lunes, 24 de febrero de 2014

Cuba-EE.UU.: Estados de opinión, voluntad y despropósito


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Cuba-EE.UU.: Estados de opinión, voluntad y despropósito

by Jorge de Armas
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En su más reciente artículo, publicado en Progreso Semanal, El trasfondo de una encuesta sobre Cuba del Altlantic Council, Jesús Arboleya, además de realizar un recorrido histórico sobre la institución, a fin de demostrar que es uno de los aparatos más prestigiosos de consulta política de la élites de poder en los Estados Unidos, enfatiza que esta encuesta en particular se aleja de los propósitos habituales de referencia e indica una realidad que debe cambiar el “actuar” político hacia la Isla.
El autor afirma que: “Al centrarse en el estudio de la opinión pública norteamericana, la encuesta del Atlantic Council tiene una particularidad que lo distingue del resto de sus proyectos, toda vez que no está orientada a «educar» a los hacedores de política en relación con una problemática determinada, sino a influir en su conducta respecto a la misma”; y termina planteando “Cualquier observador medianamente informado puede percibir que lo que está ocurriendo comporta cambios cualitativos en el debate sobre Cuba y que estamos en presencia de una acción concertada por importantes grupos de poder, los cuales están interesados al menos en reevaluar la política hacia Cuba y adecuarla a las nuevas circunstancias."
En la politología contemporánea, es común generar estados de opinión previos a la toma de decisiones importantes. Desde hace unos meses, numerosas voces han expresado la necesidad de cambiar los modos de acercamiento a Cuba y las políticas al uso. Desde que el propio presidente Obama afirmara que "Tenemos que ser más creativos, tenemos que ser más cuidadosos, y tenemos que seguir actualizando nuestras políticas hacia Cuba", empresarios, investigadores y el propio Atlantic Council han manifestado, de una manera directa, la necesidad de cambiar la política y de abrir una senda para conversaciones con el Gobierno cubano.
Sin embargo, estas intenciones no se materializan de modo visible en la política gubernamental hacia la Isla. El propio Departamento de Estado, con respecto al creciente rechazo internacional e interno hacia el embargo, ha afirmado recientemente que defiende el embargo hacia Cuba porque es “una importante herramienta para espolear el cambio en la Isla”. Por otra parte, las directrices sobre qué hacer y qué no con respecto a Cuba que propone el Capitol Hill Cuban continúan sin variación desde 2009 y son fundamentales para entender cómo se manifiestan los agentes de poder y los porqués de ciertas conductas.
Este documento incita a una política de cambio total,  exhorta a no confiar en la voluntad de cambio y reformas del Gobierno cubano y esboza una estrategia de cambio de régimen totalmente injerencista que obvia, en todos y cada uno de sus postulados la voluntad del pueblo cubano. Explícitamente celebra las sanciones económicas como elemento estimulador de cambios;  el apoyo a la disidencia interna tanto económico como tecnológico y, si bien plantea que los viajes de académicos, intelectuales y artistas son una buena herramienta de penetración ideológica, enfatiza también que no “se deben permitir los viajes y remesas ilimitados de cubanoamericanos hacia la Isla”.
El gobierno cubano ha manifestado su voluntad de diálogo sobre la base del respeto. El presidente Obama ha hablado de la necesidad de revisar las políticas. Sectores del empresariado cubanoamericano de notable influencia se han pronunciado sobre su deseo de participar e invertir en Cuba. El Atlantic Council demuestra que una amplia mayoría de norteamericanos ve como desfasada y prehistórica la política que rige las relaciones con el pequeño vecino. La Unión europea se sienta a conversar con Cuba en busca de una nueva política que los acerque a la Isla, dejando atrás el radicalismo de la “Posición Única”. ¿A qué esperan entonces?
Ante el creciente estado de opinión favorable sobre Cuba se erige el muro de los imposibles.  El Departamento de Estado mantiene que el embargo es un arma para el cambio −lo cual sitúa la política oficial en una posición evidente de cambio de régimen−, mantiene a Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo y no da pasos visibles en la tendencia demandada por mayoría de ciudadanos.
El caso de los agentes cubanos presos en los Estados Unidos y del contratista Allan Gross se ha convertido en otro motivo de enfrentamiento entre los dos gobiernos. Ni siquiera el hecho de que en pocos días Fernando González saldrá en libertad tras cumplir la totalidad de su sentencia anuncia la posibilidad de conseguir una solución a mediano plazo.
O quizás sí, algunas veces el silencio es una buena noticia, y la prensa cubana, normalmente apologética y autoaludatoria, mantiene un silencio sospechoso sobre la inmediata liberación de Fernando. Recordemos también que el Secretario de Estado John Kerry expresó que: “estamos en algunas conversaciones pero no puedo dar detalles”.
Por otra parte la Isla ha tenido que suspender sus servicios consulares en la Oficina de Intereses en Washington debido, sobre todo, a que los bancos se enfrentan a incontables regulaciones, tanto por la inclusión de Cuba en la lista de países terroristas, como las que comporta la Ley Helms Burton. Es una situación sin otra salida que quitar a Cuba de una lista a la que no pertenece, y estimular unas relaciones plenas y fluidas entre los dos gobiernos.
Ante el creciente estado de opinión favorable despega paradójicamente cierta esquizofrenia en los modos de actuar. No podemos pensar que el Gobierno de los Estados Unidos desoye a una entidad como el Atlantic Council y es incomprensible que se mantenga una política de manifiesta hostilidad y con franca estrategia, no sólo de cambio de régimen, sino también de condiciones injerencistas para un diálogo.
Las relaciones hacia Cuba parecen estar imbuidas de despropósitos más que de buenas intenciones. Generar estados de opinión favorables no es suficiente para revertir la tendencia a negar cualquier propuesta cubana. Es prioritario que el gobierno norteamericano tome medidas que permitan un entendimiento y un flujo diplomático que lleve a una normalización entre dos países que tienen por fuerza intereses comunes.
La política es como un iceberg, la punta visible es siempre la mínima expresión de lo que oculta. Esperemos que la incongruente política que se expresa en los medios no sea expresión de que se mantiene el dominio de una derecha anticubana en las relaciones entre los dos países, y que ese estado de opinión favorable sea la inmensa masa oculta que trae, aunque con muchas reservas, algo de esperanza a un panorama demasiado roído por intereses espurios.
*El autor es analista político de Cuban American for Engagement (CAFE)
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