Grandes descubrimientos
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Madain Saleh, la ciudad de los nabateos en Arabia
Manuel Cohen / Art Archive
Escultura nabatea
Escultura nabatea descubierta en Bosra (Siria).
Conocida
antiguamente como Hegra, la monumental «Petra de Arabia Saudí» fue
redescubierta por los arqueólogos a finales del siglo XIX
, Historia NG nº 126
A comienzos del siglo XX, en vísperas de los grandes cambios que
pondrían fin al Imperio otomano, el oasis de Madain Saleh, al noroeste
de la península Arábiga, iba a sufrir dos pequeñas revoluciones: la
llegada del ferrocarril y la de los arqueólogos. Hasta entonces, esta
llanura erizada de lomas de arenisca, dominio de la turbulenta tribu
árabe de los Fuqara, vivía en un espléndido aislamiento, roto sólo por
la presencia otomana y el intermitente paso de los peregrinos camino de
La Meca. Los extranjeros no eran bienvenidos, y apenas un puñado de
occidentales había osado aventurarse en la región.El poeta y viajero Charles M. Doughty llegó en 1876 tras haber escuchado a un inspector turco alabar la zona como el equivalente a Petra –la mítica capital de los nabateos, que prosperó en tierras jordanas entre los siglos IV y
I a.C.–, pero aún más bonita. Las inscripciones que copió, descifradas por el erudito francés Ernest Renan en 1884, bastaron para demostrar que se trataba de la antigua ciudad nabatea de Hegra, el más meridional de los centros comerciales de Petra en la ruta hacia las Indias, mencionado como al-Hijr en el Corán y por los geógrafos árabes. Desde ese momento, los orientalistas soñaron con una exploración sistemática de Arabia.
Una ciudad de piedra
El 6 de abril de 1907, dos dominicos, Antonin Jaussen y Raphaël Savignac, profesores de la Escuela Bíblica y Arqueológica de Jerusalén, llegaron a Madain Saleh enviados por la Sociedad Francesa de Excavaciones Arqueológicas. Tras partir de la Ciudad Santa el 17 de marzo, atravesaron el río Jordán en Jericó para llegar a Madaba, en Jordania, donde tomaron el recién inaugurado ferrocarril hasta Tabuk. Los 250 kilómetros finales hasta su destino los hicieron a lomos de camello. Durante tres semanas recorrieron la zona, examinando todos los rincones de los macizos de arenisca que salpicaban la llanura en busca de las huellas de la ciudad que había florecido dos mil años antes.En ésta y dos expediciones posteriores, en 1909 y 1910, Jaussen y Savignac encontraron una acumulación informe de estructuras de adobe mezcladas con fragmentos de cerámica. Aunque no hallaron viviendas, recopilaron numerosa información sobre la arquitectura funeraria. Gracias al estudio de Petra, ya se sabía que los nabateos usaban los macizos de arenisca para excavar tumbas rupestres cuyas fachadas luego esculpían. En Hegra, los dominicos hallaron los mismos tipos de coronamiento con almenas y frontones de tipo grecorromano. Los más ricos y mejor conservados están en las paredes del macizo conocido como Qasr el-Bint, al este de las ruinas de la ciudad. A diferencia de Petra, durante los primeros siglos de la era cristiana algunos habitantes de Hegra grabaron epitafios con el nombre de los difuntos y las fechas de su muerte, las cuales aportan indicios preciosos para comparar la evolución de ambas ciudades.
Jaussen y Savignac también descubrieron el «lugar santo» de la ciudad, sito en
Djebel Ithlib, un macizo formado por una multitud de cimas erosionadas por el viento y situado quinientos metros al este de Qasr el-Bint.
A este lugar santo se accede a través de una estrecha garganta, en cuya entrada se halla una sala rupestre para banquetes (diwan). Nichos votivos con piedras sagradas e inscripciones de carácter religioso jalonan las paredes del desfiladero, que desemboca en un pequeño circo rocoso semejante a un verdadero espacio sagrado al aire libre.
En el siglo VII, el lugar ya estaba abandonado y su ocupación por los nabateos había sido olvidada. Para los árabes de Hejaz, allí vivió otro pueblo, los tamudeos, que usó las tumbas rupestres como viviendas. Circulaba incluso una leyenda, recogida en el Corán, sobre la ruina de la ciudad y la extinción de sus habitantes: el profeta Saleh, enviado por Alá para convertir a los tamudeos, les entregó una camella de leche inagotable, pero éstos mataron al animal, persiguieron a su cría y tendieron una trampa al profeta. Así, Dios envió un gran viento que acabó hasta con el último de ellos. Esta tradición dejó trazas en la toponimia local. El punto de entrada en la llanura de Madain Saleh desde el norte se llama Mabrak en Naqah, es decir, «el lugar donde la camella se arrodilló». Un lugar en el cual generaciones de viajeros han grabado sus nombres en la parte inferior de las paredes.
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