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EL KA
El hombre y la energía
Estatua
del Ka del faraón Auibra Hor (XIII dinastía)
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Cuando analizamos las creencias egipcias
relacionadas con los componentes que se integran en el ser humano pronto
descubrimos que su sensibilidad era distinta de la nuestra. El hombre
moderno distingue entre el cuerpo y el alma o espíritu, los egipcios, sin
embargo, eran más sutiles que nosotros al enfrentarse con la cuestión de los
compuestos que forman el espíritu humano.
Para los egipcios, como para nosotros, el
primer componente del ser era el cuerpo, la materia física en la que el
espíritu está encarnado. Cuando llegaba el momento de la muerte pensaban que
el cuerpo no debía desaparecer, ya que era la garantía de que los otros
componentes del hombre pudieran seguir existiendo. Era necesaria la
conservación indefinida del cuerpo, lo que se conseguía a través de las
prácticas de la momificación. Al parecer creían que dentro de los elementos
que se integran en el cuerpo físico el más importante era el corazón, órgano
en el que radicaba la conciencia del hombre. En el Juicio de los Muertos era
el corazón, precisamente, el órgano humano que se pesaba en la balanza de
Maat, para conocer si su poseedor, en su existencia, había sido justo. En
ese momento existía el peligro de que el hombre que había actuado con maldad
fuese denunciado por su propio corazón, que podía declarar, pensaban, en
contra de quien había sido su dueño. Para evitar ese peligro existían
diversos conjuros en el “Libro de los Muertos”. Veamos el que se expone en
el capítulo 30 B:
“¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh
corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mis
diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio,
no os opongáis a mí ante el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en
presencia del guardián de la balanza (del juicio)! ... No digas falsas
palabras contra mí en presencia del Gran dios, Señor del Occidente. ¡Mira,
el ser proclamado justo se basa en tu lealtad!”.
Independiente del cuerpo físico los egipcios
identificaban un segundo componente del ser que para nosotros no resulta de
fácil comprensión. Se trata del ka, compuesto extraño al propio cuerpo, en
el que pensaban que reposaba el poder o misterio de la vida. Gracias al ka
el cuerpo físico del hombre tomaba su fuerza vital, tanto física como
intelectual o sexual. El ka sería una especie de doble energético del
hombre, que se situaría en un espacio intermedio entre el cuerpo y el propio
espíritu. El capítulo 30 B del “Libro de los Muertos” nos dice que el ka
anima el cuerpo del hombre y es el componente que proporciona la forma y la
vida a sus órganos y miembros.
Los egipcios, simbólicamente, representaban
al ka como dos brazos extendidos, intentando expresar, posiblemente, el
poder creador en el que la vida se sustenta. Cuando el hombre nace el ka,
que sería la propia energía de la vida, se incorpora a su cuerpo. Ese es el
motivo de que frecuentemente se represente al dios creador Khnum trabajando
en su torno de alfarero, en el que está dando vida a dos imágenes, la del
cuerpo del hombre que va a nacer y la del ka que se le va a asignar. A veces
el ka de los reyes es representado como una estatua independiente de su
cuerpo. Es el caso, por ejemplo, de la estatua de madera que representa al
ka del faraón Autibra Hor, de la XIII dinastía.
En las tumbas se colocaban a veces las
denominadas estatuas “vivientes” que representaban al difunto. En este caso,
gracias a la magia funeraria se conseguía que la energía del ka se
introdujera en la propia imagen, dando así vida a la misma de igual manera
que antes, al nacer el difunto, había animado su cuerpo físico.
Los textos nos han transmitido que Ra, el
Gran dios, tenía no uno sino catorce kas, de los que el capítulo 15 del
“Libro de los Muertos” menciona trece. Los nombres de esos componentes
energéticos del dios serían: Subsistencia, Alimentación, Venerabilidad,
Vasallaje, Potencia creadora de los alimentos, Lozanía, Estallido, Valentía,
Fuerza, Resplandor, Iluminación, Consideración y Penetración. El último ka
de Ra, que no se menciona en ese capítulo, sería el ka Magia.
El ka y los ancestros
En los antiguos textos funerarios y
sapienciales encontramos referencias que parecen sugerir que en el proceso
de iniciación en los Misterios se pretendía conseguir que el individuo
llegase a tomar conciencia de lo que su ka representaba. Se trataba de
conocer lo que supone para el ser humano participar de la energía o fuerza
vital que está impregnando todo el Universo.
