Articulaciones
históricas de la identidad nacional en República Dominicana
Ponencia
presentada en el IX Congreso Dominicano de Historia celebrado en el Museo
Nacional de Historia y Geografía. Santo Domingo, República Dominicana, del 19
al 23 de octubre de 1999.
Raymundo
Manuel González de Peña
Académico de
Número y miembro de la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la
Historia.
Fuente: Revista Clío, Año 2010. Núm. 179-03.Págs.
55-70
En la República
Dominicana asistimos a un momento de revalorización de nuestras culturas en
plural, de nuestra diversidad cultural, contrario a la visión mono cultural y
la uniformidad tan del gusto de las clases dominantes y las dictaduras que por
tanto tiempo fue hegemónico en el discurso intelectual. (Es importante anotar
que esta revalorización se hace también
recuperando y continuando una tradición de estudios de calidad en la
Antropología Sociocultural). Roberto Cassá se ha referido a esta
revalorización, a propósito del libro de Carlos Andújar,8 como una estrategia
política que busca construir nuevas alianzas para articular proyectos
hegemónicos desde la cultura en solidaridad con los sectores marginados. <<<< Cfr. Roberto Cassá.
“La política de la antropología dominicana”. Isla
Abierta, No. 750. Santo
Domingo, 16 de mayo de 1999, p. 21.>>>>
Pero por ello
mismo son proyectos limitados, incluso en sus posibilidades políticas de
articulación.
Nos hemos
acostumbrado, en los últimos años, a hablar en conferencias y seminarios de la
identidad como algo dinámico, no estático, que en modo alguno se refiere a una
esencia. Esto es un punto ganado al esencialismo de otros tiempos. Pero raras
veces nuestro discurso da cuenta de esa dinamicidad,
y vuelve punto
menos que a caer en las nociones estrechas y estáticas que decimos criticar. A
veces nos hacen falta marcos de referencia que permitan subvertir los
horizontes de sentido desde los cuales se han configurado las identidades en
nuestro país (y no sólo en el nuestro, dicho sea de paso). Propongo dos comentarios
a este propósito:
A) En primer
lugar, la metafísica de la noción de identidad en nuestro país no se halla en
la Filosofía de forma genérica, sino que su fuente es propiamente la ideología
del progreso.
Esta ideología
configuró los modos de pensamiento y de representación de las clases que
asumieron el proyecto de formación y consolidación del Estado-Nación desde el
siglo XIX. Igualmente lo fue para el sistema-mundo capitalista que estrenó una
faceta más sutil para reproducir su dominación colonial sin colonias. Colegialidad,
por tanto, que continúa vigente a través de la dominación social asimétrica de
los capitales y las naciones más ricas del globo, sobre los pueblos y los
territorios en general. Como refiere Edgardo Lander, “la colonialidad
es constitutiva de la modernidad occidental”,10 hoy, sin
embargo, cuestionada en sus mitos fundamentales.
Nuestra noción
de identidad tiene ahí un punto de partida, esto es, la necesidad de una
crítica de la ideología del progreso.
Tal ideología
colonizó nuestra mirada, imponiéndonos una manera de pensar, especialmente a
los que cumplieron y cumplen alguna función intelectual en la sociedad.
Estableciendo así una jerarquía de valores que terminaba dualizando el discurso
en función de una escala superior/inferior: la contraposición civilización/barbarie,
significaba (y lo sigue siendo en cierto sentido) un valor absoluto que llevaba
al rechazo de todas las formas populares de pensamiento y convivencia; ellas
eran exclusivamente representativas de atraso, de lo que debía ser dejado atrás
y superado para siempre. Las formas arcaicas de
vida social fueron estigmatizadas en el discurso civilizador, que más
tarde se expresó de manera más sofisticada en la contraposición, ya envuelta en
ropaje científico-social, como “verdad”, denominada tradicional/moderno,
también de larga eficacia en el contexto de los Estados-Nación de la periferia capitalista.
