El decrecimiento que viene
Si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e incontrolable descenso tanto de la población como de la capacidad industrial.
Donella Meadows y otros, 1972
Casi medio siglo después de la publicación del informe Los límites del crecimiento
de Donella y Dennis Meadows, expertos como Íñigo Capellán-Pérez y
Margarita Mediavilla siguen confirmando con nuevos estudios no solo la
validez de aquella predicción sino también advirtiendo que podríamos
estar más cerca que nunca de cumplirla. Los pronósticos van desde los
más pesimistas, según los cuales una caída abrupta de las sociedades
industriales comenzaría antes de terminar esta década, hasta los más
optimistas dentro de lo realista, que sitúan una caída más gradual y
escalonada a partir de ~2030. No obstante, aun la bajada más gradual que
podamos imaginar no será tan pausada como la subida. Es lo que Ugo
Bardi y Gail Tverberg llaman respectivamente el «efecto Séneca» y los
«ciclos seculares».
En el caso
del agotamiento de los recursos fósiles, ya es un secreto a voces que
nos estamos acercando a gran velocidad al pico de producción de la mayor
fuente de energía y de riqueza conocida que es el petróleo, también
llamado peak oil, combustible que sostiene casi todas las
infraestructuras que hoy conocemos y tras el cual se sucederán
progresiva o repentinamente el resto de picos: el pico del gas, del
uranio, del carbón, del metal, etc. Huelga decir que combustible siempre
habrá en términos geológicos, pero lo que cuenta es que su extracción
será cada vez más cara en términos económicos. El ritmo del declive
dependerá en última instancia de la reacción de un sistema financiero
que ya estaría mostrando algunos signos alarmantes de una futura
recesión: deuda global en niveles históricos, salarios y precio del
petróleo en descenso, etc.
El peor escenario posible, aunque para Tverberg el más probable
Sea como
fuere, autores como Antonio Turiel y Gail Tverberg coinciden en que las
energías fósiles y nucleares de extracción «barata» no tardarán en
escasear y que las energías renovables no bastarán para satisfacer ni
una cuarta parte de la demanda actual de energía. Un descenso anticipado
de manera asamblearia por los habitantes de cada municipio sería hoy
por hoy la alternativa más deseable, aunque difícilmente la más
probable. Con los datos en la mano, no creo estar planteando un falso
dilema si digo que o lo hacemos por las buenas, ahora y de manera
horizontal, o lo tendremos que hacer por las malas, después y de manera
vertical.
¿Es
posible evitar el decrecimiento con nuevas energías y/o tecnologías?
Seguramente no. A pesar de ello, todavía permanece en el imaginario
colectivo un malentendido sobre el pasado que es preciso hacer notar,
aquel que sostiene que las nuevas fuentes de energía fueron sustituyendo
a las antiguas conforme estas se iban agotando y que, por esa misma
razón, ahora es de esperar que ocurra lo mismo con los combustibles
fósiles, pero nada más lejos de la realidad. Primero porque eso no fue
lo que ocurrió, y segundo porque incluso si fuera cierto, del hecho de
que el petróleo y el gas natural hayan alargado algo más de un siglo la
fiesta del crecimiento iniciada por el carbón no se deduce que existan
combustibles alternativos de similar rentabilidad energética.
De la
misma manera que el aumento del consumo de carne en el paleolítico no
reemplazó a los vegetales, sino que aportó proteínas de mayor valor
biológico a nuestra dieta, el petróleo y el gas no vinieron a sustituir a
una industria del carbón agonizante, sino a complementarla, aumentando
así el consumo total de energía que demandaba el metabolismo de unas
sociedades adictas al crecimiento. La prueba de que el carbón no había
llegado a su pico en el siglo XIX está en que la producción no ha parado
de crecer en las últimas décadas a un ritmo nunca visto. Además, el
carbón tampoco reemplazó a la madera, del mismo modo que la energía
nuclear ni las renovables reemplazarán al petróleo. En el mejor de los
casos lo complementarán durante unos años hasta que este llegue a su
cenit y las arrastre con él.
En otras
palabras, todos esos recursos se han estado explotando solapadamente, y
cuando los combustibles fósiles alcancen y sobrepasen su pico de
producción mundial, cosa que nunca antes había ocurrido con ninguna otra
fuente, no solo no aparecerá nada parecido que los sustituya sino que
afectará irremediablemente al resto de energías, ya que todas, tanto
antiguas como modernas, se han estado beneficiando de su extraordinario
aporte material y energético, de la misma manera que le ocurriría a los
biocombustibles si otras fuentes energéticas como el agua (peak water) o el suelo cultivable (peak soil) comenzasen a declinar.
