jueves, 4 de octubre de 2012

La insurrección dominicana de febrero de 1863.


La insurrección dominicana de febrero de 1863.
Sus causas e implicaciones internacionales
Luis Alfonso Escolano Giménez1
La Anexión de Santo Domingo a España: contexto histórico
La insurrección que estalló en febrero de 1863 estaba llamada a convertirse en la señal para el comienzo de la que se conoce en la historiografía dominicana con el nombre de Guerra de la Restauración. Esta lucha, que supuso la derrota de España y la Restauración de la República Dominicana en 1865, venía a poner punto final a la breve experiencia iniciada el 18 de marzo de 1861, fecha en que el gobierno del general Santana proclamó la reincorporación de Santo Domingo a la
Corona española. La Anexión de dicho territorio a España había sido objeto de numerosas gestiones por parte de las autoridades dominicanas a lo largo de su todavía corta existencia como Estado independiente. La razón alegada era que, tras su separación de Haití en 1844, la recién nacida república se había visto asediada por los continuos ataques lanzados contra ella desde el otro lado de la frontera, puesto que los sucesivos

Gobiernos  Haitianos no se resignaban a la pérdida de la mayor parte de la isla, que además era la más fértil. Tras repetidas y poco fructíferas negociaciones entre la República Dominicana y España a lo largo del mencionado período, la ocasión que ofrecía el Gobierno del general O´Donnell, debido a la activa política exterior de la Unión Liberal, fue aprovechada por el régimen caudillista que encabezaba Santana para entrar en contacto directo con el general Serrano. Éste, que en aquellos momentos era Gobernador de Cuba, fue el principal artífice de un proyecto que el Gobierno Español no veía con desagrado, pero cuya ejecución habría preferido posponer por temor a las reacciones  que el mismo pudiese suscitar, principalmente por parte de los Estados Unidos.
No obstante, España aceptó el hecho consumado, si bien con el tiempo las autoridades de la nueva provincia pudieron comprobar que la Anexión no había sido consultada a los dominicanos, y por lo tanto no contaba con unas bases sólidas sobre las que sostenerse. Aunque los primeros estallidos violentos se produjeron en el mismo año 1861, la situación se estabilizó dentro de un clima de calma expectante que, ante la desafortunada gestión llevada a cabo por la administración española en la isla, terminó convirtiéndose en un estado de abierta rebeldía. La insurrección de febrero de 1863, que se circunscribió a algunos puntos de la región del Cibao, la más rica de Santo Domingo, fue sofocada, pero sólo para dar paso a la definitiva sublevación, que estalló en agosto de dicho año, y cuyo desarrollo abarcó ya la mayor parte del territorio dominicano. En este sentido, cabe resaltar el hecho de que “casi dos tercios de la población total” de Santo Domingo vivían “en los territorios que sirvieron de escenario” principal a las luchas de la Guerra Restauradora. Efectivamente, las zonas más afectadas por las acciones bélicas durante el desarrollo del conflicto fueron la provincia de Azua y las dos del Cibao, y dentro de estas últimas, muy en particular las áreas de la Línea Noroeste y el norte. De igual modo, se trataba a su vez de la parte más desarrollada económicamente, tal como se deduce del hecho de que, entre 1862 y 1863, el Cibao “aportó el 65% del valor total de las exportaciones”, que estaba compuesto por los siguientes rubros: “tabaco, 35%; café, 3%; cacao, 4%; azúcar, 4%; maderas, 9%; miel y cera, 7%; y ganados y cueros, 3%”. Es decir, que en buena medida los productos exportados desde esta región representan un cierto nivel de desarrollo agrícola, y en concreto, como subraya Emilio Cordero Michel, la explotación del tabaco, el café, el cacao y la caña de azúcar, que constituye “el inicio de un tímido desarrollo pre capitalista en el país”. Mientras tanto, desde una parte del sur y todo el este se exportó un 35% del valor total, del cual la gran mayoría estaba formada por “productos naturales”, cuya explotación requería “ninguna o muy poca actividad” humana, como “maderas, 15%; ganado y cueros, 15%; miel y cera, 3%”, frente a tan sólo un 2% representado por el café”.2 Las causas de estos hechos, sus implicaciones con el statu quo de un área de tanta importancia geoestratégica como la del Caribe, en particular para España, así como las interferencias constantes desde Haití en la situación interna de Santo Domingo durante todo el período de la Anexión, pues allí los rebeldes que encontraban asilo y ayuda, hicieron de este conflicto un importante precedente de la guerra que iba a comenzar pocos años más tarde, en 1868, en la vecina isla de Cuba.
 La lucha  desatada en tierras dominicanas alteró el precario equilibrio de unas Antillas codiciadas por los Estados Unidos, y cada vez más deseosas de romper amarras con la metrópoli, cuyo declive en el panorama internacional resultaba patente a la vista de unos acontecimientos que, en gran medida, tuvieron su origen en la desacertada decisión de aceptar la Anexión.

