Fuente;
conferencia pronunciada por Marino Lebrón Saviñon, en el acto que la Asociación de
Intelectuales de América, en agosto de 1949, celebró la Restauración de la República Dominicana ,
Buenos Aires, Argentina, agosto de 1949.
“Ningún
pueblo del orbe más belicoso que el
dominicano”, apunto en su conocida Historia de América el distinguido
historiógrafo español don Nicolás de Estevánez. Imponente verdad que hoy viene
a mis recuerdos, cuando es este “Circulo de Intelectuales” se evoca la Restauración de mi
patria. Es una Isla pequeña, lucero en el Caribe, íntimo y hermoso, con el
prestigio de un clima maravilloso y el legado de un Sol de encantos.
Pero esa
tierra, pequeña y bella, otrora foco irradiador de la luz a todo el continente,
como una reina altiva, magnifica y serena, lleva en su frente soberana corona
de gloria, porque más de mil veces, pasto de codicias e imán de desenfrenadas
ambiciones, se estremeció al peso oprimente
de la exótica invasión, pero surgiendo más pura y noble, cuando más al polvo la quisieron hacer rodar.
Es que hay pueblos que surgen a la vida con el
gigante esplendor de un magnifico destino. Es porque da hombres que, como
aquéllos legendarios de los grandes poemas, fatigan los clarines de la gloria.
Tal el
nuestro. La
República Dominicana , es
digna de un pedestal en cada corazón, porque, amorosa de la libertad, se
empino sobre la cumbre de Bolívar,
ascendió la cima de San Martín, y
lanzando su mirada luminosa sobre el dilatado horizonte de sus rutas, desplegó
sus alas poderosas hasta el azul sereno donde el cóndor caudal de la leyenda quiso encumbrar su regio nido.
En sus playas
rodó el inglés cuando al empuje arrollador de Juan de Morfa y Damián del
Castillo, se frustraron los planes del
férreo dictador que un día hiciera rodar la empinada cabeza de un monarca.
Y en Palo Hincado los franceses probaron
el acibarado licor de la derrota cuando Juan Sánchez Ramírez venciera a las
triunfantes huestes con que el corso
inmortal quiso plantar sus estandartes victoriosos en la tierra feraz de las Antillas.
Y un 27
de febrero en 1844, nació a la vida de
los pueblos libres, cuando Sánchez y Mella, los discípulos de Duarte, el
Inmaculado, proclamaron la separación
del pueblo haitiano.
Más La
traición, que siempre está en acecho, no dormía. Y un día, el 18 de marzo de 1861, la patria
bien amada se encontró conducida por el
cayado de exótico pastor. Era España, que recibía el premio de su integridad
para su hija primogénita, con vítores a la
reina Isabel II, y
enarbolándose, ¡oh irrisión!,
en el mismo baluarte donde afana tremola nuestra enseña tricolor, la bandera española
¿Qué
estremecimiento de honor, qué grito poderoso surgió entonces de la enlutada
entraña de la Patria ?
La Patria estaba herida, más
no muerta, que apenas que apenas a mes y medio del día trágico, se levantó el
pendón de la revolución. Ahogado en
sangre el temerario intento, el exacerbado
patriotismo responde una vez más, para el sacrificio de una legión de
héroes, quienes, con su sangre, van a postrarse al templo de la Fama.
Y el
momento fatal llega. Dejadme, amigos de
América, en esta hora de amor evocar la figura de Francisco del Rosario
Sánchez, ese glorioso paladín, héroe de
nuestra Independencia, que proclamara, enfático y gallardo: “Yo soy la Bandera Nacional ”;
dejadme evocar, rota mi alma por el
dolor, el martirio de ese abnegado paladín,
que al morir agigantó aún más su
elevada estatura de héroe americano.
Cuando al
destierro forzoso del héroe llegaron
los lamentos de la patria
esclavizada, sintió una profunda desgarradora de angustia, y el hombre que años antes dieras el grito de Independencia,
se apresuró a regresar a proclamarla libre de una vez más. Pero el dragón del crimen no dormía. Estaba sobre
su cumbre maldita en actitud de acecho.
Traicionado
el héroe, fue vendido, y juzgado y condenado a muerte. El martirio fue. Y el
hombre que en el juicio proclamara para
sí toda
la culpa, junto con un grupo de
patriotas, que no quiso abandonarlo en la hora del peligro, cayó frente al
piquete de fusilamiento, envuelto en la bandera.
Ha caído el
héroe. Fueron balas ciegas. La pólvora
frenética ardió con medio, la tierra
generosa recogió su sangre. ¡Ah, señores! ¡Vano afán el de ese crimen! Se quiso apagar con un crimen la Libertad. Pero ,
¿es que
sangre tan alta en vano? No, no,
no. En los campos de la patria ha de rugir el tremendo león de las batallas.
Nuevos
nombres se erguirán sobre pedestales de fama. Santiago, Puerto Plata, Moca, como otrora Numancia,
Sagunto y Zaragoza, arderán y,
convertidas en ruinas, alejarán atónitas
las huestes españolas. Monción, Pimentel, Salcedo y Luperón, el tremendo
centauro de las batallas, serán gigantes, que entres ruinas y sobras, fatigarán sin término a la Historia.
Sobre la sangre de los mártires del Cercado
levantará la patria sus laureles. Y es que la sangre del héroe es abono
fecundo. Es sangre que se levanta en
montaña, rueda por los ríos de causes tumultuosos, se precipita en alud; corre, terrible y encendida; busca la red de nuevas venas; ruge y canta. Canta, canta… Sánchez cayó
para que se levantara, inmortal y grande, la patria
herida. Todavía un poeta. Eugenio
Perdomo, ha de seguir sus huellas.
Pero el héroe
del Conde, el mártir del Cercado, sigue alentando. Él era la bandera, y ondeó
en Capotillo, ardió en Santiago, acarició la
frente de Luperón: ¡ No se ahoga con un crimen la Libertad !. Allí está.
Mirad nuestras hermosas realidades de hoy. Patria ubérrima y grandiosa la mía.
Mirad, amigos de América, mirad sus erguidas
cimas; oíd el canto de sus poetas, el rumor de sus fuentes, la danza de sus
espigas el llano de sus niños, el vagido de amor de la maternidad feliz.
Allí está mi patria, en el Caribe;
corazón geográfico de América. Allí está mi patria, grande y sola y rica, contra el huracán, contra la furia de los odios; limpia y pura a la sombra de las
indiferencias; tierra de promisión, puerto abierto al amor y a las grandezas.
En cada pecho un santuario Señores:
Dejad
que se quiebre mi voz. No no llega la
palabra oportuna. Nuestros héroes están más altos que la gloria. Los mártires
de la libertad americana algún día
hablaran con Dios.
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