El bohío dominicano: de lo
real a lo simbólico Ponencia
presentada en el Encuentro Internacional de Arquitectura Popular en el Medio
Rural: las Casas Pajizas, celebrado en Pinolere, La Orotava , Tenerife,
Canarias, España, durante los días 31 de octubre al 3 de noviembre de 2002.
Evolución del
bohío a través de la historia de Santo Domingo
Por
Walter Cordero**( Miembro correspondiente de la Academia Dominicana
de la Historia. )
Fuente:
Revista CLIO. Órgano de la Academia Dominicana
de la Historia. No , 165-05. Año 2003. Pág.
103-128
Estaba representado por dos tipos de construcciones, uno
redondo de palos parados o verticales llamado caney, muy resistente a los
vientos y otro cuadrado, de dos aguas y con más aposentos o piezas. Este último
era habitado por los caciques y otras gentes de cierta jerarquía en la sociedad
Al referirse a la vivienda aborigen, Gonzalo Fernández de Oviedo indicó que el
bohío de los taínos indígena. Ambas viviendas se hallaban recubiertas de pajas
obtenidas de diversas variedades de palmas y gramíneas. El cronista añadió que
este último material era de carácter decorativo y que ya en su época se iba
extinguiendo por destinarse a la alimentación de animales (Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia general y natural de las
Indias, Tomo I. Madrid, Ediciones Atlas, 1959, p. 146 (Biblioteca de Autores
Españoles).
Al hablar de este tipo de vivienda, Las Casas destacó la
consistencia y belleza del caney. Este tenía forma de campana, y constituía un
habitáculo colectivo ya que, según dijo, albergaba entre 10 y 20 personas o
más. En referencia a su precio, narró que un español vendió a otro uno por
seiscientos castellanos o pesos de oro, y que cada vivienda podía valer
“cuatrocientos i cincuenta maravedíes”. (Bartolomé
de las Casas. Obras Escogidas, Tomo I. Madrid, Ediciones Atlas, 1957
(Biblioteca de Autores Españoles).
Durante casi cinco siglos, el bohío constituyó el albergue
común a los indígenas, españoles, africanos, así como también al híbrido étnico
criollo, resultante del entrecruzamiento genético y cultural de aquellos en el
territorio dominicano.
Pero, obviamente, las casas descritas por los cronistas españoles
al inicio de la colonización evolucionaron en sus diseños y materiales de
construcción.
En los tiempos de miseria colonial comprendidos entre finales
del siglo XVI y la segunda mitad del XVIII, la vivienda tendió a ser tan
precaria como la propia inseguridad de la vida rústica y difícil del hatero y
del esclavo. La casa rural devino más pequeña y a los materiales existentes se
les añadieron barro, estiércol de res y tablas de distintas maderas duras.
En 1717 Pierre de Charlevoix estimó la población de la parte
española de la isla, ya dividida en dos colonias, en 18,410 almas. Y afirmó, en
referencia a la situación de estos habitantes, que
“(...) nada es más pobre
que esos colonos: excepto la capital, donde quedan todavía varios palacios y
mansiones, que se resienten verdaderamente de su antiguo esplendor; por donde
quiera en otras partes no se ven sino chozas y cabañas, donde apenas se está a
cubierto”
(Pierre de Charlevoix. Historia de la Isla Española de
Santo Domingo, Tomo I. Santo Domingo, Editora Santo Domingo, 1975, p. 385
(Sociedad Dominicana de Bibliófilos).
Al parecer, este sombrío panorama adquirió otro matiz en la
segunda mitad del siglo XVIII. En esa época, la producción ganadera halló
salida hacia el lado francés –más próspero por sus plantaciones de gran
rendimiento– con lo cual mejoró la situación económica de los hateros y
hacendados. También en ese tiempo surgieron nuevas poblaciones y se refundieron
otras, gracias principalmente a la inmigración canaria.
Según la versión que ofreció Sánchez Valverde, en 1780:
“(...) se veía la Capital reedificada en la
mayor parte con edificios de mampostería y tapias fuertes, de que se habían
hecho calles enteras. El resto estaba poblado de buenas casas de madera,
cubiertas de yaguas, bien alineadas y bastantemente cómodas y capaces (...)”.(Antonio Sánchez Valverde. Idea
del valor de la Isla
Española. Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1947, p. 133.)
