lunes, 22 de abril de 2013

- LOS ETRUSCOS

LA SOCIEDAD

Las clases socialeshttp://www.arqueomas.com/italia-etruscos-sociedad.htm

Entre finales del siglo VIII a.C. y principios del siglo VI a.C., el comercio fenicio y griego, y los hombres que se desplazaban para fundar colonias o para crear nuevos círculos artesanales, transformaron la cuenca del Mediterráneo en un entorno culturalmente homogéneo, fuertemente permeado por ideologías, formas de vida, de residencia y de ocio similares, cuyas raíces se hundían en el mundo del Oriente Próximo, todo ello controlado por grandes familias aristocráticas, unidas por relaciones familiares o de hospitalidad. Las figuras de estos “jefes de clan”, que en el ajuar funerario se presentan sobre todo como heroicos príncipes guerreros, aparecen ampliamente documentadas en toda la Etruria. Como ha señalado Eveline Scheid Tissinier: eran los “guías”, heqemones, los “reyes”, basileis, los “mejores”, aristoi, los que combatían “en primera línea”, promachoi, mientras los batallones constituidos por los hombres de la tropa, los laoi, permanecían en segundo plano. En un mundo en el que el valor estaba estrechamente ligado al rango social estos hombres poseían necesariamente la excelencia guerrera que permitía considerarlos “héroes”, un término que alude también a los valores del honor y del valor, que marca el comportamiento de estos aristócratas y que condiciona sus pensamientos y sus reacciones. Las tierras, el ganado y los siervos constituían las riquezas de la aristocracia, mientras que los pequeños propietarios, artesanos y adivinos, autónomos o dependientes, componían el estrato más bajo de las pequeñas comunidades (el aspecto material de la casa de un príncipe permite determinar la relación entre la producción de riqueza y la forma en que ésta se utiliza para mostrar el estatus social del propietario).
Pero si la referencia ideológica es el modelo homérico, la exterioridad y la pompa remiten a tipologías orientales. Estos príncipes guerreros, conocidos sobre todo a través de la información que aportan los monumentos funerarios, invertían el excedente de sus recursos en la adquisición de bienes suntuarios (esto produjo un cambio en la estructura monumental de las residencias palacios y de las tumbas). En un número limitado de tumbas de prestigio excepcional se han hallado vasos y otros objetos de lejana procedencia cargados de un fuerte valor simbólico asociado al poder político y religioso, lo que lleva a interpretar estas importaciones como obsequios de presentación ofrecidos por los agentes de las oligarquías fenicias, con el fin de establecer relaciones económicas duraderas con los potentados etruscos que controlaban los recursos locales. “Presentes de rey”, que implican el reconocimiento, por parte de los sujetos políticos externos, de la condición social superior de algunas gentes dentro Durante los siglos VI y V a.C. se ponen en marcha una serie de procesos que llevan a experimentar nuevas formas de gobierno en las ciudades estado de Etruria, con modalidades diversas y en momentos diferentes según se trate de una u otra ciudad. La tendencia hacia una evolución timocrática de la estructura social, es decir, basada en el censo y no en los vínculos de sangre, va a la par con la afirmación de las monarquías de tipo tiránico, que acaban por caer a finales del siglo VI a.C. y dan lugar a formas de gobierno de tipo republicano. El crecimiento de las ciudades y la proliferación de intercambios comerciales en manos de gentes de orígenes y extracción social diferentes, con la consiguiente riqueza que de tales intercambios se deriva, comportan la aparición de nuevas figuras en el seno de la aristocracia tradicional. Se produce un desarrollo de la sociedad que alcanza incluso a las capas menos favorecidas, dando cabida a nuevos actores y modelos sociales. No obstante, hay que señalar que esta nueva clase “acomodada”, cuya fuerza procedía de las actividades productivas y de intercambio, así como de la posesión de la tierra, tendió a imitar los estilos de vida de la clase aristocrática, tal como lo demuestra la extraordinaria producción artesanal y artística que caracteriza este periodo.

