Diferencias de género: la virginidad y el sexo
Es algo que todas conocemos, de lo que todas hemos hablado. Algo que, como cultura, nos obsesiona.
La virginidad es muy valiosa de poseer, si eres una mujer, y algo de lo que es mejor librarse cuanto antes, si eres un hombre. Y esto nos lleva a uno de los mayores dobles estándares de todos los tiempos: las
mujeres deben sentirse avergonzadas de practicar el sexo, mientras que
los hombres reciben una gran recompensa social por hacerlo.
Así que empecemos por el principio.
¿Qué es la virginidad?
Lo primero y más importante de todo es que no existe una definición médica o biológica de la virginidad. Así que no nos queda más que recurrir a la definición de diccionario. Según la Real Academia de la Lengua Española:
Virginidad
(Del lat. virginĭtas, -ātis).
1. f. Estado de virgen.
Virgen
(Del lat. virgo, -ĭnis).
1. com. Persona que no ha tenido relaciones sexuales.
2. com. Persona que, conservando su castidad, la ha consagrado a una divinidad.
Pero el problema con esta definición es que no significa nada porque
¿qué son las relaciones sexuales? ¿Se refieren únicamente al sexo
penetrativo “pene-en-vagina”? ¿Significa esto que las personas
homosexuales permanecen vírgenes para siempre? ¿Las relaciones sexuales
orales o anales cuentan? ¿Y cuando se usan juguetes sexuales?
La
realidad es que cada persona define el sexo de una manera diferente,
así que incluso la definición estándar de la virginidad no es válida. La
percepción del significado y la aplicación del termino virginidad
varían dependiendo de la cultura, religión o sistema de creencias que se
esté hablando. Veremos a lo largo de este post que, de hecho,
la virginidad no es más que un concepto inventado para controlar la
sexualidad (femenina).
En
definitiva, mientras que la definición de la “virginidad” es bastante
abstracta, las consecuencias para las mujeres no lo son.
¿Y el himen?
Pasando
por alto que el mero hecho de preguntar sobre el himen es olvidarse de
todo lo que acabo de explicar sobre la ausencia de definición médica o
biológica de la virginidad y, sobre todo, que el utilizar el himen como
característica definitoria de la virginidad significa ignorar que el 50%
de la población mundial no tiene vagina (y por tanto tampoco himen),
vamos a hablar sobre el himen.
El
himen no se conectó con la virginidad hasta 1546, cuando el anatomista
católico Andreas Vesalius diseccionó los cadáveres de 2 mujeres
vírgenes.
El
himen es una membrana delgada y frágil que se encuentra entre el
conducto vaginal y la vulva y que varía en grosor y flexibilidad de una
mujer a otra.
Contrariamente a la creencia popular, reforzada mediante expresiones como “dervirgar” o “desflorar” a una mujer, el himen no es una barrera hermética e infranqueable que hay que romper la primera vez que se tienen relaciones sexuales,
sino que presenta una o varias aperturas que permiten la salida del
sangrado durante la menstruación. La primera vez que se tiene sexo
penetrativo (o mediante el uso de dildos, tampones, dedos, etc.), esta
fina membrana se estira y adquiere elasticidad.
El
himen es diferente en cada mujer. Algunos cubren mayor parte de la
entrada al conducto vaginal, otros menos, y su elasticidad también varía
de una mujer a otra, pero en cualquier caso, las manipulaciones bruscas
o la falta de lubricación pueden resultar en un pequeño desgarramiento
de esta membrana, que puede verse acompañado de algo de sangrado y una
sensación punzante en la entrada de la vagina.
Debido
a la naturaleza elástica del himen, se estira y no produce ninguna
molestia si se dilata con regularidad a través del coito o la
masturbación. Del mismo modo, si no se tienen estas prácticas durante un
tiempo, volverá a su posición inicial y habrá que ser cuidadosa, ir
lentamente y asegurarse de estar bien lubricada la próxima vez que se
vaya a introducir algo en la vagina.