Los egipcios creían que las personas que
alcanzaban un adecuado conocimiento podían llegar a actuar en constante y
consciente armonía con la energía de su ka, lo que suponía una primera
superación de las limitaciones que para el hombre implica su propio cuerpo o
envoltura física. En los ambientes místicos evolucionados predominaba la
idea de que el hombre, precisamente, debe el poder de la vida, a los kas de
los grandes antepasados que nos han precedido. Es lo que las fuentes
denominan los kas de los ancestros, en los que se incluirían en un lugar
privilegiado los kas del propio faraón reinante y de los otros que habían
gobernado el país anteriormente. En ese sentido, en las “Máximas de
Ptahhotep”, uno de los más destacados “Libros de Sabiduría” del antiguo
Egipto, el autor, que vivió en los tiempos de la V dinastía, tras indicarnos
que a lo largo de su vida se ha esforzado por recibir y transmitir la
sabiduría, nos dice que tiene ciento diez años de vida. Haber alcanzado esa
avanzada edad es algo que ha sido posible gracias a que el rey le ha
otorgado ese favor. Ptahhotep agradece expresamente en el texto al faraón y
a los ancestros haberle otorgado la gracia de una larga vida.
Pensamos que en el proceso de iniciación en
los Misterios, el iniciado iba accediendo a sucesivos estados alterados de
conciencia en lo que Jeremy Naydler denomina “camino de desarrollo
espiritual hacia la autointegración y la iluminación”. Sería un camino
espiritual que en los tiempos del Imperio Antiguo se reservaba solamente al
rey y a una pequeña elite espiritual y que solamente en los Imperios Medio y
Nuevo se fue extendiendo a círculos más amplios, siempre, no obstante, una
minoría de la población. En ese sentido, Plutarco nos ha transmitido que los
reyes egipcios eran elegidos o bien entre los sacerdotes o entre los
guerreros, ya que por su sabiduría o su valor gozaban de especial
consideración. En el segundo caso, es decir, si el rey procedía de la clase
de los guerreros, entraba “tan pronto había sido elegido, en la de los
sacerdotes; entonces se le iniciaba en aquella filosofía en la que tantas
cosas estaban ocultas, encerradas en fórmulas o mitos que velaban con oscura
apariencia la verdad y la manifestaban por transparencia”. Clemente de
Alejandría (Strom, V. 7), por su parte, indica que “no eran los primeros que
llegaban a quienes los egipcios iniciaban en sus Misterios; no era a los
profanos a quienes comunicaban el conocimiento de las cosas divinas, sino
únicamente a los que debían subir al trono, y a aquellos de entre los
sacerdotes reconocidos como más recomendables por su educación, instrucción
y cuna”.
Las “Máximas de Ptahhotep”, que antes hemos
mencionado, consagran varias de sus enseñanzas a hablar del ka y la energía.
Es el caso de la máxima número 26, titulada “De la justa utilización de la
energía”. En ella se nos dice que el hombre que ama a su ka, entendido como
potencia creadora de vida, debe ser capaz de utilizarlo conscientemente de
manera justa. Ya hemos comentado que esta aproximación al mundo de la
energía podría ser una de las primeras etapas del proceso de iniciación en
los Misterios. Para Ptahhotep, el hombre justo es aquel que es capaz de
saber liberar la energía del ka de manera adecuada. De ese modo el hombre
que ha llegado a alcanzar la sabiduría sabrá como hacer que se extiendan
alrededor de sí mismo los beneficiosos efectos de la energía creadora.
“Libera la energía creadora –nos dice Ptahhotep-, Tú que la amas sin cesar.
Quien da la potencia (energía del ka) está en compañía de Dios”. El amor,
finalmente, en el que reposa la fuerza de creación del espíritu del sabio,
es decir de quien tiene conocimiento, crece gracias a la potencia del ka.
En la máxima número 27, finalmente, Ptahhotep
nos ofrece la idea de que el ka del hombre deriva de los kas de los grandes
a los que está subordinado. El punto final del proceso de derivación de
energía serían los kas del rey y de los ancestros: “Es de su energía (del
grande) de donde provienen los alimentos que te son atribuidos”. Los
egipcios pensaban, en suma, que la energía que emanaba de los sabios, de los
maestros, impregnaba los kas de los discípulos, ese componente del ser
humano que tan difícil comprensión tiene para el hombre moderno, que ha
perdido la relación con la energía que impregna el cosmos.
Los iniciados en los Misterios egipcios
pensaban que los kas de los ancestros era una fuente de vida y de poder para
los vivientes. Eran los ancestros, los grandes hombres de generaciones
anteriores, quienes dirigían la energía ka hacia los hombres y, en general,
hacia todos los seres. Eran ellos los que aseguraban la vida, las cosechas y
la felicidad. En las necrópolis, en las tumbas, era donde se producía ese
intercambio vital de dones y de fuerza vital entre los hombres y los
muertos.
