sábado, 1 de marzo de 2014

OPINION - Balaguer 1966: entre la guerra y la paz

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OPINION - Balaguer 1966: entre la guerra y la paz
Por JOSE DEL CASTILLO
Hace 34 años, publiqué una serie en la columna semanal Agenda que mantenía en el vespertino Ultima Hora sobre los procesos electorales tras el ajusticiamiento de Trujillo y acerca de las claves fundamentales del ejercicio del liderazgo en los partidos. Profundizando especialmente en el PRD, cuya fractura a finales de 1973 -en medio de una tensa disputa entre su líder histórico y el sector encabezado por Peña Gómez- dio origen al abandono de sus filas por parte del profesor Juan Bosch y un grupo de sus más cercanos colaboradores, para fundar el PLD. Trocando así un extraordinario liderazgo de masas que lo había llevado una década atrás a alcanzar el 60% de los votos en las primeras elecciones democráticas, por una nueva opción partidaria que apenas obtuvo en 1978 el 1%, en su primera incursión en las urnas.
Ahora que se discurre en la prensa nacional sobre las características que marcan el liderazgo político y la dinámica que define el ejercicio del poder en el país, conviene retomar estos viejos textos para ilustración histórica de las nuevas generaciones. Y a modo de recordatorio a los propios protagonistas de la función de dirección en los partidos y los órganos superiores del Estado.
Mientras los factores que llevaron a Bosch al gobierno y la suerte del experimento de reformas democráticas abortado el 25 de septiembre del 63 han sido analizados profusamente con motivo del 50 aniversario de esos hechos. En cambio la resucitación política de Joaquín Balaguer -calificado como "muñequito de papel" por Unión Cívica Nacional durante los días aciagos de la transición-, ha sido regularmente etiquetada como fruto de una imposición imperial, demeritando los aportes derivados de su propia cosecha. Que evidenciaría hasta la saciedad en sus 22 años de mando supremo y en los tramos en que, ya en la oposición, movió las agujetas del poder desde su poltrona de la Máximo Gómez. Convertida en abrevadero obligado de quienes antes le adversaron. De esa serie transcribo el contexto de su repentino retorno.
«Las elecciones de 1966 se verificaron como fórmula de solución política a un conflicto que había conducido la sociedad dominicana a la experiencia dolorosa de una guerra civil, acompañada por una dramática intervención militar extranjera, que le daría a un enfrentamiento originalmente nacional relieves de conflicto internacional, concentrando la atención durante varios meses de organismos como la OEA y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Estas elecciones se realizarían en el marco de una sociedad profundamente dividida, con sus instituciones básicas resquebrajadas, con una economía sensiblemente afectada por la parálisis de sus actividades fundamentales y con la presencia todavía de contingentes de las fuerzas de intervención extranjeras, y el rol fiscalizador y arbitral de la OEA. Dentro de este contexto, era dable esperar que las alternativas a escoger reflejaran la polarización de fuerzas, existente de la sociedad.
La candidatura de Juan Bosch aglutinaba al conjunto de grupos políticos y fuerzas sociales que había impulsado la revolución constitucionalista, cuyos objetivos originales habían consistido en la reimplantación de la Constitución del 63 y la reposición de este líder en el poder -y con él, del Partido Revolucionario Dominicano. En este sentido, tanto su propio partido, como el Partido Revolucionario Social Cristiano, la Agrupación Política 14 de Junio -por primera y única vez participando en el juego electoral- y diversos grupos de izquierda, dieron su respaldo a la candidatura de Bosch y su compañero de fórmula Antonio Guzmán. Junto a esta base política, se hallaban fuerzas sociales organizadas, como los sindicatos, que sirvieron de sostén electoral a la candidatura perredeísta.
El PRD enarbolaba, nueva vez, el programa de reformas cuya expresión máxima se hallaba contenida en la Constitución promulgada en el 1963 y que había motivado el rechazo de sectores tradicionales de poder, que veían en sus postulados un fuerte sesgo nacionalista, estatista, agrarista y laico, acompañado de un liberalismo inaceptable en el plano político. En adición, el PRD enfatizaba el retiro pleno de las tropas de ocupación y la reafirmación de la soberanía nacional. La campaña de Bosch -a diferencia de la destreza que caracterizó sus ejecutorias electorales en el 62-, estuvo prácticamente restringida a algunas alocuciones radiales, careciendo del contacto directo con el electorado, en un país donde la presencia personal del líder constituye un factor importante de obtención de adhesión.
