"Desde este momento, españoles americanos, os veis
elevados a la dignidad de hombres libres; ya no sois los mismos que
antes, doblados bajo el yugo tanto más duro cuanto más distantes
estabais del centro del poder; hollados por la indiferencia, vejados por
la codicia y determinados por la ignorancia. Tened presente que, al
pronunciar o al escribir el nombre del que va a venir a representaros en
el Congreso Nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los
ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras
manos".
Así se expresa el Consejo de Regencia de Cádiz (que detenta el poder
ejecutivo, en ausencia de Fernando VII, prisionero de Napoleón) en el
decreto que expide el 14 de febrero de 1810 convocando a Cortes. Pero
¿como eran las condiciones económicas, políticas y sociales de las
colonias hispanoamericanas?
El sistema de encomiendas es la base del desarrollo
económico de las colonias españolas durante los siglos XVI, XVII y parte
del XVIII: los indios se repartían entre los colonizadores, que se
servían de su trabajo a cambio de instruirles en la fe cristiana. El
sistema que degeneró en grandes abusos por parte de los encomenderos,
hizo sucumbir a los indios, provocó la despoblación de las Antillas y
originó la trata de esclavos negros, traídos de África para sustituir en
América la mano de obra indígena.
Además de los indios, se repartieron grandes extensiones de tierras,
que convirtieron al encomendadero en un auténtico señor feudal. Tales
repartos sentaron las bases del latifundio y de la servidumbre de los
indios, que todavía caracterizan la estructura económica de algunos
países hispanoamericanos.
La sociedad colonial hispanoamericana estaba jerarquizada sobre bases
raciales. En lo alto de esta jerarquía se hallaban los españoles
nacidos en la metrópoli, encargados de la administración de las
colonias: formaban la burocracia y detentaban el poder político y
religioso. A finales del siglo XVIII sumaban unos 300.000 individuos.
A continuación estaban los criollos, que llegaron a alcanzar
los 3 millones. Eran hijos de españoles pero nacidos en América, puros
de toda mezcla racial. Poseían grandes haciendas, disfrutaban del
usufructo de las minas, explotaban el trabajos de los indios y poseían
esclavos; sin embargo, no tenían acceso a los altos cargos. Odiaban al
español, que para ellos simbolizaba a la metrópoli, contra la cual
estaban resentidos, no sólo por la marginación política en que los
mantenía, sino también por el menosprecio con que, por haber nacido en
América, se les trataba cuando iban a España, que los consideraba
súbditos de segunda clase.
Después venían los mestizos, que excedían de 4 millones. Eran de distintos tipos: el mulato, surgido de la unión de blanco con negro; el zambo, de negro con indio; y el mestizo propiamente dicho, hijo de blanco con indio. Formaban un mundo de artesanos, mayordomos y vagabundos.
En la base de esta pirámide social se encontraban los 10 millones de
indios. Pero aún más bajo se encontraban los esclavos negros, el número
de los cuales alcanzó 800.000 en las Indias de Castilla.
A comienzos del siglo XIX, tras su largo viaje por América, Humboldt
describe las "abiertas divisiones de las razas, el odio existente entre
las castas y el apasionado deseo de todos de ser considerados como
blancos y, por consiguiente, iguales a los peninsulares"
Las Indias dependían exclusivamente de la corona de Castilla, por lo
que las leyes, institucionales y gobiernos castellanos modelaron los de
América. El primer organismo que se creó fue la Casa de Contratación de
Sevilla, fundada en 1503 para el monopolio del comercio
hispanoamericano.
El Consejo de Indias, creado en 1524, ejercía la suprema dirección en
el gobierno y legislación de Indias. Los Ayuntamientos o Cabildos se
ocupaban de la administración de las ciudades, y el poder real se
ejercía por medio de las Audiencias y de los virreyes. Algunos
territorios constituyeron Capitanías Generales, que dependían de los
virreinatos, pero fueron adquiriendo cada vez mayor autonomía, hasta
convertirse en pequeños virreinatos. Como ninguna autoridad detentaba
todo el poder y cada una de ellas defendía celosamente sus propias
prerrogativas, durante los 300 años de dominación española abundaron los
pleitos entre virreyes, gobernadores, audiencias, arzobispos, cabildos,
etc.
Todo este aparato burocrático cumplía el principal propósito de la
Corona: garantizar la explotación ilimitada de las riquezas de América
mediante el monopolio total de la economía de las colonias y la
imposición de numerosos impuestos. El Estado español sacó de las Indias
hasta el 80% de sus rentas en el siglo XVIII.
