martes, 23 de abril de 2013

LA REPÚBLICA DOMINICANA DESDE 1873 HASTA NUESTROS DÍAS


LA REPÚBLICA DOMINICANA DESDE 1873 HASTA NUESTROS DÍAS

Pedro Henríquez Ureña


En 1873 comienza para la República Dominicana un inesperado florecimiento. Se cierra el período de "los seis años" del gobierno de Buenaventura Báez: desaparece la amenaza de anexión a los Estados Unidos, rechazado el proyecto en el Senado de la gran nación y repudiado por el pueblo de la pequeña; se convoca una Asamblea Constituyente que reforma la Carta fundamental del país (la de setiembre de 1866) a principios de 1874 y después una Convención Nacional que introduce nuevas reformas, sancionadas en marzo de 1875, todas de orientación liberal: la más característica era el sufragio universal, con voto directo.
El gobierno de Ignacio María González, presidente provisio­nal primero (enero de 1874), constitucional después (desde abril de 1874 hasta febrero de 1876), se inauguró bajo los auspicios de paz y de progreso: el entusiasmo popular fue tal, que se arrojaron al mar los grillos de las cárceles. "¡Ya no hay vencidos ni vencedores!" exclamaba el poeta José Joaquín Pérez. Una de las primeras medidas gubernativas fue la rescisión del contrato de arrendamiento de la bahía de Samaná a una empresa de los Estados Unidos, firmado por Báez en 1872. Después se concertaron tratados con Haití, intentando resolver la espinosa cuestión de los límites, y con España, para resolver problemas que quedaron pendientes después de terminado el breve período de reanexión (1861-1865).
Se desarrolla el comercio y aparecen industrias, de tipo moderno, si bien pequeñas. En 1876 se establece la primera gran industria: el ingenio de azúcar con máquinas de vapor, a imitación de Cuba. Se dan pasos para establecer bancos (el primero es de la época de Báez), telégrafos, cables submarinos.
Hay, sobre todo, movimiento de cultura. El gobierno funda escuelas elementales y da impulso a las de enseñanza secundaria y a las dos de enseñanza superior organizadas en 1866: el Seminario Conciliar, bajo la dirección del ilustre orador sagrado Dr. Fernando Arturo de Meriño (1833-1906), y el Instituto Profesional, nuevo conato, después del ya extinto Colegio de San Buenaventura, hacia la reconstrucción de la Universidad; allí se enseñaban derecho, medicina y agrimensura. Al insigne puertorriqueño Román Baldorioty de Castro se le encomendó la dirección de la Escuela de Náutica (1875) y él enseñó además a muchos estudiosos de la capital matemáticas y física. Se desarrollaron las escuelas particulares: tienen significación especial las de Socorro Sánchez y Nicolasa Billini, las primeras donde se trata de elevar la educación de la mujer por encima del nivel elemental. El canónigo Francisco Xavier Billini (1837-1890) acomete empresas admirables: había fundado ya el Colegio de San Luis Gonzaga (1866), con biblioteca pública y órgano periodístico, El Amigo de los Niños, y sumando auxilios privados establece el primer manicomio, el primer asilo de ancianos, el primer orfelinato, el primer dispensario de pobres. Adquieren importancia las asociaciones de cultura: principalmente la República (1866-1910), La Juventud (1868) y los Amigos del País (1871), en la capital, los Amantes del País, de Puerto Plata, la Progresista, de La Vega (1878), que fundó la primera escuela nocturna de aquellaciudad y años después su primer teatro. La Republicana tomó a su cargo el teatro que la deAmantes de las Letras había establecido en 1859; La Juventud abrió una biblioteca pública (1872), como los Amantes de la Luz en Santiago; la de Amigos del País, que hereda la biblioteca de La Juventud en 1880, organiza actos literarios y musicales, que tuvieron resonancia, entre 1877 y 1881, publica la revista El Estudio (1878-1881) y obras de autores dominicanos. La prensa se multiplicó para discutir libremente las cuestiones públicas: los periódicos principales fueron El Porvenir, de Puerto Plata (fundado en 1872; todavía existe), El Orden, El Eco del Yaque, El Dominicano (1874) y La Paz (1875), de Santiago de los Caballeros, La Opinión, El Nacional, El Liberal, El Centinela, de la capital; posteriormente, El Observador, de 1876, y por fin Eco de la Opinión (1879-1899); como periodistas se distinguieron Manuel de J. de Peña y Reinoso (1834-1881). Hubo periódicos especiales dedicados a la defensa de las campañas de independencia de Cuba y Puerto Rico: en ellos colaboraron cubanos y puertorriqueños distinguidos, como Ramón Emeterio Betances y Eugenio María Hostos. Se desarrollaron las letras: figuras principales, el teólogo y orador Meriño, el historiador Emiliano Tejera (1841-1923), Manuel de Jesús Galván (1834-1910), autor de la célebre novela histórica Enríquillo (1879-1882), José Joaquín Pérez (1845-1900), el gran poeta de las Fantasías indígenas (1877), y Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897), cuyos versos dan voz al nuevo entusiasmo patrótico, la fe en la paz y el progreso: en “contagio sublime, muchedumbre de almas adolescentes la seguía al viaje inaccesible de la cumbre que su palabra ardiente prometía".