Contra Bosch y el PRD presionaban de manera gravitante diversos factores que reducían considerablemente sus posibilidades. Ellos simbolizaban uno de los polos del conflicto bélico que ocasionó la subsecuente intervención norteamericana. Su triunfo en las urnas era presentado por sus adversarios como la prolongación de una confrontación armada, que la mayoría de la ciudadanía deseaba quedara concluida. Wessin y Wessin se encargaría de resumir el mensaje de los adversarios de Bosch, al indicar que "él sería de nuevo el causante de más penalidades para la república que por tantas desgracias ha pasado". El ex general, exhortaba a la ciudadanía a que aplicara "el voto negativo, que es negar a Bosch, que es el mal, la muerte y la desolación", asociándolo, a su vez, con el comunism "Tu cita es con América, no con la Unión Soviética. Vota contra el comunismo y ama tu Patria".
Por otro lado, el contexto internacional era desfavorable a la opción encarnada por Bosch. Luego de una intervención militar motivada por la "peligrosidad comunista" atribuida al movimiento constitucionalista, el triunfo electoral de las fuerzas aglutinadas en el mismo, habría significado un revés para la política exterior norteamericana. De ahí que, como era de esperarse, los Estados Unidos no podían favorecer la candidatura de Bosch.
Era obvio, además, la carencia de respaldo de grupos empresariales, fuente clave en el financiamiento de las campañas electorales. Pero lo más determinante, a nuestro juicio, resultó ser el comportamiento de importantes sectores poblacionales, desvinculados de la contienda bélica del 65 y cuyas preferencias se orientaron hacia una opción que le garantizara un retorno a la normalidad. Si se analiza con detenimiento, la revolución del 65 había sido un fenómeno esencialmente urbano, cuyo escenario casi exclusivo lo había sido la ciudad de Santo Domingo. Esto quiere decir que la gran mayoría del país permaneció en calidad de espectadora de este conflicto, siendo afectada por el mismo de manera negativa.
Joaquín Balaguer, quien había permanecido exiliado durante los últimos años de la vorágine política dominicana, representó la opción triunfadora en los comicios del 66. En torno a su candidatura se colocaron sectores medios, la gran masa campesina, grupos empresariales y, en general, personas que identificaban en esa alternativa la única vía posible para lograr la normalización de la vida institucional del país. Realizando una campaña récord en la que visitó las principales localidades rurales y urbanas, ofreció los puntos básicos de su programa: reforma agraria, generación de empleo a través de la incentivación de la inversión privada, restablecimiento del funcionamiento de la economía, reconciliación de los sectores en pugna y estabilidad política. Su facilidad oratoria, la articulación de una posición programática que resultaba atractiva a vastos sectores de electores, aunado al aprovechamiento de las debilidades que ofrecía la candidatura de Bosch, combinaron los elementos claves para entender su éxito.
"La paz -señalaba Balaguer- que el país tanto anhela no puede ser ofrecida al pueblo dominicano por ningún hombre que no inspire confianza a la inmensa mayoría del país, sobre todo, a sus fuerzas representativas". El líder reformista explotaba el lado flaco de la opción perredeísta, indicando que de ésta obtener el triunfo "se repetirá fatalmente la historia de 1963: la de una oposición sin cuartel en que todas las fuerzas conservadoras del país serían movilizadas bajo la instigación de los mismos intereses que dieron al traste con el ensayo democrático".
El Partido Reformista resultó triunfador en casi todos los municipios y provincias, excepto en aquellos que, como el Distrito Nacional, San Pedro de Macorís, La Romana, Barahona y Pedernales, la coalición de fuerzas que respaldó a Bosch contaba con el apoyo de numerosos contingentes de obreros, desempleados, y algunos estratos medios, especialmente juveniles. La votación alcanzada por el PR -795 mil votos- representó el 56% de la totalidad de los sufragios, contra 495 mil votos obtenidos por el PRD, que representaban el 36%. Del resto de las organizaciones políticas que participaron en los comicios, el PRSC logró el 2%, UCN el 1%, al igual que Vanguardia Revolucionaria Dominicana, quedando el PDC, el PLE, el PAR, el 14 de Junio y el PNRD por debajo del 1%.
Estos resultados dieron al Partido Reformista el 63% de los diputados y el 81% de los senadores, o sea, 47 diputados y 22 senadores, mientras el PRD acreditaba 27 diputados y 5 senadores, el 36% y el 19%, respectivamente. De esta forma, la primera administración de Balaguer, a diferencia de lo que sucedería luego con las sucesivas abstenciones del PRD en el 1970 y 1974, contaría con un cierto contrapeso congresional, localizado en la bancada perredeísta.
Estas elecciones produjeron innovaciones notables en el partidismo político nacional. El Partido reformista había emergido como la principal organización, electoralmente hablando. El PRD se había reducido a un plano fundamentalmente urbano, conservando su fuerza popular en las ciudades industriales del país y perdiendo la adhesión masiva del factor mayoritario que había coadyuvado a su triunfo en el 62: el campesinado. UCN -otrora significativa- prácticamente había desaparecido, pasando su electorado a apoyar al hombre que había anatematizado y desplazado del poder.»

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