sábado, 10 de octubre de 2015

A 48 años de la captura de "El Che" en Bolivia

A 48 años de la captura de "El Che" en Bolivia
Historia
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Viernes, 09 de Octubre de 2015


teleSUR.- Este 8 de octubre, el mundo entero conmemora el día en que, en 1967, fue capturado en Bolivia Ernesto "Che" Guevara tras una operación especial de la CIA. Pese a su asesinato, la memoria del guerrillero heróico que buscó encender la mecha de la Revolución en Suramérica, permanece vivo en cada lucha y en cada corazón revolucionario.
El Che es mucho más que una moda
Yuris Nórido - CubaSí.- El mercado suele desdibujar las implicaciones de los símbolos. Llevar un pullover con la imagen de Ernesto Guevara suele ser sencillamente cuestión de moda, exhibición que hace caso omiso del referente… 
El mercado es una maquinaria fría y pragmática, ajena a toda idea que no sea la propia idea del mercado. Es imposible escapar absolutamente del juego del mercado, porque darle la espalda implicaría salir del entramado más elemental de las relaciones sociales. La mayoría de nosotros a lo que más podríamos aspirar es a no permitir que el mercado nos impusiera estándares inamovibles. Pero seamos claros: hasta el mismo hecho de escapar de los estándares del mercado significa una posición dentro del mercado: tengo que vestirme, tengo que calzar, tengo que comer…
Aterricemos: pongamos uno es un comunista convencido y militante, y tiene a Ernesto Guevara como ejemplo a seguir, si quiere ponerse un pullover con la imagen del guerrillero tendrá que pagarlo en una tienda. Y los pulóveres que venden en la tienda están allí porque una empresa los fabricó y tiene ingresos a partir de la imagen del Che. Obviemos a dónde van los ingresos por la comercialización de esa imagen, puede que tengan un fin noble. Pero ahora mismo, en Cuba, es muy difícil que uno pueda acceder a un artículo que lleve al menos la firma del Che Guevara si no tiene unos cuantos pesos convertibles en el bolsillo.
Aquí hay, sin dudas, cierto conflicto. El Che se erige en símbolo universal del enfrentamiento a las veleidades del mercado, del capitalismo global. Lo más seguro es que él mismo rechazaría la mercantilización a ultranza de su imagen. Le parecería una superficialidad. Un acto banal. La simplificación de una ideología.
¿No es por lo menos paradójico que termine siendo puramente moda el sistema de símbolos de una epopeya histórica, de un proceso que pretende trascender puntuales circunstancias? Está claro que legiones de personas sin marcados compromisos se han apropiado de la imaginería revolucionaria, desdibujando el contenido en esa estandarización del continente.
Alguien que no tiene la menor idea del itinerario revolucionario, de la significación histórica del Che, puede comprar una boina negra con una estrella, una camiseta con su rostro estampado, una cantimplora con su firma… y usarlas porque resulta “chic” usarlas, porque otorga cierto estatus, porque “se lleva”.
Nadie lo puede evitar. Son las normas del mercado.
Hay, por demás, personas que se identifican plenamente con ese legado, que lo defienden día a día, que se sienten parte activa de la lucha cotidiana que representa el Che… y que tienen el derecho de usar prendas que expliciten su compromiso. Porque llevar un pullover con el celebérrimo rostro del guerrillero argentino también puede ser un acto de reafirmación, una declaración de rebeldía, una posición política.
Es una serpiente que se muerde la cola, porque lamentablemente no siempre estos últimos cuentan con los recursos necesarios para adquirir esos artículos.
Pasa con la figura del Che, que ha devenido también atractivo turístico, y pasa con otros símbolos nacionales o de la Revolución. ¿Cómo explicar que la única manera de adquirir una bandera cubana hoy por hoy sea pagarla en CUC —muy cara, por cierto—en una tienda de suvenires?
Pero ese es tema para otro comentario. Centrémonos en el Che. Está claro que su legado histórico no puede ser circunscrito a una boina, un pullover o un llavero. El Che es mucho más que una moda. Es paradigma contundente, pletórico de sentidos. Reducir su imaginería a una cuestión puramente estética más que una frivolidad parece una inconsecuencia.
Desde las vitrinas de las tiendas nos mira, multiplicado en prendas de todo tipo. Pero su huella verdadera está en otra parte. Es huella inefable, que no puede ser abarcada (al menos en su esencia misma) por los mecanismos del mercado.
Un mortal extraordinario
Testimonio del expedicionario del Granma Arsenio García Dávila sobre Ernesto Guevara, a quien conoció cuando aún no firmaba como Che
Luis Hernández Serrano - Juventud Rebelde.- En la sala de su casa, en Miramar, municipio de Playa, nos recibe afablemente uno de los pocos expedicionarios del yate Granma que aún vive. Antes de que saliera a nuestro encuentro, su esposa Yamilé nos mostró tres gruesos tomos de la tesis de grado, y el libro hecho a partir de esa tesis, escrito por el joven español de Palma de Mallorca, Nicolás J. Moraguez González, bajo el título de La Revolución Cubana a través del Comandante Arsenio García Dávila, publicado por Ediciones Quijote.
