miércoles, 18 de marzo de 2015

El automóvil: la destrucción creativa

El automóvil: la destrucción creativa


En 2013, en España, se han producido 354.219.623 desplazamientos de largo recorrido. En estos desplazamientos murieron 1.128 personas, y  5.206 personas resultaron heridas graves.”
Dirección General de Tráfico
“¿Qué le falta a nuestro lugar habitual de vida? ¿Qué nos falta para ser capaces de disfrutarlo? ¿Qué sueño prometido tenemos que consumir para ser felices? ¿Qué mundo nos hemos creado los ricos para tener que salir despavoridos en cuanto nos dan un día de ocio? ¿Qué infierno para tener que comprar paraísos inventados?
El problema, a mi modo de ver, no está en el medio sino en el motivo. No en el medio de transporte sino en las carencias que lo mueven.  No es el coche, no es el medio de transporte el que contamina, son nuestras propias carencias, carencias que no colma el dinero, el poder ni el éxito.”
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El transporte  – Destrucción de la Territorio
El proceso de internacionalización y globalización de la economía provoca el tráfico de mercancías y personas de una parte a otra de la Tierra. La Naturaleza terrestre es en esencia fija; las “modernas sociedades industriales” se han organizado completamente de espaldas a los principios básicos de la Naturaleza.
Automóvil- destrucción creativa 
Los automóviles  tienen que “abrirse paso” a través de unos ecosistemas naturales terrestres que no están “diseñados” para soportarlo, y en su avance van fraccionando y empobreciendo estos ecosistemas, por otra parte la generalización de la automovilidad exige la utilización de enormes cantidades de materiales y energía, cuya extracción, transformación y consumo produce grandes masas de residuos extraños a la Naturaleza como el propio concepto de movimiento horizontal masivo.

Automóvil: Un lujo a su alcance
Los automóviles son  bienes de lujo inventados para el placer exclusivo de una minoría muy rica, y que nunca estuvieron, en su concepción y naturaleza, destinados a su uso generalizado por parte de la población. No había, hasta principios del siglo XX, una velocidad de desplazamiento para la élite y otra para el pueblo;  el automóvil cambiaría esto,  por primera vez se extendía la diferencia de clases a la velocidad y al medio de transporte.  Y el lujo, por definición, no se democratiza: si todo el mundo tiene acceso al lujo, nadie le saca provecho, aunque impera la creencia ilusoria de que cada individuo puede prevalecer y beneficiarse a expensas de todos los demás.
La publicidad de los autos se encarga de proyectar  el siguiente mensaje “Usted también, a partir de ahora, tendrá el privilegio de circular, como los ricos y los burgueses, más rápido que todo el mundo. En la sociedad del automóvil el privilegio de la élite está a su disposición.”
La paradoja del automóvil se fundamenta en que el uso del vehículo privado parecía conferir a sus dueños una independencia sin límites, al permitirles desplazarse de acuerdo con la hora y los itinerarios de su elección, sin embargo el automovilista depende  de comerciantes y expertos para poder circular; el conductor de autos está obligado a consumir y utilizar una cantidad de servicios comerciales y productos industriales que sólo terceros pueden procurarle. La aparente autonomía del propietario de un automóvil esconde en realidad, una gran servidumbre, el tiempo dedicado al automóvil va en aumento en la medida que este propone mayores grados de libertad.
De objeto de lujo y símbolo de privilegio, el automóvil ha pasado a ser una necesidad vital. Hay que tener uno para poder existir en el infierno cotidiano, o bien ser humillado por el hecho de no ser conductor; lo superfluo se ha vuelto necesario. No se es libre de tener o no un automóvil porque el universo suburbano está diseñado en función del coche y, cada vez más, también el universo urbano.
La automovilidad no ha surgido de ninguna necesidad común, consensuada, racional, que una sociedad determinada pudiera plantearse, ha sido sólo un lujo demencial ejercido por las poblaciones de ciertas zonas de los países desarrollados, a costa del saqueo de otras poblaciones y zonas naturales, y a costa también de la propia alienación a un objeto de consumo suntuario.
La “destrucción”, paradójicamente, “mueve” la “economía
El automóvil es, en efecto, una de las mayores herramientas de la actual concepción económica del mundo. El automóvil ha sido la máquina de guerra que ha envuelto al occidente desarrollado en una paz auto indulgente e insensata: la paz del week-end, de la escapada en automóvil hacia la playa o la montaña, la paz blindada por el control armado de países remotos.
El automóvil es además, el eje de la actividad industrial, financiera y energética de nuestra civilización termoindustrial. El objeto que permite la destrucción creativa , -concepto ideado por el sociólogo alemán Werner Sombart y popularizado por el economista austriaco Joseph Schumpeter-, ese ‘conejo de la galera’ del sistema capitalista, que promueve la extracción y procesamiento de casi todos los minerales conocidos, la base misma del empleo del petróleo (quemándolo sin sentido productivo), da lugar al desarrollo de gigantescas infraestructuras que obligan a movimientos de tierras descomunales; genera la creación de industrias y sectores vinculados con el automóvil como el turismo, los seguros, los talleres, las gasolineras, industria del vidrio, de la tecnología, la construcción, el  caucho, los motores…
El automóvil se halla en la base de una burbuja de creación-destrucción que permite el crecimiento económico; al ser más baratos que una casa pero más caros que un televisor, están en el punto óptimo para generar un negocio financiero. Admite cientos de configuraciones para todos los mercados… desde las humildes motocicletas para los asiáticos, hasta los portentosos Porches para alemanes y rusos ricos. Su vida útil relativamente breve (3 años dentro de la “moda”, 10 años dentro de su “usabilidad”) aseguran su rápido ciclo de renovación. Como sabrán -absurda paradoja- los accidentes de tráfico producen “crecimiento económico”…
Automóvil y consenso social
El transporte y las infraestructuras reúnen en general un consenso social y político, al ser considerados bienes en sí mismos, como recursos y riquezas que siempre conviene acrecentar, no es de extrañar que las molestias que genera el transporte (gasto energético, contaminación atmosférica, ruido, ocupación de espacio, fragmentación de sistemas naturales, accidentes, lejanía de emplazamientos, discriminación de no motorizados, gasto de tiempos en traslados… ) sería el precio a pagar por el progreso que por sí mismo reduciría las consecuencias negativas.
Una propuestas, desde el decrecimiento
Para que la gente pueda renunciar a sus automóviles, no basta con ofrecerle medios de transporte colectivo más cómodos. Es necesario que la gente pueda prescindir del transporte al sentirse como en casa en sus barrios, dentro de su comunidad, dentro de su ciudad a escala humana y al disfrutar ir a pie de su trabajo a su domicilio –a pie o en bicicleta. Ningún medio de transporte rápido y de evasión compensará jamás el malestar de vivir en una ciudad inhabitable, de no estar en casa en ningún lugar, de pasar por allí sólo para trabajar o, por el contrario, para aislarse y dormir. no plantear jamás el problema del transporte de manera aislada
Hay que defender alternativas como el ferrocarril convencional que llegue a todos, y fomentar la utilización de los transportes colectivos; la marcha a pie y la bicicleta. Es preciso reconstruir lo local en consonancia con el medio, incrementando la autonomía y la autosuficiencia desvinculándose de la dependencia del mercado mundial.

Acerca de Antonio García Salinero

soy divulgador del tema decrecimiento, principalmente a través del blog del decrecimiento, y también a través de charlas, debates, mesas, talleres y conferencias donde soy invitado para tratar este tema; desde hace unos meses participo del grupo Decrecimiento en Asturias de reciente creación.

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