Los primeros pasos del proceso anexionista (1861-1862)
El agente comercial de los Estados Unidos en Santo Domingo, Jonathan Elliot, informó a William E. Seward, Secretario de Estado del Gobierno norteamericano, acerca de los primeros pasos dados por España en la organización de su nueva provincia. En un despacho fechado el 5 de octubre de 1861, Elliot señalaba lo siguiente: “Alrededor de tres mil tropas han desembarcado en distintas partes de lo que fue la República Dominicana con todo tipo de municiones y armamentos de guerra. Algunos de los mejores ingenieros de la Península han sido enviados a la Bahía de Samaná, y están fortificándola fuertemente. Se ha establecido una línea de comunicación marítima entre ésta y otras islas. Por otra parte, se han levantado oficinas de correos en el interior (…). Los Tribunales (…) han sido reestructurados. Se van a establecer los mismos impuestos y aranceles que existen en Cuba. Por otro lado, los oficiales y soldados del disuelto Ejército Dominicano han sido pensionados, y parecen estar satisfechos.

El clima, especialmente en Samaná, ha resultado ser fatal para las tropas. En mi opinión, España lleva las de perder, pues los dominicanos no parecen estar en lo absoluto, dispuestos a trabajar. El clima impedirá el establecimiento de blancos para explotar las riquezas del suelo (…). No hay exportación
Que valga la pena mencionar. Nadie quiere labrar la tierra, y las actividades comerciales están, por lo menos en estos momentos, en un punto muerto”.3

Si bien es cierto que el agente estadounidense no simpatizaba con la presencia de España en la isla, lo que hizo fue tan sólo expresar su convicción de que las perspectivas para la dominación española en la misma no parecían muy halagüeñas, punto en el que no estaba exagerando, pues la experiencia que había acumulado desde su llegada a Santo Domingo, años atrás, le proporcionaba un conocimiento bastante cercano de las circunstancias y características tanto del territorio dominicano como de sus habitantes. Luis Álvarez López indica que el Gobierno Español, al mantener al general Santana como máxima autoridad de la nueva provincia, durante los primeros meses de la Anexión, hizo posible que “una fracción de la clase políticamente dominante lograra su objetivo” de conservar el control sobre la administración “en la nueva situación colonial”. Este autor subraya que pronto iba a evidenciarse, sin embargo, que “los objetivos del imperio español con referencia a su nueva colonia del poder político”, y nombrando a un español como Capitán
General.4
Así, en junio de 1862 tuvo lugar el relevo de aquél, que había presentado su dimisión en enero del mismo año. Las instrucciones que el Gobierno comunicó a Rivero señalaban la necesidad de que desaparecieran “las continuas conmociones” que habían “perturbado la tranquilidad pública en Santo Domingo”, y causado “en sus habitantes rivalidades y odios”. Sin embargo, desaconsejaban el empleo de “medidas directas” para alcanzar dicho objeto, recomendando además que la opinión de Santana fuese oída siempre que las circunstancias
así lo aconsejaran. En cualquier caso, según las instrucciones, el
nuevo gobernador debía tener en cuenta que “habiendo tenido activa parte en los disturbios” por los que había atravesado el país, era imposible que Santana tuviese un juicio imparcial respecto a algunas personas”.
A continuación, el Gobierno subrayó que los haitianos habían sido una “causa constante de inquietud” y de conflictos para Santo Domingo, por lo que era necesario vigilar “muy cuidadosamente, sobre la seguridad del territorio”. En particular, se informó a Rivero de “los manejos” de algunos emigrados dominicanos en Haití, que al parecer proyectaban “repetir alguna intentona” como la que se había producido el año anterior, poco después de proclamarse la Anexión. Asimismo, las instrucciones le ordenaban que dejara toda







1-El Dr. En Historia por la Universidad de Alcalá de Henares, Maestro en la Historia Contemporánea  por la Universidad Complutense de Madrid y Encargado del Área  de Investigación del Archivó General de la Nación Dominicana

2-Emilio Cordero Michel, “Características de la Guerra Restauradora, 1893-1865, .- En Clio, año 70, No. 164, , junio –diciembre de 2002. Pp. 39-78, véase pp. 41-42

3- Alfonzo Lockward. Documentos para la historia de las relaciones dominico-americanas, vol. I ( 1837-1860), Santo Domingo, Editora Corripio, 1987,p. 178
4-Luis A

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