«La Ciencia no sirve para demostrar que Dios no existe»
Día 25/01/2015 - 01.59h
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Carlos A. Marmelada publica el volumen «El Dios de los ateos» en el que expone los sustentos del ateísmo, basados en una «idea de los filósofos clásicos que nada tiene que ver con el Dios católico». Concluye como un latigazo a las conciencias: «No hay argumentos teóricos ni razones objetivas para ser ateo»
De la biografía novelada de un «héroe», Juan Pablo II, que bregó «Hasta el último aliento»
(Ediciones Sekotia, 2012), a desgranar las claves que fundamentan el
ateísmo clásico y el actual. Parece un salto de mata demasiado drástico
para un conocedor exhaustivo de la Teología, la Filosofía y las Ciencias
de la Educación como Carlos A. Marmelada. No es así, sino que «El Dios de los ateos» (Stella Maris, 2014) es fruto de una evolución coherente, asegura este profesor de la Universidad Internacional de Cataluña.
Con 27 años de
docencia a sus espaldas y cinco publicaciones que le hacen valedor de
una de las bibliotecas de conocimiento teológico más amplio del panorama
literario nacional, Marmelada (Barcelona, 1962) no pretende desmantelar
los sofismas planteados por el ateo con su nueva publicación. Sí lanza
empero algunas reflexiones directas al corazón (más bien, a su
raciocinio) del no creyente, como que los sustentos intelectuales de
este pensamiento no hablan del Dios de los cristianos, es un «dios»
imaginado por la idea de filósofos concretos que ha adoptado nuestra
cultura. Expone de forma concienzuda las tesis de esos pensadores e introduce un debate de plena actualidad, tras los ataques en «nombre de la fe» perpetrados por yihadistas islámicos contra el semanario francés «Charlie Hebdo». Para el ateísmo, la existencia del mal es la prueba capital de que Dios existe.
El autor desbanca ese argumento: precisamente, es al contrario, afirma.
«La existencia del mal es la prueba de que Dios existe. Dios tolera la existencia del mal para poder extraer de él bienes»
(página 264). Un aforismo tan interesante que obligaría a remodelar los
capiteles de las columnas que sujetan el ateísmo de nuestros días. Y
otra llamada a la meditación introspectiva de cada cual: «La
Ciencia trata procesos materiales. Dios es inmaterial». Ergo, «no hay
un solo argumento científico que pruebe que Dios no existe».
-De acuerdo con su titular del libro, ¿cuál es «el dios de los ateos?
-El título no alude a los becerros de oro (el poder, el
dinero o la fama, por ejemplo) que pueden adorar los que dicen rechazar
toda fe religiosa. El título hace referencia al tema central que se
trata en el libro. Los ateos dicen que el Dios de los creyentes no
existe, ¿pero qué Dios creen los ateos que tienen los cristianos? Cuando
se estudia este tema uno se lleva la sorpresa de que el Dios que niegan
los ateos no es el Dios creador, personal y providente, del que nos
habla el Cristianismo, el Dios Amor de San Juan; sino el Dios concebido
por Spinoza o Hegel,
que eran panteístas; o el Dios juez riguroso e implacable de Kant, que
era fideísta. En fin, los grandes ateos no niegan el Dios que nos
enseñan en la catequesis, sino un Dios imposible, el de la teología
racionalista y el del idealismo absoluto. En el libro se explica de una
forma documentada.
-Cuando
usted apela a la confusión que se da entre los ateos que no
especifican, que no identifican a un dios en concreto, ¿a qué dios se
refiere entonces el ateo cuando dice que no cree en Dios? ¿No serviría,
ortográficamente, con modificar la grafía: es decir, no creen en un dios
o no creen en Dios, el Dios de los cristianos, Jesucristo?