Pero el monopolio comercial trajo consigo el desarrollo de la
piratería y del contrabando. En efecto, como la debilitada industria
española no podía abastecer la demanda de sus colonias de artículos
manufacturados, Inglaterra, Holanda y otras naciones lo hicieron por
ella a través del contrabando. El llamado Reglamento del comercio libre,
que promulgó Carlos III en 1778, mejoró la situación, pues autorizó el
comercio con las Indias de muchos puertos de España; pero no otorgó la
libertad comercial con otras naciones.
El Reglamento que dicta Carlos III no satisface plenamente a la
oligarquía criolla, que posee el poder económico pero aspira al poder
político. Su élite intelectual, educada en las universidades creadas por
España en América o en las de Europa, está influida por las ideas de la
Revolución francesa y de la independencia norteamericana. Esta última
les muestra que es posible separarse de la metrópoli sin provocar una
revolución de esclavos o indios. Por otro lado, Gran Bretaña, interesada
en privar a España de sus colonias, fomentaba la idea separatista entre
los criollos. El terreno estaba bastante abonado para que germinase la
semilla independentista; y la crisis de España, invadida por las fuerzas
napoleónicas, sería la oportunidad esperada.
Sin embargo, cuando llegan las noticias de que Jose Bonaparte se
convierte en rey de España, en todas partes los funcionarios españoles,
apoyados con entusiasmo por los criollos, rechazan la nueva designación.
Durante dos años, de 1808 a 1810, el imperio español en América
funciona de acuerdo con las lineas tradicionales, en nombre del ausente
Fernando VII.
Pero la ocupación de Sevilla por los franceses, en 1810, suponía para
muchos criollos la liquidación de la resistencia española en todas
partes. Cuando desde Cádiz la Junta Suprema, antes de disolverse, dirige
una llamada a los americanos para que elijan un tercio de los diputados
a Cortes, los criollos la desdeñan: la consideran como una
impertinencia, como un acto de desesperación para mantener las
pretensiones de una monarquía mundial que carece de rey y de metrópoli y
que parece ya liquidada como nación. ¿Que valor tiene seguir
manteniendo el lazo con España? Eso se preguntan los criollos. Y
contestan apoderándose del poder en Caracas, Santa Fe de Bogotá, Buenos
Aires, Santiago y México occidental.
La Capitanía General de Venezuela es la que mantiene mayor
intercambio comercial con Estados Unidos y Gran Bretaña, por lo que es
allí donde circulan los extranjeros y las ideas avanzadas con más
libertad que en otras colonias. Además, las conspiraciones de los
criollos Gual y España en 1797 y las tentativas libertadoras de
Francisco de Miranda, "el Precursor", en 1806, habían dejado un
sentimiento revolucionario e independentista en Venezuela, donde la gran
población negra, que soportaba la economía, constituía una fuerza
explosiva. Pero la mecha para el estallido revolucionario está en la
culta y refinada ciudad de Caracas, cuna de Bolívar y de Miranda.
El 19 de abril de 1810, los conspiradores caraqueños celebran una
reunión ante el palacio del capitán general Vicente Emparán; le fuerzan a
dimitir y le expulsan del país junto con otros funcionarios españoles.
Una "Junta Suprema Conservadora de los derechos de Fernando VII", basada
en el Cabildo de Caracas, afirma su derecho a ejercer los poderes del
ausente rey e invita a las restantes ciudades del país a imitarla. Se
proclama el libre comercio con el exterior, suprime todo tributo de los
indios y prohíbe el tráfico de esclavos, pero no la esclavitud de los
que la padecen.
Ante la movilización del gobierno español, la Junta envía a Bolívar,
perteneciente a una aristocrática familia de terratenientes criollos,
al frente de una delegación a Londres, para gestionar el apoyo
británico. en Londres se encuentra a Miranda y ambos regresan a su
patria; unidos, consiguen que el Congreso convocado por la Junta Suprema
de Caracas declare la independencia de Venezuela. Es el 5 de julio de
1811 y es el primer Estado hispano que da ese paso en América.
Pero no todas las ciudades siguen el ejemplo de Caracas. La situación
militar se vuelve peligrosa; llegan refuerzos realistas, y los indios
de las misiones, los llaneros y los campesinos son organizados para
luchar contra las ciudades rebeldes. Para desgracia de los patriotas, un
terrible terremoto destruye en 1812 las ciudades comprendidas en
territorio independentista, ocasionando miles de muertos. Las fuerzas
españolas conducidas por el general Domingo de Monteverde arrollan a las
inexpertas fuerzas patriotas. La primera república dura solamente un
año, desde julio de 1811 a julio de 1812.
