Zygmunt Bauman “La educación y la cultura son tratadas como mercancías”
El
sociólogo polaco asegura que las fisuras causadas por las crisis
económicas han permitido que los partidos neonazis tomen fuerza. Testigo
de primera mano de las transformaciones que experimentó la sociedad
europea y cerca de cumplir 90 años, Zygmunt Bauman aún no deja descansar
su brazo y su cerebro y continúa escribiendo y reflexionando sobre la
realidad sociopolítica mundial.
Para
Bauman, uno de los pensadores más importantes de la actualidad por su
teorización de la realidad contemporánea bajo el concepto de “modernidad
líquida” —que reflexiona, entre otros aspectos, sobre la debilidad de
los nexos sociales y emocionales, la incertidumbre sobre el futuro y los
cambios que ha traído la globalización al poder del Estado-nación—,
señala cómo la cultura, la salud y la educación han sido reducidas a
simples mercancías.
Con la crisis económica que atraviesa Europa, ¿es posible la existencia de una “ciudadanía global”?
Es
posible, pero no en un futuro cercano. La “ciudadanía” es un concepto
que nació y se desarrolló en el curso de la construcción del moderno
Estado-nación, promoviendo y estrechando la práctica de la soberanía
territorial. Las instituciones políticas diseñadas y establecidas en
este proceso fueron creadas para servir al proyecto de la independencia;
sin embargo, la globalización ha creado realmente la interdependencia
mundial, una realidad en la que las instituciones políticas heredadas y
conservadas del Estado-nación no son funcionales.
Entonces, ¿qué sería necesario para conseguir la ciudadanía global?
Para
elevar la integración humana desde el nivel de las divisiones nacionales
y pasar a una humanidad unificada, dichas instituciones necesitan ser
reemplazadas por una red de instituciones alternativas, sobrepasando las
limitaciones impuestas por las barreras de los estados territoriales y
reduciendo radicalmente su soberanía. La unificación de la humanidad,
llamando a la práctica política y pensando en reconocer la globalización
ya existente de la interdependencia humana, no podría hacerse a través
de la globalización, sino aboliendo la ciudadanía local, separando de
esta manera los derechos humanos de la adscripción territorial.
Es un escenario complejo, ningún Estado estaría dispuesto a ceder su soberanía…
Como
Benjamin Barber resumió recientemente esta situación: “Por naturaleza
demasiado inclinado a la rivalidad y a la exclusión mutua, ellos (los
estados-nación) parecen quintaesencialmente indispuestos a la
cooperación e incapaces de establecer los bienes comunes a nivel
global”. Pero añade: “Hoy en día, aunque es claro que los estados ya no
pueden proteger a sus ciudadanos y deben considerar ceder una parte de
su declarada soberanía, no hay ninguna alternativa clara, y por lo tanto
se niegan a hacerlo”. Personalmente, yo llamo esa situación
interregnum, que significa: las viejas formas de hacer las cosas no
funcionan por más tiempo, pero las nuevas formas no han sido aún
inventadas y puestas en su lugar.
¿Por
qué la cultura, el arte y la educación son los sectores que más han
sido golpeados en la reducción del gasto público, por parte de los
gobiernos de la UE, para salir de la crisis?
La cultura
es el mayor capital de la humanidad, el arte, la vanguardia de
peregrinación histórica humana explorando nuevas y desconocidas tierras y
formas de vida, y la educación que pone a disposición de toda la
humanidad sus descubrimientos, han sido, sin embargo, reducidos al
estatus de productos en el mercado, comercializados como otras
mercancías y, contrario a su naturaleza, medidos por el rasero de los
beneficios instantáneos. Invertir en la cultura, las artes y la
educación, por muy grandes que sus beneficios puedan ser a futuro, se
considera, por tanto, poco aconsejable y un desperdicio a corto plazo.
Tal miopía resulta en sacrificar la calidad de vida de las generaciones
futuras a los caprichos efímeros y comodidades del presente.
¿Entonces qué sugiere?
La
renegociación de nuestra actual forma de relacionarnos con el mundo se
hace cada vez más necesaria y urgente en vista de que el planeta,
nuestra casa común, se encuentra al borde de la insostenibilidad,
gracias al agotamiento progresivo de los recursos del planeta y la
creciente impotencia de los instrumentos heredados de la acción
colectiva para hacer frente a los problemas que surgen de nuestra cada
vez más íntima interdependencia física, social y espiritual.
