miércoles, 7 de enero de 2015

La vigencia del control patronal en las prácticas de gestión laboral: El caso Zara

La vigencia del control patronal en las prácticas de gestión laboral: El caso Zara

El tratamiento sobre el control de la mano de obra que se introduce en esta entrada es consecuencia de conversaciones informales con personas cercanas, todas ellas trabajadores/as en grandes almacenes. En concreto, en el sector de la moda. Paseando por algún centro comercial o gran superficie, se observan un buen número de establecimientos dedicados a la venta de productos textiles, todas ellas con una imagen (para algunos) atractiva, moderna, en el que parece existir un buen clima laboral. Sin embargo, uno puede preguntarse cómo son las relaciones laborales en la “trastienda”. ¿Son tan atractivas estas relaciones como la imagen que muestran al público? ¿Cuáles son las condiciones a las que están sujetos sus trabajadores? Y, sobre todo, ¿qué tipo de control de la mano de obra es empleado?.
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Una vez formuladas estas cuestiones, se pretende arrojar luz sobre las diferentes formas de control presentes no sólo en este tipo de establecimientos, sino que puede hacerse extensible a cualquier otra actividad económica. Sólo hay que prestar la atención debida.
El control sobre la fuerza de trabajo no es asunto novedoso; ni mucho menos: basta echar una mirada a la esclavitud o a la etapa feudal para comprender que se remonta a tiempos muy lejanos. Pero también hace acto de aparición en la etapa capitalista, tanto desde sus inicios hasta la actualidad. Hablar sobre el control de la fuerza de trabajo conduce necesariamente a Harry Braverman, su obra Trabajo y capital monopolista (1974) y a la teoría del control patronal. Pero antes de tratar a este autor y a la teoría del control, debe fijarse el marco previo desde el que partía. Así, son varios los elementos básicos del análisis marxista, circunscritos estos dentro de una visión más amplia, en el que los procesos económicos hay que analizarlos dentro del contexto social, político e histórico en el que tienen lugar (Banyuls et al. 2005: 84) y no de forma aislada. Uno de esos elementos es la asimetría en las relaciones de poder entre el capital y el trabajo, o dicho de otro modo, entre los empleadores y los trabajadores. Los primeros son los propietarios de los medios de producción, mientras que los segundos disponen únicamente de su (fuerza de) trabajo, que la intercambiarán para la obtención de un salario. Eso sí, no debe olvidarse que pese a la existencia de esa relación de asimetría o subordinación, se precisan el uno del otro. Los empleadores requieren de mano de obra, y los trabajadores de empleo para obtener una contraprestación económica. Aunque pueda aseverarse que ambos se necesitan, lo cierto es que la asimetría existe. También es un elemento básico de este análisis la distinción que hay entre fuerza de trabajo y trabajo efectivo. El empleador compra la fuerza de trabajo durante un tiempo concreto, y no una cantidad dada de trabajo (Calavia, M.A. 1999: 200). Consecuentemente, el empleador, al no tener asegurado que se va a cumplir con lo previsto, esto es, no sabe si el trabajador va a cumplir las expectativas de resultados en cuanto a trabajo, optar por efectuar un control sobre la fuerza de trabajo contratada.
De este modo, a partir de la diferencia entre fuerza de trabajo y trabajo efectivo, y de la práctica empresarial de máxima extracción de trabajo efectivo puede introducirse el argumento del control. Este control es objeto de análisis por Braverman, y resuelve que “(…) se convierte en esencial para el capitalista que el control sobre el proceso del trabajo pase de las manos del trabajador a las suyas propias…” (Braverman, H. 1978: 75-76). Katz, por su parte, lo muestra de manera similar, afirmando que “para obtener ganancias, los capitalistas no sólo deben contratar trabajadores, sino también disponer cómo se utiliza la capacidad muscular y cerebral de los operarios” (Katz, C. 2000). Esa disposición de capacidades a la que se refiere no es otra cosa que disciplina y control. Aunque la disposición de la capacidad muscular y cerebral pueda sonar trasnochado y alejado de la actualidad, en mi opinión, no es así. Bastaría emplear otros términos para que tengan plena vigencia. Esta concepción del control está basada en la generalización del taylorismo, y en la disociación y parcelación del proceso de trabajo. Las actividades que debe ejecutar el trabajador no forman parte de un continuo dentro del proceso de trabajo, sino que sólo efectúa “pequeñas” actividades pero repetitivamente. Al desvincularse al trabajador del proceso de producción y del resultado final, lo que origina es una pérdida del control. Esta merma para el trabajador es una ventaja para el empleador. Por tanto, para Braverman, el control de los empleadores está fundamentado, básicamente en la división y especialización del trabajo.