Bolívar y otros fugitivos se dirigen entonces a Nueva Granada, donde,
al igual que en Venezuela, ha cundido la rebelión; pero en este
virreinato los patriotas están divididos. Bogotá aspira a dominar el
nuevo Estado, mientras que otras ciudades defienden el federalismo. El
veterano luchador Antonio Nariño preside en Bogotá el Estado de
Cundinamarca; Camilo Torres organiza en Tunja las Provincias Unidas de
la Confederación de Nueva Granada; y Cartagena declara su propia
independencia en 1811.
En 1813, Bolívar, ahora brigadier general de la Confederación, se
dirige a los Andes y Venezuela con menos de 600 soldados, medianamente
armados y disciplinados: es la invasión conocida como Campaña Admirable,
donde se revela como un genio de la guerra. En Trujillo, Bolívar se
percata de que Monteverde ha violado su promesa de amnistiar a los
patriotas prisioneros; y, ante los horrores y crueldades que comenten
las tropas realistas, el 15 de junio de ese año proclama la guerra sin
cuartel o Guerra a Muerte: llama a todos para que se unan a su
causa o, de lo contrario, serán exterminados como enemigos. Las
atrocidades que se comenten en ambos bandos constituyen una de las
páginas más lamentables de la guerra. De triunfo en triunfo, en agosto
de 1813, Bolívar entra en Caracas, su patria chica, que lo aclama como
Libertador, su título inmortal. De nuevo se proclama la república; pero
al igual que antes, sólo se compone de un sector del Norte y no de la
totalidad del país.
Con la vuelta al trono de Fernando VII en 1814, los realistas cobran
aliento y muchos patriotas comienzan a cambiarse de bando. En junio de
ese año, ya Bolívar está derrotado y la república cae de nuevo. El
Libertador se refugia otra vez en Nueva Granada, hacia donde se encamina
una expedición realista, mientras los patriotas siguen luchando entre
sí. La causa de la independencia también está perdida aquí y embarca
hacia Jamaica. Es el año 1815.
Este mismo año, 10.500 veteranos españoles, endurecidos en múltiples
batallas, desembarcan en Venezuela. Con la mitad de estos hombres, su
jefe, el mariscal de campo Pablo Morillo, embarca hacia Nueva Granada y
en una rápida campaña aplasta a los rebeldes. Morillo entra en Bogotá,
donde instala al huido virrey y, en un verdadero baño de sangre, ejecuta
a todas las principales figuras de la revolución.
La mañana del 16 de septiembre de 1810, los vecinos del pequeño
pueblo mexicano de Dolores advirtieron que las campanas de su parroquia
repicaban con más fuerza que de costumbre. Cuando, intrigados,
acudieron todos a la iglesia, no oyeron el acostumbrado sermón: su cura
Miguel Hidalgo los exhortaba a declararse enseguida por la
independencia, el buen gobierno y, aunque parezca paradójico, por el rey
Fernando VII; e invocaba a la virgen de Guadalupe para que bendijese la
causa.
Hidalgo es un cura de 57 años, de padres blancos, bachiller en
teología, que tiene conflictos con la Inquisición por sus ideas
liberales. sufre la miseria de los indios y conquista su afecto. En las
propiedades cercanas a la iglesia, los anima a cultivar vides y árboles
de morera, actividades a las que las autoridades españolas se oponen a
causa del monopolio peninsular del vino y de la seda, y a las
manufacturas de pequeños artículos. En 1808, los funcionarios
peninsulares habían visitado la parroquia y destruido las viñas y
árboles. Pero en aquella mañana de 1810, con la virgen de Guadalupe como
bandera de lucha, Hidalgo desata una violenta manifestación que
arrastra una enorme masa de indios que quieren desquitarse de los
agravios de los blancos.
Los conspiradores de otras provincias se unen a Hidalgo y lo
proclaman jefe del movimiento. Las masas indias saquean las ciudades por
donde pasan sin distinguir entre criollos y peninsulares, que olvidan
sus antiguas diferencias y cierran filas: es una raza contra otra.
Con 50.000 seguidores indisciplinados, casi todos indios, Hidalgo
está a punto de caer sobre la capital de México. Pero vacila y ordena la
retirada. Es el comienzo de su derrota, que termina con su prisión y
muerte: encarcelado en Chihuahua, la Inquisición le obliga a retractarse
y, tras despojársele de sus dignidades eclesiásticas, se le fusila como
traidor a su rey el 31 de julio de 1811.
