martes, 27 de enero de 2015

«La Ciencia no sirve para demostrar que Dios no existe»

«La Ciencia no sirve para demostrar que Dios no existe»

Día 25/01/2015 - 01.59h
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Carlos A. Marmelada publica el volumen «El Dios de los ateos» en el que expone los sustentos del ateísmo, basados en una «idea de los filósofos clásicos que nada tiene que ver con el Dios católico». Concluye como un latigazo a las conciencias: «No hay argumentos teóricos ni razones objetivas para ser ateo»

De la biografía novelada de un «héroe», Juan Pablo II, que bregó «Hasta el último aliento» (Ediciones Sekotia, 2012), a desgranar las claves que fundamentan el ateísmo clásico y el actual. Parece un salto de mata demasiado drástico para un conocedor exhaustivo de la Teología, la Filosofía y las Ciencias de la Educación como Carlos A. Marmelada. No es así, sino que «El Dios de los ateos» (Stella Maris, 2014) es fruto de una evolución coherente, asegura este profesor de la Universidad Internacional de Cataluña.
Con 27 años de docencia a sus espaldas y cinco publicaciones que le hacen valedor de una de las bibliotecas de conocimiento teológico más amplio del panorama literario nacional, Marmelada (Barcelona, 1962) no pretende desmantelar los sofismas planteados por el ateo con su nueva publicación. Sí lanza empero algunas reflexiones directas al corazón (más bien, a su raciocinio) del no creyente, como que los sustentos intelectuales de este pensamiento no hablan del Dios de los cristianos, es un «dios» imaginado por la idea de filósofos concretos que ha adoptado nuestra cultura. Expone de forma concienzuda las tesis de esos pensadores e introduce un debate de plena actualidad, tras los ataques en «nombre de la fe» perpetrados por yihadistas islámicos contra el semanario francés «Charlie Hebdo». Para el ateísmo, la existencia del mal es la prueba capital de que Dios existe. El autor desbanca ese argumento: precisamente, es al contrario, afirma. «La existencia del mal es la prueba de que Dios existe. Dios tolera la existencia del mal para poder extraer de él bienes» (página 264). Un aforismo tan interesante que obligaría a remodelar los capiteles de las columnas que sujetan el ateísmo de nuestros días. Y otra llamada a la meditación introspectiva de cada cual: «La Ciencia trata procesos materiales. Dios es inmaterial». Ergo, «no hay un solo argumento científico que pruebe que Dios no existe».
-De acuerdo con su titular del libro, ¿cuál es «el dios de los ateos?
-El título no alude a los becerros de oro (el poder, el dinero o la fama, por ejemplo) que pueden adorar los que dicen rechazar toda fe religiosa. El título hace referencia al tema central que se trata en el libro. Los ateos dicen que el Dios de los creyentes no existe, ¿pero qué Dios creen los ateos que tienen los cristianos? Cuando se estudia este tema uno se lleva la sorpresa de que el Dios que niegan los ateos no es el Dios creador, personal y providente, del que nos habla el Cristianismo, el Dios Amor de San Juan; sino el Dios concebido por Spinoza o Hegel, que eran panteístas; o el Dios juez riguroso e implacable de Kant, que era fideísta. En fin, los grandes ateos no niegan el Dios que nos enseñan en la catequesis, sino un Dios imposible, el de la teología racionalista y el del idealismo absoluto. En el libro se explica de una forma documentada.
-Cuando usted apela a la confusión que se da entre los ateos que no especifican, que no identifican a un dios en concreto, ¿a qué dios se refiere entonces el ateo cuando dice que no cree en Dios? ¿No serviría, ortográficamente, con modificar la grafía: es decir, no creen en un dios o no creen en Dios, el Dios de los cristianos, Jesucristo?