-Cuando los grandes ateos teóricos, como Nietzsche o Sartre rechazan
la existencia de Dios, lo hacen porque sostienen que los cristianos
decimos que Dios se causa a sí mismo y esto es, efectivamente,
imposible. Pero ese es el parecer de Spinoza y Hegel. La Teología
Natural, en cambio, sostiene que Dios es la Causa Primera de todo, pero
que Él no tiene causa, es la única causa incausada. Por otra parte,
dicen que nos equivocamos cuando sostenemos que Dios es el Ser y que
esto significa que es la realidad más vacía de todas. Pero nuevamente
hay un grave error histórico, porque ésta era la opinión de Hegel. Ya el
filósofo griego Aristóteles (siglo IV a. de C.) se percató de que Dios
es la plenitud, el ser más rico de todos, el más perfecto y con él, a
partir del siglo XIII, la tradición teológica cristiana.
-En
términos personales, cualquiera le diría al autor, al señor Marmelada,
que cómo ha pasado de rendir tributo en un excepcional libro, por
cierto, al «héroe» Juan Pablo II a hablar sobre los ateos y la falta de
creencias por parte de estos…
«En el libro no se juzga a nadie. Se debaten las ideas»
-Ha
colaborado también en el libro «60 preguntas sobre ciencia y fe
respondidas por profesores de universidad» (Stella Maris, 2014). ¿Cuál
es la pregunta digamos «estrella» sobre ciencia y fe que más se hace el
ciudadano?
-Tal vez la pregunta que más se puede planear la gente es la de si la Ciencia puede demostrar verdaderamente que Dios no existe.
En fin, si el progreso de la Ciencia hace que resulte innecesaria la
Religión. A algunos creyentes les puede generar dudas el hecho de que
grandes científicos aduzcan que sus investigaciones les llevan a
concluir que Dios no existe. Esto sucede especialmente en el campo de la
cosmología, la evolución y la neurociencia. Pero lo cierto es que la
Ciencia no sirve para demostrar que Dios no existe. De hecho, otros
grandes científicos, como es el caso de Francis Collins (el
director del primer equipo en descifrar el genoma humano), sostienen
que profundizar en conocimientos científicos de la realidad les ha
llevado a creer que debe existir un principio absoluto que es trascendente a la Naturaleza
y que es la causa última de todo, el fundamento racional de la realidad
que la ciencia, con tanto esfuerzo y éxito, trata de comprender.
«La pregunta que más se hace la gente es si la Ciencia puede probar que Dios no existe»
-No puede existir ningún argumento científico que demuestre
que Dios no existe, por la simple razón de que Dios es inmaterial y la
ciencia sólo trata con procesos materiales, tránsitos de un estado de
materia o energía a otro, por lo que la realidad de Dios cae fuera de su
campo de estudio y escapa a todo tratamiento de cualquier método
científico. Por otra parte, cuando el lector pueda leer en este volumen
los argumentos racionales dados por los ateos para demostrar que Dios no
existe sacará sus propias conclusiones acerca de la validez de los
mismos. Lo cierto es que la voluntad juega un gran papel a la hora de rechazar la existencia real de Dios. Explicar por qué es así resulta complejo, pero abordo también esta cuestión.
-¿Es más difícil razonar la existencia de Dios o argumentar la existencia del ateísmo?
-Lo primero es difícil, lo segundo es imposible. Me explicaré. Los argumentos racionales del ateísmo clásico, el de los filósofos ateos de los siglos XIX y XX, son inconsistentes,
hasta el punto de que han sido abandonados, ya no se repiten; los
argumentos teóricos de los ateos del siglo XXI han pasado de la
Filosofía a la Ciencia. Ahora ya no se dice que Dios no puede existir
porque es imposible que el «ens causa sui» de Spinoza y Hegel o el «ens
realissimum» de Kant sean entes objetivos. Ahora se dice que Dios no
existe porque el Universo no tiene contornos en el espacio y el tiempo, o
sea: es eterno (Stephen Hawking) o porque tiene origen pero no causa (Lawrence M. Krauss, cosmólogo). En definitiva, ningún argumento teórico aducido por los no creyentes ha conseguido demostrar que Dios no existe.
