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La emigración guardesa a la República Dominicana (Siglos XIX y XX)
por Joaquín Miguel Villa Álvarez
I. Introducción
El día 11 de noviembre de 2005 se celebró en la República Dominicana el acto de hermanamiento entre la villa gallega de La Guardia y la ciudad de Santo Domingo, la capital de aquella nación antillana. Y el pasado día 19 del presente mes de octubre de 2006 tuvo lugar la ratificación de este hermanamiento, con los mismos protagonistas, los alcaldes Roberto Salcedo y José Luis Alonso Riego, pero esta vez en tierra gallega, en la villa de La Guardia. Ante semejante acontecimiento, son muchos los que se realizan la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que se pueda producir un hermanamiento entre una sencilla localidad gallega de unos diez mil habitantes y una populosa ciudad de más de tres millones de habitantes? La explicación hay que buscarla en la historia, cuando menos en la de los últimos cien años. Y esa historia nos indica que los guardeses jugaron un papel muy destacado en la aportación migratoria española a la República Dominicana, especialmente a su capital Santo Domingo. Esta circunstancia queda reflejada en un breve estudio titulado La Emigración guardesa a la República Dominicana (siglos XIX y XX) que se puso en circulación en Santo Domingo el pasado año. Este trabajo es tan solo un pequeño acercamiento a la singladura de los guardeses que vinieron a parar a este país, siempre dentro del conjunto de los demás españoles y gallegos que llegaron hasta esta nación caribeña después de su independencia en 1844. Y es que la emigración gallega a la República Dominicana todavía tiene que ser estudiada con toda la profundidad que se merece, en especial las raíces de ese estrecho vínculo, ya secular, que existe entre La Guardia y la República Dominicana.
No obstante, con lo que conocemos a día de hoy podemos hacernos una idea meridianamente clara de la importancia del aporte socioeconómico a la República Dominicana realizado por los guardeses. Así, sin riesgo a equivocarnos en exceso, podemos destacar los dos aspectos fundamentales de la naturaleza de esa emigración:
· En primer lugar, la inmensa mayoría de los guardeses que arribaron a aquellas costas, en todas las épocas, iban a desempeñar una misma ocupación: el comercio, y llegaban por medio de cadenas migratorias familiares (básicamente tíos que llamaban a sus sobrinos). No se trataba, pues, de una emigración masiva de mano de obra, sino de una emigración selectiva que, desde el ámbito mercantil, con mayor o menor fortuna, coadyuvó a la conformación de la siempre frágil clase media dominicana.
· Y en segundo lugar, su llegada a esta nación se produjo, en gran medida, desde la vecina isla de Puerto Rico. Tan solo en su última época se emigró directamente hacia la República Dominicana.
Antes de iniciar un brevísimo repaso a la singladura de los guardeses en esa República, me gustaría dejar constancia de mi deuda de gratitud y reconocimiento a mis familiares emigrados en su día a la nación dominicana. El primero fue mi tío abuelo Eduardo Álvarez Español, quien llegó a ese país en 1929. Muchos años después lo harían sus sobrinos Manuel y José Álvarez Sobrino, en 1957 y 1971 respectivamente. Aunque no llegué a conocer al primero, a Eduardo (fallecido y enterrado en suelo dominicano), desde niño oí contar en casa muchas de sus peripecias y avatares. Sí pude disfrutar a fondo de mis tíos carnales, Manolo (también fallecido y enterrado en suelo dominicano) y Pepe (que vive en España), los cuales me relataron muchas veces todas sus historias de la República Dominicana, muy especialmente las de sus comienzos, aquellas que les marcaron para siempre. O sus «batallitas» en las pensiones donde convivían todos los empleados de comercio. O cómo los mayores de la colonia les instruían sobre la conducta que debían observar en su vida personal y social para salvaguardar el buen nombre que siempre habían tenido los españoles en la sociedad dominicana. Esas historias también forman parte de mi vida, y sin duda tuvieron mucho que ver en mi decisión de estudiar los procesos migratorios de los gallegos al área del Caribe. Por ello, quiero dedicar este estudio, así como las palabras de hoy, a esos tíos míos y sus familias; familias dominicanas las de los dos primeros y guardesa la del tercero. Todo un símbolo del hermanamiento –cimentado con el tiempo a ambos lados del Atlántico– entre dos localidades, dos países, dos mundos.
