lunes, 17 de febrero de 2014

RAMSÉS II Y LA BATALLA DE KADESH.

El hábil Horemheb (1323-1295 a.C.) consiguió salvar para Egipto el País de Canaán o Siria Occidental, firmando ventajoso tratado con el gran Shubbiluliuma I.
Durante su reinado, en la guardia (durante tiempo mandada por él), servía un oficial llamado Ramsés. Era de estirpe principesca (de la familia de los Ramésidas), voluntarioso, de complexión robusta, devoto de Amón y muy fiel al sumo sacerdote Bekancos. Éste y Ramsés habían forjado sus planes para apoderarse del trono de Egipto.
Una vez ascendido a prefecto de la guardia, Ramsés se erigió en abogado del ejército. Prometió a los oficiales que obtendrían mejoras , y a los soldados, que recibirían sus sueldos impagados. Ante tales promesas todos le otorgaron su confianza.

Al fin estalló en palacio una sangrienta rebelión, Horemheb perdió el trono y Egipto cambió nuevamente de faraón. El nuevo rey se llamaba Ramsés I.
Con afán imperialista engrandeció y fortaleció el ejército. Acudieron para sumarse a sus tropas legionarios de Nubia, de África, de todo el mundo. Fue subsanada la falta de armas modernas. Pronto surgieron nuevas tropas y cuerpos: "incendiarios de alquitrán, lanzadores de fósforo, lanzadores de azufre, piqueros, arqueros, honderos, lanceros de a caballo, y carros acorazados".
La marina fue modernizada igualmente. Se construyó un canal del Nilo al mar rojo. Nada recordaba ya al indolente espíritu de Tutankhamon  y de su padre (?) Akenatón "el hereje".
El pueblo, mientras, no cesaba de pagar impuestos dobles y triples; lo mismo hacían los templos y los sacerdotes, e incluso precedían al pueblo con su ejemplo". El dios Amón impartía a todos su bendición y amaba especialmente al hombre valiente, al que siempre estaba dispuesto a sacrificarse por el bien de Egipto.
En 1335 a.C., murió el destacado rey hitita Shubbiluliuma, dejando su vasto imperio expuesto a grandes peligros y vicisitudes. Le sucedió en el trono se hijo Arnuanda III, de salud delicada, que falleció de la peste al cabo de un año, pasando a ocupar el trono su hermano, el segundo hijo de Shubbiluliuma, Mursil II (1334-1306 a.C.), autor de numerosos escritos, entre ellos los célebres "Anales"  y "Oraciones en tiempos de la peste".
Mursil II supo mantener intacto el legado de su padre; al morir dejó a su hijo Muwatallis (1306-1282 a.C.) un imperio que probablemente éste se limitó a conservar defendiéndolo con las armas.
En Egipto, en este período, se habían producido cambios fundamentales que habían afectado profundamente la vida y la estructura del país. Ramses I acababa de morir, sucediéndole su hijo Seti I (1314-1292 a.C.), que prosiguió su labor constructiva. Su ejército cosechó las primeras victorias en Babilonia.