Por su parte los argumentos racionales a favor de la existencia de Dios
esgrimidos desde hace siglos deben ser minuciosamente analizados para
poder determinar aquellos que tienen validez probatoria de los que no
son adecuados.
-El
subtítulo del libro reza «Las sorprendentes claves del mayor debate de
todos los tiempos». ¿Nos daría alguna de esas claves?
-La primera cosa que sorprende cuando se investiga este tema es lo poco que tiene que ver la idea de Dios de los filósofos ateos con el Dios católico, por ejemplo. Sorprende también que el ateísmo actual, el indiferentismo, esté convencido de que ya no hace falta plantearse la cuestión de Dios porque este tema ya lo zanjaron los grandes ateos
de los siglos anteriores. El último gran argumento que queda en pie
sería la incompatibilidad entre la existencia de un Dios omnipotente,
creador, omnisciente y perfectamente bueno con lo que simboliza
Auschwitz; es decir: el mal moral en el mundo, el sufrimiento injusto de
los inocentes. La existencia del mal no sólo no demuestra que Dios no existe, sino que es una prueba de su existencia; esto, naturalmente, hay que explicarlo y entenderlo bien.
El lector se sorprenderá también cuando lea que Kant
proclamó que su «Crítica de la razón pura» era un gran intento por
acabar con el ateísmo y el materialismo, teniendo como resultado el
agnosticismo, él lo decía en el sentido de que la existencia de Dios se
demostraba por la vía de una necesidad moral, pero lo que sucedió en
realidad es que su pensamiento se utilizó para fundamentar el ateísmo
práctico en el que ha desembocado el agnosticismo; por citar sólo
algunos ejemplos.
«La voluntad juega un papel clave a la hora de rechazar la existencia real de Dios»
-Sintetizando mucho se podría decir que el ateísmo actual
se caracteriza por ser indiferente a la cuestión de Dios; siendo a nivel
individual más bien el fruto de un acto de la voluntad que la
consecuencia de un raciocinio concienzudo. Sin embargo, desde un punto
de vista filosófico, y por no retrotraernos hasta el nominalismo de Ockham,
puede afirmarse que sus raíces más profundas se remontan al menos al
giro subjetivista obrado en el racionalismo cartesiano y ahondado por el
idealismo absoluto alemán, después de haber pasado por el empirismo
radical de corte humeano que acabó desembocando en el positivismo de Augusto Conte y
en el Neopositivismo Lógico del Círculo de Viena en los años veinte y
treinta del siglo pasado. La versión más mitigada, de la que hablaba
antes, el ateísmo práctico e indoloro del agnosticismo, arrancaría en el
idealismo trascendental kantiano y luego se prolongaría en las
prescripciones epistemológicas de Popper, quien concebía el progreso del
conocimiento como una búsqueda interminable de la verdad, la cual nunca
podría ser alcanzada (una postura que, por cierto, es contradictoria)
y, por tanto, equivale a sostener que no existe ninguna verdad absoluta.
Si no hay verdades absolutas, ¿qué sentido tienen las religiones?
-Si
tuviese que recopilar los argumentos cruciales para el ateísmo, ¿cuáles
serían? ¿Nos podría ayudar usted a elaborar una especie de decálogo de
principios del buen ateo?
-Es imposible elaborar ese decálogo, porque los argumentos
no llegan a diez. Pero sí es cierto que hay toda una serie de
estereotipos. Marx decía que él no daría pruebas de la existencia de
Dios porque eso ya lo había demostrado Ludwig Feuerbach
cuando sostuvo que «Dios no es otra cosa que reunir en un concepto
todas las cualidades buenas del ser humano y objetivarlas en una figura
celestial»; en fin, «Dios no crea al hombre, sino que es el hombre el
que crea a Dios». Esto se ha repetido con diversas variantes; la más
actual sería el ateísmo de la neuroteología, la cual sostiene que Dios
es un invento del cerebro, el fruto de la actividad eléctrica neuronal.