Por primera vez en la historia de la humanidad se quiere hacer una transición renovable partiendo de un descenso de las fuentes que alimentarían esa transición. Es de un tecno-optimismo que ignora la Historia; propio de quizás el mayor sesgo cognitivo y mito cultural que hoy nos coarta los verdaderos cambios a los que tenemos que adaptarnos.
Carlos de Castro, 2014.
¿Está la
política preparada para el decrecimiento? No. Y no solo la política
conservadora, sino tampoco la progresista. Ni siquiera el socialismo -el
real, el de los teóricos y el de los prácticos que lo llevan a
la práctica- defiende el decrecimiento. Al parecer las dos corrientes
políticas más importantes de Occidente, el liberalismo y el socialismo
de Estado, siguen creyendo en el crecimiento económico y en la expansión
territorial como la mejor solución a nuestros problemas, igual que lo
hacen las plagas cuando el medio y las circunstancias les son
favorables. Incluso otros socialismos denominados acrecentistas,
ecopolíticos, estacionarios o ecosocialistas, a medio camino entre el
crecimiento por el crecimiento y el decrecimiento por el decrecimiento,
siguen a pesar de su inventiva y buena intención enmarcados dentro del statu quo,
toda vez que refuerzan consciente o inconscientemente la existencia de
la mayoría de las estructuras e instituciones sociales que han defendido
el socialismo y el liberalismo de toda la vida, las mismas que nos han
traído hasta aquí, como pueden ser el Estado, la burocracia, los
parlamentos, la ley, la propiedad privada, el mercado, la moneda –tanto
la única como, ahora, la «social»-, el trabajo asalariado, el
economicismo, la ciudad, las fuerzas armadas y de seguridad, la escuela,
la cárcel, el patriarcado, el progreso tecnológico, los medios de
comunicación de masas, la industria, la hiperespecialización, la
división del trabajo en compartimentos estancos, la estratificación
social, el centralismo y la jerarquía. Instituciones sin las cuales no habría sido posible sobrepasar los límites biofísicos del planeta y con las cuales, por lo tanto, es muy probable que sigamos sobrepasándolos hasta que nos quedemos nunca mejor dicho sin gasolina.
Si incluso
el presidente amigo de la Pachamama, el indigenista Evo Morales, ha
sucumbido a los cantos de sirena no solo del gas y del petróleo sino
también de la energía nuclear, ¿qué cabe esperar aquí en España de los
socialistas Pablo Iglesias (Podemos), Pedro Sánchez (PSOE), Alberto
Garzón (IU) y Florent Marcellesi (EQUO), políticos aún más «civilizados»
que sus homólogos del sur? Otro tanto cabe decir de José Mujica, autor
de grandes discursos ambientalistas en la ONU y considerado por muchos
como uno de los pocos presidentes admirables que quedan, a pesar de que,
según la página web Uruguay Sustentable: por un país productivo y sustentable,
su gobierno ha apostado claramente por el crecimiento, impulsando la
industria forestal, la megaminería, las plantas regasificadoras, los
biocombustibles y el sector de las «renovables» (véase al respecto la
crítica de Amorós), todo ello sin descuidar las buenas relaciones con
las petroleras, con afirmaciones por parte de la Dirección Nacional de
Recursos Acuáticos tan reveladoras como esta: “No queremos petróleo y
crecimiento a cualquier costo sino con desarrollo sustentable, justicia
social…”, etcétera.
Comoquiera que se piense acerca del modo de repartir los bienes en nuestro mundo moderno, tanto los seguidores como los oponentes del socialismo están de acuerdo en el requisito previo para la solución de tal problema. Este requisito previo es la producción. (…) Prodúzcase para vender, o prodúzcase para repartir, el proceso de producción en sí no solo no es discutido por ninguno de los dos lados, sino venerado, y no se exagera si se afirma que, a ojos de la mayoría, hoy tiene algo de sacro.
Elias Canetti, 1960.