Antes
de la pubertad, los tejidos de la vulva son generalmente muy frágiles y
delgados. Cualquier actividad que someta estos tejidos a una gran
tensión puede lastimar el himen. Por ejemplo, muchas chicas jóvenes
dañan o dilatan su himen, sin tener ningún síntoma físico de ello, al
efectuar actividades físicas como deportes, montar a caballo, insertar o
quitar tampones o al masturbarse.
En
algunas mujeres el himen se rompe en más de una ocasión. Incluso
algunos son lo suficientemente elásticos para permitir que la vagina sea
penetrada sin que el himen se dilate. Incluso se han dado casos de
mujeres embarazadas que llegan a la sala del parto con el himen intacto,
por lo que el médico tiene que rasgarlo para facilitar el nacimiento
del bebé.
En resumen, un médico no puede certificar virginidad de una mujer, puesto que se puede ser virgen a pesar de tener dilatado o rasgado el himen, o no serlo y tenerlo intacto. Del mismo modo, la virginidad del hombre tampoco puede ser definida ni certificada médicamente.
El
himen formará parte de la vagina de la mujer toda la vida. No se
pierde, nadie te lo quita, ni hay nada que romper durante la primera
relación sexual. Así que vamos a olvidarnos de una vez por todas de esas
imágenes violentas en las que el hombre tiene que luchar para perforar y
desvirgar a la mujer.
Los mitos asociados a la virginidad
El mito de la pureza –
la idea de que existe y tiene importancia – es peligroso porque, como
tantas otras creencias en nuestra cultura, crea dos categorías de
mujeres, las que la tienen y son mejores, y las que no. Este mito no es
más que de una construcción social sexista que anima a los hombres a
perder su virginidad lo antes posible, y a las mujeres a preservarla.
El
mito de que “perder la virginidad” provoca cambios físicos y
psicológicos duraderos está ligado a la creencia popular de que la
virginidad importa, positiva o negativamente. Tanto hombres como
mujeres sufrirán durante su adolescencia y juventud una serie de cambios
físicos y hormonales asociados a la pubertadad, y estos cambios tendrán
lugar con o sin haber mantenido relaciones sexuales.
Otra
leyenda ampliamente extendida es que la primera vez debe ser un momento
“especial”, que altera y cambia por completo la vida de una mujer y que
proporciona un placer no comparable a nada sentido hasta ese momento. Sin embargo, sólo un tercio de la población mundial afirma haber disfrutado de su primera experiencia sexual,
y estas cifras varían ampliamente de unos países a otros. En Nigeria,
por ejemplo, sólo el 3% de la población indicó haber disfrutado de su
primera vez, mientras que en España este porcentaje es de un 43% (un 58%
de los hombres y un 30% mujeres).
Cómo
la primera vez que se hacen tantas otras cosas en la vida – tu primer
viaje, tu primera vez conduciendo un coche, tu primer trabajo, tu primer
beso, tu primera colonia Chispas –
puede ser un momento emocionante, o quizás decepcionante, pero sea como
sea, son sensaciones pasajeras que se sustituirán con infinitos más
momentos de descubrimiento y expectación en la vida.
“Perder
la virginidad” no tiene más consecuencias que haber vivido una
experiencia nueva (¡siempre usando los debidos métodos anticonceptivos y
de prevención de infecciones de transmisión sexual!) y, sin duda
alguna, el nivel de satisfacción durante las relaciones sexuales
aumentará según se adquiera más práctica y experiencia.
La virginidad como construcción social
La
idea de que la primera experiencia “pene-en-vagina” es un
acontecimiento transformador (al menos para la mujer) tiene sus orígenes
en el Neolítico, cuando los hombres consideraban a la mujer, junto con
la comida, las armas, el refugio, las ropas y demás objetos de consumo,
como una propiedad. Es decir, la virginidad es una construcción social asociada a la mercantilización de la mujer.
