sábado, 21 de marzo de 2015

Tres Textos Proféticos

Tres Textos Proféticos

Por
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14 marzo, 2015 2:00 am

14_03_2015 Areito 14 marzo Areíto5
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Lo que sigue es un fragmento del prólogo escrito hace veinte años (1995) al libro José Martí en la política y el amor cuando todavía no se vislumbrada, ni por asomo, lo ocurrido recientemente entre la Casa Blanca y La Habana. Este texto me trajo no pocas malquerencias entre la izquierda dominicana que coleteaba todavía con pujos mediáticos, no obstante la caída del muro de Berlín y del socialismo soviético; pero también en el exilio cubano recalcitrante de Miami.
Solo encontré comprensión en algunos intelectuales cubanos de la segunda generación, quienes incluso me ayudaron a circular la obra en una librería de New Jersey, mientras estuve en Nueva York, de 1996 a 1997, como profesor en Manhattan College. Cuando el ex miembro de la CIA Brian Latell publicó su libro “Después de Fidel. La historia secreta del régimen de Castro y quién le sucederá”. Bogotá: Norma, 2006, donde señalaba a Raúl como el sucesor, me dije que mi prólogo estaba más que justificado.
En las próximas entregas me referiré a los otros dos textos y sus consecuencias histórico-políticas.
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En 1985, cuando comienza el proceso de desintegración de los regímenes de partido único, instaurados muchos de ellos por el paneslavismo soviético, expuse ante algunos amigos la siguiente herejía: Dada la gran concentración de poder y control absoluto que tiene Fidel Castro de todos los resortes de la vida cubana al cabo de 26 años de revolución, y dado el hecho de que este tipo de dictadura es radicalmente distinto al de las dictaduras de derechas como las de Trujillo, Somoza, Stroessner, Duvalier y otras similares que han asolado la historia latinoamericana, el único que puede, en este proceso de apertura (“perestroika y glatnoz”), devolver la democracia a Cuba por la vía de un capitalismo “sui generis” es Fidel Castro, quien deberá obligatoriamente incorporar elementos de conquistas sociales de su llamado socialismo y deberá abrirse poco a poco a la economía de mercado en base a la competitividad.
En estos diez años que van de 1985 a 1995 he seguido el desenvolvimiento del proceso cubano y todas las medidas adoptadas por el régimen de partido único apuntan a la confirmación de mi herejía[1].
En esa situación, debemos olvidarnos, en este mundo de los negocios y los intereses políticos, de dos posiciones radicales: la primera, la de los Estados Unidos y el exilio cubano de querer derrocar por la violencia externa al régimen cubano y la otra, la de la ortodoxia revolucionaria que afirma que Cuba –en las condiciones actuales de traición al socialismo– será socialista hasta la muerte. Tales declaraciones son poses de Fidel y su entorno para consumo interno, y dirigidas a anestesiar a los enemigos a muerte de una vuelta al capitalismo.
Una vuelta de Cuba a un tipo de capitalismo con ingredientes socialistas colocaría competitivamente en una situación embarazosa a muchos países del Caribe y América Latina en áreas como el turismo, las zonas francas y otros sectores de servicios como salud y educación e, incluso, en aspectos de la producción industrial.
La posición dogmática de los Estados Unidos sirvió durante 30 años como la gran excusa de Fidel Castro para no emprender ninguna reforma orientada a resolver el problema industrial y del hambre en Cuba. Al contrario, al líder cubano le vino tal posición como anillo al dedo para crear durante todo ese tiempo la propaganda simplista de que el imperialismo yanqui agresor era el culpable del subdesarrollo y de todos los males cubanos porque todos los recursos que en una situación ideal de paz debían ser canalizados para la industrialización, debieron ser orientados a la industria de la guerra para defender la revolución asediada.
Por su parte, los Estados Unidos también adoptaron una posición irresponsable al mantener la falsa esperanza de un regreso triunfal del exilio cubano que se veía arribar a Cuba e instalar allí una situación mitológica e ideal: un régimen político anterior a la dictadura de Batista.
Los presidentes de los Estados Unidos y los líderes políticos del gobierno y la oposición supieron siempre, desde el fracaso de playa Girón, que estos dos extremos eran una quimera, una ficción y una fantasía. Pero el control político del Estado de la Florida por parte de republicanos y demócratas fue siempre lo que primó, en el orden interno, para que aquel país mantuviera fresca esa ilusión para consumo del exilio cubano, el cual representó, y representa todavía, un enorme caudal de votos y recursos que pueden decidir quién llega o no a la Casa Blanca cada cuatro años.
En este juego de circunstancia e intereses, veo, como intelectual, lo que conviene únicamente a los cubanos como a cualquier habitante de América Latina: regímenes políticos que no sean dictaduras de partido único que en cualquier tiempo y lugar lo único que persiguen es conculcar la libertad del sujeto y castrar su iniciativa para crear y producir libremente en todos los campos de la actividad humana.
El exilio cubano de la primera generación (los salidos luego del triunfo de la revolución) tronó durante la primera semana del anuncio hecho por Obama y Raúl Castro en su respectiva capital.
Luego se aquietó, ya sin fuerza ante el hecho cumplido y, sobre todo, porque de aquel primer exilio apenas quedan vivos algunos legionarios. La segunda generación que le sucedió, liderada por los aguerridos legisladores republicanos Marco Rubio, Mario Díaz Balart, Ileana Ros-Lehtinen, el representante Carlos Curbeloy el demócrata Bob Menéndez, se aquietarán cuando sus jefes políticos les expliquen las ventajas políticas de esa jugada para los Estados Unidos (estrategias secretas de negocios, espionaje y espanto de competidores de la Unión Europea, chinos y de otras nacionalidades, o sea, el Paraíso).
Mientras tanto, una cosa piensan el burro demócrata y el elefante republicano y otra el que los apareja (Raúl Castro). Y otra, el eterno centinela de la revolución, quien no se fía de nadie, pero por maquiavelismo no quiso figurar públicamente como líder de la movida cubana. La dinastía tiene escaso futuro, pues no hay hijo a la vista que pueda suceder al menor de los Castro

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