Es decir, de bohíos donde residía una proporción indeterminada
de la población de Santo Domingo. En la ruralía, los efectos benéficos del
realce económico de estos años son notorios por el número y condición de los bohíos
en tinglados de algunos hateros, registrados en los protocolos notariales de
Bayaguana e Higüey. Para esa misma época y en años posteriores, la gente común
del campo, representada por pequeños criadores, libertos y esclavos, seguía
viviendo mayormente en habitáculos rústicos y antihigiénicos. De hecho, en
referencia a esta casa, los
Inventarios de bienes la describían desprovista de puertas
y la llamaban peyorativamente bohichuelo, estimada para fines de compra y venta
por debajo de la cotización atribuida a un burro.
En 1851, Schomburgk contrastó la exhuberancia de la naturaleza
y fertilidad del suelo con la pobreza del campesinado tabaquero residente
en el vado comprendido entre el río Camú y La Vega , cuyos bohíos eran
“(...) de apariencia
miserable y no superiores, en lo referente a comodidad y protección contra los
elementos de la naturaleza, a las que encontré entre los indios salvajes de la Guyana ”.( Sir Robert Schomburgk. “Relación de un viaje a las
Provincias del Norte y a la
Península de Samaná”. En Bernardo Vega y Emilio Cordero
Michel (eds.), Asuntos dominicanos en archivos ingleses. Santo Domingo, Editora
Corripio, 1993, p. 14. (Fundación Cultural Dominicana).
Este mismo autor también refirió la decadencia que en la
fecha indicada padecía Monte Cristy, la cual era una aldea dotada apenas con 22
bohíos.
Durante el último cuarto del siglo XIX, la transición productiva
hacia la agricultura de exportación le confirió gradualmente mayor estabilidad
social al campesinado dominicano. Cabe recordar que nuestro país –a diferencia
de lo que ocurrió en Cuba y Puerto Rico– tuvo una economía rural muy
diversificada y un crecimiento demográfico mucho más lento y tardío. Salvo la
llanura oriental, donde el acaparamiento del suelo por los ingenios azucareros
impidió el avance del campesinado independiente, en la mayor parte del
territorio dominicano la agricultura evolucionó en base de pequeñas y medianas
explotaciones agrícolas que fijaron durante generaciones a gran parte de la
población en el campo si bien bajo condiciones de vida modestas y precarias.
En el Cibao, el tabaco y más tarde el cacao, el café y
otros productos agrícolas alimenticios impulsaron las actividades comerciales y
dinamizaron el crecimiento poblacional en la zona más rica del país. En el sur,
la pequeña producción azucarera, el café, los rubros alimenticios y la crianza contribuyeron
de diversas formas a asignarle un nuevo perfil a la zona rural de esta región.
En consecuencia, en esta fase el bohío campesino se amplió numéricamente,
mejoró en ciertos casos su condición material y arquitectónica y reafirmó su papel
como epicentro de la convivencia familiar y social.
Pero, como anoté anteriormente, el bohío no era la respuesta
habitacional solamente para la población rural.
Todavía al cierre del XIX y en las décadas subsiguientes
este era también la vivienda más extendida en el país en las zonas urbanas.
Según afirma un autor consultado, en 1880 en las principales calles de la
entonces villa de San Carlos, “solamente existían bohíos fabricados de tablas
de palma con techo de yaguas”. (M. A.
González Rodríguez. “Apuntes y recuerdos de San Carlos”. Clío, Año XXIII, Nº
104. Ciudad Trujillo, julio septiembre de 1955, p. 133 (Academia Dominicana de la Historia ).
Igualmente, en
opinión de Francisco Veloz, comerciante capitaleño que escribió sobre el barrio
capitalino de La
Misericordia , en 1894 este conglomerado tenía más de 300
bohíos. (Francisco Veloz. La Misericordia y sus
contornos (1894-N1916), 1ª ed. Santo Domingo Editora Arte y Cine, 1967, p.
216.)