Ese es el héroe que nos ha dado la bienvenida con una espontánea sonrisa. Sabe que somos del diario Juventud Rebelde —¡y como si nos conociera de toda la vida!—, nos da la mano y nos dice con una humildad impresionante: «A ver, periodistas, ¿qué ustedes quieren saber del Che? A lo mejor es algo que yo no sé».
Algunas anécdotas
Le decimos que nos cuente algunas anécdotas o vivencias junto al comandante Guevara. Se sienta en un sofá (a la vista de un cuadro encristalado con una foto en que Fidel le pone en el pecho una condecoración) y comienza a desgranar sus memorias, mientras que Roberto Suárez hace funcionar su cámara.
«Conocí al joven médico argentino antes de ser el Guerrillero Heroico y cuando aún no firmaba como Che. Conservo un documento donde un grupo de los que quedamos dispersos tras el desastre de Alegría de Pío pusimos nuestros nombres, y que él firmó como lo hacía antes: Ernesto Guevara Serna. Están las firmas de Camilo, de Almeida, de Ramiro, de Reinaldo Benítez y del italiano Gino Donné».
García Dávila nació hace 79 años en el territorio habanero de Güines, el 1ro. de abril de 1936, pero no aparenta esa edad, por su buena salud y gran lucidez. Con 20 años fue, entre los 82 hombres del Granma, el segundo más joven. El primero resultó ser Enrique Cueles, de 19 años, quien luego de 1959 se apartó de la Revolución y abandonó el país.
«Mi primer encuentro con el Che fue en los días de los entrenamientos para la expedición del Granma, cuando nos impartió unas instrucciones o clases sobre primeros auxilios, siempre necesarios para una tarea de combate como habíamos previsto. Él pidió un voluntario para enseñarnos, por ejemplo, a poner un torniquete, a coger una vena e inyectarla, pero ninguno de los cuatro o cinco quiso poner su brazo con ese fin. Yo, por ejemplo, en esa época le tenía terror a inyectarme. En el reducido grupo, de cuatro o cinco, estaba Ciro Redondo, después célebre por su heroísmo y su entrega, muy cercano al Che en la Sierra. Entonces él mismo puso su brazo para explicarnos el procedimiento, y se lo acribillamos a pinchazos. Esa fue mi primera impresión positiva de aquel joven argentino».
«En el Rancho Santa Rosa, donde nos entrenamos como en condiciones reales de guerrilla, era el que impartía también instrucciones. Y cuando la policía mexicana logró apresar a un numeroso grupo de futuros expedicionarios, un alto oficial criticó al Che por tener en su mochila libros marxistas, diciéndole que “los sarrapastrosos como nosotros no podíamos entender esas lecturas”; a lo que con dignidad él contestó: “Se equivoca completamente. Yo, por ejemplo, soy médico y poseo una cultura universitaria”. Lo dijo con tanta firmeza que el militar aquel se fue enseguida de allí. Con el tiempo aquel oficial se hizo amigo de Cuba».
En un edificio de varios pisos donde se albergaban clandestinamente, cuando Arsenio García —como jefe del apartamento donde estaban— quiso leerle el reglamento al Che, dijo que él sabía cómo era todo, pero nuestro entrevistado insistió y se lo leyó, como orientaba Fidel. Y, además, le dijo: «Mañana te toca la cocina».
Como al parecer el joven médico no era ducho en esos menesteres, hizo una especie de sopa que nadie pudo comerse, entre otras cuestiones por el exceso de sal que tenía. Entonces Arsenio, para ayudarlo, le propuso: «Yo cocino dos veces, cuando nos toque a ti y a mí. Y tú vas a fregar dos veces, cuando nos corresponda a ti y a mí». Y se pusieron de acuerdo. De ese modo sencillo comenzó a consolidarse la amistad entre ambos.
«Durante la travesía del yate Granma, el joven Guevara estaba sentado en el piso, pegado a una puerta, acurrucado, cerca de la cabina donde estaban el timón y la brújula. A su lado tenía el nebulizador para mitigar su asma. Siempre lo vi en ese lugar, tosiendo bastante, haciendo mucho esfuerzo para respirar y, por el hacinamiento, alguien con el pie se lo rompió. A partir de ahí no sé cómo pudo sobrepasar esas duras crisis».
En las filas del Ejército Rebelde, García Dávila alcanzó el grado de Comandante. combatió en la Sierra Maestra a las órdenes directas de Guevara en los combates de Las Vegas de Jibacoa y Las Mercedes. Recuerda que un día lo vio atendiendo al compañero Ángel Verdecia, un balazo le había dado en la cara, mientras que cerca de nosotros picaban las ráfagas largas que disparaba la aviación enemiga.
