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Cuba-EE.UU.: Estados de opinión, voluntad y despropósitoby Jorge de Armas |
En su más reciente artículo, publicado en Progreso Semanal, El trasfondo de una encuesta sobre Cuba del Altlantic Council,
Jesús Arboleya, además de realizar un recorrido histórico sobre la
institución, a fin de demostrar que es uno de los aparatos más
prestigiosos de consulta política de la élites de poder en los Estados
Unidos, enfatiza que esta encuesta en particular se aleja de los
propósitos habituales de referencia e indica una realidad que debe
cambiar el “actuar” político hacia la Isla.
El
autor afirma que: “Al centrarse en el estudio de la opinión pública
norteamericana, la encuesta del Atlantic Council tiene una
particularidad que lo distingue del resto de sus proyectos, toda vez que
no está orientada a «educar» a los hacedores de política en relación
con una problemática determinada, sino a influir en su conducta respecto
a la misma”; y termina planteando “Cualquier observador medianamente
informado puede percibir que lo que está ocurriendo comporta cambios
cualitativos en el debate sobre Cuba y que estamos en presencia de una
acción concertada por importantes grupos de poder, los cuales están
interesados al menos en reevaluar la política hacia Cuba y adecuarla a
las nuevas circunstancias."
En
la politología contemporánea, es común generar estados de opinión
previos a la toma de decisiones importantes. Desde hace unos meses,
numerosas voces han expresado la necesidad de cambiar los modos de
acercamiento a Cuba y las políticas al uso. Desde que el propio
presidente Obama afirmara que "Tenemos que ser más creativos, tenemos que ser más cuidadosos, y tenemos que seguir actualizando nuestras políticas hacia Cuba",
empresarios, investigadores y el propio Atlantic Council han
manifestado, de una manera directa, la necesidad de cambiar la política y
de abrir una senda para conversaciones con el Gobierno cubano.
Sin
embargo, estas intenciones no se materializan de modo visible en la
política gubernamental hacia la Isla. El propio Departamento de Estado,
con respecto al creciente rechazo internacional e interno hacia el
embargo, ha afirmado recientemente que defiende el embargo hacia Cuba
porque es “una importante herramienta para espolear el cambio en la Isla”. Por otra parte, las directrices sobre qué hacer y qué no con respecto a Cuba que propone el Capitol Hill Cuban continúan
sin variación desde 2009 y son fundamentales para entender cómo se
manifiestan los agentes de poder y los porqués de ciertas conductas.
Este
documento incita a una política de cambio total, exhorta a no confiar
en la voluntad de cambio y reformas del Gobierno cubano y esboza una
estrategia de cambio de régimen totalmente injerencista que obvia, en
todos y cada uno de sus postulados la voluntad del pueblo cubano.
Explícitamente celebra las sanciones económicas como elemento
estimulador de cambios; el apoyo a la disidencia interna tanto
económico como tecnológico y, si bien plantea que los viajes de
académicos, intelectuales y artistas son una buena herramienta de
penetración ideológica, enfatiza también que no “se deben permitir los
viajes y remesas ilimitados de cubanoamericanos hacia la Isla”.
El
gobierno cubano ha manifestado su voluntad de diálogo sobre la base del
respeto. El presidente Obama ha hablado de la necesidad de revisar las
políticas. Sectores
del empresariado cubanoamericano de notable influencia se han
pronunciado sobre su deseo de participar e invertir en Cuba. El Atlantic Council demuestra
que una amplia mayoría de norteamericanos ve como desfasada y
prehistórica la política que rige las relaciones con el pequeño vecino.
La Unión europea se sienta a conversar con Cuba en busca de una nueva política que los acerque a la Isla, dejando atrás el radicalismo de la “Posición Única”. ¿A qué esperan entonces?
Ante
el creciente estado de opinión favorable sobre Cuba se erige el muro de
los imposibles. El Departamento de Estado mantiene que el embargo es
un arma para el cambio −lo cual sitúa la política oficial en una
posición evidente de cambio de régimen−, mantiene a Cuba en la lista de
países que patrocinan el terrorismo y no da pasos visibles en la
tendencia demandada por mayoría de ciudadanos.
El
caso de los agentes cubanos presos en los Estados Unidos y del
contratista Allan Gross se ha convertido en otro motivo de
enfrentamiento entre los dos gobiernos. Ni siquiera el hecho de que en
pocos días Fernando González saldrá en libertad tras cumplir la
totalidad de su sentencia anuncia la posibilidad de conseguir una
solución a mediano plazo.
O
quizás sí, algunas veces el silencio es una buena noticia, y la prensa
cubana, normalmente apologética y autoaludatoria, mantiene un silencio
sospechoso sobre la inmediata liberación de Fernando. Recordemos también
que el Secretario de Estado John Kerry expresó que: “estamos en algunas conversaciones pero no puedo dar detalles”.
Por
otra parte la Isla ha tenido que suspender sus servicios consulares en
la Oficina de Intereses en Washington debido, sobre todo, a que los
bancos se enfrentan a incontables regulaciones, tanto por la inclusión
de Cuba en la lista de países terroristas, como las que comporta la Ley
Helms Burton. Es una situación sin otra salida que quitar a Cuba de una
lista a la que no pertenece, y estimular unas relaciones plenas y
fluidas entre los dos gobiernos.
Ante
el creciente estado de opinión favorable despega paradójicamente cierta
esquizofrenia en los modos de actuar. No podemos pensar que el Gobierno
de los Estados Unidos desoye a una entidad como el Atlantic Council y
es incomprensible que se mantenga una política de manifiesta hostilidad y
con franca estrategia, no sólo de cambio de régimen, sino también de
condiciones injerencistas para un diálogo.
Las
relaciones hacia Cuba parecen estar imbuidas de despropósitos más que
de buenas intenciones. Generar estados de opinión favorables no es
suficiente para revertir la tendencia a negar cualquier propuesta
cubana. Es prioritario que el gobierno norteamericano tome medidas que
permitan un entendimiento y un flujo diplomático que lleve a una
normalización entre dos países que tienen por fuerza intereses comunes.
La
política es como un iceberg, la punta visible es siempre la mínima
expresión de lo que oculta. Esperemos que la incongruente política que
se expresa en los medios no sea expresión de que se mantiene el dominio
de una derecha anticubana en las relaciones entre los dos países, y que
ese estado de opinión favorable sea la inmensa masa oculta que trae,
aunque con muchas reservas, algo de esperanza a un panorama demasiado
roído por intereses espurios.
*El autor es analista político de Cuban American for Engagement (CAFE)
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