Su discípulo José María Morelos, tambien sacerdote, recoge la bandera
de Hidalgo. Pero ya no menciona a Fernando VII y proclama la completa
independencia. Su habilidad militar le permite sostenerse hasta
noviembre de 1815, año en que cae prisionero ya es ejecutado. Su
proclamación de un México independiente, republicano, igualitario y
católico no se olvidaría fácilmente.
En Buenos Aires, capital del virreinato de Río de Plata y eje de su
vida política y económica, es un joven liberal, el Dr. Antonio Moreno,
quien agita el ambiente con un folleto en el que ataca el monopolio y
exige la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio mundial. Al
igual que en Caracas, el Cabildo y otros muchos criollos constituyen una
Junta de Gobierno (25 de mayo de 1810) en nombre de Fernando VII y
arrestan y expulsan al virrey.
La primera tarea de la Junta es controlar el resto del virreinato.
Asunción se resiste, la expedición que manda el general argentino Manuel
Belgrano a Paraguay en 1811 regresa vencida y Montevideo no acepta la
invitación a incorporarse, por lo que estalla la guerra entre las dos
ciudades rivales; la guerra no termina hasta 1814, año en que Buenos
Aires conquista la Banda Oriental, hoy Uruguay. La expedición al Alto
Perú, hoy Bolivia, también fracasa: termina con la derrota de los
argentinos en Huaqui, en 1811. Un año después del histórico 25 de mayo,
la revolución se mantiene triunfante solamente en Buenos Aires y en unos
pocos distritos del norte y del oeste de Argentina.
En la Banda Oriental, el caudillo gaucho José Gervasio Artigas no
desea ver a su territorio incorporado a Buenos Aires y sólo lo admite en
base a un régimen federalista que no admite el gobierno bonaerense.
Artigas se decide entonces por la independencia de la Banda Oriental.
Cuando Montevideo es conquistada por un ejército porteño, prepara una
basta fuerza de gauchos y lo desaloja al año siguiente. Organiza una
especie de democracia rural bajo su dictadura, para incluir en ella a
las adyacentes provincias de Santa Fe, Corrientes y Entrerríos. Pero los
brasileños, enemistados con España por diferencias territoriales con
Portugal, avanza sobre Montevideo y, en 1817, anexionan la Banda
Oriental a la monarquía portuguesa. Cansado de luchar, Artigas se retira
a Paraguay, donde vive el resto de su larga vida. Entre tanto, el
regreso de Fernando VII con su absolutismo radicaliza a los patriotas
porteños, los cuales en el Congreso de Tucumán de 1816 proclaman la
completa independencia de España.
El 18 de septiembre de 1810, una Junta asumió la soberanía de esta
antigua capitanía general bajo la máscara de Fernando VII. Aquí, al
igual que en Nueva Granada, los patriotas se dividen. Unos siguen al
radical José Miguel Carrera, miembro de una familia aristocrática, y
otros al moderado Bernardo O´Higgins, hijo ilegítimo del último capitán
general de Chile y virrey del Perú. Carrera había peleado en el ejército
español contra los franceses y O´Higgins había recibido la influencia
revolucionaria de Miranda en Londres. La lucha de las dos facciones
debilita a la causa rebelde y facilita la derrota de O´Higgins en
Rancagua en 1814. Chile queda incorporado al virreinato del Perú.
Una proeza militar, comparable con el cruce de los Alpes por Aníbal y
con el paso de Napoleón por el San Bernardo, la realiza un criollo
argentino, Jose de San Martín, desertor del ejército español, en el que
alcanzó el grado de teniente general durante las campañas napoleónicas.
En 1812 ya está en Buenos Aires, y pronto se le pone al mando del
Ejército del Norte.
Convencido de que Lima era el corazón y el cerebro del poder español
en América, San Martín se decide a conquistarla. Organiza eficientemente
el respetable Ejército de los Andes, que, con refugiados chilenos y
negros esclavos a quienes atrae con sus promesas de emancipación, cruza
los Andes llevando a O´Higgins como su segundo al mando. En el verano
austral de 1817, vence a los realistas de Chacabuco, y al año siguiente
repite la victoria en Miapú, con lo que consolida la Independencia de
Chile. Con la ayuda de O´Higgins y el almirante Cochrane por mar, entra
en Lima en 1821 y recibe el título de Protector de los Pueblos.
