Rasgos
característicos de la raza hispánica y sus modalidades en Santo Domingo
Fuente consultada:
Guido Despradel y Batista, Obras. Tomos II. Archivo General de la Nación. Vol.,
LXXXVI. Año 2010. Págs...265-27. Publicado en La Nación, IX, 3.145. Ciudad Trujillo,
12 de octubre de 1948. (Compilado por el Prof. Alfredo Rafael Hernández
Figueroa.)
Nota:
Este trabajo del Dr. Guido Despradel y
Batista, fue publicado en el Periódico La Nación, IX: 3,145. Ciudad Trujillo,
12 de octubre de 1948
¿Cuánto de puro
hay en nuestra sangre? Al estudiar las modalidades de la raza hispánica
en Santo Domingo. El estudio de la etnografía ha sufrido modificaciones
fundamentales en los tiempos actuales. El concepto de raza ha variado mucho. En nuestro tiempo, al hacerse la división del género humano en clase o grupos, lo esencial
para realizar semejante clasificación no se deriva de la figura general
del cráneo, del color de la piel y de los ojos, del ángulo facial, etc. , sino
de las manifestaciones y cualidades psico-biológicas, las cuales metódicamente
ordenada constituyen el carácter de toda
metódicamente ordenadas constituyen el carácter de toda la colectividad humana formalmente situada en el
espacio y en el tiempo
Razas puras está
demostrado que no existen. Todos los
pueblos son mestizos. Y basado en éste principio de la moderna etnografía.
Altamira ha dicho que; “Estas mezclas de pueblos tienen importancia
grande para determinar la formación y el carácter del tipo español, dado que no
todos los hombres son iguales, ni psíquica ni espiritualmente”.
Los antropólogos
más destacados afirman que, cuando más
mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización.
Además, la acción del medio ambiente sobre los grupos humanos es un factor de
acción modificadora activo y decisivo.
Pero lo que es una realidad incontrovertible es: “Que los
grupos humanos constituidos históricamente en un territorio, cualquiera que sea
su composición antropológica, se ha
distinguido unos de otros por el carácter, la vocación el género de actividad,
las cualidades morales, las costumbres, etc.,
y en este sentidos se dice que el
pueblo francés es distintos del español
o del alemán, o del italiano, notándose que estas diferencias persisten a
través del tiempo y aun se acentúan, a veces.
Está claro que
al enfocar el estudio de las modalidades de la raza hispana en Santo Domingo,
es necesario tener muy en cuenta estos factores; la diferencia de edad en el
tiempo, pues ante la vida milenaria de España, nuestra colectividad apenes
ha alcanzado la adolescencia, y la situación geográfica del territorio que ocupamos, el
cual, rodeado colectividades también
adolescentes, está enclavado al margen de la tierra firme y en la
encrucijadas de mil rutas encontradas.
Nuestra isla fue
la primera en el Descubrimiento y en la Conquista. Pero ante la llamada prometedora de la tierra
firme, el explorador ansioso de
mundos y de riquezas, la fue abandonando
y olvidando, hasta llegar a convertirla
en una tierra de paso y en la despensa
de donde se provenía al
conquistador de tocino, de pan cazabe, de azúcar, de caballos y de negros
esclavos. Fue también la estación de aclimatamiento para el hombre que
iba para luchar contra el furor implacable de las selvas tropicales.
Fuimos hato, dehesa y trapiche; y sin
embargo, nos mantuvimos y supimos conservar, con un grado mayor de pureza que
muchos otros pueblos hijos de la Conquista, las esencias espirituales que
España volcó en la isla a santos, y hasta con displicencia.
Otro aspecto aún
más grave. Somos el único pueblo de
América, con excepción de México, cuyo caso es muy distinto, que
tiene como vecino otro pueblo de lengua, raza y costumbres apreciablemente
diferentes la nuestras.’
Con esta agravante inquietante y paradójica
compartimos un estado de inmediata vecindad en un territorio insular de
extensión relativamente pequeña, y frente a una masa
mayor numéricamente y de un coeficiente psico-biológico inferior al
nuestro.
Al seguir, con
detenimiento, nuestro proceso de formación
histórica, podemos afirmar que somos el pueblo más español de
Hispanoamérica. Nuestra separación de la
metrópoli fue sorpresiva y automática.
Nunca hemos conocidos prejuicios raciales por haber prácticamente desconocido
el doloroso estado de la esclavitud del
negro; además, el indio desapareció tan
fugazmente de nuestro medio racial y biológico, que el influjo de sus
existencia sobre nuestra propia formación se ha convertido en lejano rumor de
tiempos muy pretéritos. En cambio, en muchos pueblos de América aún está el
indio; en varios otros aún el negro
separado con demarcaciones precisas y en
otros la influencia de extraños y nuevos conquistadores ejerce
marcadamente su influencia.