-Cuando los grandes ateos teóricos, como Nietzsche o Sartre rechazan la existencia de Dios, lo hacen porque sostienen que los cristianos decimos que Dios se causa a sí mismo y esto es, efectivamente, imposible. Pero ese es el parecer de Spinoza y Hegel. La Teología Natural, en cambio, sostiene que Dios es la Causa Primera de todo, pero que Él no tiene causa, es la única causa incausada. Por otra parte, dicen que nos equivocamos cuando sostenemos que Dios es el Ser y que esto significa que es la realidad más vacía de todas. Pero nuevamente hay un grave error histórico, porque ésta era la opinión de Hegel. Ya el filósofo griego Aristóteles (siglo IV a. de C.) se percató de que Dios es la plenitud, el ser más rico de todos, el más perfecto y con él, a partir del siglo XIII, la tradición teológica cristiana.
-En términos personales, cualquiera le diría al autor, al señor Marmelada, que cómo ha pasado de rendir tributo en un excepcional libro, por cierto, al «héroe» Juan Pablo II a hablar sobre los ateos y la falta de creencias por parte de estos…
-Fue un honor poder publicar la novela biográfica sobre Juan Pablo II. En realidad no he pasado de un tema a otro; sino que, por lo que al actual libro se refiere es el fruto de treinta años de estudio y estoy muy contento y muy agradecido a la editorial Stella Maris que me haya encargado la redacción de este trabajo. En «El Dios de los ateos» no se juzga a nadie, se debaten las ideas. Se respeta a todas las personas, pero se reflexiona en torno a las ideas. Se estudia cuáles son los argumentos teóricos que han esgrimido los grandes ateos y se analiza su validez objetiva. El lector tendrá sorpresas cuando descubra cuáles son esos argumentos. Por otra parte, cuando se investiga los rasgos distintivos del ateísmo actual no se hacen juicios de valor. Si queremos que haya un diálogo fecundo entre la fe cristiana y la cultura actual es necesaria una actitud de gran respeto mutuo.
-Ha colaborado también en el libro «60 preguntas sobre ciencia y fe respondidas por profesores de universidad» (Stella Maris, 2014). ¿Cuál es la pregunta digamos «estrella» sobre ciencia y fe que más se hace el ciudadano?
-Tal vez la pregunta que más se puede planear la gente es la de si la Ciencia puede demostrar verdaderamente que Dios no existe. En fin, si el progreso de la Ciencia hace que resulte innecesaria la Religión. A algunos creyentes les puede generar dudas el hecho de que grandes científicos aduzcan que sus investigaciones les llevan a concluir que Dios no existe. Esto sucede especialmente en el campo de la cosmología, la evolución y la neurociencia. Pero lo cierto es que la Ciencia no sirve para demostrar que Dios no existe. De hecho, otros grandes científicos, como es el caso de Francis Collins (el director del primer equipo en descifrar el genoma humano), sostienen que profundizar en conocimientos científicos de la realidad les ha llevado a creer que debe existir un principio absoluto que es trascendente a la Naturaleza y que es la causa última de todo, el fundamento racional de la realidad que la ciencia, con tanto esfuerzo y éxito, trata de comprender.
-Plantea usted precisamente en la publicación si la razón y la ciencia han demostrado las tesis del ateísmo. Le traslado el interrogante a usted mismo. ¿Es así, lo han hecho? ¿En qué se fundamenta la consciencia de no creer? ¿Es una mera cuestión: se cree o no se cree y se decide no creer y ya está?
-No puede existir ningún argumento científico que demuestre que Dios no existe, por la simple razón de que Dios es inmaterial y la ciencia sólo trata con procesos materiales, tránsitos de un estado de materia o energía a otro, por lo que la realidad de Dios cae fuera de su campo de estudio y escapa a todo tratamiento de cualquier método científico. Por otra parte, cuando el lector pueda leer en este volumen los argumentos racionales dados por los ateos para demostrar que Dios no existe sacará sus propias conclusiones acerca de la validez de los mismos. Lo cierto es que la voluntad juega un gran papel a la hora de rechazar la existencia real de Dios. Explicar por qué es así resulta complejo, pero abordo también esta cuestión.
Portada del libro «El dios de los ateos», de Carlos A. Marmelada
-¿Es más difícil razonar la existencia de Dios o argumentar la existencia del ateísmo?