Desde
que las mujeres fueron (y aun siguen siendo en muchos lugares)
consideradas como una propiedad, el matrimonio representó un acto en el
que el padre le cedía su propiedad a otro hombre, que se convertía en
marido (y nuevo propietario). El tradicional momento en el que “el padre
lleva a su hija al altar” no es más que eso, una transferencia de
poderes en la que el padre concede la mano (y el resto del cuerpo) de su
hija a su nuevo dueño. Durante esta ceremonia, la hija se viste de
blanco, para señalar su pureza, y le “entrega” su virginidad a su marido
durante el acto de consumación del matrimonio.
Y
es precisamente por la existencia de este acto comercial que la pureza
empezó a cobrar importancia: la virginidad era la única prueba de
paternidad existente. El hombre iba a criar y mantener a los hijos de la
mujer, así que debía estar seguro de que él era el padre. La religión
jugó también, y sigue jugando, un importante papel en este sentido,
convirtiendo el sexo en algo prohibido y vergonzante fuera del
matrimonio y asegurando la pureza de las líneas de sangre.
Como
dato curioso, en la antigua Inglaterra, todos los súbditos eran
propiedad del Rey. Por eso, debían pedir su consentimiento para tener
relaciones sexuales. En ese momento, el Rey entregaba a sus súbditos una
placa que debían colgar en la puerta mientras mantenían relaciones
sexuales en la que podía leerse “FornicationUnder Consent of the King” (fornicando bajo consentimiento del Rey), y de ahí el acrónimo F.U.C.K.
Por
otro lado, aunque necesaria, la virginidad podía considerarse como algo
incómodo y pesado en algunas culturas. Por ejemplo, hasta el mismo
siglo XX, muchos egipcios preferían no desflorar a sus mujeres y pagaban
a un sirviente para hacerlo en su lugar.
La
expresión “derecho de pernada” (en latín vulgar medieval, Ius primae
noctis, “derecho de la primera noche”), se refiere a un presunto derecho
que otorgaba a los señores feudales medievales la potestad de mantener
relaciones sexuales con cualquier doncella, sierva de su feudo, que se
casara con uno de sus siervos.
En
algunas culturas, la virginidad de la mujer es tan importante que las
mujeres deben abstenerse de introducir ningún objeto en su vagina, ya
sean tampones, copas menstruales o dildos, e incluso no pueden someterse
a revisiones ginecológicas que puedan alterar de ninguna manera el
himen. Muchas mujeres que han sido sexualmente activas antes del
matrimonio se someten ahimenoplastias,
procedimientos quirúrgicos destinados a reparar o remplazar el himen
para que se produzca un sangrado durante la siguiente relación sexual ,
demostrando así su virginidad.
En
la India, uno de los países más conservadores en cuanto a tradiciones
se refiere, recientemente ha comenzado a comercializarse una crema de
nombre “18 Again” (18 Otra Vez), una “crema vaginal rejuvenecedora y de endurecimiento”.
La
creadora del producto, Rishi Bhatia, asegura que la crema “construye la
confianza interior” y “potencia la autoestima”. Los testimonios con
fines publicitarios de una mujer de mediana edad indicaban que 18 Again
no restituyó su virginidad, pero sí “las emociones de ser virgen y tener sexo por vez primera”.
Nótese la perversión de que esta crema vende la idea de que las mujeres
son las verdaderas y únicas destinatarias del beneficio.
Aquí el anuncio publicitario:
Muchas
culturas requieren de una prueba de virginidad antes del matrimonio, a
menudo basado en un examen del himen, ya sea por un médico o algún
miembro de la sociedad acreditado para emitir “certificados de
virginidad”. En la cultura gitana, las jóvenes deben someterse a la “ceremonia del pañuelo”,
durante la cual la “ajuntaora”, figura de gran tradición familiar, será
la encargada de comprobar el día de la boda si la desposada es virgen.
La prueba consiste en meter a la novia en una habitación e introducirle
un pañuelo (especialmente cosido para la ocasión por la familia del
novio) en la vagina. Si el pañuelo sale manchado de sangre, la mujer es
virgen y se puede casar. Actúan de testigo durante la ceremonia las
mujeres casadas invitadas a la boda.
La
virginidad se considera una preciado objeto de consumo en muchas
culturas, y el derecho a tener relaciones sexuales con una virgen puede
ser comprado por un justo precio. For ejemplo, en Japón, las geishas
vendían el derecho a tomar su virginidad en una ceremonia ritual
denominada mizuage.