II. Los gallegos de la República Dominicana en el siglo XIX (1844-1900)
Para comenzar hay que decir que la emigración guardesa a la república Dominicana durante el siglo XIX, aunque existió, fue muy escasa pues los principales destinos migratorios de los naturales de esta localidad gallega eran Brasil, Cuba, y muy en particular la isla de Puerto Rico. La primera noticia que tenemos sobre la llegada de gallegos a la República Dominicana, tras su independencia en 1844, se produce con motivo de la fugaz anexión de ese país a España (1861-1865). Fue entonces cuando llegaron los guardeses Joaquín y Prudencio de Vicente Vicente, unos comerciantes afincados en San Juan de Puerto Rico, en una clara expansión de sus negocios comerciales a Santo Domingo. Sin embargo, la aventura de la anexión se saldó con un rotundo fracaso, costándole a España 21.000 bajas, entre muertos y heridos. La salida de las tropas españolas de Santo Domingo, cuyos últimos efectivos lo hicieron en julio de 1865, coincide con la quiebra de muchos negocios, entre ellos el de los hermanos Vicente Vicente, un proyecto empresarial tan ambicioso como arriesgado, pues dependía del éxito político de la anexión. Si hubiera salido bien, los hermanos Vicente Vicente habrían sido unos comerciantes privilegiados en un nuevo mercado. Sin duda ese es el riesgo de los grandes hombres de negocios.
Superada esta etapa, volvemos a tener noticias de la llegada de guardeses ya en las últimas décadas del siglo XIX, cuando la instauración de la industria azucarera en la República Dominicana produjo una incipiente industrialización y un incremento de la actividad mercantil. Este desarrollo económico atrajo a un grupo de comerciantes españoles que se instalaron en el país, muy especialmente en la ciudad azucarera de San Pedro de Macorís, en la década de 1890. Aun cuando falte todavía un estudio al respecto, todo indica que el principal punto de procedencia de estos españoles era Puerto Rico, entonces colonia española. Uno de esos españoles que pasó de Puerto Rico a la República Dominicana en el tramo final del siglo XIX fue el guardés Juan Gaviño Rodríguez (1849-1925) el abuelo del político e intelectual dominicano Juan Bosh Gaviño (1909-2001), quien llegará a ser Presidente de la República Dominicana en el año 1963.
III. Los gallegos de la República Dominicana en los comienzos del siglo XX (1900-1916)
En 1898 se produjo la pérdida de la soberanía española sobre Cuba y Puerto Rico. Y aunque la emigración española a Cuba se reactivó rápidamente después de la independencia, en el caso de Puerto Rico se implantó una legislación de inmigración claramente restrictiva que pudo hacer que algunos emigrantes optasen por la República Dominicana en vez de dirigirse a Puerto Rico. Entre los gallegos que llegaron a este país en la década de 1900 destacan los hermanos Baquero Alonso, naturales de San Juan de Tabagón, una parroquia casi contigua al ayuntamiento de La Guardia. El primero fue Luis Baquero Alonso, quien arribó a este país en el año 1902, directamente desde Galicia, iniciando desde muy pronto una brillante carrera mercantil. A medida que progresaba en los negocios, fue llamando a su lado a sus hermanos: Manuel, Vicente, José María y finalmente a Celestino Baquero Alonso. El espectacular éxito empresarial de estos hermanos alcanzó su cumbre en el año 1928 cuando inauguraron el Edificio Baquero en la calle del Conde, principal arteria comercial de la capital. Se trataba de una edificación de seis plantas, una de las más altas de las Antillas en aquel momento, y que tenía además el primer ascensor del país. Sin duda, los hermanos Baquero Alonso fueron los inmigrantes gallegos más destacados, pudiéndose afirmar que representaban en la República Dominicana un papel similar al que tenían los hermanos González Padín en Puerto Rico. Y curiosamente, ambas familias eran originarias del mismo término municipal del Rosal, Pontevedra.
