jueves, 19 de marzo de 2015

OPINION: Vivir de las siglas

OPINION: Vivir de las siglas

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OPINION: Vivir de las siglas
EL AUTOR es escritor, poeta y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.

OPINION: Vivir de las siglas

En el bestiario político dominicano hay un fenómeno que dice mucho de nuestra singularísima concepción del Estado en pleno siglo veintiuno. Convertido en la guarida de una comunidad de cangrejos ermitaños, el Estado sirve a los numerosos personajes que viven de las siglas de partidos políticos y movimientos, apropiándose de sumas considerables de dinero provenientes del presupuesto nacional. Es la más denigrante y perjudicial práctica de clientelismo y corrupción, pero pasa casi inadvertida.
Ya nadie recuerda al PPC, un partidito de bolsillo que fundó el sacerdote Rogelio Delgado Bogaert, y que fue a parar a manos del diputado Peguero Méndez (el del “peguerazo”). El tipo administra una institución del Estado que tiene que ver con los asuntos fronterizos, y como rémora de un partido grande recibe asignación de la Junta Central Electoral. Esas siglas son una sombra benéfica que deja amplios beneficios. Pero quien sí sabe dónde se corta el bacalao es Andrés Vanderhors. Las siglas PLE (Partido Liberal la Estructura) le han servido para escalar posiciones públicas, y manejar presupuestos, y aunque ni es partido, ni es liberal, ni tiene estructura, constituye un maná inagotable. Ahora mismo lo “adquirió” Amable Aristy Castro, otra figura del bestiario político dominicano.
Hay casos hasta cómicos si no fuera por la degradación que encarnan. Luis “El gallo” tiene una entelequia cuyas siglas son UDC, y en toda su historia jamás se ha reunido la asamblea. Para joderlo, los integrantes de su “Peña” le cuestionan el por qué nunca ha convocado a una plenaria, y rápido como el celaje de un rayo él responde: “!Ajá, para que me lo dividan!” Es un partido unicelular, toda una gloria de la chabacanería política nacional. Pero maneja un presupuesto con el mismo criterio del partido. Y hay otros, también, que laceran el alma. El PTD son siglas que remiten a un pasado glorioso puesto de rodillas, atravesado por la humillación del despojo de su esencia. Administran la Dirección de caminos vecinales, ex izquierdistas para quienes ya es máscara el rostro y máscara la sonrisa. El PQD es propietario de “Bienes nacionales”, y pese a que el procurador sometió a Elías Wessin Chávez por corrupción, el segundo al mando de esas siglas asumió el puesto. Las siglas PUN, de Pedro Corporán, es como un elefante en una cristalería. Y luego vienen las siglas milagrosas que le dejó el doctor José Francisco Peña Gómez a su hijo José Francisco Peña Guaba: BIS. No hay un portador de siglas más exitoso que ése, que le ha dado duro, con un palo, al presupuesto nacional. Para terminar, las siglas del Partido Renovador de Zorrilla Ozuna, un “general” cachondo cuya “militancia” equivale exactamente a la nómina de INESPRE.
Podríamos ofrecer una lista muy amplia de siglas y “líderes” que apoyados en una racionalidad clientelar empujan sus proyectos de conformar grupos aprovechadores de los bienes públicos. Lo que ha ocurrido en el PRI, el PNVC, y hasta lo del PRD (casi siglas) y el Partido Reformista (otra sigla prominente) se inscribe en esa espiral desventurada que otorga el usufructo de instituciones estatales a pequeños ventorrillos de oportunistas para la manutención de una militancia inexistente o parasitaria. El predominio de una clase política que observa sin inmutarse la canibalización del Estado, es una de nuestras grandes miserias. En la reelección de Leonel Fernández del 2008 lo acompañaron 12 partidos y 460 movimientos de apoyo, todos financiados con dinero del presupuesto. Ése fue el nivel máximo de instrumentalización del Estado, el agotamiento de todas las perversiones de la historia contemporánea. El Estado fue despedazado, entregado sin piedad a la exacción y el robo. Yo escribí entonces en dos entregas mi artículo “El Estado piñata”, y es curioso observar que Danilo Medina dejó intactas las asignaciones realizadas por el gobierno de Leonel Fernández, que descuartizan como botín de guerra la riqueza social.
¿Cuándo estos personajes inverosímiles, que andan con sus siglas a cuestas, desaparecerán del escenario nacional? ¿Por qué soportar a tantos labiosos y vividores que hacen de la práctica política una estafa? ¿Cómo poder entender que un país tan pobre tenga que pagar tan caro una verdadera diarrea de “líderes” que en realidad son ilusionistas y engañadores?
¡Oh, Dios, qué bestiario!

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