En algunas partes de África, prevalece mito de
que el sexo con una virgen puede curar la infección por VIH y el SIDA,
lo que conlleva altísimas tasas de violación en niñas (con el
consiguiente contagio).
Finalmente,
en algunas sociedades, las mujeres que no se hayan “reservado” hasta el
matrimonio, ya sea por voluntad propia o por violación, son exiliadas, o
incluso asesinadas, por traer la deshonra a la familia.
Por
otro lado, la virginidad es sexista en la mayoría de las culturas y los
hombres que no llegan vírgenes al matrimonio no sufren las mismas
consecuencias sociales que las mujeres. De hecho, los hombres son
premiados socialmente por mantener muchas relaciones sexuales desde una
edad muy temprana. Esto los convierte en “machotes” y en “auténticos hombres“.
En
el polo opuesto del espectro, y posiblemente como efecto rebote, en las
culturas occidentales las jóvenes viven sometidas a una abrumadora
presión sexualizadora, que les dicta que su valía se mide únicamente por
su disponibilidad sexual. El último informe de
la Asociación Americana de Psicología examina la prevalencia y provee
ejemplos de la sexualización infantil en la sociedad y en las
instituciones culturales y alerta sobre los peligros y consecuencias
negativas tanto en las jóvenes como en el resto de la sociedad.
Virtualmente
todos los medios de comunicación examinados, incluyendo la
televisión, [Enlace retirado], letras de canciones, películas,
revistas, medios deportivos, videojuegos, cómics, dibujos animados y la publicidad,
muestran amplias evidencias de la sexualización de la mujer. En estudio
tras estudio, los datos revelan que la mujer, y en ocasiones también el
hombre, son presentados de una manera sexualizada (llevando ropa
provocativa, con poses y expresiones faciales que revelan disponibilidad
sexual, etc.) y son cosificados (son
usados como objetos decorativos, se usan sólo partes del cuerpo en
lugar de las personas completas, etc.). Adicionalmente, se alimentan
unos estándares muy restrictivos (e irrealistas) de belleza.
Todos
estos constituyen modelos de feminidad que las jóvenes absorben desde
la infancia y se desviven por emular, reduciendo su valía como mujeres a
su sexualidad.
Como decía la autora y activista feminista Jessica Valenti, “¿cuál
es la diferencia entre venerar a las mujeres por ser follables o
colocarlas en un pedestal de pureza? En ambos casos, la valía de la
mujer radica en su habilidad de satisfacer a los hombres y moldea su
identidad sexual en torno a lo que los hombres quieren.“
La “zorrificación” de la mujer
La
virginidad está constituida de tal modo que las mujeres son juzgadas en
función de cuándo y cómo comienzan a tener relaciones sexuales. Perder
la virginidad “demasiado pronto”, ya sea a una edad muy temprana o al
poco de comenzar una relación, o con una persona de la que no estás
enamorada, tiene repercusiones sociales. Todos estos factores se ven
sometidos a la especulación y al juicio del resto de miembros de la
sociedad, conllevando lo que voy a denominar “zorrificación”.
La zorrificación es cuando se atribuye culpa o subordinación a la mujer en función de su sexualidad. Así,
las mujeres que lleven ropa “excesivamente sexy”, que hayan o que se
perciba que puedan haber mantenido relaciones sexuales con muchas
personas, serán tratadas de “zorras”.
Sin
embargo, como ya he mencionado anteriormente, en las sociedades
occidentales las mujeres tienen que mostrarse liberadas sexualmente como
muestra de emancipación y modernidad. Así que las mujeres tienen la tarea doblemente difícil de mostrarse sexys e independientes… ¡pero no demasiado zorras! Si no, que se lo digan a Miley Cyrus, que en su esfuerzo por sacudirse la imagen de niña Disney, [Enlace retirado].
La zorrificación es problemática porque es sexista y refuerza el concepto de una sexualidad negativa, basada en valores sexuales puritanos.