Otros gallegos destacados de esta época fueron los guardeses Camilo Carrero Lorenzo y Benjamín Portela Álvarez, el primero de la parroquia guardesa de Camposancos y el segundo de la de Salcidos. Curiosamente ambos se hicieron famosos por sus fallecimientos. El primero, Camilo Carrero, ya retirado en La Guardia, al comenzar la Guerra Civil española fue detenido, juzgado, condenado a muerte y, finalmente, fusilado en la cárcel de Tuy el 7 de diciembre de 1936. El otro, Benjamín Portela Álvarez, fallecido en Santo Domingo, tuvo el «honor» de ser el primer difunto sepultado en el cementerio de la avenida Máximo Gómez. Desde entonces, para muchos dominicanos pasó a ser conocido como «el Barón del cementerio».
IV. El «rebote migratorio» de Puerto Rico a la República Dominicana (1916-1929)
IV.1. La invasión norteamericana de 1916: un nuevo mercado para los comerciantes españoles de Puerto Rico
En 1916 los Estados Unidos invadieron la República Dominicana dando inicio a un período de ocupación militar que durará hasta 1924. Sin entrar a valorar todos los aspectos de la propia intervención militar norteamericana –entre ellos los graves atropellos y abusos cometidos-, es innegable que resultó positiva desde el punto de visto económico. Ciertamente, las actividades comerciales y financieras recibieron un vigoroso impulso, principalmente en las ciudades más importantes. Por todo ello, los representantes de la pequeña burguesía, los terratenientes, el gran comercio mayorista importador y exportador aceptaban como mal menor la intervención e incluso la veían con buenos ojos dada la estabilidad que proporcionaba y las reformas que podía aportar. Esta situación económica tan favorable provocó que los almacenistas y comerciantes españoles de Puerto Rico comenzaran a partir de 1917 una verdadera expansión comercial en la República Dominicana. Los primeros en viajar hasta la vecina República lo hacen como representantes de casas comerciales de la capital San Juan, visitando con muestrarios a los comerciantes del país. Sin embargo, poco a poco comienzan a establecer oficinas de comisiones y, por lo tanto, a instalarse en el nuevo territorio comercial.
IV.2. La Ley de Cuotas de 1921: el final del antiguo flujo migratorio español a Puerto Rico. La República Dominicana toma el relevo.
Cinco años después de la invasión norteamericana, sucedió otro hecho fundamental en la evolución migratoria de la República Dominicana: en 1921 se estableció en todo el territorio de los Estados Unidos (incluido Puerto Rico) la llamada Ley de Cuotas, con el propósito de limitar el flujo de personas procedentes de la Europa Oriental, el Mediterráneo y los países asiáticos. Esta ley estipulaba que sólo serían admitidos por año un máximo del 3 % de cuantos oriundos de un país residieran en los Estados Unidos en 1910, según el censo federal. En 1922 entraron en todos los Estados Unidos (incluido Puerto Rico) un total de 912 españoles y en 1924 ya sólo lo hicieron 131. Así pues, los que pudieron entrar en Puerto Rico en esos años fueron unos verdaderos privilegiados. En definitiva, se puede afirmar que con la Ley de Cuotas norteamericana de 1921, la emigración española, gallega y guardesa a Puerto Rico había llegado a su fin. El corresponsal del Heraldo Guardés en Puerto Rico, en su crónica del 13 de octubre de 1923, no hacía más que certificar este hecho con estas palabras:
No hay manera de conseguir que reciban aquí a los muchachos que vienen a Puerto Rico a trabajar como todos hemos venido. De cualquier modo que vengan, y aunque traigan más papeles que un licenciado no pasan porque no pasan. Hay que ir marchando para otras partes de América, el que quiera ir a probar fortuna por los nuevos mundos.
Y entre esos «nuevos mundos» estaba la República Dominicana, país donde los hombres de negocios de Puerto Rico habían iniciado ya una expansión mercantil, y por lo tanto habían ya puesto en marcha una infraestructura comercial capaz de asimilar a los futuros emigrantes.