La actividad política, desgraciadamente, contribuyó poco al logro de tantas esperanzas. Contra el gobierno de González se organizó una oposición que lo acusó ante el Congreso: el cuerpo legislativo lo absolvió de la acusación, pero él renunció. Los optimistas llamaron evolución a este movimiento político. Se eligió entonces al eminente ciudadano Ulises Francisco Espaillat (1823-1878), que había participado en la lucha contra la reanexión a España y era escritor político distinguido. Formó gabinete (al tomar posesión, en abril de 1876) con cinco de los nombres más ilustrados del país: Galván, Peña y Reinoso, el historiador José Gabriel García (1834-1910), el escritor político Mariano Antonio Cestero (1838-1909), el general Gregorio Luperón (1839-1897). Gobernó ejemplarmente. No por eso pudo dominar la enfermedad de los alzamientos revolucionarios y renunció antes de seis meses (octubre de 1876), Se sucedieron entonces, en gobiernos de corta duración, González (noviembre-diciembre de 1876), Báez (diciembre de 1876 a febrero de 1878), nuevamente González (julio-agosto de 1878), el magistrado Jacinto de Castro (setiembre de 1878), el general Luperón (diciembre de 1879 a agosto de 1880). Entre uno y otro presidente, solía gobernar de modo interino el cuerpo acéfalo de secretarios de Estado; a veces, durante breve tiempo, existían dos gobiernos, en ciudades diferentes, representando intereses encontrados.
La Constitución se reformó en 1877, 1878, 1879, 1880 y 1881: se adopta la costumbre de rehacerla íntegra, en vez de introducirle retoques; de modo que el país que en treinta años,1844 a 1874, tuvo seis constituciones (las de 1844, 1854 –dos-, 1858 y 1866: en realidad eran dos, una autoritaria y otra liberal, que subían y bajaban con los caudillos), de 1874 a 1881 tuvo otras siete (las de 1874, 1875, 1877, 1878, 1879, 1880, 1881), sino que ahora todas son liberales en apariencia, sin el espíritu autoritario exija preceptos constitucionales que justifiquen. Las Constituciones posteriores son de 1887, 1891 1907, 1908, 1924, 1929 y 1934.
Hecho importante de este período: el hallazgo de los reste de Colón en la Catedral de Santo Domingo (setiembre de 1877).
En 1880, el voto popular lleva el poder (1° de setiembre) al presbítero Fernando Arturo de Meriño, hombre de altas dotes en inteligencia y en carácter. Hizo obra de progeso, respetó la libertad de opinión, cumplió estrictamente las leyes; pero en mayo de 1881, para poner fin a las revueltas armadas, aceptó asumir poderes dictatoriales, que se le concedieron en asambleas populares, y dictó el severísinio decreto de represión que recibió el nombre popular de "decreto de San Fernando". Se ha discutido mucho sobre qué motivos o qué personas instigaron la promulgación del decreto. De todos modos, causó estupor público: el gobierno fracasó moralmente. Termina, sin embargo, su período de dos años, y con él comienzan cuatro lustros de paz. A Meriño se le designó poco después (1885) arzobispo.