-Lo primero es difícil, lo segundo es imposible. Me explicaré. Los argumentos racionales del ateísmo clásico, el de los filósofos ateos de los siglos XIX y XX, son inconsistentes, hasta el punto de que han sido abandonados, ya no se repiten; los argumentos teóricos de los ateos del siglo XXI han pasado de la Filosofía a la Ciencia. Ahora ya no se dice que Dios no puede existir porque es imposible que el «ens causa sui» de Spinoza y Hegel o el «ens realissimum» de Kant sean entes objetivos. Ahora se dice que Dios no existe porque el Universo no tiene contornos en el espacio y el tiempo, o sea: es eterno (Stephen Hawking) o porque tiene origen pero no causa (Lawrence M. Krauss, cosmólogo). En definitiva, ningún argumento teórico aducido por los no creyentes ha conseguido demostrar que Dios no existe. Por su parte los argumentos racionales a favor de la existencia de Dios esgrimidos desde hace siglos deben ser minuciosamente analizados para poder determinar aquellos que tienen validez probatoria de los que no son adecuados.
-El subtítulo del libro reza «Las sorprendentes claves del mayor debate de todos los tiempos». ¿Nos daría alguna de esas claves?
-La primera cosa que sorprende cuando se investiga este tema es lo poco que tiene que ver la idea de Dios de los filósofos ateos con el Dios católico, por ejemplo. Sorprende también que el ateísmo actual, el indiferentismo, esté convencido de que ya no hace falta plantearse la cuestión de Dios porque este tema ya lo zanjaron los grandes ateos de los siglos anteriores. El último gran argumento que queda en pie sería la incompatibilidad entre la existencia de un Dios omnipotente, creador, omnisciente y perfectamente bueno con lo que simboliza Auschwitz; es decir: el mal moral en el mundo, el sufrimiento injusto de los inocentes. La existencia del mal no sólo no demuestra que Dios no existe, sino que es una prueba de su existencia; esto, naturalmente, hay que explicarlo y entenderlo bien.
El lector se sorprenderá también cuando lea que Kant proclamó que su «Crítica de la razón pura» era un gran intento por acabar con el ateísmo y el materialismo, teniendo como resultado el agnosticismo, él lo decía en el sentido de que la existencia de Dios se demostraba por la vía de una necesidad moral, pero lo que sucedió en realidad es que su pensamiento se utilizó para fundamentar el ateísmo práctico en el que ha desembocado el agnosticismo; por citar sólo algunos ejemplos.
-En síntesis, sabiendo que es una cuestión compleja como para explicarla en unas líneas, pero… ¿de dónde nace el ateísmo, cuál es su fuente de origen?
-Sintetizando mucho se podría decir que el ateísmo actual se caracteriza por ser indiferente a la cuestión de Dios; siendo a nivel individual más bien el fruto de un acto de la voluntad que la consecuencia de un raciocinio concienzudo. Sin embargo, desde un punto de vista filosófico, y por no retrotraernos hasta el nominalismo de Ockham, puede afirmarse que sus raíces más profundas se remontan al menos al giro subjetivista obrado en el racionalismo cartesiano y ahondado por el idealismo absoluto alemán, después de haber pasado por el empirismo radical de corte humeano que acabó desembocando en el positivismo de Augusto Conte y en el Neopositivismo Lógico del Círculo de Viena en los años veinte y treinta del siglo pasado. La versión más mitigada, de la que hablaba antes, el ateísmo práctico e indoloro del agnosticismo, arrancaría en el idealismo trascendental kantiano y luego se prolongaría en las prescripciones epistemológicas de Popper, quien concebía el progreso del conocimiento como una búsqueda interminable de la verdad, la cual nunca podría ser alcanzada (una postura que, por cierto, es contradictoria) y, por tanto, equivale a sostener que no existe ninguna verdad absoluta. Si no hay verdades absolutas, ¿qué sentido tienen las religiones?
-Si tuviese que recopilar los argumentos cruciales para el ateísmo, ¿cuáles serían? ¿Nos podría ayudar usted a elaborar una especie de decálogo de principios del buen ateo?