Otros autores han tratado la cuestión del control de la mano de obra. Friedman, Burawoy o Edwards son los más destacados. Posiblemente, y bajo mi punto de vista,  Edwards es quien mejor ha analizado el tema.
En lo que respecta a las tipologías de control se pueden destacar cuatro tipos: control simple, control técnico, control burocrático y control cultural. El primero de estos es el control simple, que es la forma en la que el empleador (o bien, el encargado o supervisor) ejerce una supervisión directa acerca del cumplimiento de las actividades encomendadas al trabajador. Es un caso de control directo visible, y en el que ese supervisor puede optar por “premiar o castigar” al trabajador en función de los resultados obtenidos.
Un segundo tipo de control es el técnico. Aquí, el control se consuma de una forma “velada”, no tan visible como en el anterior caso, y por regla general, tiene lugar gracias a la incorporación de tecnología en el proceso productivo. Así, son las máquinas quienes desempeñan directamente el control del trabajador, y en función de los resultados, el control es ejercido indirectamente por el empleador. Por poner un ejemplo, en una cadena de montaje puede fijarse un mínimo de producción. El control consistirá en que el trabajador de esa cadena cumpla con esos mínimos que garantizará la máquina. Fijará unos ritmos que deberán cumplir los trabajadores (huelga decir que esos ritmos no los establece la maquinaria por sí misma, sino que serán los responsables correspondientes de cada organización). Lo dicho es válido sin necesidad de circunscribirlo a una cadena de montaje (que recuerda al taylorismo o al fordismo), ya que puede tener lugar en un “call-center”, en los que deben realizarse un mínimo de llamadas por día u hora. Vemos, por tanto,  que no se reduce al ámbito industrial sino que el sector servicios también está sujeto a este tipo de control.
La tercera muestra de control es el burocrático. En éste, el foco se centra en criterios organizativos dentro de la empresa y no en el proceso productivo. Aquí, el punto de pivote es el establecimiento de unas reglas y procedimientos objetivos ya establecidos. Puede advertirse en los convenios colectivos y en las categorías o clasificaciones profesionales. Un trabajador, en función de las actividades que deba desarrollar, estará encuadrado en una categoría profesional, y un modo de efectuar un control de forma indirecta es a través de la posibilidad de movilidad ascendente en la empresa. Controlarán al trabajador indirectamente dado que la “empresa utiliza la promesa de ascenso para ganarse la voluntad de los trabajadores” (Edwards, R. 1990: 20).
Hay un cuarto modelo de control. El control normativo o cultural. En este sentido, lo que intenta conseguir la organización es que el trabajador haga suyos los principios y valores de la empresa. Que se sienta identificado con ella y que el beneficio de la empresa sea un objetivo propio del trabajador.
Hechas explícitas las modalidades de control, hay que subrayar antes que nada, que no son excluyentes entre sí, sino que lo más habitual es que convivan varios tipos de control en una organización.
Pasando al control del trabajador en la actualidad, y con la mirada puesta en los establecimientos comerciales de moda, es patente la convivencia de distintos tipos de control. Así, existe un control directo por parte de un supervisor. Cualquiera que visite una gran superficie, puede ver que el/la dependiente es objeto de ese control directo por parte de un superior jerárquico. Normalmente, el jefe de sección o jefe de planta. Así lo he podido corroborar no sólo con a través de la observación directa, sino también con las conversaciones informales a las que hacía mención al comienzo de esta entrada. Las impresiones extraídas de mis conversaciones no se alejan de estudios serios y rigurosos sobre el control en estos establecimientos de moda. Es recomendable la lectura de La precariedad en los mercados de trabajo y consumo de los jóvenes: el caso de Zara, de la Dra. Itziar Agulló Fernández, a partir de la cual se pueden extraer fragmentos que reafirman mi postura. Un ejemplo de control directo extraído de su tesis se distingue a continuación:
“el hecho de no cumplir con una petición realizada por parte de la jefa puede acarrear consecuencias de castigos que los propios trabajadores tratan de evitar. Desde situaciones en que aquéllas dejan de hablar a éstas, a malas caras; desde el envío de la jornada completa almacén…” (Agulló, I. 2010: 81).