De 1882 a 1884 gobierna el general Ulises Heureaux (1845-1899), hijo de padre haitiano y madre martiniqueña (los dos abuelos eran franceses). En 1884 asume la presidencia el eminente patriota y escritor Francisco Gregorio Billíní, a quien se debieron muchas iniciativas de progreso; pero, considerando insuperables los obstáculos que le oponían las disensiones entre el general Heureaux y sus rivales, renunció el 16 de mayo de 1885, y el período lo terminó el vicepresidente, Alejandro Woss y Gil (m. 1932), militar muy ilustrado. Las elecciones de 1886 fueron reñidas; triunfó en ellas el general Heureaux contra el general Casimiro Nemesio de Moya (1849-1915), que años espués se distinguió como historiador y geógrafo: el partido derrotado atribuyó a fraude el triunfo electoral y se alzó en armas, pero fue vencida la revolución, y Heureaux gobernó desde enero de 1887, con cuatro reelecciones sucesivas (el período presidencial se extendió de dos a cuatro años). Gobernó pacífica pero despóticamente, hasta que un grupo de jóvenes le dio muerte en julio de 1899. Su régimen extinguió las revoluciones, pero también la vida política, suprimiendo el voto popular y la libertad de opinión; cometió además errores financieros, contratando empréstitos ruinosos; pero coincidió con la espontánea ascensión económica del país, contagio de la formidable expansión industrial de Occidente a fines del siglo XIX. Junto al desarrollo de la agricultura, de las pequeñas industrias, del comercio, aparecieron los ferrocarriles y ocurrió la multiplicación de la gran industria del azúcar: dudoso beneficio, porque junto al enriquecimiento de unos pocos presenció el país la invasión de obreros negros, analfabetos, de habla inglesa o francesa, procedentes de las Antillas vecinas, a quienes se les pagaban salarios de hambre. Los dominicanos, en general pequeños propietarios rurales, no se avenían al trabajoabrumador de los ingenios. Los inmigrantes contribuían a rebajar el nivel económico de vida y a retrasar el avance de la educación pública. El problema, en vez de mitigarse, se ha agravado con creces durante el siglo actual.
Mientras tanto, en el orden de la cultura realiza el país el más alto esfuerzo de su historia, después de la fundación de las Universidades del siglo XVI. En 1880 se establece, a iniciativa del general Luperón, y bajo la dirección de Hostos, la Escuela Normal de la capital. Con esta institución, y con la influencia de Hostos, se transforma íntegramente la vida intelectual del país: por primera vez entran en la enseñanza las ciencias positivas y los métodos pedagógicos modernos. Hostos encuentra ayuda, principalmente, en profesores jóvenes, orientados de antemano en sus lecturas personales hacia los rumbos que él señala: Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1935) y José Pantaleón Castillo, que en realidad se le habían anticipado fundando en 1879 la Escuela Preparatoria (duró hasta 1894); Emilio Prud'homme (1856-1932), José Dubeau, Carlos Alberto Zafra.
Como esta Escuela Normal se organizó para alumnos varones solamente, en noviembre de 1881 funda Salomé Ureña de Henríquez el Instituto de Señoritas, plantel particular con subvención del Estado, adoptando el plan de estudios de Hostos.
Los primeros maestros se graduaron en mayo de 1884; las primeras maestras, en abril de 1887. Ambas investiduras fueron acontecimientos resonantes. En ambas instituciones la enseñanza resultaba muy superior al nivel que sus planes y programas harían suponer: el saber y el entusiasmo de directores y profesores la elevaba extraordinariamente.
La obra de Hostos persiste desde entonces. Él, tropezando con la oposición que el presidente Heureaux estimulaba, se trasladó a Chile en 1888; pero sus compañeros y discípulos continuaron la labor. En 1895, el gobierno transforma la Escuela Normal en Colegio Central, donde en vez de maestros se graduaban bachilleres (hasta entonces el título de bachiller se obtenía mediante exámenes ante el Instituto Profesional); pero en 1900, habiendo regresado Hostos de Chile (murió en Santo Domingo en 1903), reorganizó la enseñanza de todo el país y mantuvo la escuela de bachilleres junto a la de maestros. El primer Instituto de Señoritas se cerró en diciembre de 1893; se organizó en 1895, bajo la dirección de dos antiguas discípulas del primero, Luisa Ozema Pellerano de Henríquez (1870-1927) y Eva María Pellerano: desde 1897 se llamó Instituto "Salomé Ureña"; duró cuarenta años.