Por ello, es
peregrino sostener que nuestra tierra
recibió a España, vivió en España y se
ha mantenido en España con legitimidad y firmeza. Prueba irrecusable de que
hemos sabido sostener en permanente función de vitalidad nuestras profundas raíces
históricas, son nuestras luchas
victoriosas contra toda acción de conquista intentada, en nuestro pocos siglos
de vida, por distintos pueblos exóticos, lejanos o cercanos.
Presentamos
ahora, de manera esquemática por supuesto, las modalidades de la raza
hispánica en Santo Domingo. Ante todo
sentemos la premisa de que el dominicano es un
hombre de pasión, pues si examinamos su aparente complejidad
psicológica, damos cuenta de que su vida sentimental predomina sobre la
intelectualidad y volitiva. El sentimiento de igualdad de todos los
hombres está hondamente arraigado en el alma del dominicano, lo que quiere decir que es humanista. De aquí se espontánea tendencia a la caridad y a
la hospitalidad, frente a propios y extraños, y su repugnancia ante todo lo que
signifique el propósito de querer
establecer catalogaciones raciales y sociales.
De su humanismo viene su propensión al personalismo. Parodiando a Madariaga,
se puede afirmar que en Santo Domingo es menester que se entable la
relación de hombre a hombre para que la acción prospere.
Individualista
es el dominicano, consecuencia de ello, su rebeldía y su asociabilidad. Además,
es imprevisor; ejemplo nos lo brinda
múltiples en su vida cotidiana. Es también desprendido. De esta última
cualidad de su carácter, su empeño por dar, ayudar y servir.
Muy hondas
raíces éticas tiene el sentimiento de ese amoralismo que han señalado los
autores como característico de la raza
hispánica, para que pueda en ese grado manifestarse en el pueblo dominicano.
Sin embargo, el dominicano es franco y espontáneo. Aunque respeta y sigue los principios fundamentales de
la moral, no se aferra a ellos con
intransigente rigorismo. Por eso decimos que, en lenguaje corriente, el
dominicano es amplio.
También el
dominicano, como el español, juzga las cosas y las gentes con un criterio
dramático, cualidad que como hemos escrito en la primera parte de este ensayo
es consecuencia del amoralismo. Quien observa el discurrir de la vida del
individuo dominicano se dará cuenta de cómo
él mira el desarrollo de los acontecimientos, tanto públicos como privados,
como si no tuvieran relación con los hechos y situaciones de su propia
existencia. Frente a ellos se comporta
como un simple espectador.
Nadie espera más
en la suerte que el dominicano para resolver sus múltiples problemas. Es
mesianista, y de ahí su ciega esperanza en la llegada salvadora de un
premio mayor de la lotería, para, como ha escrito, al referirse al español,
Madariaga, alcanzar el reino deseado del bienestar sobre la tierra.
La hombría la ha cultivado siempre el dominicano, y en su concepto del valor y de la dignidad
personal la confunde frecuentemente con el sentimiento del honor. Al dominicano
le atrae la lucha, el coraje y la valentía, de
aquí su pasión por la peleas de gallos. El sentimiento
metafísico del honor, no es para ser experimentado por su alma aún joven;
aunque desde su subconsciente una fuerza atávica lo empuja a defender, cuando la circunstancia
le exigen, “ el puntillo imperecedero de
su honra”.
Estos sentimientos, que podemos llamar
quintaesenciados característicos de la raza
hispánica, como el honor, el misticismo,
el trascendentalismo, ya hemos
dichos que están fuera de la esfera emotiva de nuestro espíritu, en cambio, otros sentimientos, que están dentro
de la esfera de estos que podemos llamar
primarios, son experimentados por el dominicanos de una manera interna y
permanente. Basta como ejemplo citar el
patriotismo que el dominicano siente,
con más ardor que ningún otro sentimiento.
Fantástico e
intuitivo es el dominicano. Lo primero es cualidad de los pueblos formados en
ambientes cálidos y de mucha luz;
lo segundo, es característico de
la manera de pensar del hombre de pasión. Acertadamente ha dicho Sainz,
que el dominicano * intuye, percibe, presiente, capta, mucho mejor que investiga y descubre”.