Nietzsche afirmaba que «Dios no existe porque si existiera él querría
ser Dios, pero como esto no era posible Dios no podía existir». Sartre
adopta este mismo argumento pero revistiéndolo de un complejo y técnico
aparato conceptual en su obra «Crítica de la razón dialéctica». Ambos
coinciden en rechazar la existencia de Dios porque lo caracterizan como
el ser que es causa de sí y eso es imposible que pueda existir. También
coinciden en negar a Dios porque afirman que es incompatible con la
libertad absoluta del ser humano, lo que Sartre denominó «Teoría de la
mirada».
El argumento falla por negación de la mayor: la libertad
humana no es absoluta, ni siquiera a nivel moral (axiológico). Otros,
como es el caso de Einstein, lo hacen siguiendo a Freud, sostienen que
«Dios es un invento de la mente humana para apaciguar los miedos
atávicos», se trataría de una figura que nos daría paz y confort frente a
los temores que nos depara el destino incierto, igual que un niño
pequeño acude a su padre para apaciguar todos sus temores la humanidad
se habría inventado un padre celestial para tranquilizar sus miedos. Y,
como no, un buen ateo ha de rechazar que Dios exista realmente porque es
incompatible con todo el sufrimiento que se ve en el mundo y en la
Historia de la humanidad.
-Abundando en ello, ¿qué predica un buen ateo?
-Hay varios tipos de ateísmo, el clásico (el de los siglos XIX y XX), que he comentado más arriba. El ateísmo sociológico actual, el indiferentista, no diría nada si le hablas de Dios, te miraría como si fueras un marciano, se encogería de hombros y se marcharía a vivir el día a día.
Como es habitual en él, Nietzsche se adelanta a su tiempo y se
convierte en el heraldo de una nueva época gracias a una parábola
titulada «El hijo del carcelero», en la que, con una prosa elegante y
majestuosa, explica cómo un buen día un preso que llevaba muchos años
encarcelado se puso ante los demás en el patio y les dijo a los otros
reclusos que creyeran en él, que él era el hijo del carcelero y si
creían en él les iba a salvar. Los presos reaccionaron encogiéndose de
hombros y continuaron indiferentes dedicándose a los suyo.
Por otra parte, la nueva elite intelectual atea agrupada en torno a las más recientes teorías cosmológicas dirían que Dios no existe porque el universo se ha creado a sí mismo
a partir de fluctuaciones topológicas del vacío cuántico, incluidas las
propias leyes del universo; como si esto solucionara el tema, pues
estaríamos afirmando que algo surge de algo. Algo similar dirían los
ultradarwinistas: «Dios no existe porque el género Homo surge por
evolución biológica a partir de un homínido no humano» (algunos etólogos lo definen como el tercer chimpancé); como si este hecho anulara realmente la existencia objetiva de Dios. Para los neuroteólogos, Dios es una invención del cerebro,
puesto que los escáneres revelan que cuando se hace meditación hay
ciertas áreas del cerebro que se activan. Seguro que cuando comemos un
yogur hay ciertas zonas del cerebro que se activan y no por eso el yogur
es un invento de nuestra mente.
-Viendo
y releyendo a los grandes pensadores que usted introduce en su libro
(Camus, Sartre, Nietzsche, Hume, Popper, Spinoza…) la gente creería que
es «razonable» seguir los principios preconizados por esos
intelectuales...
-Es normal; de Nietzsche se dice que es el autor de la
mejor prosa alemana del siglo XIX, y textos como la parábola mencionada
avala justamente esa opinión. Sartre y Camus ganaron merecidamente el
Premio Nobel de Literatura; y así podríamos continuar reconociendo los
méritos personales de los autores citados. Pero lo importante es seguir
sus razonamientos. El libro está consagrado a eso. Y que cada lector
saque sus propias conclusiones. Es un libro muy respetuoso. Claro y
profundo, pero muy respetuoso. Encaminado a estimular la reflexión y
huyendo del adoctrinamiento. No me escondo, la conclusión es que no hay razones objetivas para ser ateo,
en el sentido de que no hay argumentos racionales teóricos que logren
demostrar de un modo objetivo y satisfactorio que Dios no existe. Ser
ateo es una decisión personal, es un acto de la voluntad que, eso sí,
puede ir acompañado de argumentos racionales, pero que, tal como se
analiza en el libro, si son como los propuestos hasta la fecha, no son
probatorios. No obstante, esta tesis se defiende respetando siempre de
un modo profundo y sincero a todo el mundo y exponiendo las ideas y los
razonamientos con honestidad.