-Es imposible elaborar ese decálogo, porque los argumentos no llegan a diez. Pero sí es cierto que hay toda una serie de estereotipos. Marx decía que él no daría pruebas de la existencia de Dios porque eso ya lo había demostrado Ludwig Feuerbach cuando sostuvo que «Dios no es otra cosa que reunir en un concepto todas las cualidades buenas del ser humano y objetivarlas en una figura celestial»; en fin, «Dios no crea al hombre, sino que es el hombre el que crea a Dios». Esto se ha repetido con diversas variantes; la más actual sería el ateísmo de la neuroteología, la cual sostiene que Dios es un invento del cerebro, el fruto de la actividad eléctrica neuronal. Nietzsche afirmaba que «Dios no existe porque si existiera él querría ser Dios, pero como esto no era posible Dios no podía existir». Sartre adopta este mismo argumento pero revistiéndolo de un complejo y técnico aparato conceptual en su obra «Crítica de la razón dialéctica». Ambos coinciden en rechazar la existencia de Dios porque lo caracterizan como el ser que es causa de sí y eso es imposible que pueda existir. También coinciden en negar a Dios porque afirman que es incompatible con la libertad absoluta del ser humano, lo que Sartre denominó «Teoría de la mirada».
El argumento falla por negación de la mayor: la libertad humana no es absoluta, ni siquiera a nivel moral (axiológico). Otros, como es el caso de Einstein, lo hacen siguiendo a Freud, sostienen que «Dios es un invento de la mente humana para apaciguar los miedos atávicos», se trataría de una figura que nos daría paz y confort frente a los temores que nos depara el destino incierto, igual que un niño pequeño acude a su padre para apaciguar todos sus temores la humanidad se habría inventado un padre celestial para tranquilizar sus miedos. Y, como no, un buen ateo ha de rechazar que Dios exista realmente porque es incompatible con todo el sufrimiento que se ve en el mundo y en la Historia de la humanidad.
-Abundando en ello, ¿qué predica un buen ateo?
-Hay varios tipos de ateísmo, el clásico (el de los siglos XIX y XX), que he comentado más arriba. El ateísmo sociológico actual, el indiferentista, no diría nada si le hablas de Dios, te miraría como si fueras un marciano, se encogería de hombros y se marcharía a vivir el día a día. Como es habitual en él, Nietzsche se adelanta a su tiempo y se convierte en el heraldo de una nueva época gracias a una parábola titulada «El hijo del carcelero», en la que, con una prosa elegante y majestuosa, explica cómo un buen día un preso que llevaba muchos años encarcelado se puso ante los demás en el patio y les dijo a los otros reclusos que creyeran en él, que él era el hijo del carcelero y si creían en él les iba a salvar. Los presos reaccionaron encogiéndose de hombros y continuaron indiferentes dedicándose a los suyo.
Por otra parte, la nueva elite intelectual atea agrupada en torno a las más recientes teorías cosmológicas dirían que Dios no existe porque el universo se ha creado a sí mismo a partir de fluctuaciones topológicas del vacío cuántico, incluidas las propias leyes del universo; como si esto solucionara el tema, pues estaríamos afirmando que algo surge de algo. Algo similar dirían los ultradarwinistas: «Dios no existe porque el género Homo surge por evolución biológica a partir de un homínido no humano» (algunos etólogos lo definen como el tercer chimpancé); como si este hecho anulara realmente la existencia objetiva de Dios. Para los neuroteólogos, Dios es una invención del cerebro, puesto que los escáneres revelan que cuando se hace meditación hay ciertas áreas del cerebro que se activan. Seguro que cuando comemos un yogur hay ciertas zonas del cerebro que se activan y no por eso el yogur es un invento de nuestra mente.
-Viendo y releyendo a los grandes pensadores que usted introduce en su libro (Camus, Sartre, Nietzsche, Hume, Popper, Spinoza…) la gente creería que es «razonable» seguir los principios preconizados por esos intelectuales...