Un fragmento muy revelador que presenta Agulló es el de una entrevistada, que afirma que “las encargadas tienen ese poder tan grande de decidir todo en la tienda (…) haciendo que las trabajadoras tengan mucho miedo porque las encargadas coaccionan mucho, intimidan mucho”. (Agulló, I. 2010: 81). Incluso, y en función de la relación establecida entre supervisora-empleada, pueden establecerse de forma arbitraria mejoras en sus condiciones laborales.
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Junto a este control directo, se manifiestan otros tipos de control, como el burocrático. Aludíamos en líneas previas a la clasificación a través de las categorías profesionales y que el medio para llevar a cabo un control indirecto era la posibilidad de ascensos en la organización. Así sucede en estos establecimientos. Sin embargo, a pesar de ser un modo de control indirecto de los trabajadores, “las empleadas son conscientes de la dificultad de obtener ascensos en las tiendas debido a que no existen demasiados puestos de responsabilidad que cubrir” (Agullo, I. 2010:112). Pese a todo, no deja de ser aplicado por la empresa, ya que un buen comportamiento, buenos resultados en las ventas, y otros elementos pueden ser acicate suficiente para el trabajador como para creer en la existencia de posibilidades de promoción. Estas dificultades para la movilidad ascendente han sido tratadas magistralmente por las teorías institucionalistas de la segmentación de los mercados de trabajo.
Por último, y de forma muy marcada, hay un control normativo o cultural. La gestión que realiza la empresa que estudia la Dra. Agulló es muy explícita, pues su pretensión es que los empleados se involucren en la organización, “haciéndoles partícipes de aquello que sucede en la empresa” (Agullo, I. 2011: 80).
Aunque la tesis presentada es para una empresa concreta, las estrategias de control empleadas por otras cadenas o establecimientos de moda es muy similar, por no decir idénticas. Y como ya hemos afirmado antes, es válido para otro tipo de sectores.
En definitiva, el análisis marxista del control no parece agotado en la actualidad.  En mi opinión, está plenamente vigente. Se aprecia que las modalidades de control son una práctica habitual en cualquier organización, no sólo en las de corte industrial, sino también en las de servicios, como se ha podido contemplar en el ejemplo mostrado.  Por más que se diga que las nuevas formas de organización del trabajo introducen mayor margen de autonomía para el trabajador, parece que hay muestras que lo desmienten. Esas nuevas formas organizativas se coaligan con la tan manida flexibilidad (en la organización del trabajo) ya tratada en el anterior entrada que realicé en este blog y que van en detrimento de las condiciones laborales de los trabajadores.
Bibliografía
AGULLÓ, I (2010). El ciclo de la precariedad en los mercados de trabajo y consumo de los jóvenes. El caso Zara. Madrid. Universidad Complutense de Madrid.
BANYULS, J., CANO, E., PITXER  J.V., SÁNCHEZ, A. (2005): Economia laboral i polítiques d´ocupació. València. PUV.
BRAVERMAN, H. (1978). Trabajo y capital monopolista. México. Nuestro Tiempo.
CALAVIA, M.A. (1999). “Trabajo y capital monopolista, veinticinco años después: un texto clásico todavía vigente”. Cuadernos de Relaciones Laborales. Nº 14. Págs. 193-215.
EDWARDS, P.K. (1990). El conflicto en el trabajo. Un análisis materialista de las relaciones laborales en la empresa. Madrid. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
GRAZIANI, L (2006). “Construcción de una tipología del control patronal mediante la aplicación del método LEST”. Salud de los Trabajadores. Vol. 14. Nº 2. Págs. 55-68.
GRAZIANI, L. (2008). “El debate sobre el proceso de trabajo: balance de una discusión”. Observatorio Laboral Revista Venezolana. Vol. 1. Nº. 2 julio-diciembre. Págs. 65-78.
KATZ, C. (2000). “La teoría del control patronal: Balance de una discusión”. Época, Revista Argentina de economía política. Vol. 2. Nº 2.
Fuente fotos: teinteresa.com y blogodisea


Acerca de Óscar Muñoz González

Licenciado en Derecho y licenciado en Ciencias del Trabajo.En esta última se amplió mi campo de visión gracias a la variedad de disciplinas que oferta: Economía, Sociología, Dirección de Empresas, Políticas Públicas sociolaborales, Derecho del Empleo o Psicología Social. Posteriormente, continué mi especialización con el Máster de Empleo y RRHH y con el Máster en Gestión y Promoción del Desarrollo Local. En la actualidad, entre consultoría y consultoría, doctorando en Ciencias Sociales, abordando cuestiones relacionadas con la economía, el trabajo y la formación. Toda mi trayectoria académica ha transcurrido en la Universitat de València.

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