.<<<< “Modernidad,
colonialidad y postmodernidad”, Estudios Latinoamericanos, No. 8, Nueva Época, año 4,
julio-diciembre de 1997, pp. 31-46>>>>
.En
los años recientes en nuevo discurso, también ligado a la
metafísica de esta ideología del progreso, y en particular a la
modernidad tecnológica que se presenta como su resultado más
obvio, parece desafiar los viejos discursos identarios.
Hoy el discurso
hegemónico, el llamado “pensamiento único” de la globalización-neoliberal, que
pretende re significar las relaciones sociales de dominación en el mundo a
partir de un principio ideológico pretendidamente universal, no esconde el carácter
social dual de su propuesta; “el mercado o la muerte” parece ser la consigna,
que se resuelve en la contraposición
Globalizados/excluidos.
La diferencia está en que este discurso no requiere de una legitimación como
“verdad” de parte de la ciencia, puesto que ha “desarrollado la capacidad inercial de
Su auto-reproducción”<<< Edgardo Lander. Art. cit., p. 42.>>>>>
B) En segundo lugar, la práctica
de los Estados Nacionales de la periferia condujo a la formalización de
identidades legitimadoras que partían de la interiorización del pueblo -nación,
congruente con el discurso de la ideología del progreso, y al mismo tiempo
colocaban al Estado (y/o a las clases dominantes) haciendo el papel de héroe de
la civilización, contra la barbarie. En nuestro país esa interiorización fue también
presentada como debilidad del pueblo-nación, el cual aparecía en la historia
abatido tras siglos de infortunios
y ataques externos, y, en
consecuencia, la necesidad de un hombre fuerte o una mano dura en la dirección
del Estado.
El pueblo-nación en esta visión
estaba necesitado de una mano patriarcal, un guía, que los condujera hacia los
caminos del progreso, la civilización y el bienestar. Quizás el más acabado de
estos proyectos-misión de identidades legitimadoras desde el Estado se
encuentra en el fardo pesado de la herencia trujillista (sobre la que ha
comenzado ya –a Dios gracias– una crítica
ideológica
todavía insuficientemente divulgada). <<<<
Recordemos aquí los trabajos de Andrés L. Mateo. Mito y cultura en la Era de
Trujillo, Santo Domingo, 1993; Josefina Záiter. La identidad social y nacional
en Dominicana: un análisis psíco-social. Santo
Domingo. Editora
Taller, 1996; así como también los trabajos de Fennema y
Loewenthal. La construcción de raza y nación en República Dominicana. Santo
Domingo, 1987; Pedro San Miguel. La
isla imaginada. Historia, identidad y utopía en La Española,
Santo Domingo, 1997; entre
otros.>>>>
Tampoco el
pueblo-nación es en este caso constituido como sociedad civil, puesto que tal
conjunto no podía representar sujetos portadores del progreso. Ese papel sólo podían
representarlo aquellos que habían asimilado la cultura occidental (la educación
tenía un papel clave) y que por lo general eran hombres, tenían la tez blanca,
pertenecían a las capas superiores de la sociedad, o al menos contaban con su
reconocimiento. Los demás, que formaban la mayoría, quedaban como ciudadanos de
segunda categoría. Los negros, los mulatos, los mestizos, vieron
sistemáticamente suplantar el vínculo cívico por relaciones clientelistas, patriarcales
y paternalistas, y el espacio público fue ocupado por una estrecha razón
oligárquica que copó el Estado surgido tras la independencia. El vínculo cívico establecido en las
constituciones no pasó de ser una condición teórica negada en la realidad cotidiana,
donde ciudadanos y ciudadanas se encontraban a merced de los que detentan el
poder<<<< Este argumento
lo hemos desarrollado en nuestro trabajo: “Construcción de identidades en
América Latina en un mundo globalizado. Notas para un diálogo entre educadoras”.
Hacia una América Latina diferente Democracia, Derechos Humanos y Educación.
Cochabamba – Bolivia,1998, pp. 54-72..
>>>
En su gran mayoría, formada por las clases
populares, el pueblo-nación es entendido como desprovisto de toda iniciativa política
válida.
