Tras la mafia del palo de rosa
Última actualización: Sábado, 1 de marzo de 2014
Es preciosa. Cálida, sólida y de
colores que van del rosa fuerte hasta el púrpura pero que se desvían
por el rubí. La madera del palo rosa Dalbergia maritima es difícil de resistir.
"Sí, es absolutamente hermosa", concuerda
Alexander Von Bismarck, de Environmental Investigation Agency (EIA), una
ONG que sigue de cerca los avatares del tráfico ilegal de esta madera,
al hablar con BBC Mundo del problema en Madagascar."Pero cuando uno decide que esa madera es tan bonita que la quiere para hacer una guitarra, hay que pensar cuán importante es eso si implica que al comprarla uno realmente termina apoyando un golpe de Estado o destruyendo el último hábitat de animales únicos como los lemures, por ejemplo... hay que medir el amor por el palo de rosa frente a esas consecuencias".
A pesar de cuán graves son las secuelas, el seguimiento constante de la situación le indica a la EIA que "el nivel de tala ilegal está volviendo a los niveles de 2009".
En ese año, gracias al trabajo de campo de organizaciones como EIA, se disparó una polémica debido a la intensificación de la tala en los parques nacionales de Madagascar. Barones de la madera lavaban los troncos pasándolos por otros países antes de enviarlos a China, el mayor consumidor de esta madera preciosa. Los muebles hechos con palo de rosa contrabandeada eran luego vendidos en Europa y Estados Unidos.
También salieron a la luz las actividades de la firma que produce las famosas guitarras Gibson, que eventualmente admitió haber violado la ley que prohíbe utilizar materiales naturales de origen ilegal.
En 2010, el gobierno de Madagascar prohibió la exportación "de cualquier madera preciosa, una definición que incluye palo de rosa y ébano", puntualiza Von Bismarck.
Pero, ¿cuán estricta es la ley? Tamasin Ford, de la BBC, estuvo allá.
Yo sólo había visto la famosa bois de rose en fotos y mi búsqueda empezó en un bello y antiguo café de la capital malgache, Antananarivo.
Tenía una cita con un bloguero que había conocido por Twitter. "No nos podemos sentar aquí", me advirtió en cuanto llegó.
"Este restaurante fue comprado con dinero en efectivo: con dinero de la mafia de palo de rosa", agregó, mirando a su alrededor, preocupado por si alguien lo oía.
Esa fue mi introducción al bois de rose: basta mencionar su nombre para darse cuenta de que produce miedo.
La ciudad ha cambiado dramáticamente desde mi última visita hace cinco años.
Basura empapada por la lluvia se pudre al lado de farolas que raramente están encendidas. Los desechos desperdigados caen en enormes huecos que no existían antes del golpe militar de 2009.
"¿Esto es bois de rose?"
Me alojé en un hotel y en minutos me topé con una pesada mesa rojiza con patas del tamaño del tronco de un árbol.
"¿Esto es bois de rose?", le pregunté al dueño del hotel.
Nervios respondió: "Sí". Pero aclaró que fue hecha antes de las numerosas leyes que prohíben su uso y explotación hace diez años.
Merodeé por el hotel. Todo parecía estar hecho con palo de rosa: las mesas, las sillas, las vigas de madera y hasta los adornos de cada estante.
Vi hasta un sombrero bombín, también hecho de bois de rose. "Eso no es mío", dijo el dueño del hotel. "Alguien vino ayer intentando venderlo".
Al día siguiente, en un paseé por el mercado. Una mujer intentó venderme una lámpara hecha de palo de rosa. "Sólo US$3", dijo con una sonrisa.
Por una callejuela me encontré con un joven carpintero y su padre. Los dos tenían un extraño polvo rojo pegado la piel.
Cuando llego a su taller, vi que era el aserrín del color rojo como la sangre del palo de rosa. Estaba por todos lados.
Pero estos vendedores y carpinteros son apenas un microcosmos de la explosión de comercio ilegal que se estima mueve miles de millones de dólares.
Al centro de operaciones
Me dijeron que si quería ver pruebas de la madera siendo contrabandeada, tenía que ir a un lugar llamado Cap Est, una pequeña ciudad costera que se ha convertido en el centro de exportación no oficial del palo de rosa.Pasamos procesiones de camiones y camionetas con colchones, sacos de arroz y cajas de cervezas apilados.
"¿Dónde van?", pregunté. "Cap Est", contestó un hombre a mi lado. "Todo el mundo va para allá por el palo de rosa".
Me bajé de la canoa tras cruzar el último río y bandeé la templada agua lodosa. Los ruidosos generados y la fuerte música me llegaron antes de llegar a la costa.
Me sentía como recién llegado a una fiesta, sin invitación. Mantuve la cabeza baja, aliviada de que la noche fuera oscura pues una periodista curiosa no era muy bienvenida.
Pero absorbí todo. Hordas de hombres bebían licor barato en un lado de la calle. Había televisiones de pantalla plana sobre mesas improvisadas. Las prostitutas pregonaban a la búsqueda de hacer negocio.
Estaba claro que se estaba haciendo dinero, y mucho.
No tardé en ver camiones cargados con la valiosa madera en dirección al puerto. Una vez allí, se cargaban en barcos a la vista de cualquiera.
Hablé con un joven que resultó ser un leñador. Aseguró que había al menos mil personas en el bosque buscando árboles.
Pero el trabajo es duro. "Tienes que caminar dos días para encontrar un árbol lo suficientemente grande como para talarlo", dijo.
Mucho ya sucumbió al pillaje de los caóticos días que siguieron al golpe de 2009.
Mi testimonio acerca de lo que vi en Cap Est no sorprendió a las autoridades. Todo el mundo sabe lo que pasa. Mantienen sus ojos y sus bocas cerradas, me dijo un funcionario del Ministerio de Medioambiente.
El futuro de esta madera única depende ahora del Ministro de Finanzas, Hery Rajaonarimampianina, declarado presidente electo este mes.
¿Mantendrá su boca y ojos cerrados? ¿Estará dispuesto a enfrentarse a la mafia del palo de rosa?
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