Los compañeros de Hostos llevaron sus planes y sus métodos fuera de la capital: Prud'homme a Azua, Dubeau a Puerto Plata. En Santiago de los Caballeros se fundó otra Escuela Normal, que sirvió de centro para todo el norte del país. En Puerto Plata, una ilustrada puertorriqueña, Demetria Betances, organizó la enseñanza femenina: una de sus discípulas, Antera Mota de Reyes, continuó la obra desde 1895.
Bajo el gobierno de Billini (1884) se creó la admirable institución del maestro ambulante, utilísima en país esencialmente rural como Santo Domingo; duró, por desgracia, poco.
El Instituto Profesional se reorganizó en 1881, bajo el gobierno de Meriño, y de nuevo en 1895, aumentando sus cátedras.
Las letras florecen. A Meriño, Galván, los Tejera, Peña y Reinoso, Cestero, García, Billini, los Henríquez y Carvajal, Salomé Ureña, José Joaquín Pérez, Dubeau, Prud'homne, Penson, se suman ahora los hermanos Gastón Fernando (1861-1913) y Rafael Alfredo Deligne (1863-1902), admirables poetas y prosistas ambos; Enrique Henríquez (1859-1940), Arturo Pellerano Castro (1865-1916), Fabio Fiallo (1866-1942), Andrejulio Aybar (n. 1873); los prosistas Federico García Godoy (1857-1924), Américo Lugo (1870-1952), Tulio Manuel Cestero (1877-1954).
En música, Juan Bautista Alfonseca y los Marcelo, poco después de la independencia de 1844, habían reanudado la tradición de alta cultura de la época colonial; ahora se distinguen José Reyes, Luis Eduardo Betances y Pablo Claudio. En pintura, Luis Desangles, cuyo retrato de Amelia Francasci es uno de los mejores cuadros de tipo impresionista en América.
La prensa participó del desarrollo general del país. El primer diario, El Telegrama, apareció en 1882, bajóla dirección de César Nicolás Penson (1855-1901), escritor y poeta distinguido. En 1885, se transforma en diario El Eco de la Opinión, pero vuelve pronto a semanario. En 1889, Arturo Pellerano Alfau funda el Listín Diario, que dura todavía como órgano principal de la prensa. Pero el régimen de Heureaux veía con disgusto la prensa libre. Así, en 1890 suprime violentamente El Mensajero, semanario (1881) de Federico Henríquez y Carvajal, por su análisis de una de las engañosas "redenciones de la deuda pública", que terminaba: “redenciones que crucifican". El director se ve obligado a abandonar la prensa política y a fundar la revista Letras y Ciencias (1891-1900). Hubo otras publicaciones de gran interés desde la Revista Científica, Literaria y de Conocimiento Útiles (1883-1886) hasta la Revista Ilustrada (1898-1900).
Terminado el gobierno del general Heureaux (julio 1899), tras los breves gobiernos provisionales de Wenceslao Figuereo y de Horacio Vásquez (m. 1936), se inicia (noviembre de 1899) el gobierno constitucional de Juan Isidro Jimenes, que dura hasta mayo de 1902: época de paz y de libertad democrática. Sobrevino luego una serie de trastormaciones revolucionarios, entre los cuales se sucedieron los gobiernos Horacio Vásquez (mayo de 1902 a marzo de 1903), Alejandro Woss y Gil (marzo a diciembre de 1903), de Carlos Morales (diciembre de 1903 a diciembre de 1905); por fin, el gobierno pacífico de Ramón Cáceres (diciembre de 1905 noviembre de 1911). Después de Cáceres, nuevos disturbios; se suceden los gobiernos del general Eladio Victoria (noviembre de1911 a noviembre de 1912); del venerable arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (diciembre de1912 a marzo de 1913), a quien designó el Congreso para imponer la concordia, pero que renunció al reconocer imposible la tarea; del general José Bordas Valdés (abril de 1913 a agosto de 1914); del Dr. Ramón Báez, médico y universitario distinguido (agosto a diciembre de 1914); de Juan Isidro Jimenes (diciembre de 1914); de Juan Isidro Jimenes (diciembre de 1914 a mayo de 1916); del cuerpo de Secretarios de Estado de Jimenes (mayo a julio de 1916).