Hablemos
de uno de los efectos del mundo en red. Nuevas formas de control social
han sido promovidas durante las últimas décadas, entre ellas cámaras de
vigilancia en cada esquina, algo que usted describe en su libro
‘Vigilancia líquida’. ¿La libertad está en riesgo de perderse con esta
vigilancia constante?
Día a día
aumenta enormemente el contenido de los bancos de datos que son una
reminiscencia de los campos minados, erizados de explosivos ocultos de
los que sabemos que tienen que explotar, aunque no se puede decir cuándo
y dónde. Estos son usados a diario por las compañías comerciales para
reforzar su influencia sobre las opciones y el comportamiento de los
consumidores. Ellos (los bancos de datos) facilitan enormemente la
coacción desde arriba y pueden servir a las agencias políticas con
inclinaciones autoritarias e intenciones dictatoriales.
¿Qué es lo más preocupante de la vigilancia contemporánea?
El aspecto
más preocupante de la vigilancia contemporánea y la recolección de
datos es que se lleva a cabo con nuestra aprobación masiva, entusiasta,
despreocupada y alegre. No nos preocupamos por la catástrofe hasta que
golpea… Y así que el proceso no es tan manejable y potencialmente
controlable, ya que se limitaría, como en el pasado, a tratar el
espionaje especializado y a las agencias de vigilancia.
¿Cree
que en medio de la crisis económica algunos de los partidos declarados
neonazis pueden llegar al poder en un escenario de desconcierto como
este?
Necesitamos
retornar a la raíz de su primera pregunta. Estos dos problemas están
íntimamente conectados. La discrepancia entre los instrumentos políticos
disponibles y los poderes reales que deciden las posibilidades y
perspectivas de nuestras vidas y las de nuestros niños —discrepancia
causada y diariamente exacerbada por la globalización sin control y la
ajustada interdependencia— provocará que un número creciente de personas
busque alternativas al sistema político visiblemente indolente e
ineficaz para coordinar las políticas con las preferencias populares y
los deseos, fallando espectacularmente en la posibilidad de generar
empleo. Los jóvenes son los más afectados, engrosando la mayor franja
del número de desempleados, lo cual se suma al impedimento para que
participen en los asuntos públicos y del Estado, en la reforma de los
mismos.
¿Entonces que está sucediendo con los sistemas democráticos?
La
confianza en la capacidad de la democracia está marchitándose, lo que
resulta en una situación excepcionalmente fértil para que crezcan las
semillas de resentimiento y florezcan sentimientos totalitarios. La
complejidad de las causas de la miseria, siendo además desorientadoras e
incapaces de mostrarse en principio, el sentido humillante, crece la
demanda de “líderes fuertes” capaces de proporcionar fórmulas simples,
que ofrecen y prometen soluciones simples, haciendo una oferta tentadora
de aliviar a sus seguidores en cambio de su obediencia inflexible, de
la carga de la responsabilidad de sus vidas demasiado pesadas para ellos
y que carecen de los recursos necesarios para sobrellevarlas.
¿Qué deberían hacer los ciudadanos?
Por desgracia, no hay atajos para una
solución radical. En el corto plazo, sólo son posibles paliativos
temporales y transitorios. Prevenir catástrofes similares requeriría
llamados a repensar y reformar nuestra filosofía de vida y nuestro modo
de convivir, de hecho, una especie de revolución cultural, y como ya se
ha indicado, el cambio cultural toma tiempo y evade imperativos y
gestión. Las raíces de las periódicas crisis económicas, así como la
imposibilidad de controlarlos y evitarlas, se encuentran profundamente
arraigadas en nuestro modo de ser: la concepción de un crecimiento
económico sin fin como remedio universal a todos los males sociales, el
hábito de buscar la felicidad a través de comprar (de saquear el mundo
en lugar de contribuir al mismo), favorece la competencia sobre la
solidaridad, la individualidad sobre el intercambio, y el imparable
aumento de la tolerancia a la desigualdad social, que ha llegado a
niveles tan altos que hace tiempo era inconcebible que esto ocurriera.
Entrevistado por Steven Navarrete Cardona en elespectador
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