El papel de la mujer

Las mujeres gozaban de una gran relevancia y consideración, sobre todo en lo que a las relaciones con otras comunidades se refiere (dentro o fuera del área etrusca). Se aprecia, por ejemplo, la participación fundamental de la mujer en la circulación de bienes, en los que los objetos de ornamento femenino eran parte esencial.
Los hombres defendían a sus familias y a sus posesiones como guerreros mientras que las mujeres debían engendrar y criar a los futuros guerreros, por lo que todas las mujeres estaban destinadas al matrimonio. Para ilustrar el papel de la figura femenina en el entorno aristocrático etrusco se puede acudir al caso del corintio Demarato, de la familia de los Baquiadas que, casado con una etrusca noble, llegó a ejercer una posición dominante en la ciudad de Tarquinia. Era muy frecuente el matrimonio de un extranjero con una mujer etrusca, si la muchacha era de origen tan noble que en su tierra no pudiese encontrar un pretendiente que estuviera a su altura. Casarse con un desconocido no sólo era un sistema que permitía no menoscabar la categoría de la familia, sino también una forma de no alejarse de la propia casa, pues era el extraño el que se integraba al grupo familiar de la esposa y los hijos de la nueva pareja los que perpetuarían la familia materna. La mujer era portadora de riquezas y de noble ascendencia y el matrimonio era el instrumento privilegiado para la alianza entre comunidades o familias, un vínculo de relaciones políticas entre familias aristocráticas más allá de los bienes que sancionan la alianza contraída entre dos familias. La importancia concedida en Etruria a la familia de la mujer queda patente por la presencia, a partir del siglo VII a.C., del patronímico en la onomástica, lo que indica que la descendencia femenina servía para asegurar, por sí sola, la ciudadanía. La onomástica revela una relación particular de la mujer con sus padres, con su marido y con sus hijos, aunque no se puede conjeturar la existencia en la sociedad etrusca del matriarcado (estudios realizados por antropólogos e historiadores, reflejan que el matriarcado etrusco era más una construcción intelectual que una realidad histórica). Hay que señalar que se han hallado objetos particularmente significativos de la realeza, como escudos, tronos, cetros o carros, en contextos ciertamente atribuibles a mujeres. Así pues, parece que la esposa del príncipe asumía algunas de sus prerrogativas.

La escritura

Del largo proceso de estratificación ocurrido en el periodo prealfabético, que desembocó en el etrusco histórico, se entrevén sólo indicios, en elementos de orden léxico y morfológico, que señalan al etrusco como lengua no indoeuropea, tipológicamente distinta de las lenguas clásicas. Sin embargo, la contigüidad territorial entre los pueblos llevó, con el paso de los siglos, a una koiné cultural entre etruscos, latinos y griegos que favoreció, en los periodos protohistórico e histórico, un acercamiento de las respectivas lenguas. Intercambios de léxico y a veces incluso de elementos gramaticales contribuyeron, sobre todo, a que se compartiera una realidad histórica con modos de expresión comunes en el campo de los rituales, de las relaciones sociales y de la epigrafía funeraria. De esta manera, ayudándose también con datos extralingüísticos, hoy se puede comprender el sentido de la mayoría de las inscripciones etruscas y traducir textos breves. Si bien la tradición romana transmitida por Tácito atribuye la introducción del alfabeto en Etruria al corintio Demarato, de la estirpe de los Baquiadas, un noble y rico mercader que, a causa de la llegada a Corinto del tirano Cipselos, se habría trasladado en torno a 650 a.C. a Tarquinia; los descubrimientos arqueológicos ponen de manifiesto que el proceso fue mucho más complejo y que se había iniciado mucho antes, remontándose las primeras inscripciones a principios del siglo VII a.C.

En los primeros dos siglos a partir de la introducción de la escritura, las inscripciones que se encuentran con mayor frecuencia son las de posesión o de donación, en las que el mensaje es comunicado a través del objeto “parlante”, según un uso documentado ya en el VIII a.C., en Grecia. Escritas en una gran variedad de objetos, las inscripciones de posesión aparecen sobre todo en vasos, el tipo de manufactura que siempre está presente en los ajuares sepulcrales etruscos por la creencia en la perdurabilidad de la vida en la ultratumba. La presencia de escritura en distintos ajuares funerarios, casi siempre “principescos”, pone de manifiesto que ésta era, al menos en su origen, prerrogativa de las clases elevadas. Un proceso análogo ocurre en las inscripciones de obsequios, estrechamente conectadas (especialmente en el periodo arcaico) con las definidas como de posesión ya que ambas forman parte del llamado “circuito del obsequio”, una práctica conocida en el mundo homérico, propia de una sociedad aristocrática cuyos miembros, mediante presentes ceremoniales de bienes de valor, instauran relaciones entre diferentes comunidades y gestionan los intercambios comerciales. Estas relaciones interpersonales se solemnizaban en los banquetes, en Etruria abiertos también a las mujeres, que constituían ocasiones para intercambios de regalos, de mensajes amatorios y de buenos deseos.

A finales del siglo VI a.C., con la incipiente organización urbana y estatal, la práctica del presente entre aristócratas se extingue y son los dioses los destinatarios de presentes, como búsqueda vinculante de reciprocidad de favores (se abandona la fórmula del objeto “parlante”). Tras la formación de las comunidades urbanas los santuarios se convierten en centros de cultura y, en algunos casos, también en sedes de escuelas de escritura, a partir de lo cuales se difunde en los diferentes estratos sociales. Sin embargo, continúa siendo un saber circunscrito y mantiene un carácter de prestigio. Con sucesivas modificaciones y modalidades diferentes según las áreas geográficas se llegó, a principios del siglo III a.C., a una especie de alfabeto nacional de veinte letras.

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