Seti I reinó también poco tiempo; al caer enfermo de gravedad, llamó al trono a su hijo Ramsés II. Nadie sospechaba que Egipto volvería a ser una potencia mundial bajo el reinado de Ramsés II. Éste hizo levantar en todo el país templos a Amón, y los más grandes en Tebas. construyó fortalezas y fortificó las fronteras en proporciones hasta entonces no vistas. Finalmente, marchó contra los babilonios y regresó victorioso.
El faraón Ramsés II, espíritu jactancioso e imprudente, dotado de valor y de innegables condiciones de mando, invadió luego otros pueblos, que saqueó y devastó. Había una estela en Palestina, en la que se leía que los ejércitos egipcios cruzaron con frecuencia  la llanura de Jesreel. Era ésta el paso que conducía de Egipto a Mesopotamia.
En 1479 a.C. las huestes de Tutmosis ya habían luchado y vencido en estos parajes. Se desarrolló en ellos el combate a que se refiere el Canto de Débora (Jueces V); el faraón Neco II tuvo que hacer frente allí al rey Josué de Judea (Reyes, II, 23). Lucharon, aquí también, "Gedeón contra los madianitas, Saúl contra los filisteos, más tarde los ejércitos de los cruzados, en 1799 Napoleón I y en 1860, Napoleón III contra los turcos.
Los ejércitos inglés y alemán, en 1917, se encontraron en este mismo paso de Taanach y Meggido. Posiblemente, Ramsés II es el que tuvo que luchar en estos lugares con más frecuencia e intensidad. Lo atestiguan hoy los numerosos documentos encontrados.
Era en el quinto año de su reinado cuando Ramsés II cruzó esta llanura para marchar contra Siria, por la cual se habían extendido los khatti.
El rey hitita Muwatallis o Mutall había convertido a Siria en una fortaleza. Además, los enemigos de Egipto le habían ofrecido tropas de Carquemis, Alepo, Kadesh, Naharina y Arwa. Del Asia Menor llegaron soldados a engrosar su ejército, para lo cual habían sido reclutados, como mercenarios, piratas de Licia, cilicios y dárdanos.
Siria y Palestina fueron devastadas en varias ocasiones. Las ciudades fronterizas arrasadas. Los habitantes pasados a cuchillo o expulsados. Y todo, por conseguir la hegemonía, el dominio del litoral del Mediterráneo Oriental.
En las cartas halladas en Tell-el-Amarna pueden leerse las lamentaciones y las reiteradas recriminaciones de los reyezuelos de Siria y Palestina, "quejándose desesperadamente de que las ciudades avanzadas ya no estaban en condiciones de resistir a los ataques procedentes de los hititas, y suplicando al faraón que se dignase enviarles sin demora ayuda eficaz".

Mientras Akenatón "el hereje"  hacia el sordo y soñaba con sus reformas religiosas, y el joven Tutankhamon se entregaba a sus juegos infantiles y a "consagrar imágenes", las posiciones conquistadas por sus predecesores se perdían sucesivamente una a una.
El general Horemheb intentó conservar lo que aún podía salvarse, que era bien poco. Después, Seti I emprendió varias ofensivas, penetró profundamente en Palestina, arrojó a las tribus del desierto y ocupó el territorio hasta la altura de Tiro-Damasco, donde se encontró ante un adversario -el rey hitita Muwatallis- que era demasiado para él.
Ante tales panoramas, puede comprenderse que Ramsés II, se encontró con una herencia bastante difícil.
Al enterarse Ramsés II de los hititas invadían Palestina formó inmediatamente cuatro cuerpos de ejército, cada uno con el nombre de un dios: Amón, Ra, Ptah y Sutek. El cuerpo de ejército colocado bajo la advocación de Amón, quiso mandarlo personalmente el faraón.
Los egipcios partieron hacia Siria a finales de abril del año 1268 a.C. La vanguardia del ejército la constituían las tropas que mandaba Ramsés.
Un mes más tarde remontó el río Orontes, y tras muchas dudas hizo instalar el campamento cerca de un altozano desde el cual podía ver Kadesh. El ejército de los hititas parecía haberse evaporado. Días tras días llegaban los exploradores de Ramsés diciendo no haber hallado rastro alguno del enemigo. "Debe encontrarse aún muy lejos", añadían.
Ramsés, desconcertado, estudiaba la situación con sus oficiales. Desconocía que los hititas ya habían entrado en acción. A guisa de preámbulo, enviaron al campamento del faraón a dos beduinos, quienes, haciéndose pasar por desertores, explicaron que deslumbrado el rey Muwatallis por el poderío y la gloria del gran Ramsés, hijo de dios, " de puro miedo había puesto tierra por medio replegándose con su ejército hasta el Norte, en la región de Alepo".
Mal informado por sus espías y demasiado pagado de su persona para admitir que podía equivocarse, Ramsés no dudó del relato de los "falsos" desertores, cayendo en la celada que le tendió el astuto soberano hitita.
"Su majestad levantó el campamento..., vadeó el Orontes al frente del primer cuerpo de ejército de Amón y marchó contra Kadesh".