-Es normal; de Nietzsche se dice que es el autor de la mejor prosa alemana del siglo XIX, y textos como la parábola mencionada avala justamente esa opinión. Sartre y Camus ganaron merecidamente el Premio Nobel de Literatura; y así podríamos continuar reconociendo los méritos personales de los autores citados. Pero lo importante es seguir sus razonamientos. El libro está consagrado a eso. Y que cada lector saque sus propias conclusiones. Es un libro muy respetuoso. Claro y profundo, pero muy respetuoso. Encaminado a estimular la reflexión y huyendo del adoctrinamiento. No me escondo, la conclusión es que no hay razones objetivas para ser ateo, en el sentido de que no hay argumentos racionales teóricos que logren demostrar de un modo objetivo y satisfactorio que Dios no existe. Ser ateo es una decisión personal, es un acto de la voluntad que, eso sí, puede ir acompañado de argumentos racionales, pero que, tal como se analiza en el libro, si son como los propuestos hasta la fecha, no son probatorios. No obstante, esta tesis se defiende respetando siempre de un modo profundo y sincero a todo el mundo y exponiendo las ideas y los razonamientos con honestidad.
-¿Cómo trata usted de desmantelar los sofismas planteados sobre el ateísmo?
-En este libro no realizo esa tarea. Lo siento. Quizás decepcione a alguien, empezando por los propios ateos que pueden pensar: «Ya estamos con lo mismo, niegan nuestra postura pero no argumentan la suya». La razón es muy sencilla: este libro trata sobre las posturas de los ateos y sobre cómo los creyentes pueden dialogar con el nuevo tipo de ateísmo que predomina en nuestros días (que, tal como ya he apuntado, es muy distinto al de los dos siglos anteriores). Abordar los argumentos que tiene el ateísmo para demostrar racionalmente la existencia de Dios de un modo objetivo y probatorio es un tema que da para escribir otro libro.
-En ese debate enconado que propone entre un ateo y un cristiano, ¿cómo pueden dialogar entre ellos? ¿Cuáles serían los puntos de encuentro que debieran hallar en esa conversación?
-El ateísmo actual se caracteriza por ser indiferentista, práctico, masivo (antes el ateísmo era un fenómeno extremadamente minoritario), rehúye de dar argumentos (al menos el ateísmo sociológico), por tanto es volitivo y no racional. Para mí, y siendo muy breve, el diálogo entre el teísmo y el ateísmo actual se debe hacer desde el mutuo respetoy desde aquello que nos une a todos: el respeto a la dignidad de la persona, la solidaridad, la defensa de la libertad y de los valores más fundamentales, como los recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, trabajar en favor de todas estas cosas nos acerca y une, a partir de ahí es posible preguntar por el fundamento último de todo esto. Como bien dice, la última parte del libro se consagra a profundizar en algunas de las claves de este diálogo tan necesario.
-¿Cómo ha recibido usted las palabras pronunciadas por el Papa en su viaje a Asia acerca de que no se deben ofender las creencias y la fe de nadie, obviamente, en relación con el atentado del «Charlie Hebdo»? ¿Y qué opina usted de estos sangrientos atentados cometidos en nombre de un dios, otro, el del islam?
-En mi opinión está absolutamente injustificado que se mate a nadie en nombre de Dios. Es algo contradictorio. ¿Cómo puede querer Dios a alguien que asesine a otro ser humano diciendo que así está sirviendo a Dios? Es algo que cae por su propio peso. Dios es el Creador absoluto y sólo Él es el dueño de cada vida humana que, en última instancia, es imagen y semejanza suya. Los crímenes de «Charlie Hebdo» me parecen abominables e injustificables, así como cualquier otro que se haga en nombre de cualquier credo religioso. Si alguien cree que se están ofendiendo sus creencias religiosas debe acudir a los tribunales y presentar allí sus alegaciones y si los fallos judiciales no son de su gusto tiene la posibilidad de, con paciencia y perseverancia, trabajar para lograr sentencias que sí le satisfagan. Por otra parte, me parece totalmente razonable que se hable del hecho de que ha de haber un profundo respeto por las creencias religiosas que promueven la dignidad de la persona, lo que no es incompatible con el derecho a la libertad de expresión. Mi libro apuesta por el diálogo respetuoso con las personas y centrado exclusivamente en el debate de las ideas, invitando a la reflexión y no a la confrontación. Ojalá que llegue un tiempo a partir del cual nunca más se vuelvan a repetir hechos así.

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