Tuesday, 01 October 2013 01:22
El
drama haitiano en dos cartas de Juan Bosch
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Luisa (Chiqui) Vicioso
La escritora dominicana Chiqui Vicioso nos hizo llegar a Cubadebate una carta del
patriota y ex presidente de República Dominicana, Juan Bosch, enviada a los
intelectuales Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui y Ramón Marrero
Aristy, en la que les reclama dar trato digno a los haitianos: “Creo que Uds.
no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino, a
vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una
carga insoportable; que Uds. consideran a los haitianos punto menos que
animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían Uds.
el derecho de vivir…”
La Habana, 14 de junio de
1943.
Mis queridos Emilio Rodríguez Demorizi,
Héctor Incháustegui y Ramón Marrero Aristy:
USTEDES SE VAN MAÑANA, creo, y antes de que vuelvan al país quiero
escribirles unas líneas que acaso sean las últimas que produzca sobre el caso
dominicano como dominicano. No digo que algún día no vuelva al tema, pero lo
haré ya a tanta distancia mental y psicológica de mi patria nativa como pudiera
hacerlo un señor de Alaska.
En primer lugar, gracias por la leve compañía con que me han regalado
hoy; la agradezco como hombre preocupado por el comercio de las ideas, jamás
porque ella me haya producido esa indescriptible emoción que se siente cuando
en voz, en el tono, en las palabras de un amigo que ha dejado de verse por
mucho tiempo se advierten los recuerdos de un sitio en que uno fue feliz. Acaso
para mi dicha, nunca fui feliz en la República Dominicana, ni como ser humano
ni como escritor ni como ciudadano; en cambio sufrí enormemente en todas esas
condiciones.
Hoy también he sufrido…Pues de mi reunión con Uds. he sacado una
conclusión dolorosa, y es ésta: la tragedia de mi país ha calado mucho más allá
de donde era posible concebir: La dictadura ha llegado a conformar una base
ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará
enormemente vencer; si es que puede vencerse alguna vez. No me refiero a hechos
concretos relacionados con determinada persona; no hablo de que los dominicanos
se sientan más o menos identificados con Trujillo, que defiendan o ataquen su
régimen, que mantengan tal o cual idea sobre el suceso limitado de la situación
política actual en Santo Domingo; no, mis amigos queridos: hablo de una
transformación de la mentalidad nacional que es en realidad incompatible con
aquellos principios de convivencia humana en los cuales los hombres y los
pueblos han creído con firme fe durante las épocas mejores del mundo, por los
que los guías del género humano han padecido y muerto, han sufrido y se han
sacrificado. Me refiero a la actitud mental y moral de Uds. – y por tanto de la
mejor parte de mi pueblo – frente a un caso que a todos nos toca: el haitiano.
Antes de seguir desearía recordar a Uds. que hay una obra mía,
diseminada por todo nuestro ámbito, que ha sido escrita, forjada al solo
estimulo de mi amor por el pueblo dominicano. Me refiero a mis cuentos. Ni el
deseo de ganar dinero ni el de obtener con ellos un renombre que me permitiera
ganar algún día una posición política o económica ni propósito bastardo alguno
dio origen a esos cuentos. Uds. son escritores y saben que cuando uno empieza a
escribir, cuando lo hace como nosotros, sincera, lealmente, no lleva otro fin
que el de expresar una inquietud interior angustiosa y agobiadora. Así, ahí
está mi obra para defenderme si alguien dice actualmente o en el porvenir que
soy un mal dominicano. Hablo, pues, con derecho a reclamar que se me oiga como
al menos malo de los hijos de mi tierra.
Los he oído a Uds. expresarse, especialmente a Emilio y Marrero, casi
con odio hacia los haitianos, y me he preguntado cómo es posible amar al propio
pueblo y despreciar al ajeno; cómo es posible querer a los hijos de uno al
tiempo que se odia a los hijos del vecino, así, sólo porque son hijos de otros.