Los otros cuerpos de ejército quedaron atrás. De esta forma los egipcios le hacían el juego al soberano hitita, quien se hallaba, desde aquel momento en superioridad de condiciones para poder tomar la iniciativa y derrotar perfectamente al adversario.
La maniobra duró unas horas. Y cuando el rey Muwatallis comprendió que Ramsés había caído en la trampa tendida por los beduinos, mandó a sus tropas que atacaran a los egipcios y los cercaran. Sólo entonces el faraón comprendió el peligro en que se hallaba. Únicamente un milagro podía evitar que la derrota de Ramsés se convirtiera en un espantoso desastre. ¡Y el milagro se produjo!
Los cronistas egipcios atribuyeron más tarde el milagro a la valentía del divino Ramsés. Sin querer poner en duda la intrepidez y el heroísmo del faraón, lo cierto es que si no resultó aniquilado sobre el campo de batalla (como tantos de los suyos) fue debido a que recibió la ayuda inesperada de unas tropas de refresco, las cuales atacaron valerosamente a los hititas, que se habían entregado al saqueo del campamento egipcio sin hacer caso de las advertencias de sus oficiales.
Lo cierto es que cuando Ramsés se vió rodeado por los temibles carros enemigos, cargó decidido contra ellos, mientras se lamentaba:
"¡No tengo conmigo a ningún oficial, ningún carrista, ningún infante!"
En tan decisivos y apurados momentos confió su suerte al dios Amón y oró de esta forma:
"¿Que es esto, padre Amón? ¿Olvida un padre a su hijo? ¿He hecho alguna cosa sin contar contigo? Si marchaba o me detenía, todo sucedía según tu voluntad. ¿Que poder tengo yo, el señor de Tebas, y qué son estos miserables asiáticos, estos paganos, que nada saben de Amón? Te he levantado muchos monumentos, y he llenado de cautivos tus templos. He construido para ti un templo eterno. Hago sacrificar diez mil bueyes en tu honor, y envío a las naves a buscar para ti los tesoros de los más lejanos países.

"¡A ti clamo, padre Amón! Estoy en medio de mis enemigos, que no te conocen. Todos los países se han aliado contra mi, estoy solo. Mis soldados me han abandonado. Ninguno de mis carristas se ha preocupado de mi. Cuando los llamé, ninguno me oyó. Pero yo llamo a Amón y siento que él será para mí mejor que millones de soldados de infantería y de los carros. Aun cuando elevo mis preces en un país lejano, mi voz llega hasta Hermonthis."
Ramsés dice que "oyó la voz del dios Amón animándole y prometiéndole la victoria" El faraón cobró nuevos bríos y la situación del combate cambió totalmente. Las cohortes de los egipcios se reagruparon otra vez, y siguió la batalla hasta que los hititas quedaron derrotados. Llenos de horror, los khatti clamaban desesperados:
"Ramsés no es un hombre, es el dios Sutek, el fuerte. Baal está en sus miembros. No es obra de un hombre lo que él hace. Huyamos y salvemos nuestras vidas".
El rey hitita Muwatallis pidió clemencia en una carta:
"¿Esta bien que mates a tus siervos? Ayer mataste a cien mil, y hoy de dejas herencia viva de nosotros. No seas duro con nosotros, la clemencia es mejor, danos aliento".
Después de la batalla de Kadesh, los sacerdotes egipcios inmortalizaron los hechos de la misma en relieves y poemas. En Karnak y en Luxor, en las paredes del Rameseum (su templo funerario), en Abu Simbel y en Abidos, rivalizaron los artistas en sus alabanzas al faraón que regresaba "victorioso" de la guerra.
A Ramsés "el Grande" -el favorito de Ra- se le ensalzó con una exageración hasta entonces desconocida incluso en Egipto. El mismo soberano (según se lee en los textos que se conocen de los últimos años de su vida) fomentaba la adulación rastrera y el culto a su persona. Ningún epíteto era demasiado extravagante par él, ni el más hiperbólico le bastaba.