Por otra parte, algunos datos estadísticos dispersos indican
que, en 1893, Santo Domingo contaba con 907 bohíos de yagua; San José de Ocoa,
164 sobre un total de 181 viviendas. Un lustro después, en 1898, en La Vega fueron registrados 597
bohíos techados con yaguas dentro de un total general de 793 viviendas
empadronadas en un censo levantado ese año. A su vez, Santiago tenía en esa
misma fecha 1,510 bohíos de yaguas de un conjunto de 2,047 viviendas; en 1910,
la cifra ascendió a 1579 bohíos. Por último, en 1909, Baní apenas tenía 60
casas de zinc y 30 de tejas frente a sus 465 bohíos techados de cana. (Por otra parte, algunos datos
estadísticos dispersos siglo de vida ocoeña, Vol. I. Santo Domingo, Editora
Amigo del Hogar, 1970, p. 99; Mario Concepción. La Concepción de la Vega. Relación
Histórica. Santo Domingo, Editora Taller. 1981, p. 130 (Sociedad Dominicana de
Geografía, Vol. XVI); Ayuntamiento de Baní. “Resultado del Censo”. Baní, Libro
de Actas del Ayuntamiento, 5 de abril de 1909. )
En 1935 casi todos los habitantes del país se guarecían de
los elementos bajo casas de paja. Para entonces teníamos 234,289 bohíos de un
conjunto habitacional ascendente a 301,834 viviendas, o sea, el 78% del total
existente. De ahí que, en el caso dominicano, por lo menos hasta bien entrado
el siglo XX, es difícil enfocar el bohío sin referirse a su presencia urbana.
Por supuesto, la mayor parte de las casas censadas ese año correspondían al
campo, que acogía el 82% de la población entonces existente que totalizaba unas
1, 479,417 personas. (Dirección General de Estadísticas. Anuario estadístico de
la República
Dominicana , 1939, Tomo I. Santiago, Editorial El Diario, 1940
(Véanse informes correspondientes a La Vega , p. 174; San Juan de la Maguana , p. 94 y Duvergé,
p. 101).
Para dar una idea más detallada de la situación a nivel local,
una provincia tan importante como La
Vega sólo tenía 4,721 casas frente a los 26,651 bohíos y
ranchos que agrupaban el 81% de todas sus edificaciones, incluyendo las que no
eran clasificadas como viviendas.14 Muy distante del Cibao, en la pobre
demarcación fronteriza de Duvergé, 2,125 bohíos y barrancones de yagua y cana
con piso de tierra representaban el 96% de las viviendas habitadas.15 En tanto que
en la fértil común de San Juan de la
Maguana , las gentes también vivían mayoritariamente en la
vivienda universal de los dominicanos de entonces.
En ese tiempo, el que luego sería el granero del sur, sólo
tenía un edificio, 253 casas y 9,246 bohíos y ranchos, de los cuales 5,656
estaban construidos en tejamanil (tierra y estiércol) y apenas 20 de
concreto.16 Salvo los casos excepcionales de las tres principales ciudades
(Santo Domingo, Santiago y Puerto Plata), el bohío se enseñoreó en las ciudades
del país hasta los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Durante esas
décadas, la economía dominicana logró un notable avance en su producción
interna y exportable así como en la industria sustitutiva de importaciones.
También, aunque en forma moderada, se incrementó el nivel
de empleos y los salarios, sobre todo en la industria azucarera. Además, la
dictadura trujillista contuvo rígidamente la migración interna en un esfuerzo
por limitar el crecimiento urbano y emprendió algunos proyectos de viviendas
populares y para los sectores medios. Todos estos factores influyeron de algún
modo en el retroceso numérico del bohío en ciudades como Santo Domingo y
Santiago de los Caballeros.
En la zona rural, por el contrario, dicha construcción reafirmó
su condición de vivienda más representativa de la identidad campesina dominicana.
Este fenómeno estuvo asociado al proceso expansivo de la producción agrícola y
del campesinado durante el régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo, así
como a la ya mencionada coerción de que se valió dicho gobierno para retener la
población en el campo, disponiendo, incluso por decreto en 1953, la prohibición
del éxodo rural hacia los centros urbanos.
Este acorralamiento de la población en el ámbito rural comenzó
a fragmentarse a mediados de los años cincuenta, cuando la dictadura celebraba
con mayor alborozo su primer cuarto de siglo. Para entonces, la expansión de la
frontera agrícola se agotaba y la depresión de los precios internos por los
pesados gravámenes existentes desalentaba al productor rural a permanecer
vinculado al terruño. Adicionalmente, la disponibilidad de materiales de
construcción para levantar y mejorar los bohíos se había convertido, en ciertos
casos, en una actividad furtiva, por la merma del bosque y las disposiciones
legales que desde los años cuarenta regulaban estrictamente la tala forestal.
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