Con la ayuda del presidente de Haití, a quien promete la liberación
de los esclavos, Bolívar regresa a Venezuela en 1817, para no abandonar
más el continente. Toma Angostura y organiza un gobierno. Los llaneros,
que, al lado de los realistas, tantas derrotas le habían infligido,
ahora están con él, tras conseguir la fidelidad de su jefe, el joven
héroe popular José Antonio Paez. Además tiene la ayuda extranjera,
principalmente de Gran Bretaña.
En mayo de 1819, Bolívar inicia la definitiva campaña liberadora.
Marcha a Nueva Granada con 4.000 hombres y, tras vencer en Boyacá, el
país queda en sus manos. Su inspirado ideal de constituir una sola
república con Venezuela, Nueva Granada y Ecuador (que se llamaría la
República de Colombia, en homenaje a Colón), se hace ley en el Congreso
de Angostura.
Ahora los vientos soplan a su favor. En 1820 se rebela la fuerza
expedicionaria que Fernando VII tiene preparada en Cádiz para enviar a
América. Es el golpe de gracia del imperio español. En la segunda
batalla de Carabobo, en 1821 logra la independencia definitiva de
Venezuela. Antonio José Sucre, un venezolano que aún no tiene treinta
años, pero cuyas aptitudes militares rivalizan con las del Libertador,
hace realidad la República de Colombia, al vencer en la batalla de
Pichincha en 1822, con lo que garantiza la independencia de Ecuador.
A pesar de haber perdido Lima, las fuerzas realistas permanecen
todavía poderosas en el virreinato del Perú. Las fuerzas de San Martín
no son suficientes para liquidar el último reducto del imperio en
Sudamérica. en julio de 1822, San Martín se entrevista en Guayaquil con
Bolívar para acordar la liberación del Perú.
Las ideas opuestas de los dos héroes se cruzan. San Martín es
monárquico; Bolívar, resueltamente republicano. Pero el interés de
América preside las discusiones San Martín no sólo reconoce la
superioridad de las fuerzas colombianas de Bolívar y Sucre, sino que
sabe del mayor entusiasmo y franca adhesión que despierta Bolívar en los
pueblos. En honrosa y patriótica actitud, cede a éste la gloria de
liberar Perú; y, al anunciar a los peruanos la ayuda colombiana, pide a
todos "tributo de reconocimiento eterno al inmortal Bolívar".
El 6 de agosto de 1824, Bolívar y Sucre vencen a los realistas en
Junín, victoria que hace cambiar la situación de Perú. El 9 de
diciembre, con 5.700 soldados, Sucre se enfrenta a los 9.300 que dirigen
el general Canterac ya el virrey La Serna, auxiliados por los más
destacados de la superviviente oficialidad española en Sudamérica. La
batalla se libra en Ayacucho y la victoria es de Sucre, que pone así
término a la campaña y a la lucha por la independencia iniciada en 1810.
Perteneciente a una familia de terratenientes, Agustín de Iturbide,
que en el ejercito realista donde sirvió se distinguió por la represión
de las fuerzas de Morelos, se alza en Iguala en 1821 y conquista la
independencia de México. al año siguiente, pero tiene que abdicar ante
la proclamación de la república en 1823.
Los territorios españoles de América Central, que constituían la
capitanía general de Guatemala, alcanzan la independencia hacia 1821, a
remolque de los acontecimientos mexicanos, y se unen a México. Tras la
caída del imperio de Iturbide, una representación de Guatemala,
Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Honduras proclama la república con
el nombre de Provincias Unidas del Centro de América, que pronto se
separan y se constituyen como repúblicas independientes.
En la parte hispana de La Española se alcanzó también 1821 una
primera independencia; pero, invadida por la vecina Haití, la República
Dominicana no pudo conseguir su definitiva emancipación hasta 1865.
En la Banda Oriental, el general Juan A. Lavalleja reinicia la lucha
por la independencia contra el Brasil, en 1825, y declara la
incorporación a la Argentina, llamada entonces Provincias Unidas del
Plata. La anexión, reconocida por Buenos Aires, provoca la declaración
de guerra del Brasil a las Provincias Unidas y, tras dos años de guerra,
la mediación de Gran Bretaña logra la paz en 1828 y el reconocimiento
de la independencia de la Banda Oriental, que mediante la Constitución
de 1830 se convierte en la República Oriental de Uruguay.
Cuba y Puerto rico, las últimas posesiones españolas en américa,
tuvieron que aguardar hasta el final de la centuria para lograr
independizarse de España. Lo consiguieron tras las guerras de Cuba y la
guerra hispano-norteamericana.
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