La insurrección
dominicana de febrero de 1863.
Sus causas e
implicaciones internacionales
Luis Alfonso Escolano Giménez1
La Anexión de Santo
Domingo a España: contexto histórico
La insurrección que
estalló en febrero de 1863 estaba llamada a convertirse en la señal para el
comienzo de la que se conoce en la historiografía dominicana con el nombre de
Guerra de la Restauración. Esta lucha, que supuso la derrota de España y la
Restauración de la República Dominicana en 1865, venía a poner punto final a la
breve experiencia iniciada el 18 de marzo de 1861, fecha en que el gobierno del
general Santana proclamó la reincorporación de Santo Domingo a la
Corona española. La
Anexión de dicho territorio a España había sido objeto de numerosas gestiones
por parte de las autoridades dominicanas a lo largo de su todavía corta
existencia como Estado independiente. La razón alegada era que, tras su
separación de Haití en 1844, la recién nacida república se había visto asediada
por los continuos ataques lanzados contra ella desde el otro lado de la
frontera, puesto que los sucesivos
Gobiernos Haitianos no se resignaban a la pérdida de la
mayor parte de la isla, que además era la más fértil. Tras repetidas y poco
fructíferas negociaciones entre la República Dominicana y España a lo largo del
mencionado período, la ocasión que ofrecía el Gobierno del general O´Donnell,
debido a la activa política exterior de la Unión Liberal, fue aprovechada por
el régimen caudillista que encabezaba Santana para entrar en contacto directo
con el general Serrano. Éste, que en aquellos momentos era Gobernador de Cuba,
fue el principal artífice de un proyecto que el Gobierno Español no veía con
desagrado, pero cuya ejecución habría preferido posponer por temor a las
reacciones que el mismo pudiese
suscitar, principalmente por parte de los Estados Unidos.
No obstante, España
aceptó el hecho consumado, si bien con el tiempo las autoridades de la nueva
provincia pudieron comprobar que la Anexión no había sido consultada a los
dominicanos, y por lo tanto no contaba con unas bases sólidas sobre las que
sostenerse. Aunque los primeros estallidos violentos se produjeron en el mismo
año 1861, la situación se estabilizó dentro de un clima de calma expectante
que, ante la desafortunada gestión llevada a cabo por la administración
española en la isla, terminó convirtiéndose en un estado de abierta rebeldía.
La insurrección de febrero de 1863, que se circunscribió a algunos puntos de la
región del Cibao, la más rica de Santo Domingo, fue sofocada, pero sólo para
dar paso a la definitiva sublevación, que estalló en agosto de dicho año, y
cuyo desarrollo abarcó ya la mayor parte del territorio dominicano. En este
sentido, cabe resaltar el hecho de que “casi
dos tercios de la población total” de Santo Domingo
vivían “en los territorios que
sirvieron de escenario” principal
a las luchas de la Guerra Restauradora. Efectivamente, las zonas más afectadas
por las acciones bélicas durante el desarrollo del conflicto fueron la
provincia de Azua y las dos del Cibao, y dentro de estas últimas, muy en
particular las áreas de la Línea Noroeste y el norte. De igual modo, se trataba
a su vez de la parte más desarrollada económicamente, tal como se deduce del
hecho de que, entre 1862 y 1863, el Cibao “aportó el 65% del valor
total de las exportaciones”, que estaba compuesto por los siguientes
rubros: “tabaco, 35%; café, 3%; cacao, 4%; azúcar, 4%; maderas, 9%;
miel y cera, 7%; y ganados y cueros, 3%”. Es decir, que en buena
medida los productos exportados desde esta región representan un cierto nivel
de desarrollo agrícola, y en concreto, como subraya Emilio Cordero Michel, la
explotación del tabaco, el café, el cacao y la caña de azúcar, que constituye “el
inicio de un tímido desarrollo pre capitalista en el país”. Mientras
tanto, desde una parte del sur y todo el este se exportó un 35% del valor
total, del cual la gran mayoría estaba formada por “productos naturales”,
cuya explotación requería “ninguna o muy poca actividad” humana, como “maderas,
15%; ganado y cueros, 15%; miel y cera, 3%”, frente a tan sólo un 2%
representado por el café”.2 Las causas de estos hechos, sus implicaciones
con el statu quo de un área de tanta importancia geoestratégica
como la del Caribe, en particular para España, así como las interferencias
constantes desde Haití en la situación interna de Santo Domingo durante todo el
período de la Anexión, pues allí los rebeldes que encontraban asilo y ayuda, hicieron
de este conflicto un importante precedente de
la guerra que iba a comenzar pocos
años más
tarde, en 1868, en la vecina isla de Cuba.