La relación de la tabla de Kadesh abunda en alabanzas exageradas y en epítetos que no son más que unas escandalosas falsificaciones de la historia. Ramsés, al parecer, fue un hábil maestro en el arte de la autoadulación, y sin duda no necesitaba de ningún "ministro de propaganda" para poner de relieve sus méritos, más o menos discutidos.
Además de las estelas del templo rupestre de Abu Simbel, tambien ensalza l "formidable" victoria de Ramsés un largo poema, de autor desconocido. Por espacio de mucho tiempo se tuvo por tal a un llamado Pentur, hasta que se supo, que éste no era sino un mero copista (bastante malo por cierto), ya que en el texto, que ha llegado hasta nosotros, aparecen numerosas incorrecciones ortográficas.
Justo es reconocer que la batalla de Kadesh fue, indudablemente, una importante victoria, aunque pirrica, de los egipcios. El magnánimo y generoso Ramsés, el Grande, firmo un tratado de paz con el rey hitita Muwatallis. El original del tratado escribióse  en una chapa de plata, que no ha sido hallada hasta la fecha.
Después de la supuesta victoria, quedaron satisfechos los sacerdotes de Amón. Cuentan ciertos escritos que Ramsés les hizo donación de 107.000 esclavos y de numerosas tierras. Los sacerdotes disponían de quinientos mil bueyes, y ciento sesenta y nueve ciudades habían de pagar tributo a los templos de Amón. Por espacio de diez años estuvieron los hititas pagando tributos. Luego, las cosas tomaron un giro distinto.
En una inscripción del templo de Abu Simbel, puede leerse:
"Después de la victoria de Ramsés sobre los hititas, éstos vivieron en la miseria; por ello, el monarca hitita envió a Ramsés una de sus hijas... Su cara le pareció a Ramsés bella como la de una diosa."
Para fortalecer el antedicho tratado de paz, Ramsés el Grande casó con la princesa hitita, "la cual fue quizás al principio una de las mujeres del harén, para convertirse pronto en su esposa principal".

Existe una estela en el templo de Abu Simbel donde se ve la entronización de la princesa hitita, y en un relieve aparece Ramsés con esta esposa, que entonces llevaba el nombre de Maatnefruré.
La amistad, así nacida, entre egipcios e hititas deparó a estos pueblos sesenta y ocho años de paz.
Ramsés II está inmortalizado en el templo de Karnak con un vaso de incienso ante el altar. Existen inscripciones y relieves que nos muestran lo grandes y cuantiosas que son sus ofrendas, y cómo deposita sobre un altar "un crecido número de manos cortadas a los cautivos". Allí abundan algunos cuadros en los cuales se refleja una gran crueldad al respecto. Las mejores ofrendas, al parecer, eran la sangre y la venganza.
Ramsés II quiso fundar una estirpe de pura sangre faraónica. Con esta medida se proponía impedir en lo sucesiva toda lucha por la sucesión al trono. Por este motivo quiso casarse con doscientas mujeres, seleccionadas entre las del harén, y engendró con ellas noventa y ocho hijos y sesenta hijas. Después, casó con las hijas adultas y engendró nietos con las mismas. No olvidemos que para los egipcios era algo desconocido la aberración que suponen los matrimonios consanguíneos e incestuosos. El faraón era, además, un dios y no se le podía negar, ni reprochar, nada: todo lo que hacía era bueno y perfecto.
Los poetas cantaron las hazañas de Ramsés II. Su dramática historia ha llegado a nosotros a través de los jeroglíficos. Los aduladores dijeron de él:
"Es Horus, el toro impetuoso y valiente hasta la temeridad, el amado de la verdad..., el toro entre soberanos del mundo..., el impávido cuya fama es grande en todos los países, y por cuya voluntad Etiopía ha dejado de existir y ha hecho cesar la bravuconería del país de Hatti.

"Él alcanza el fin del mundo y hace encoger las anchas bocas de los príncipes extranjeros.
"El es el hijo de Ra, que pisotea el país de Hatti.
"Semeja un toro astifino.
"Es el halcón magnífico y divino.
"Es como el león valiente, como el chacal que de un vistazo abarca toda la tierra..."
Ramsés II es el más grande señor colonial de la antigüedad. Trasladó las fronteras de Egipto hasta el interior de Asia y rehízo el Imperio colonial en las veinte guerras que llevó a cabo. Igual que Ramsés el Grande, tomó la figura de Osiris, dios de los muertos. Llegó a los noventa y seis años de edad, y pudo reinar sesenta y cinco. Los sacerdotes le dieron una sepultura regia. El Ramesseum, un grandioso templo, considerado como una verdadera maravilla.

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