IV.3. La República Dominicana, un último resquicio para la emigración a Puerto Rico después de 1921
Aunque la Ley de Cuotas es la responsable del desvío de la tradicional emigración guardesa de Puerto Rico a la República Dominicana, paradójicamente, la propia República Dominicana se va convertir, a su vez, en un último resquicio para la inmigración de españoles a Puerto Rico. Y es que las restricciones de la Ley de Cuotas sólo afectaban a la inmigración procedente de Europa y Asia, y no de otros países americanos. El único requisito para entrar en Puerto Rico era haber residido un año en un país americano (cinco años después de 1922). Esto significaba que emigrando primero a la vecina República y permaneciendo allí un tiempo se podía luego entrar legalmente en Puerto Rico.
Así pues, muchos gallegos que emigraban directamente de Galicia a la República Dominicana lo hacían con la idea fija de pasar más tarde a Puerto Rico donde generalmente sus tíos o hermanos le estaban esperando con un sólido negocio ya en funcionamiento. Para ellos la República Dominicana tan sólo era un lugar de paso, una época de aprendizaje transitoria en su carrera comercial puertorriqueña. Sin embargo, muchas de esas emigraciones provisionales acabaron por convertirse en definitivas, ya que muchos de aquellos jóvenes recién llegados acabaron por asimilarse y se quedaron en lo que a todas luces estaba llamado a ser el «nuevo Puerto Rico» ante la definitiva desviación del tradicional flujo migratorio gallego de aquella isla a la República Dominicana a partir de 1921.
V. La crisis de 1929 y los difíciles momentos para los emigrados a la República Dominicana durante los años de la Gran Depresión (1930-1936)
Los productivos años veinte para la emigración guardesa a la República Dominicana van a recibir dos duros golpes en los años 1929 y 1930. El primero, la grave crisis económica mundial que suscitó el crack financiero de 1929, el cual afectó de lleno a los españoles de la República Dominicana, muy en especial a los recién llegados al país. Pero es que esta dura situación se verá aún más agravada cuando el 3 de septiembre de 1930 sobrevino el huracán San Zenón que arrasó el país. Aunque los guardeses salieron ilesos de la catástrofe, la mayoría sufrieron considerables pérdidas materiales en sus respectivos negocios. Por esa razón, muchos de los que habían padecido las consecuencias del ciclón y tenían algún dinero ahorrado se vinieron para España después del desastre. Otros, al perder todo lo que tenían, buscaron trabajo en otros países del área del Caribe. Ciertamente, el azote del ciclón San Zenón provocó un reflujo migratorio de carácter masivo que dejó a la colonia española con tan sólo 800 individuos en 1935.
VI. Los otros años de estancamiento: los años de la coyuntura bélica española y mundial (1936-1945)
Ni que decir tiene que la Guerra Civil española (1936-1939) supuso un freno a las emigraciones de guardeses así como del resto de los españoles. Muchos de los que se trasladaron a finales de este conflicto lo hicieron ya como exiliados. Sobre este asunto sabemos que desde el 7 de noviembre de 1939 hasta junio de 1940 (fecha en que Trujillo prohibió la inmigración de refugiados políticos) llegaron a la República Dominicana unos 3.150 españoles. Todos ellos habían tenido que salir de su patria por sus ideas y acciones políticas, y en su mayoría procedían de Madrid y Barcelona. Sin embargo, la colonia española existente en la República Dominicana formada por comerciantes e industriales de la tradicional «inmigración empresarial», era en su mayoría Franquista. A pesar de esta circunstancia, todo indica que las relaciones entre los dos grupos –los recién llegados y los de toda la vida– fueron bastante cordiales. Así, por ejemplo, el jefe provincial de la sección dominicana de la Falange empleó a varios comunistas en su negocio, «pues eran oriundos de su pueblo natal». En este sentido, parece ser que la tradición migratoria resultó ser más fuerte que la política.
VII. La época de mayor aporte migratorio a la República Dominicana (1946-1961)
Después de la Segunda Guerra Mundial (1946-1961) se produjo el mayor flujo migratorio entre España y la República Dominicana. Así, la colonia de españoles pasó de 1.800 individuos en 1950 a 4.060 en 1960, para luego descender a 2.318 en 1970. La mayor parte eran agricultores contratados por Trujillo para llevar a cabo su proyecto de colonización agrícola en el interior del país. Pero también jóvenes que venían a trabajar en los negocios de comercio de sus parientes o recomendados, y que aprovecharon esta excepcional oportunidad de viajar a la República Dominicana. Efectivamente, una vez rematada la Segunda Guerra Mundial se reanudó la emigración selectiva gallega a la República Dominicana por medio de las cadenas migratorias ya existentes desde el período anterior. Una vez más destaca muy por encima de todos los demás el caso de los guardeses, el foco migratorio gallego por excelencia.