El gobierno de Heureaux, al desaparecer en 1899, dejó al país una complicada deuda pública. Ante todo, para conseguir dinero en Europa le había sido necesario (1888) reconocer en parte las obligaciones del empréstito Hartmont (1869), uno de esos típicos empréstitos ingleses del sigloXIX, con que los financieros cargaban de deudas a los países de la América española (así en México) mediante desembolsos mínimos: en el caso Hartmont, el fraude había sido escandaloso, pues sólo se entregaron al gobierno de Báez 37.500 libras esterlinas, pero se lanzaron al mercado bonos por 757.700. Después de su primer empréstito, el gobierno de Heureaux continuó pidiendo dinero a Europa y a los Estados Unidos, aunque presentando a veces los convenios, ante el pueblo dominicano, como conversiones y redenciones. Al desaparecer aquel régimen, no se sabía a punto fijo a cuánto ascendía la deuda, ni cuánto habían entregado las compañías extranjeras al gobierno. Para colmo, las aduanas estaban desde 1888 en manos de una Caja General de Recaudación (Caisse Genérale de la Régie), representante de los acreedores extranjeros, para que cobrase los impuestos y retuviese las sumas necesarias para el pago de la deuda. El gobierno de Jimenes, deseoso de reorganizar económicamente el país (una de sus medidas eficaces fue suprimir los impuestos a la exportación, que eran tradicionales), entabló conferencias con los acreedores, y, en vista del desacuerdo entre los europeos y los norteamericanos, quitó a la comisión extranjera — norteamericana ahora— las funciones de recaudación aduanal (enero de 1901) y designó a su ministro de Relaciones Exteriores, doctor Francisco Henríquez y Carvajal, para que tratase directamente con los acreedores en Europa y los Estados Unidos sobre las obligaciones que Santo Domingo debería, reconocer. El Congreso dominicano aprobó el convenio concertado con los europeos, pero no el proyecto de contrato con la empresa que representaba los intereses de los norteamericanos, la San Domingo Improvement Company, porque — entre otras razones — se le concedían tres meses de plazo para presentar sus cuentas, en vez de exigírselas inmediatamente.
Los posteriores cambios de gobierno en el país, alargaron el problema, y por fin en el mes de enero de 1903 se le reconocieron a la Improvement Company cuatro millones y medio de dólares (en las conversaciones preliminares de 1900 con el presidente Jimenes el representante de la empresa había mostrado dispuesto a aceptar arreglos sobre la base de un millones y medio). En enero de 1905, el gobierno dominicano de Morales concedió al de los Estados Unidos, que ahora respaldaba las gestiones de los acreedores, el derecho de designar funcionarios (norteamericanos) que administrasen las aduana del país (Receptoría General de Aduanas); este anómalo sistema, que ponía a la República virtualmente en situación de protectorado, tuvo confirmación en el convenio (Convention) de 1907, con el cual además se concertaba un empréstito de veinte millones de dólares, para conversión de todas las deudas externas e internas, y para desarrollo de las obras públicas. Theodore Roosevelt, el presidente de los Estados Unidos bajo cuya administración se firmó el convenio de 1907, declaró que, suprimida la posibilidad de disponer de los impuestos aduanales, desaparecería el incentivo de las revueltas armadas. Pero las revueltas reaparecieron cuatro años después y con ellas creció la injerencia de los Estados Unidos, hasta hacerse preponderante bajo Woodrow Wilson.
