En su juventud vivió como si se estuviera preparando para convertirse en un superhombre. No sentía ninguna lástima de sí mismo, sostenía en sus brazos extendidos pesados diccionarios y azotaba con una cuerda su espalda desnuda. Dio muestras de una voluntad de hierro, quería convertirse en un hombre comme il faut, en un auténtico aristócrata. Hablaba espléndidamente el francés, cortejaba a las damas y le gustaba jugar a las cartas, aunque perdía las más de las veces.
En una ocasión, caminando con su hermano por la calle se cruzaron con cierto señor. Tolstói le dijo a su hermano con desprecio: “Ese señor es evidentemente un sinvergüenza”. “¿Por qué?”, le pregunta su hermano. “¡No lleva guantes!”, respondió. Así era: si un hombre no llevaba guantes no era un hombre como Dios manda. 
Las cuatro guerras
La sed por vivir nuevas aventuras le llevó a la guerra. Y allí tuvo aventuras de sobra. En una ocasión, en el Cáucaso, una granada cayó justo bajo sus pies. En las montañas estuvo a punto de caer prisionero de los chechenos. Azotó como un loco su caballo y logró escapar de milagro. Después del Cáucaso se fue al Danubio a luchar contra los turcos y de allí a Sebastopol. Rusia estaba constantemente en guerra y Tolstói también. No en vano aparecen tantas guerras en sus libros.
De vuelta en San Petersburgo, comenzó a publicar sus obras. Obtuvo un gran reconocimiento de inmediato y al más alto nivel. La viuda del emperador Nicolás I lloró con sus Relatos de Sebastopol y Alejandro II ordenó traducirlos al francés.
Y de pronto, Tolstói lo arrojó todo por la borda: abandonó la sociedad y se fue a vivir al campo. Da la sensación de que la agricultura le interesaba más que la literatura. Los campesinos le querían, aunque lo consideraban un señor algo estrambótico: “Un día me llama el señor y me lo encuentro colgado con las rodillas atadas a un poste y columpiándose cabeza abajo; el pelo colgando y la cara toda roja; no pude escuchar su recado de tan maravillado que me quedé”. Así hacía Tolstói gimnasia.
En el campo hacía de todo. Segaba, araba y daba clases a los hijos de los campesinos. La escuela creada por Tolstói era también muy especial. No había libros de texto, ni libretas, ni deberes para casa. Iba con los niños al bosque y hablaba con ellos de la vida, les contaba historias y respondía a sus preguntas.
Se casó con Sofia Andréyevna Bers y casi cada año tenían un hijo. Sofia Andréyevna era una mujer única. No sólo era capaz de soportar el complicado carácter de su marido, sino que además le ayudaba. Reescribió cuatro veces (según algunas versiones, hasta siete) la novela Guerra y paz, la escuchó recitar e incluso dio algunos consejos.
Tolstói tenía una energía sin límites. Estudió griego y hebreo antiguo, leía a los antiguos sabios chinos e intentó montar en bicicleta. Nunca se encerró en su caparazón. Siempre ayudaba a los campesinos, a los soldados y a los mendigos. Durante una hambruna en las provincias del centro del país, recaudó fondos para ayudar a los pobres. De todas las partes del país acudían a su casa en Yásnaia Poliana los desfavorecidos, ya que sabían que Tolstói les ayudaría. De ese modo se convirtió en una autoridad moral, en un símbolo de la honestidad y la caridad. Como Gandhi o Martin Luther King lo harían más tarde. 
En la cárcel por propia voluntad
A los 50 años tuvo una profunda crisis, tanto creativa como espiritual. Tolstói se sentía decepcionado con la literatura, la civilización y las personas. Se cansó de todoLlegó incluso a plantearse el suicidio.
Para él no había armonía en el mundo, el fuerte pisoteaba al débil y la gente malgastaba su vida en entretenimientos fútiles. A Tolstói le dolía mucho ver todo esto, pero tampoco podía ignorarlo. Fue entonces cuando apareció el Movimiento Tolstoiano, que comenzó a predicar el perdón y la necesidad de no luchar contra el mal. Estas eran las dos premisas principales de su nueva religión.
Su esencia era bastante sencilla: hay que distribuir la riqueza, llegar al pueblo, soportar las privaciones y vivir de manera sencilla. Bien es cierto, sin embargo, que Tolstói no distribuyó sus riquezas ni abandonó sus posesiones. Él entendía esta contradicción perfectamente, lo cual le provocaba grandes pesares: “Acaso, - escribía, - muera sin pasar un solo año fuera de esta casa demente e inmoral, sin pasar un solo año de forma humana y razonable, es decir, en el campo, no en una casa señorial, sino en una isba entre trabajadores, comiendo y vistiendo como ellos y proclamando sin ignominia la verdad de Cristo, que me ha sido dado conocer”.
Tras la revolución de 1905, en el país comenzó el terror. Miles de personas iban por sus ideas a la cárcel, al exilio o a realizar trabajos forzados, pero nadie se atrevió a tocar a Tolstói. Él escribía a los ministros diciendo que la raíz del mal estaba en él mismo, que no tenía sentido condenar a los que distribuían sus preceptos y que a él no le castigaran.
Tolstói necesitaba sufrir, tenía un gran cargo de conciencia debido a su riqueza. “Nada me daría mayor satisfacción y alegría, - escribía. – que si me enviaran a la cárcel, a una cárcel de verdad: un sitio maloliente y frío donde pasar hambre. Eso me daría en la vejez una sincera alegría y satisfacción”. Pero era una figura muy especial y con él nadie se atrevió.
Tolstói consideraba locos a todos sus seres cercanos, y ellos a su vez lo consideraban loco a él. Su esposa incluso le aconsejó viajar a un balneario para recibir tratamiento por sus ataques nerviosos. Ella le quería sinceramente, aunque no lo comprendía en absoluto. ¿Cómo es posible desprenderse del dinero, de las tierras, de los derechos sobre las obras literarias? Cuando él intentó abandonar la casa, ella le amenazó con suicidarse.
En una ocasión incluso fue a tirarse a la vías del tren, como Anna Karénina. Pero lograron disuadirla. Entonces ella declaró que si su marido comenzaba a repartir las tierras lo pondría bajo custodia, que había que meterlo en un manicomio. Las propiedades se quedaron en la familia.
Pero, de todos modos, Tolstói se fue. De noche, en secreto. A su esposa le dejó una carta en la que le decía que no podía seguir viviendo con todos aquellos lujos que le rodeaban, que quería pasar los últimos años de su vida en soledad y en silencio.
En el tren cogió un resfriado. En la estación de Astápovo lo sacaron del tren, ya gravemente enfermo. Durante las últimas horas de su vida, Tolstói permaneció completamente turbado: “¿Cómo, cómo mueren los campesinos?, - decía. – Parece que voy a tener que morir en pecado…”.
Antes de morir, mirando en torno suyo, dijo: “¡No sé qué es lo que tengo que hacer!”. Y las últimas palabras que pronunció fueron: “Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?”
Algunos ensayos de Lev Tolstói:
-Confesión.  Acantilado.
-Contra aquellos que nos gobiernan. Errata naturae.
-El Evangelio abreviado.  KRK Ediciones.