Esta imagen o representación de “carencia de
iniciativa” popular es funcional a la dominación social, ya sea que se exprese
de manera más o menos despótica.<<<
Hemos sido inducidos a pensar que el pueblo “todo
lo espera del gobierno”, pero
también es cierto lo inverso: la gente popular hace el
juego a ese
discurso dominante, pero expresa sus iniciativas por vías
menos visibles y
por lo regular informales. Sólo en raras ocasiones se
declara
abiertamente, como en la expresión: “le cogemos la fundita y no
somos reformistas”. Para el estudio
de estas iniciativas que “escamotean” el
discurso dominante, pueden ser útiles las reflexiones de
Michel Certeau. La
invención de lo cotidiano. Artes de hacer, Vol. I,
México.
Universidad Iberoamericana, 1996.>>>>
Es el reverso de la triple exclusión social y
cultural en la que ha sido colocado y reducido el pueblo al consolidarse el
Estado-Nación.
Esto ha sido
funcional también en otro sentido. En la combinación de formas de identidad
defensivas como forma de identidad legitimadora. La interiorización del pueblo,
entendiendo por pueblo al conjunto de las clases populares de la nación, se
constituye así en un mecanismo de legitimación en lecturas como la de Balaguer
en La isla al revés, como certeramente lo ha estudiado Jesús
Zaglul en un trabajo fundamental. <<<<
Jesús M. Zaglul. “Una identificación nacional ‘definitiva’: el antihaitianismo
nacionalista de Joaquín Balaguer –una lectura de ‘La
isla al revés’”, Estudios Sociales, Año XXV, No. 87, Santo Domingo, eneromarzo,
1992, pp. 29-66.>>>>
La “diferenciación-enemización” de lo haitiano
en este discurso, responde así a la formación de identidad de resistencia –en
el sentido que tiene en Castells– pero para ponerla al servicio de la
legitimación del orden.
Esta combinación
resulta posible gracias a la colocación del pueblo en una condición
desabrigada, desprotegida frente a sus enemigos, que son vistos siempre como
más fuertes y poderosos, aun sea de manera negativa (su “mayor número”, el
“imperialismo haitiano”, la fuerza biológica que supone el carácter “prolífico”
que le atribuye, etc., son algunas de las imágenes frecuentes atribuidas al
pueblo haitiano en el libro de Balaguer).
El pueblo está siempre necesitado
de un protector –lo que no es exclusivo de nuestro país, ni tampoco del ámbito
político, porque él no forma parte de la sociedad civil (el campo de la construcción
de hegemonía para Gramsci), sino que está al margen como espectador, fascinado
de ver cómo “su héroe” lucha contra las “fuerzas negativas” que lo abaten y le
impiden acceder a los beneficios del progreso.16 El pueblo solo, por sí mismo,
no puede nada; es un tarado en cualquier sentido menos en uno: para seguir,
apoyar, agradecer, pedir a su jefe, a su héroe, generalmente representado en la
dirección del Estado.
En otro lugar hemos enunciado
algunos de los problemas vinculados a la construcción de identidad y la
ciudadanía que se desprenden de lo anterior. Entonces hablábamos de las
dificultades u obstáculos que representaban ciertas formaciones culturales y
prácticas institucionales que tienen como organizadoras de sentido una función
de identidad.
La exclusión, en
la triple dimensión que señalamos arriba, es la primera de todas. El
autoritarismo, el mesianismo, la intolerancia y el clientelismo, el
antihaitianismo como” identificación defensiva” son rasgos que marcan las
prácticas políticas y que llevan un sello antidemocrático. <<<<< Algunas reflexiones muy a propósito de estas
imágenes se hallan, en Andrés L. Mateo. Al filo de la dominicanidad. Santo Domingo, Librería La Trinitaria,
1997.>>>>>
Quizás cumple en
lo que sigue aproximarnos al valor de las identidades en la construcción social
de alternativas en el mundo actual, si es que le cabe alguno. Veamos.
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