Desde 1913, el presidente Wilson empezó a hacer advertencias de todo orden a los gobiernos y a los partidos de Santo Domingo, y a las advertencias siguieron los actos, tales como el nombramiento de un Perito (Expert) financiero para aconsejar en todo lo referente a la hacienda pública (1914) y la designación de comisionados que observaran las elecciones (1914). En mayo de 1916, en medio de la guerra civil, desembarcaron tropas norteamericanas y se instalaron en ciudades principales. El Congreso debía designar presidente provisional, libre de compromisos políticos, en sustitución de Jimenes, que había renunciado: el Dr. Federico Henríquez Carvajal, presidente dela Suprema Corte de Justicia, declinó la elección, cuando estaba a punto de recibir confirmación definitiva, para evitar que la presión del Ministro de los Estados Unidos convirtiese en mera simulación la libertad del cuerpo legislador. Al fin (julio de 1916) resultó electo el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, residente entonces en Cuba, donde ejercía su profesión de médico.
Al tomar posesión de su cargo, el Dr. Henríquez se vio ante el grave problema que le creaba el proyecto finalmente formulado por el presidente Wilson: en sustancia, exigía que se pusiese en manos de funcionarios norteamericanos, nombrados y respaldados por el gobierno de los Estados Unidos, el manejo de toda la hacienda pública y la dirección de todas las fuerzas armadas. Mientras tanto, la Receptoría General de Aduanas se negaba a entregar fondos al gobierno dominicano, y la administración tuvo que funcionar con empleados voluntarios que no cobraban sueldo. El gobierno, en vez de doblegarse, persistió en tratar de convencer al de los Estados Unidos de que deberían buscarse otras bases de convenio. Por fin, el 29 de noviembre de 1916 el presidente Wilson declaró ocupada militarmente la República Dominicana.
El pueblo no tenía medios para oponerse a la invasión. El Presidente Henríquez se vio obligado a salir de su país y a iniciar una larga campaña en defensa de la soberanía dominicana. Esta campaña, apoyada por toda la nación, consistió tanto en presentar constantemente exposiciones de razones y argumentos al gobierno de los Estados Unidos como en hacer conocer a toda la América española la situación de Santo Domingo. Duró seis años. Mientras tanto, los funcionarios de la ocupación militar reprimían con violencia todo intento rebelde y suprimían las libertades políticas, principalmente la de palabra.
Desde 1916 hasta 1922, Santo Domingo, sin darse nuevo gobierno que se sometiera a los invasores, soportó resignado la ocupación militar. Al fin, el gobierno de los Estados Unidos, que había pasado de Wilson a Harding, decidió poner término a aquella situación injustificada y permitió previamente la expresión de opiniones; muchas, encabezadas por la del Dr. Henríquez, demandaban la devolución pura y simple de la soberanía. Washington deseaba conservar la fiscalización hacendaría que ejercía desde 1905. Se concertó al fin el Plan Hughes-Peynado, que dejaba subsistir la Receptoría General Aduanas para aconsejar al gobierno en el manejo de fondos.
Los partidos convinieron — porque la ocupación militar ni había dejado sobrevivir el Congreso — en designar como presidente provisional a Juan Bautista Vicini Burgos (octubre 1922 a agosto de 1924) para que después se celebrarara elecciones. En ellas triunfó el veterano jefe de partido Horacio Vásquez sobre el distinguido jurista Francisco José Peynado (1867-1933), que desempeñó honroso papel en las gestiones para la restauración de la soberanía. El general Vásquez gobernó de 1924 a 1930; el Congreso, invocando una reforma constitucional de 1908, prorrogó su mandato de cuatro años seis. En febrero de 1930, oponiéndose a la perpetuación del régimen, fuese mediante reelección, fuese mediante candidatura oficial, se inició un movimiento de protesta que triunfó sin derramamiento de sangre, y asumió la presidencia provisional el Licenciado Rafael Estrella Ureña (febrero a agosto de 1930). Electo presidente el general Rafael Leónidas Trujillo Molina gobernó durante dos períodos de cuatro años (1930-1934 y 1934-1938): se realiza entonces vasta labor de reorganización desarrollo.