La Casa del ka
Para los egipcios la tumba era la Casa del
ka. En sus textos funerarios nos han dejado escrito, una y otra vez, que
cuando al hombre llega a la muerte lo que ocurre, realmente, es que el
difunto pasa a su ka. Pasar al ka era para los egipcios sinónimo de morir.
En ese momento la energía o fuerza vital que había tenido el hombre en vida
pasaba a ser absorbida por los kas del grupo ancestral. Convertido ya en un
ancestro, el difunto, en el futuro, pasaría a recibir en la tumba las
ofrendas y oraciones de sus deudos; a cambio, como compensación,
contribuiría a que la energía vital de los ancestros siguiera fluyendo hacia
los vivos.
Si bien el ka del difunto se integraba en la
energía de los ancestros, lo cierto es que su cuerpo seguía perteneciendo a
la tierra, es decir, al mundo físico, corriendo un claro peligro de
descomposición del que solamente le podía salvar que la energía del ka
siguiera afluyendo a él, finalidad para la que se precisaba renovar
continuamente esa fuerza vital, lo que los egipcios pensaban que se
conseguía aportando ofrendas alimenticias a las tumbas, ofrendas que se
destinaban a mantener viva la energía ka del difunto. En ese sentido, las
creencias más antiguas ya parecen sugerir claramente que los egipcios eran
conscientes desde esos primeros momentos de que los muertos necesitaban de
ofrendas alimenticias, creencia que se mantuvo inalterada a lo largo de toda
la historia del país del Nilo. Existe, y se expresa de manera muy clara, un
miedo intenso de los difuntos a que en el futuro les falten las ofrendas y
que ante esa falta de alimentos se vean obligados, incluso, a tener que
comer sus propios excrementos, cosa que consideraban una abominación
insufrible. En el capítulo 53 del “Libro de los Muertos” encontramos un
conjuro que pretende evitar a toda costa esa situación:
“Mi abominación es lo que yo repugno: no
comeré excrementos, no beberé orina, no avanzaré con la cabeza baja. Poseo
porciones alimentarias en Heliópolis: mis porciones están en el cielo cerca
de Ra; mis porciones están en la tierra cerca de Geb y son las barcas de la
noche y del día las que me traen de la morada del Gran dios que está en
Heliópolis. Feliz me hallo cuando tomo la barca (y navego del Occidente
hasta el Oriente) del cielo. Como lo que (los dioses) comen, vivo de lo que
ellos viven. He comido de los panes de las ofrendas que proceden de la
cámara del Señor de las ofrendas”.
Gracias a la magia de las palabras y de las
imágenes los egipcios, en un momento más evolucionado, pensaron que en el
futuro se podía asegurar el tan necesario aprovisionamiento de ofrendas
alimenticias a los difuntos haciendo que las mismas se grabasen en las
paredes de las tumbas. Es lo que hoy conocemos como ofrendas de sustitución.
Los intensos poderes mágicos de los sacerdotes conseguían que una vez
representado un objeto, en este caso las ofrendas, bastase con nombrarlo
para que ese objeto tomase vida. Ese es el motivo de que en las tumbas
egipcias se representen usualmente multitud de imágenes de alimentos, ya que
se pensaba que esas ofrendas y las fórmulas rituales que se esculpían a su
lado habrían de permitir que el difunto estuviera en la eternidad
adecuadamente surtido de alimentos. A modo de ejemplo podemos reproducir los
textos inscritos en el sarcófago de Nejt-Anj, que había sido sacerdote de
Khnum en la ciudad de Shashotep en los tiempos del Imperio Medio, hacia 1900
a.C.:
“Una ofrenda que da el rey (a) Osiris, Señor
de Busiris, el Gran dios, Señor de Abidos, en todos sus lugares, para que
haga ofrendas invocaciones (consistentes en) pan y cerveza, bueyes y aves,
alabastro, ropas e incienso, todas las cosas buenas y puras de las que vive
un dios, para el espíritu del bienaventurado Nejt-Anj ...”
Igualmente, para el caso de que desde el
reino de los vivos no se enviaran las necesarias ofrendas al difunto se
incluyen en el “Libro de los Muertos” diversos conjuros que pretenden
conseguir que las mismas sean facilitadas por las propias divinidades.
Veamos uno de esos encantamientos, que se incluye en el capítulo 1 del
Libro:
“¡Oh vosotros, (espíritus divinos), que dais
pan y cerveza a las almas perfectas en la mansión de Osiris, dad pan y
cerveza a mi alma, en las épocas rituales, estando (victorioso) con
vosotros!”.
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