«Le sugerí que se tirara en el suelo, que se protegiera y se quitara de allí. Me miró y se echó a reír de una forma temeraria, típica de su seguridad en sí mismo, de su valor intrépido. Aún no habíamos visto que los aviones no le tiraban ni a él, ni a Verdecia, ni a mí, sino a una tanqueta del ejército que se atascó en las piedras del río y querían inutilizarla».
Le gané una pipa
Algo curioso. En la Sierra muy pocos sabían jugar ajedrez. Nuestro entrevistado había aprendido en México. Y una noche, antes de la ofensiva enemiga, en mayo de 1958, el Che, en una casita rústica donde guardaba cierto material para la tropa, entre la casa de Los Altos de Mompié y Minas del Frío, le pidió echar unas partidas a la luz de un candil, mientras llovía.
«Le dije que si él ganaba, yo le daba una lata de leche condensada que tenía. Y si perdía, que él me diera 15 proyectiles calibre nueve milímetros, pero se puso bravo. “¡Con las balas para el combate no se juega!”, me dijo. Entonces le pedí que si yo ganaba, que me diera la pipa que tenía en el bolsillo de su camisa. Se la había tallado a mano un campesino amigo. Él me ganó casi todas las partidas, pero cuando le gané una, me dio la pipa, esta que ustedes ven».
Le solicitamos una definición sobre el Che, y nos dice: «Su grandeza mayor era la disposición de combatir, aun a riesgo de perder la vida en el empeño. Fue fiel a sus ideas; en síntesis: ¡un mortal extraordinario!».
Un privilegio
«Hay —dice— cifras casuales, coincidentes: de los 82 expedicionarios del yate Granma, 21 habían participado en las acciones del 26 de julio de 1953; 21 logramos subir a las montañas luego del desembarco. Y también 21 murieron en los días del 5 al 15 de diciembre de 1956, poco después de la sorpresa de Alegría de Pío».
Y confiesa: «Tengo el doloroso privilegio de estar entre los cinco que quedamos vivos de los 21 del Granma que pudimos subir a las montañas para reiniciar la lucha contra la tiranía de Batista: Fidel, Raúl, Ramiro, Efigenio y yo».
Una bala no puede terminar el infinito
Sobre el Comandante Guevara hablaron otros grandes que lo quisieron sin mamparas ni orillas. Haydée Santamaría, en Carta abierta a él por el 80 cumpleaños de su nacimiento, dudó de su muerte, «porque una bala no puede terminar el infinito (…) Después de la velada, este gran pueblo no sabía qué grados te pondría Fidel. Te los puso: artista. Yo pensaba que todos los grados eran pocos, chicos, y Fidel, como siempre, encontró los verdaderos (…) hiciste una creación única, te hiciste a ti mismo». (1)
«¿Cuántos no criticaron al Che, cuántos no lo criticaron porque ellos no pueden ser Che (...) lo que no saben los pequeños es que él no le pedía nada a la vida, lo que deseaba era darle todo lo que dio y todo lo que dejó». (2)
Frei Betto escribiría sobre Guevara: Otros intentaron todo para condenarlo al olvido; cortaron su cuerpo y escondieron sus miembros en diferentes lugares; inventaron sobre él toda suerte de mentiras; prohibieron que su literatura circulase en muchos países (…) pero las cadenas no aprisionan los símbolos, ni las balas matan los ejemplos (…) inventaron falsas biografías para intentar difamarlo (…) La mejor manera de recordarlo es luchar por otro mundo posible, donde la Solidaridad sea hábito, no virtud; donde la práctica de la justicia sea una exigencia ética y el Socialismo el nombre político del Amor». (3)
Y el poeta Mario Benedetti escribiría: «Los ojos/ incerrables del Che/ miran como si pudieran/ no mirar (…)». (4)
En el hospital Señor de Malta, en Vallegrande, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, le oímos decir a un vallegrandino: «Che no es solo la sílaba más pronunciada del idioma argentino, es infinitamente más». Y a un niño pobre, harapiento, vecino de la Quebrada del Yuro, le preguntamos qué pensaba del hallazgo de los restos del Comandante Guevara, y respondió lo insólito: «Yo no sé por qué tanto lío buscando un vivo entre los muertos».
(1) «Hasta la victoria siempre, Che querido», Haydée Santamaría, Granma, sábado, 7 de junio de 2008.
(2) «Pequeños, fijos, penetrantes ojos», Haydée Santamaría, Granma, 7 de junio de 2008.
(3) «Che Guevara; mensaje de aniversario», Frei Betto, Granma, 10 de junio de 2008.
(4) «Dulce y tenaz: vive», Mario Benedetti, Juventud Rebelde, 14 de junio de 2003.

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