En 1938 se eligió al Dr. Jacinto Bienvenido Peynado, jurista como su hermano Francisco José y catedrático de la Universidad. Murió en 1940 y le sucedió el vicepresidente, Dr. Manuel de Jesús Troncóso de la Concha, también jurista universitario de gran prestigio, quien gobernó hasta 1942 en que fue reelecto el Gral. Trujillo para el período 1942-1947. Nuevamente en la primera magistratura Trujillo ha mantenido país en franco progreso económico y cultural. En 1940, mediante el tratado Trujillo-Hull, se suprimió la Receptoría General de Aduanas, y con ello la recaudación de impuesto aduanales pasó nuevamente a la República. Así desapareció el último resto de injerencia oficial de los Estados Unidos.
La Constitución se reformó en 1942. La innovación principal es el voto femenino, con el derecho de las mujeres a ejercer cargos públicos electivos. Como consecuencia, en laelecciones inmediatas de miembros del Congreso resultaron designadas tres damas para formar parte de la Cámara de Diputados y una para la Cámara de Senadores. Hechos significativos recientes son, además, la ley que limita a ocho horas la jornada de trabajo; la creación del Banco de Reservas de la República, en 1941, y la fundación, en 1942, de las Escuelas de Emergencia, según el plan de Alfabetización del Presidente Trujillo, con inscripción aproximada de 80.000 alumnos. En la frontera con Haití, cuya delimitación es ya definitiva, se fundan nuevos centros de población y se fomentan los existentes, con grandes obras y servicios públicos.
Al definirse la situación bélica entre los Estados Unidos y los países del Eje, el Gobierno de la República Dominicana, con fecha 9 de diciembre de 1941, declaró la guerra al Japón, y tres días después a Alemania e Italia, adoptando, además, las medidas complementarias que imponía la nueva situación. El país sufrió durante el transcurso de la guerra con los ataques submarinos, la pérdida de buques mercantes y de no pocos hombres.
En su desarrollo, el país ha recibido la influencia de la marcha general de Occidente; pero su progreso ha sido lento. Causas principales: las agitaciones políticas, hasta 1916; la insuficiencia —cuantitativa— de la instrucción pública; el atraso técnico en el trabajo; la inmigración analfabeta (que se calcula en más de 200.000 personas), procedente de Haití y de colonias inglesas y francesas. Mucho bien podrá debérsele, en cambio, a la inmigración española que ha comenzado en 1939. No ha sido grave causa de atraso la falta de afluencia del capital extranjero: ejemplos suficientes hay de que, con capacidad, pueden crearse capitales en el país.
La población ha aumentado rápidamente. Según el censo de 1920, el país contaba 894.665 habitantes; según el de 1935, había ascendido a 1.479.417. Cálculos recientes demuestran que ha rebasado la cifra de millón y medio: Santo Domingo resulta, pues, dada la pequenez de su territorio (50.000 kilómetros cuadrados), uno de los países mejor poblados de América. La gran mayoría de esta población es rural: según el último censo, el 82 por ciento; pero, según métodos diferentes de cómputo, la proporción es mayor, porque las zonas que se cuentan como urbanas tienen a veces poblados excesivamente pequeños, que en otros países se clasificarían como simples centros rurales. Entre las ciudades, la mayor, que es la capital, se acerca apenas a 100.000 habitantes (proporción: cerca del 6 por ciento: mientras La Habana tiene cerca del 15 por ciento de la población de Cuba, Buenos Aires cerca del 20 por ciento de la argentina — "la gran Buenos Aires" cerca del 30 — y Montevideo alrededor del 25 por ciento de la uruguaya).
El desarrollo económico ha sido lento pero constante. De él hizo modesto alarde el país en 1927, con la Exposición Antillana que se celebró en Santiago de los Caballeros. Se interrumpió bruscamente en 1929, al repercutir allí la brusca crisis de los Estados Unidos, y a la crisis se agregó el desastre que produjo en la capital el ciclón de setiembre de 1930. Pero el país se ha recobrado rápidamente de estos males, a pesar de las condiciones poco favorables del mercado internacional. Mejoran los cultivos del cacao, del tabaco, del café, del algodón, del maíz. El cultivo del arroz se ha extendido, desde 1931, gracias a la campaña oficial, hasta el punto de reducir a la insignificancia la importación de cereal extranjero. La ganadería ha progresado, y en la industria de la mantequilla y del queso se ha llegado a situación parecida a la del arroz. La industria del azúcar se halla estancada desde la caída de los precios en 1923. Desde 1935, el gobierno reparte tierras — en gran escala — entre los campesinos, para multiplicar la pequeña propiedad rural; ademas, existen colonias agrícolas e industriales que funcionan bajo inspección oficial.
