Discurso
pronunciado entre las ruinas de la Concepción de La Vega, lugar denominado hoy
Pueblo Viejo, el 12 de octubre de 1892. Al fijar allí una lápida conmemorativa
del Descubrimiento de América. Pronunciado por Monseñor Nouel.
Haber
venido, señores, a colocar una inscripción conmemorativa sobre estos escombros
cuatro veces seculares y ejercéis con ello uno de los actos más trascendentales
para la historia de los pueblos. Porque, ¿ no han sido siempre las ruinas
esos libros sagrados que sirven para transmitir
a las generaciones que se sucedan la historia d las generaciones que pasan?.
¿Cuál
de nosotros hubiera podido jamás formarse una idea exacta de un juego de gladiadores si no existieran
las todavía las descripciones y las ruinas misma del Circo Máximo? Y si no
existieran estos escombros, como tantos otros en nuestra isla, ¿cómo pudiéramos
rectificar los errores que a cada paso encontramos en los historiadores. Y que
las pasiones, el interés a la ignorancias de los contemporáneos , amontonan siempre para oscurecer la verdad de los
acontecimientos?.
Habéis cumplido, pues, con una necesidad ineludible para nuestros añales, al mismo tiempo que
rendís pleito homenaje al hecho
portentoso y civilizador que representan estas piedras augustas. Rocas m
veneradas que nos recuerdan todavía el triunfo de la verdad y de la ciencia, y
la difusión de la doctrina que se predicaba. Ciencia, Civilización y
Doctrina que ennoblecen estas ruinas y que las hacen mucho
más acreedoras a la conservación y al respeto que tantas otras, que no
representan sino la depravación, el despotismo o la barbarie.
Y
la verdad, señores, subamos a las gigantescas Pirámides que dominan el Nilo;
contemplemos esas enormes montañas de
piedra que parecen como avanzadas del desierto para desafiar todos los
elementos; y si bien es verdad que
admiraremos en ellas las perfecciones de las líneas, lo proporcionado de
su descomunal grandeza, lo elevado de su
mole, en fondo no descubrimos más que
el servilismo de un pueblo o el despotismo de los reyes
Sentémonos
a meditar sobre las ruinas de Nínive o
Babilonia, de Menfis o Cartago; y después de haber evocado los recuerdos de sus
hermosos jardines colgantes, de sus
anchas y bellas avenidas, la premiosidad de sus grandes tesoros y la avasalladora
potencia de sus bajeles apartamos la
vista para no tropezarnos también con su
depravación y con sus vicios.
Recordad
las elegantes columnas de Corintio y los majestuosos pórticos de Atenas; pero
no olvidéis que esos pórticos y aquellas columnas fueron bañados con la sangre
inocente de cuarenta mil esclavos, sacrificados para celebrar la victoria sobre
los dacios, en el brevísimo espacio de una semana.
Penetrad,
si queréis, en la ciudad de las sietes colinas, y aunque es forzoso confesar que
es cuna de Grasos y
Escipiones, y que entre los fragmentos de su Foro deshecho repercute
todavía la palabra fascinadora y
elocuente de Marco Tulio; nos asfixiamos por el vapor pesado
y sofocante que despide aquella tierra ennegrecida por los coágulos de
sangre que hicieron derramar sus Nérveas
y sus Nerones, sus Heliogábalos y sus Calígulas.
Las
piedras del Anfiteatro Flavio no nos recuerdan más que la degradación de un pueblo o la injusticia,
o el vicio, cubierto con el brillante ropaje de la ostentación y de la opulencia; mientras que
los escombros que ahí tenemos,
señores, nos representan la idea grandiosa de la fraternidad
Allá,
aparece en la arena una horda de gladiadores que van a ser devorados por las
fieras; aquí, un ejército de misioneros que vienen a predicar la paz y la
civilización, la vida y el amor.
Allá,
desfilan unos cuantos, y, Ave Cesar-
exclaman-, los que van a morir te saludan”; mientras que aquí, Las Casas, Córdoba
y Montesino, Ave, oh pueblo,-repiten tú que va a perecer, ya no
morirás”
Allá,
unos cuantos vítores a César, porque regresa de la Galia con sus águilas triunfantes
y sus legiones invencibles; aquí un concierto universal para saludar el
complemento del planeta.
Colocad,
señores, esa lápida, y colocadla en nombre de la ciencia agradecida; en nombre
de la medicina y la botánica, que descubrieron
en nuestras selvas vírgenes plantas inapreciables, en nombre de la
geografía, que acrecentó el catálogo de sus mares, la nómina de sus ríos,
de sus mares, el número de sus montañas,
de sus volcanes y de sus lagos; en nombre de la zoología, que se enriqueció con
nomenclaturas de series de animales desconocidas; en nombre de la astronomía,
que ensancho su horizonte y descubrió nuevas constelaciones; en nombre de la
lingüística, que encontró nuevos sonidos;
en nombre de la arqueología, que desenterró nuevas ruinas; en nombre de la náutica, que
recorrió nuevos desconocidos piélagos
Colocadla
en nombre de la fraternidad universal, que extendió sus dominios y finalmente,
en el nombre sacrosanto de la joven América, que surgió a nueva vida, a la vida del cristianismo, el cual cambio sus
costumbres, a la vida de la
civilización, que destruyo su barbarie, y a la vida de la unión, que hermanó al
viejo mundo.
Nota;
Este discurso fue pronunciado ante los elementos intelectuales más destacados
del Cibao, quienes se dieron cita en el
histórico lugar; y fue pronunciado de
nuevo por la noche del mismo 12 de
octubre en el Teatro La Progresista de
la ciudad de La Vega, repetición que fue
pedida por la muchedumbre que allí se consagraba, ante grandes ovaciones. En esa época era el Dr.,
Nouel Vicario Foráneo de aquella provincia.
Fuente: Gaceta Cultural, órgano del
Instituto Vegano de Cultura, de la ciudad de la Concepción de La Vega,
septiembre-octubre 2008, año 4 (Segunda Época) No. 19, una recopilación por el
Ing. César Arturo Abreu Fernández. Pps. 2 y 3
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