martes, 2 de septiembre de 2014

¿Se ha acabado la guerra de Gaza?

¿Se ha acabado la guerra de Gaza?

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Un joven palestino camina entre los escombros de un edificio derribado por el Ejército israelí en Gaza. (Mohammed Abed/AFP/Getty Images
Un joven palestino camina entre los escombros de un edificio derribado por el Ejército israelí en Gaza. (Mohammed Abed/AFP/Getty Images
La tregua indefinida entre Israel y Hamás dará paso a uno de estos cuatro escenarios alternativos
Aunque el Gobierno israelí la haya denominando “Margen protector” –a modo de operación militar dentro de la letal secuencia acaecida tras la retirada de Israel de la Franja de Gaza en agosto de 2005: “Lluvias de verano” (junio de 2006), “Invierno caliente” (febrero de 2008), “Plomo fundido” (diciembre de 2008) y “Pilar defensivo” (noviembre de 2012)– esta nueva confrontación que comenzó el pasado 7 de julio y terminó el 26 de agosto puede considerarse como una guerra en toda regla. Al menos así lo han percibido el conjunto de los gazatíes y una gran parte de la opinión pública israelí. Más de medio millón de los habitantes de Gaza, así como el 70% de los ciudadanos israelíes de las localidades y de los kibutzim adyacentes a la Franja, optaron por abandonar temporalmente sus viviendas hasta que por fin se alcanzó una tregua duradera y sostenible.
Desgastados tras 50 días de hostilidades, el Gobierno israelí y el movimiento islamista Hamás decidieron poner fin a sus respectivas ofensivas, a pesar de no ver todavía cumplidas algunas de las principales condiciones que demandaban en la mesa de negociaciones de El Cairo. Para el primero, la prioridad está en obtener un compromiso formal y verificable de que Hamás va a renunciar a excavar nuevos túneles de ataque transfronterizos y a seguir produciendo y lanzando cohetes contra Israel, para en un momento ulterior participar en un proceso integral de Desmovilización, Desarme y Reintegración (DDR). Mientras que para el segundo lo más importante es lograr el levantamiento del bloqueo que desde 2007 estrangula la Franja de Gaza, abriendo los pasos fronterizos, ampliando la zona de pesca, recuperando los terrenos de uso agropecuario comprendidas dentro de las “zonas de exclusión” impuestas por el Ejército en un radio de 3 kilometros respecto de la verja perimetral, para en un momento posterior construir un puerto marítimo y reconstruir el aeropuerto internacional Yaser Arafat de Rafah.
Así, Israel y Hamás han estado jugando una nueva partida de ajedrez en la que han caído progresivamente muchas de sus piezas, sobre todo los peones –esto es, sus respectivas poblaciones civiles, que son las que más han sufrido las consecuencias– aunque también han sacrificado alguna pieza de mayor valor sobre el tablero. En el caso de Israel a 64 de sus soldados, la mayoría de ellos fallecidos durante la fase terrestre de la ofensiva. En el caso de Hamás no sólo el medio millar de milicianos muertos, sino algunos de sus más importantes mandos en las Brigadas Izzadin al Qassam, como los tres de la zona sur que fueron alcanzados por varios misiles el pasado 21 de agosto en Rafah y puede ser que también su comandante en jefe, Mohammed Deif, que incluso si hubiera sobrevivido al intento de “asesinato selectivo” perpetrado contra él dos días antes –en el que murieron una de sus esposas y dos de sus hijos– podría haber quedado permanentemente discapacitado.
Este nuevo desenlace en tablas sobre el tablero político-estratégico, muy similar al acuerdo no escrito que sucedió a la operación “Pilar defensivo” en noviembre de 2011, podría evolucionar hacia uno de los siguientes escenarios:
El escenario más probable
El escenario más probable sería aquel en el que el Consejo de Seguridad de la ONU acordara una resolución similar a la 1701 que en agosto de 2006 logró poner fin a la guerra de 33 días que libraron Israel y la milicia chií libanesa Hezbolá. En este caso la resolución llamaría a mantener el actual cese de fuego, la consecución de una tregua duradera y sostenible, el repliegue del Ejército israelí a las posiciones previas al comienzo de las hostilidades, el despliegue de una fuerza de interposición y el desarme de las milicias de la Franja. Ocho años después del despliegue de UNIFIL II la tregua en el sur del Líbano ha funcionado, habiendo sido respetada por ambas partes según la lógica de la disuasión, pero también cómo Hezbolá ha mantenido, e incluso incrementado, sus arsenales de cohetes.
Según este modelo, a pesar de que el texto de la resolución mencione expresamente la necesidad de desarmar a las milicias de la Franja de Gaza –tal como ha propuesto la UE– la ONU no dispondría de la capacidad ejecutiva para forzar su aplicación, sino que ésta quedaría subordinada a un acuerdo bilateral entre Hamás e Israel (basado en un principio de reciprocidad por el que Hamás hiciera entrega de sus arsenales a cambio de la construcción del puerto y reconstrucción del aeropuerto, además de una garantía formal de que Israel no volverá a destruirlos). Este modelo contemplaría también el despliegue de la Guardia Presidencial y otras fuerzas de seguridad leales a la Autoridad Palestina en las fronteras de la Franja con Israel y con Egipto, así como de un contingente de monitores –está por ver si policiales como en su momento fueron los de EUBAM Rafah o militares– de la UE en los cuatro pasos fronterizos (Rafah, Erez, Karni y Kerem Shalom). En principio, se trataría de un escenario estable a corto plazo, pero que podría contemplar incidentes puntuales y que incluso pudiera degenerar en otra confrontación más adelante, tal como ocurre con el definido por la resolución 1701 en Líbano.