Tal como
los políticos y los economistas occidentales –incluidos los de la
economía ecológica- plantean los conceptos de «crecimiento sostenible»,
«crecimiento selectivo» y «crecimiento cero» es un oxímoron, una
contradicción en sí misma. Seguir en la senda del crecimiento cualquiera
que sea su reformulación burguesa –crecimiento indiscriminado o
selectivo, del PIB o del PIB verde, basado en bienes materiales o en
bienes relacionales, los del norte y los de sur o solamente los del sur-
no es deseable y pronto dejará de ser posible. Y lo que es peor, cuanto
más dure el intento peor será la bajada. Afortunada aunque
desoídamente, muchas voces cercanas al ecoanarquismo llevan proponiendo
desde hace tiempo que el único camino razonable a seguir no es crear más
puestos de trabajo en «sectores estratégicos» o ser más competitivos
con el exterior sino repartir autogestionadamente el trabajo que existe,
prescindir de aquellos oficios que consideremos insostenibles a medio y
largo plazo –estoy pensando en gran parte de los sectores secundario y
terciario-, propiciar el éxodo urbano, cuestionar y abandonar en lo
posible la mayoría de las instituciones actuales y redistribuir una
riqueza que, querámoslo o no, está obligada a menguar. En definitiva, el
99% del pensamiento de izquierdas que vemos por televisión, leemos por
Internet o escuchamos por la radio no va –y no podrá ir nunca, por sus
propias limitaciones teóricas intrínsecas- a la raíz del problema, es
decir, a los límites físicos de nuestro entorno y a las estructuras
sociales y los hábitos mentales que nos precipitan contra ellos.
Conclusión:
Decía el
sociólogo Peter L. Berger que “las instituciones proporcionan
procedimienos de actuación a través de los cuales la conducta humana es
modelada y forzada a marchar por canales considerados como deseables por
la sociedad. Y este truco es llevado a cabo haciendo que dichos canales
le parezcan al individuo los únicos posibles”. Pese a que no hay
razones para suponer que esta vez vaya a ser diferente, cabe preguntarse
si algún día seremos capaces de resocializarnos colectivamente, de
reiniciar la partida, de salirnos conscientemente de esos raíles que ya
estaban ahí cuando nacimos y que no elegimos. El humanista tiende a
creer que es posible, pues tiene fe en que la «humanidad» todavía está a
tiempo de tomar conciencia, de evitar lo peor, como si las especies y
las sociedades tuvieran los mismos atributos y capacidad de reacción que
los individuos. Por el contrario, el determinista tiende a preferir
hablar de mitigación a pequeña escala, de pequeños frenos de mano,
habida cuenta de que ningún comportamiento ejemplar ha detenido jamás la
marcha del mundo. El decrecimiento vendrá, a la romana o a la The road, y lo único que está en nuestras manos es decidir de qué lado queremos estar.
Para saber más:
Si deseas profundizar, una manera amena e interesante de hacerlo es viendo alguno de estos documentales: What a way to go: life at the end of Empire (2007), Punto ciego (2008), No hay mañana (2012), Stop! Rodando el cambio (2013), Decrecimiento: del mito de la abundancia a la simplicidad voluntaria (2014).
Si estás buscando un acercamiento rápido al problema, te recomiendo el
de 2012. Si por el contrario buscas un planteamiento más holístico y no
tienes prisa, prueba con el de 2007. Y si lo que más te interesa son las
soluciones, difíciles en cualquier caso, entonces échale un vistazo al
de 2013.
Bibliografía:
Amorós, Miguel. 2013. “Capital viento: ¿por qué las centrales eólicas?”, Metiendo Ruido, 24 de septiembre [en línea].
Bardi, Ugo. 2013. “The punctuated collapse of the Roman Empire”, en su blog Resource Crisis, 15 de julio.
Berger, Peter L. 1963. Invitation to sociology: a humanistic perspective, Anchor Books, New York, pág. 87.
Canetti, Elias. 1960. Masa y poder, Alianza Editorial, Madrid, 1983, pág. 187.
Capellán-Pérez,
Íñigo y otros. 2014. “Agotamiento de los combustibles fósiles y
escenarios socio-económicos: un enfoque integrado”, Energy, septiembre [PDF en línea].
De Castro Carranza, Carlos. 2014. “¿Soluciones tecnológicas? El caso de las renovables y la permacultura”, en el blog Grupo de Energía y Dinámica de Sistemas, Universidad de Valladolid, 12 de octubre.
Meadows, Donella y otros. 1972. Los límites del crecimiento, Fondo de Cultura Económica, México, págs. 24-25.
Turiel, Antonio. 2014. “Post de resumen: los límites de las renovables”, en su blog The Oil Crash, 28 de agosto.
Tverberg, Gail. 2014. “Ten reasons intermittent renewables (wind and solar PV) are a problem”, en su blog Our Finite World: exploring how oil limits affect the economy, 21 de enero.
- “Converging energy crises – and how our current situation differs from the past”, Our Finite World: exploring how oil limits affect the economy, 29 de mayo.
- “WSJ gets in wrong on «Why peak oil predictions haven’t come true»”, Our Finite World: exploring how oil limits affect the economy, 6 de octubre.
Uruguay Sustentable. 2014. “Uruguay invirtió 7000 millones de dólares en energía para el desarrollo”, 25 de junio [en línea].
- “DINARA solicitó a empresas de exploración petrolera información científica sobre plataforma marina”, 28 de agosto [en línea].
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