenas intenciones tampoco han servido
para mucho en este caso. La simple ordenación por sus rasgos estemos sin
descodificar el mensaje de su lenguaje simbólico nada revela en cuanto a la
naturaleza y las funciones del ser que representan, ni sirve para apreciar
debidamente el arte lapidario del tallador taino.
Por otra parte, si acudimos a los
informes del ermitaño catalán, en el capítulo XIX puntualiza: "Los cemíes
de piedra son de diversas hechuras. Hay algunos que dicen... son los mejores
para hacer parir a las mujeres preñadas... otros tienen tres puntas y creen que
hacen nacer la yuca". Más adelante (capítulo XXVI) refiere que a estos
últimos solían enterrarlos en sus campos de labranza y regarlos con algún líquido
diciendo: "Ahora serán grandes y buenos tus frutos". Todo lo cual
Anglería confirma.
Llamando erróneamente ajes a la yuca de
que se hace el cazabe, escribe: "En las raíces de los ajes se veneran los
que son hallados entre los ajes, es decir, la clase de alimento de que arriba
hablamos.
Dicen que estos cemíes se ocupan de que
se forme aquel pan". Es patente que se trata de ritos agrícolas de
carácter propiciatorio, en los cuales la mágica presencia del cerní fertilizaba
la tierra y multiplicaba el rendimiento de las cosechas. Se ha señalado anteriormente
que el Dios Supremo, proveedor de la Yuca y Señor del Mar, se llamaba Yúcahu
Bagua Maórocoti. Habiendo descodificado sus nombres y funciones, sólo quisiera
añadir que este bondadoso numen de los tres nombres, representado en las piedras
de tres puntas, resume en sí los tres elementos primordiales que se armonizan y
conjugan en las felices islas de los tainos: tierra, mar y hombre.
7 (JESSE W. FEWKES, The Aborigines of
Puerto Rico and Neighboring Islands)
Son tan numerosos y conocidos los
ejemplares de trigonolitos que se conservan que ello me exime de referirme
concretamente a clarísimas alusiones a la naturaleza y las funciones atribuidas
a Yucahuguamá: peces, aves, tortugas, manatíes y otras manifestaciones de la
fauna marina; a ranas que anuncian la lluvia indispensable para los sembrados y
a reptiles destructores de plagas dañinas. Y sobre todo, a las extremidades
empleadas como medios de locomoción subterránea y a los impresionantes rostros
que se destacan en muchos de los más elaborados y mejor esculpidos.
Además, el lector podrá examinarlos en
el libro Mitología y artes prehispánicas de las Antillas en el cual he
reproducido y comentado algunos de los más sugerentes. ((JESSE W. FEWKES, Mitología y artes
prehispánicas de las Antillas, México, Siglo XXI, 1985. Nueva edición, revisada
y ampliada, México, 1989. )Pasemos a otro
caso que escojo por ser muy reciente
En la portada del número 20, 1987, del
Boletín. Museo del Hombre
Dominicano aparece un cerní que la
persona encargada del número describe en los términos siguientes:
Amuleto en piedra blanca de la isla de
Santo Domingo... Representa dos figuras humanas unidas. Los investigadores lo
han designado con varios nombres tales como: ídolo mellizo, ídolos gemelos,
amuleto siamés.
Amuletos similares a estos han sido
localizados en la región de Chalchaqui, Argentina y Ambrosetti los denominó
como 'amuletos para amor'. Otros autores lo consideran como la representación
del dios inca Huacanqui Carumi
Amuletos para el amor; representación de
Huacanqui Carumi. Tales postulados contribuyen a destacar la imaginación del
sabio argentino y la erudición del editor dominicano. Creo, empero, que a este
título le hubiera resultado más fácil - y más provechoso - empezar por Pane. Al
hojear la
Relación hubiera encontrado lo
siguiente: Y también dicen que ... en dicha cueva había dos cemíes, hechos de piedra,
pequeños, del tamaño de medio brazo, con las manos atadas, y parecía que
sudaban. Los cuales cemíes estimaban mucho; y cuando no llovía, dicen que
entraban allí a visitarlos y en seguida llovía. Y de dichos ceníes, a un llamaban
Boinayel y al otro Márohu (Cap. XI). Y si se hubiera detenido a leer las notas
al texto hubiera hallado
Que flomoye/ significa 'Hijo de Boina',
la Serpiente Parda o sea, por metaforización, 'Hijo de las Nubes Grises,
cargadas de lluvia' y Márohu equivalente a 'Sin-Nubes', es decir, Tiempo
Despejado.