«No hay razones objetivas ni argumentos racionales para ser ateo»
-En este libro no realizo esa tarea. Lo siento. Quizás
decepcione a alguien, empezando por los propios ateos que pueden pensar:
«Ya estamos con lo mismo, niegan nuestra postura pero no argumentan la
suya». La razón es muy sencilla: este libro trata sobre las posturas de
los ateos y sobre cómo los creyentes pueden dialogar con el nuevo tipo
de ateísmo que predomina en nuestros días (que, tal como ya he apuntado,
es muy distinto al de los dos siglos anteriores). Abordar los
argumentos que tiene el ateísmo para demostrar racionalmente la
existencia de Dios de un modo objetivo y probatorio es un tema que da
para escribir otro libro.
-En
ese debate enconado que propone entre un ateo y un cristiano, ¿cómo
pueden dialogar entre ellos? ¿Cuáles serían los puntos de encuentro que
debieran hallar en esa conversación?
-El ateísmo actual se caracteriza por ser indiferentista,
práctico, masivo (antes el ateísmo era un fenómeno extremadamente
minoritario), rehúye de dar argumentos (al menos el ateísmo
sociológico), por tanto es volitivo y no racional. Para mí, y siendo muy
breve, el diálogo entre el teísmo y el ateísmo actual se debe hacer desde el mutuo respetoy desde aquello que nos une a todos:
el respeto a la dignidad de la persona, la solidaridad, la defensa de
la libertad y de los valores más fundamentales, como los recogidos en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, trabajar en favor de
todas estas cosas nos acerca y une, a partir de ahí es posible preguntar
por el fundamento último de todo esto. Como bien dice, la última parte
del libro se consagra a profundizar en algunas de las claves de este
diálogo tan necesario.
-¿Cómo
ha recibido usted las palabras pronunciadas por el Papa en su viaje a
Asia acerca de que no se deben ofender las creencias y la fe de nadie,
obviamente, en relación con el atentado del «Charlie Hebdo»? ¿Y qué
opina usted de estos sangrientos atentados cometidos en nombre de un
dios, otro, el del islam?
-En mi opinión está absolutamente injustificado que se mate
a nadie en nombre de Dios. Es algo contradictorio. ¿Cómo puede querer
Dios a alguien que asesine a otro ser humano diciendo que así está
sirviendo a Dios? Es algo que cae por su propio peso. Dios es el Creador
absoluto y sólo Él es el dueño de cada vida humana que, en última
instancia, es imagen y semejanza suya. Los crímenes de «Charlie Hebdo» me parecen abominables
e injustificables, así como cualquier otro que se haga en nombre de
cualquier credo religioso. Si alguien cree que se están ofendiendo sus
creencias religiosas debe acudir a los tribunales y presentar allí sus
alegaciones y si los fallos judiciales no son de su gusto tiene la
posibilidad de, con paciencia y perseverancia, trabajar para lograr
sentencias que sí le satisfagan. Por otra parte, me parece totalmente
razonable que se hable del hecho de que ha de haber un profundo respeto
por las creencias religiosas que promueven la dignidad de la persona, lo
que no es incompatible con el derecho a la libertad de expresión. Mi
libro apuesta por el diálogo respetuoso con las personas y centrado
exclusivamente en el debate de las ideas, invitando a la reflexión y no a
la confrontación. Ojalá que llegue un tiempo a partir del cual nunca
más se vuelvan a repetir hechos así.
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