La zorrificación, que entiéndase bien, puede ser practicada tanto por hombres como por las mujeres entre ellas mismas, depriva a las mujeres de su autonomía sexual y constriñe su comportamiento y sus alternativas a las expectativas de la sociedad.
Y perder la virginidad de una manera no aceptada socialmente (fuera del
matrimonio, demasiado pronto, con la persona indebida, etc.), conlleva a
la temible zorrificación.
La virginidad es heteronormativa y cis-sexista
La
virginidad asume que el sexo de “pene-en-vagina” es de alguna manera
“especial” y que, de hecho, es el único que puede ser considerado como
sexo. A menos que te hayan metido un pene en la vagina, o hayas metido
tu pene en una vagina, realmente no has tenido sexo. De algún modo, ni
siquiera el sexo oral o el sexo anal cuentan como sexo (a pesar de su
nombre). Esto quiere decir que se asume que el sexo vaginal heterosexual
es, y debe ser, el estándar.
La
heterosexualidad es la norma y el concepto de la virginidad refuerza
esta idea, eliminando las prácticas sexuales de lesbianas, gays,
bisexuales, queers y toda aquella persona no heterosexual – así
como las prácticas de todas aquellas personas hetersexuales que
simplemente no hayan metido un pene en una vagina, por muchos fluidos
que hayan intercambiado.
Por último, la virginidad también es cis-sexista y no deja cabida para todos aquellos que no estén dentro del binarismo hombre-mujer. El cis-sexismo consiste en negar a las personas transexuales la
validez de su sexo psicológico, considerando que no son realmente
mujeres (las mujeres transexuales) u hombres (los hombres transexuales),
o que lo son en menor grado que las personas cis-sexuales (no
transexuales).
Desde
la perspectiva cis-sexista, las personas transexuales que se hayan
sometido a cirugías de reconstrucción genital ¿recuperan su virginidad
con sus nuevos genitales o la perdieron cuando aun no tenían el aspecto
físico conforme a su género psicológico? ¿Se puede perder la virginidad
con una persona transexual que nació con órganos sexuales iguales a los
tuyos?
En
definitiva, el patriarcado insiste en mercantilizar la sexualidad y en
mantener actitudes sexistas porque es así como puede mantener intacto su
status quo. Forzando a que la sexualidad exista dentro del pequeño
marco de la heteronormatividad cis-sexista y heterosexista, elimina de manera efectiva las experiencias de todas aquellas personas que no tienen cabida es ese limitado espacio (lo que se ignora, no existe).
Entonces ¿qué hacemos con la virginidad?
Teniendo
en cuenta todos los aspectos que acabamos de analizar, os pido que
reflexionéis sobre vuestro concepto de la virginidad y los valores que
tenéis asociados con ella y os empecéis a cuestionar vuestras ideas
sobre cómo está construida la sexualidad humana. Cuanto más criticas (¡y
críticos!) seamos con nuestra propia virginidad y la virginidad ajena,
la obligación cultural que esta nos impone se volverá más trivial y
menos apetecible.
Después de todo, las
construcciones sociales no son más que reglas “inventadas” o
“construidas” y que existen porque la gente accede a comportarse como si
fueran ciertas, a pesar de no tener ninguna experiencia real que las ratifique.
¿Qué pasaría si entre todos cambiásemos estas construcciones sociales?
Ha
llegado el momento de borrar de nuestra vida todas estas nociones
anticuadas y peligrosas sobre la virginidad, así como de librarnos de
las cadenas de la hipersexualización. Mientras las mujeres jóvenes sigan
siendo valoradas únicamente por su nivel de pureza, o su nivel de
liberación y progresismo sexual, será imposible que se definan por nada
más que por su cuerpo y su sexualidad. Citando una vez más a Jessica
Valenti, “las mujeres nos merecemos un modelo de moralidad que esté basado en nuestra ética personal, no en nuestros cuerpos”.
Así que vamos a librarnos de la “virginidad” de una vez por todas.
Artículo de Bollo sapiens para Orbita Diversa
Fuentes: The Purity Myth, Everyday Feminism, Wikipedia, Google
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