Desde 1908 se empezó a construir carreteras. La construcción se ha intensificado desde 1933: actualmente todo el país está cruzado de vías de comunicación, y, dada la pequeñez de las distancias, el automóvil hace innecesaria la creación de nuevos ferrocarriles (los que existen son del siglo pasado). A las carreteras se suman, desde 1933, gran número de puentes: se han establecido parques nacionales y viveros, se han abierto canales de riego; y, por fin, como vía de acceso para el comercio exterior, se ha construido el puerto de la capital (1936), problema que antes había parecido superior a las fuerzas económicas del país.
La instrucción pública se reforma y se ensancha al llegar Hostos de nuevo al país en 1900. Su principal colaborador es entonces Federico Henríquez y Carvajal. Gradualmente se hace crecer el número de escuelas primarias y secundarias. Después se crean las escuelas rudimentarias rurales, que desde 1930 tienen huertos para la enseñanza de técnicas de cultivo. Las escuelas crecen hasta 1928; disminuyen con la crisis iniciada en 1929; pero gradualmente vuelven a aumentar, v ahora su número es el máximo que se ha alcanzado en el país: la cifra de 1939 es 923, con 116.601 alumnos: de ellas la mayor parte son rudimentarias rurales o urbanas, con huertos de cultivo, y con pequeños edificios propios, que comenzaron a construirse en 1933. En 1932 se creó la primera escuela de artes y oficios para hombres; pero ya existían, desde años antes, las escuelas industriales para mujeres y las comerciales, además de las academias de pintura y conservatorios de música.
El Instituto Profesional se convierte, el año de 1914, bajo el gobierno del R. Ramón Báez, en Universidad Central, donde se cursan carreras de derecho, ingeniería, medicina, odontología, farmacia. En 1932-33 funciona, como ensayo, la Facultad de Filosofía y Letras, con profesores gratuitos. En 1939 se convierte en facultad oficial.
El tesonero empeño del investigador Dr. Narciso Albcrty creó el Museo Nacional, hacia 1910, con pequeña y valiosa colección arqueológica. Desde 1933 se enriquece bajo la dirección de la estimada escritora Abigaíl Mejía de Fernández.
Las asociaciones de cultura — a quienes afectan siempre los trastornos políticos sufren eclipses y reapariciones. La sociedad de Amigos del País, de la capital, había reanudado con brillo sus actividades en 1896 y las mantuvo hasta 1902. Después se extinguió. La deAmantes de la luz, en Santiago, ha persistido: es hoy la más antigua de todas. En la capital se constituyó, y trabajó con éxito, el Ateneo, entre 1908 y 1912. Durante la invasión norteamericana, las asociaciones principales que se fundan tienen fines patrióticos. Al terminar la ocupación, renacen las de cultura, y entran en gran actividad desde 1931, especialmente el Ateneo Dominicano, la Acción Cultural y el club de damas Nosotras. En 1932 la ciudad de Santo Domingo es una de las de América española donde se da mayor número de conferencias, señalándose especialmente el ciclo del Dr. Américo Lugo sobre historia colonial. En aquel año se constituyen, además, dos orquestas sinfónicas, se organizan las primeras exposiciones de pintura, y se celebra la primera exposición de artes e industrias populares. En 1930 se funda la Academia Dominicana correspondiente de la Española, bajo la presidencia del Arzobispo Nouel (1862-1937); en 1931, la Academia Dominicana de la Historia, cuyo órgano, Clío, publica trabajos de valor. Tanto en revistas — de duración raras veces larga — como en libros, es constante la actividad literaria: predominan ahora la novela y el cuento, en que alcanzan éxito las generaciones nuevas. Los estudios científicos y filosóficos cobran auge.

En Historia de América, dirigida por Ricardo Levene, Buenos Aires, Ed. Jackson, 1940, VolumenXII, Págs. 489-510,

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