El papel tan importante que ya por entonces jugaba la nación dominicana para La Guardia tuvo su primer reconocimiento oficial en el año 1955, cuando un grupo de guardeses residentes en Santo Domingo y otros ya retornados, decidieron darle el nombre de «República Dominicana» a una de las calles más céntricas de villa de La Guardia. Al acto de descubrimiento de la placa asistió el Embajador de la República Dominicana en Madrid Rafael F. Bonnelly y el propio alcalde de La Guardia Ermelindo Portela Gómez, así como otras autoridades provinciales y locales.
VIII. La colonia gallega de la República Dominicana: el último acto de una emigración centenaria (1961-2005)
Las llamadas «inmigraciones blancas» –entre ellas la española- declinaron a partir de la caída de Trujillo en 1961. Desde entonces esa inmigración continuó ya muy mermada en sus efectivos hasta principios de los setenta. A finales de esa década y comienzos de los ochenta la emigración española a la República Dominicana había quedado reducida al mínimo, prácticamente a un goteo. En esta última etapa migratoria vuelven a destacar, como no podía ser de otra forma, los naturales del municipio gallego de La Guardia, los cuales representan hoy en día el grueso de la colonia gallega de la República Dominicana. De ahí su enorme protagonismo en la vida económica, social y cultural de la capital dominicana en los últimos treinta años. Esta presencia tan señalada de los guardeses tendrá también un segundo reconocimiento oficial el año 1979, al imponérsele el nombre de «La Guardia» a una calle de Santo Domingo. Tres años después, en 1982, tuvieron lugar dos acontecimientos en los que los guardeses estuvieron directamente implicados. El primero fue la fundación oficial del Centro Gallego «Noso lar», y el segundo la definitiva constitución de la Sociedad Benéfica Pro-Emigrantes Españoles, una institución de gran prestigio que no hace mucho, en noviembre de 2000, recibió la visita de S. M. la Reina de España Doña Sofía. Dos años después, en noviembre de 2002, se inauguró una capilla propia bajo la advocación de Nuestra Señora La Virgen de la Guía, patrona de los emigrantes, protectora de los viajeros y guía de los marineros. Sin duda todo un guiño a los guardeses naturales del barrio de Sobrelavilla –cuya patrona es la referida Virgen de la Guía– de donde partieron tantos emigrantes para esta República.
El 1985, con motivo de la «Semana de Galicia» que la Junta Directiva de la Casa de España organizó en enero de ese año, se produjo otro episodio de hermandad entre La Guardia y la República Dominicana. Diversas personalidades gallegas –entre ellas el entonces Presidente de la Diputación de Pontevedra Mariano Rajoy Brey– realizaron una visita a la República Dominicana. Con ellos viajó desde La Guardia el grupo infantil de gaita y baile «Os Pelouros», cuyas actuaciones tuvieron un gran éxito.
Veinte años después, el viernes 11 de noviembre de 2005, tuvo lugar el acto de hermanamiento oficial entre la villa de La Guardia y la ciudad de Santo Domingo, cuyo momento culminante fue, sin duda, la firma del protocolo que protagonizaron el alcalde de La Guardia José Luis Alonso Riego y el síndico de Santo Domingo Roberto Salcedo Gavilán. Con esta signatura, la colonia guardesa actualmente existente en aquella República, haciendo balance de su propio legado, puso un broche de oro a una época que toca a su fin, que ya es historia, y de la que ellos son sus últimos representantes. Lo saben bien. Y aun cuando su corazón estará dividido hasta el final –«No hay nada más triste que tener dos patrias», decía Eduardo Álvarez Español–, son conscientes de que a la nación dominicana pertenecerán ya para siempre sus múltiples negocios mercantiles, pasados y presentes, y también su juventud, sus esposas, sus hijos, y muchos de sus amigos. En definitiva, todos sus sueños.
Joaquín Miguel Villa Álvarez
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