Todo lo cual lo confirma Las Casas:
"lo que pudo este fray Ramón colegir fue que tenían algunos ídolos o
estatuas de las dichas ... Estas creían que les daban el agua, y el viento, y
el sol, cuando lo habían menester" {Apéndice, pág. 73 de la 8a. ed.).
En cuanto a los "amuletos similares"
localizados en la región de Chalchaqui, debo advertir que, sin ir tan lejos,
también se han hallado en las Antillas. Es más, existen dos series: una de los
ídolos unidos como los mencionados, y otra, igualmente numerosa, del más
necesario de los dos, el que daba las lluvias. He reproducido varios de los
especímenes más significativos en el capítulo 4 de la referida Mitología y
artes prehispánicas de las Antillas.
Por último, volvamos a las hazañas de
los cuatro hijos de Itiba Cahubaba. Habiéndolas comentado como discurso
narrativo de considerables méritos literarios, quisiera examinarlas como imprescindibles
fuentes etnográficas para interpretar dos obras maestras de la cerámica indo
antillana.
La primera de estas piezas es una vasija
efigie que se halla en el Museo del Indio Americano en Nueva York. El día que
la vi me acompañaba el entonces director de esa institución, Frederick J. Dockstader.
Al comentar yo que la vasija representa a Dominan Caracaracol, el héroe
cultural que había donado el fuego y el cazabe a los tainos, esbozó una sonrisa
de incredulidad. Al dar a conocer la referida pieza en su libro Indian Art in
Middle América la describe como "Humpbacked Clay Jdol" (ídolo
corcovado de barro), e informa lo que traducido dice así:
El aspecto caviloso del semblante de
esta figura acuclillada le imparte un aire que se aumenta con el poderoso
modelado. Es uno de los mejores objetos de barro procedentes de las Antillas
que se conocen... Y la extrema delgadez de las paredes hace de esta pieza un
asombroso tour de forcé en el arte de la cerámica. Se hallaba colocada sobre un
altar en una caverna donde la encontró Theodoor de Booy en 1916 (9. FREDERICK
J. DOCKSTADER, Indian art in middle America, Greenwich, CT. New York Graphic Society, 1964,
lám. 193.)
Las noticias en cuanto a las circunstancias
en que fue encontrada confirman la función religiosa de la imagen. Pero lo que
Deminá tiene en la espalda no es una joroba. Es
una tortuga: la tortuga que en el relato de Pane fue formada por el esputo que
su iracundo abuelo le lanzó a la espalda, y de la cual se gestó la nación taina
(V. láms. 56-58 de Mitología).
La identificación de la imagen de
Deminán permite proceder a lado un fragmento de vasija fortuitamente encontrado
en los fondos del Musée de l'Homme en París. El fragmento representa una cabeza
que posiblemente sea la de Itiba Cahubaba, la fecunda Madre Tierra, roturada
para que rindiese sus cuadruplicados frutos Oám. 54). Contribuye
a señalar una relación entre las respectivas efigies de la madre y la del más denodado
de sus cuatro hijos, la forma de los ojos, a manera de granos de café levemente
inclinados, diseño que no he hallado en ninguna de las imágenes que conozco de
otros seres míticos.
Para singularizarla como representación de la
Gran Paridora que ha muerto al dar a luz a los Cuatro Gemelos, obsérvese la
frente abombada, el rostro igualmente abultado y los labios tumefactos, señales
inconfundibles de que ha comenzado ya el proceso de descomposición después de
fallecida.
Ampliando el marco de estas pesquisas ha
sido posible comprobar que ese fragmento, fue parte de una vasija que obedece al
mismo modelo de voluminosos botellones femeninos, en los cuales la cabeza forma
el vertedero del recipiente. (Otro
ejemplo en Mitología y artes... láms. 52-53). No se trata, pues, de un
artefacto aislado, sino de un impresionante espécimen modelado como parte de
una serie de imágenes que representan al mismo numen.
Todas esas vasijas rematan en un extraño
objeto a manera de capacete o turbante en la cabeza de la figura. El lugar
prominente que ese objeto ocupa, su considerable volumen en relación al rostro
y la extrema atención prestada a los pormenores hacen pensar que no sería un
adorno cualquiera, sino un elemento esencial en la codificación del mensaje
simbólico que el ceramista ha querido expresar.
En el fragmento allí expuesto el objeto
referido lleva en el panel frontal y el dorsal incisiones en forma de sendos
trapecios.
Prosiguiendo la descodificación cabe
inferir que ese mensaje correspondería a la naturaleza cósmica de Itiba Cahubaba. Partiendo de ese postulado
asumamos que el lado superior de las incisiones
No hay comentarios:
Publicar un comentario