La lucha desatada en tierras dominicanas alteró el
precario equilibrio de unas Antillas codiciadas
por los Estados Unidos, y cada vez más
deseosas de
romper amarras con la metrópoli, cuyo declive en
el panorama
internacional resultaba patente a la vista de unos acontecimientos que, en gran medida, tuvieron su origen en
la desacertada decisión de
aceptar la Anexión.
Los primeros pasos del
proceso anexionista (1861-1862)
El agente comercial de
los Estados Unidos en Santo Domingo, Jonathan Elliot, informó a William E.
Seward, Secretario de Estado del Gobierno norteamericano, acerca de los primeros
pasos dados por España en la organización de su nueva provincia. En un despacho
fechado el 5 de octubre de 1861, Elliot señalaba lo siguiente: “Alrededor de tres mil tropas han desembarcado en distintas partes de lo que fue la República
Dominicana con
todo tipo de municiones y
armamentos de guerra. Algunos de los
mejores ingenieros de la Península han sido enviados a la Bahía de Samaná, y están fortificándola fuertemente.
Se ha establecido una línea de comunicación marítima entre
ésta y otras islas. Por otra parte, se han levantado
oficinas de correos
en el interior (…). Los Tribunales (…) han sido reestructurados. Se van a establecer los mismos impuestos y aranceles que
existen en
Cuba. Por otro lado, los
oficiales y soldados del disuelto Ejército
Dominicano han sido pensionados, y parecen estar satisfechos.
El clima, especialmente en Samaná, ha resultado ser
fatal para las tropas. En mi opinión, España lleva las de perder, pues los
dominicanos no parecen estar en lo absoluto, dispuestos a trabajar. El clima
impedirá el establecimiento de blancos para explotar las riquezas del suelo
(…). No hay exportación
Que valga la pena mencionar. Nadie quiere labrar la
tierra, y las actividades comerciales están, por lo menos en estos momentos, en
un punto muerto”.3
Si bien es cierto que el
agente estadounidense no simpatizaba con la presencia de España en la isla, lo
que hizo fue tan sólo expresar su convicción de que las perspectivas para la
dominación española en la misma no parecían muy halagüeñas, punto en el que no
estaba exagerando, pues la experiencia que había acumulado desde su llegada a
Santo Domingo, años atrás, le proporcionaba un conocimiento bastante cercano de
las circunstancias y características tanto del territorio dominicano como de
sus habitantes. Luis Álvarez López indica que el Gobierno Español, al mantener
al general Santana como máxima autoridad de la nueva provincia, durante los
primeros meses de la Anexión, hizo posible que “una fracción de la clase políticamente dominante lograra su objetivo” de conservar el
control sobre la administración “en
la nueva situación colonial”. Este autor subraya que pronto iba a evidenciarse, sin
embargo, que “los objetivos del imperio español con referencia a su
nueva colonia
del poder político”, y nombrando a un
español como Capitán
General.4
Así, en junio de 1862
tuvo lugar el relevo de aquél, que había presentado su dimisión en enero del
mismo año. Las instrucciones que el Gobierno comunicó a Rivero señalaban la
necesidad de que desaparecieran “las
continuas conmociones”
que habían “perturbado la tranquilidad
pública en Santo
Domingo”, y causado “en sus habitantes rivalidades y odios”. Sin embargo,
desaconsejaban el empleo de “medidas
directas”
para alcanzar dicho objeto, recomendando además que la opinión de Santana fuese
oída siempre que las circunstancias
así lo aconsejaran. En
cualquier caso, según las instrucciones, el
nuevo gobernador debía
tener en cuenta que “habiendo tenido activa parte
en los disturbios”
por los que había atravesado el país, era imposible
que Santana tuviese un juicio imparcial
“respecto a algunas personas”.
A continuación, el
Gobierno subrayó que los haitianos habían sido una “causa constante de inquietud” y de conflictos para
Santo Domingo, por lo que era necesario vigilar “muy cuidadosamente,
sobre la seguridad del territorio”. En particular, se informó a Rivero de “los manejos” de algunos emigrados dominicanos en Haití, que
al parecer proyectaban “repetir
alguna intentona”
como la que se había producido el año anterior, poco después de proclamarse la
Anexión. Asimismo, las instrucciones le ordenaban que dejara toda
1-El Dr. En Historia por la Universidad
de Alcalá de Henares, Maestro en la Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid y
Encargado del Área de Investigación del
Archivó General de la Nación Dominicana
2-Emilio Cordero Michel, “Características
de la Guerra Restauradora, 1893-1865, .- En Clio, año 70, No. 164, , junio
–diciembre de 2002. Pp. 39-78, véase pp. 41-42
3- Alfonzo Lockward. Documentos para la
historia de las relaciones dominico-americanas, vol. I ( 1837-1860), Santo
Domingo, Editora Corripio, 1987,p. 178
4-Luis A
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