El escenario indeseable
Otro escenario posible, a la vez que indeseable, consistiría en una nueva guerra “de atrición” o de desgaste entre el Ejército israelí y las milicias de la Franja de Gaza (tal como tuvo lugar entre Israel y Egipto durante los años 1969-70). Así las cosas, ante una resolución débil del Consejo de Seguridad de la ONU y la ausencia de un acuerdo formal en El Cairo de aquí a un tiempo prudencial, el Ejército israelí podría optar por volver a  bombardear objetivos supuestamente vinculados a Hamás haciendo uso de su total supremacía aérea y a castigar otros objetivos costeros con sus buques de guerra (como hace por las noches, en este caso no tanto con el afán de destruir sino de amedrentar a la población y que ésta se vuelva contra los dirigentes islamistas).
Por su parte las milicias palestinas retomarían el lanzamiento de cohetes y proyectiles de mortero contra territorio israelí, después de reorganizar sus arsenales. No obstante, éste es un escenario insostenible tanto para los unos como para los otros. Para Israel, porque el curso escolar ya habría comenzado, y porque los ciudadanos del sur del país están hartos de la contienda bélica y antes o después demandarían compensaciones económicas a cargo del erario público. En el caso de las Brigadas Izzadin al Qassam y el resto de milicias porque disponen de un arsenal limitado y –ante la incapacidad de reabastecimiento pues todas las fronteras están selladas, también los túneles que antes comunicaban la Franja con Egipto– no podrían mantener su ofensiva más allá de entre uno y dos meses (el servicio de inteligencia militar israelí, Aman, calcula que les quedan unas existencias de entre 2.500 a 3.000 proyectiles de diferentes tipos, radio de alcance y carga explosiva).
El mejor escenario de los posibles
Éste sería aquel que quedara determinado no sólo por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, sino que también contara con un acuerdo formal obtenido en la mesa de negociaciones de El Cairo. En este caso, dicho acuerdo sería firmado por los Gobiernos de Israel, de Egipto y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y ratificado por sus respectivos Parlamentos –la Knesset, la Asamblea Popular y el Consejo Legislativo Palestino– para así evitar cometer el mismo error en que incurrieron en el llamado “Acuerdo de Movimiento y Acceso” de noviembre de 2005. Este acuerdo, que reguló a la reapertura del paso fronterizo de Rafah, nunca fue firmado por los Ejecutivos ni tampoco ratificado por los Legislativos. Por ello, nunca llegó a ser implementado en su totalidad (sólo una parte de tres), se aplicó de forma esporádica tras el secuestro del soldado israelí Gilad Shalit en junio de 2006 y quedó en suspenso tras la toma del poder por Hamás en junio de 2007.
En un escenario así Israel eliminaría una de las principales amenazas que se ciernen contra su seguridad nacional y los ciudadanos del sur del país podrían volver a vivir tranquilos y seguros. A cambio, los más de 1,8 millones de palestinos que viven hacinados en la Franja de Gaza –que con sólo 270 km² de extensión es uno de los territorios con mayor densidad de población del mundo– podrían disfrutar de una libertad de movimientos desconocida hasta ahora, que les permitiría desplazarse a Egipto a través de Rafah, a Cisjordania a través del paso de Erez, a la UE gracias a un transbordador que partiría del nuevo puerto marítimo de Gaza que conmutaría con el puerto de Larnaca en Chipre, y a cualquier lugar del mundo vía el aeropuerto ya reconstruido. Igualmente, los gazatíes podrían exportar e importar sus productos sin las actuales trabas ni restricciones, lo cual redundaría en beneficio de la prosperidad económica y financiera de toda la Franja.
El peor escenario posible
Aunque se trata de un escenario altamente improbable, una vez que el Gobierno israelí dio orden a su Ejército de retirarse de las posiciones ocupadas durante la fase terrestre de la campaña “Margen protector” y desconvocó a los miles de reservistas que previamente había movilizado, todavía cabe la posibilidad de que volviera a ordenar una nueva ofensiva terrestre ante alguna contingencia mayor inesperada (por ejemplo que un cohete M-75 impactara contra el centro de Jerusalén o Tel Aviv, contra una pista del aeropuerto de Ben Gurión, o matara a un importante número de civiles). En este caso se produciría una regresión inmediata al pasado 18 de julio, en que comenzó la fase terrestre, pero con mucha mayor potencia de fuego y capacidad destructiva, que al avance de los tanques por el este y norte de la Franja, añadiera el desembarco de tropas desde el mar y de comandos aerotransportados, lo que constituiría una invasión total.
El coste en vidas humanas entre los palestinos de una invasión así se incrementaría de forma exponencial, aunque también aumentaría de forma geométrica entre los soldados israelíes. Igualmente volvería a producirse algún atentado terrorista palestino (el último tuvo lugar en noviembre de 2012 precisamente como reacción a la operación “Pilar defensivo”) y se dañarían las relaciones bilaterales con el nuevo-antiguo régimen de Abdel Fatah al Sisi en Egipto (que con toda probabilidad experimentaría un fenómeno de desestabilización social importante, instigado por las redes clandestinas que mantienen los Hermanos Musulmanes). Un fenómeno similar tendría también lugar contra la ANP en Cisjordania (dado que ésta sería vista como cómplice por su inacción ante una renovada ofensiva israelí) y, lo que es peor, podría encender la mecha de una tercera Intifada

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