Moreau de
Saint-Mary, en su Descripción de la parte española de Santo Domingo, al referirse al lamentable estado en
el cual quedó la colonia después que
España la abandonó a su propia
suerte, dice: El criollo español, desde
entonces insensible a los tesoros de
todas clases de que está rodeado, pasa la vida sin desear una suerte mejor”
para más adelante añadir que “los
criollos españoles son bastante sedentarios., Saint-Mery escribió su obra para el 1790.
Proverbial es la desidia del dominicano. Madariaga, al
referirse a esta modalidad del carácter
español, emite estos conceptos “Indiferencia, pereza, pasividad, rostros
de la vida pasional que deja ir
tranquilamente rio abajo”. Y para
completar gráficamente la
demostración del origen de esta desidia
nuestra, transcribimos esta sugestiva escena que nos pinta Azorín en sus Siluetas de Argamasilla, la patria del sin
par Don Quijote.
“Hace tres siglos, en Argamasilla, comenzó a edificarse una iglesia, un
día, la energía de los moradores del pueblo cesó de pronto, la iglesia ancha,
magnifica, permaneció sin terminar, media iglesia quedó cubierta, la otra
media quedó en ruinas. Otro día, en
el siglo XVIII, pensase en que la vía
férrea atravesase por estos llanos, se hicieron desmontes; abriese un ancho
cause para desviar el río; se labraron
los cimientos de la estación; pero la locomotora n apareció por estos
campos. Otro día, más tarde, en el correr de los años, la fantasía
manchega ideó otro canal; todos los
espíritu vibraron de entusiasmo,
vinieron extranjeros, tocaron las músicas en el pueblo, tronaron los cohetes,
celébrese un ágape magnifico, se inauguraron soberbiamente las obras más los entusiasmos, paulatinamente
se apagaron, se apagaron , se disgregaron, desaparecieron en la inacción y en el olvido….¿Qué hay en
esa patria del buen caballero de la Triste Figura, que así rompe en un punto, a
lo mejor de la carrera, las voluntades
más enhiestas?
Y nosotros
preguntamos a la vez, ¿ no son estas escenas típicamente dominicanas--- ¡ Oh
España!.
En el
desenvolvimiento histórico de nuestra vida colectiva en muchas formas se ha
puesto de manifiesto, nuestro carácter
genuinamente español. Presentamos a grandes rasgos, algunos ejemplos:
La reconquista,
realizada por el muy español don Juan
Sánchez Ramírez, es las manifestaciones más categórica de nuestro deseo de permanecer dentro de nuestro legítimo entronque de la hispanidad.
Núñez de Cáceres, en su Independencia Efímera, no hizo más que repetir a una de
las tantas quijotadas peculiares a la
raza. Nuestro movimiento de Independencia en su agenesia y desarrollo también
confirma nuestra fidelidad a la herencia, que ostentamos con orgullo, que nos
ha llegado la Madre Patria
Juan Pablo
Duarte, el apóstol inmaculado, cuando regresó de su viaje a Europa, al
preguntarle al doctor Manuel María Valverde, que era lo que más le había
llamado la atención y agradado, fueros y libertades que espero darnos un día
a nuestra Patria. En el Baluarte se proclamó la República, y cuando los macheteros y lanceros que vivieron de las regiones
orientales con Pedro Santana, espíritu gemelo al de don Juan Sánchez Ramírez,
entraron en la ciudad capital, venían
gritando “ ¡Viva la Virgen María!. No gritaron vivas a la República, ni a la Libertad.
Y en el desarrollo
de nuestras guerras de Independencia dominaba el mismo espíritu. Las proclamas y los partes de guerra, terminaron
dando gracias al Dios de los ejércitos, invocando la grandeza de nuestra
religión, o con freces como esta:
Tributamos por
tanto al Dios, grande y omnipotente,
al Dios de los dominicanos, al Dios que con sus incomprensibles juicios se ha declarado protector y caudillo de nuestros
ejércitos, defensor de nuestros derechos y exterminador de nuestros adversarios, las humildes y rendidas gracias
que son debidas.
España nos legó su lengua y nos predicó la religión del Evangelio. La lengua
la hemos amorosamente conservado más pura que otros pueblos de Hispanoamérica,
la fe en nuestra religión, nada ni nadie la
ha podido arrancar de nuestros corazones. Lengua y religión no
constituyen características raciales
ellas realizan entre los pueblos una
comunidad de vida y de civilización, mayor, en el concepto de Altamira, que la analogía o identidad de los caracteres
antropológicos de razas.
Terminaremos
repitiendo la inspirada invocación de
don Juan Montalvo. ¡España, España! ¡Cuánto de puro hay en nuestra sangre, de
noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento de ti lo tenemos, a
ti te lo debemos
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