Creo que Uds. no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o
chino, a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no
sea una carga insoportable; que Uds. consideran a los haitianos punto menos que
animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían Uds.
el derecho de vivir…
Pero creo también – y espero no equivocarme – que Uds. sufren una
confusión; que Uds. han dejado que el juicio les haya sido desviado por
aquéllos que en Haití y en la República Dominicana utilizan a ambos pueblos
para sus ventajas personales. Porque eso es lo que ocurre, amigos míos. Si me
permiten he de explicárselo: El pueblo dominicano y el pueblo haitiano han
vivido desde el Descubrimiento hasta hoy – o desde que se formaron hasta la
fecha – igualmente sometidos en términos generales. Para el caso no importa que
Santo Domingo tenga una masa menos pobre y menos ignorante. No hay diferencia
fundamental entre el estado de miseria e ignorancia de un haitiano y el de un
dominicano, si ambos se miden, no por lo que han adquirido en bienes y
conocimientos, sino por lo que les falta adquirir todavía para llamarse con
justo título, seres humanos satisfechos y orgullosos de serlo. El pueblo
haitiano es un poco más pobre, y debido a esa circunstancia, luchando con el
hambre, que es algo más serio de lo que puede imaginarse quien no la haya
padecido en sí, en sus hijos y en sus antepasados, procura burlar la vigilancia
dominicana y cruza la frontera; si el caso fuera al revés, sería el dominicano
el que emigraría ilegalmente a Haití. El haitiano es, pues, más digno de
compasión que el dominicano; en orden de su miseria merece más que luchemos por
él, que tratemos de sacarlo de su condición de bestia. Ninguno de Uds. sería
capaz de pegar con el pie a quien llegara a sus puertas en busca de abrigo o de
pan: y si no lo hacen como hombres, no pueden hacerlo como ciudadanos.
Ahora bien, así como el estado de ambos pueblos se relaciona, porque los
dos padecen, así también se relacionan aquéllos que en Santo Domingo igual que
en Haití explotan al pueblo, acumulan millones, privan a los demás del derecho
de hablar para que no denuncien sus tropelías, del derecho de asociarse
políticamente, para que no combatan sus privilegios, del derecho de ser dignos
para que no echen por el suelo sus monumentos de indignidad. No hay diferencia
fundamental entre los dominicanos y los haitianos de la masa; No hay diferencia
fundamental entre los dominicanos y los haitianos de la clase dominante.
Pero así como en los hombres del pueblo en ambos países hay un interés
común – el de lograr sus libertades para tener acceso al bienestar que todo hijo
de mujer merece y necesita -, en las clases dominantes de Haití y Santo Domingo
hay choques de intereses, porque ambas quieren para sí la mayor riqueza. Los
pueblos están igualmente sometidos; las clases dominantes son competidoras.
Trujillo y todo lo que él representa como minoría explotadora desean la riqueza
de la isla para sí; Lescot y todo lo que él representa como minoría
explotadora, también. Entonces, uno y otro – unos y otros, mejor dicho –
utilizan a sus pueblos respectivos para que les sirvan de tropa de choque: esta
tropa que batalle para que el vencedor acreciente su poder. Engañan ambos a los
pueblos con el espejismo de un nacionalismo intransigente que no es amor a la
propia tierra sino odio a la extraña, y sobre todo, apetencia del poder total.
Y si los más puros y los mejores entre aquéllos que por ser intelectuales,
personas que han aprendido a distinguir la verdad en el fango de la mentira se
dejan embaucar y acaban enamorándose de esa mentira, acabaremos olvidando que
el deber de los más altos por más cultos no es ponerse al servicio consciente o
inconsciente de una minoría explotadora, rapaz y sin escrúpulos, sino al
servicio del hombre del pueblo, sea haitiano, boliviano o dominicano.
Cuando los diplomáticos haitianos hacen aquí o allá una labor que Uds.
estiman perjudicial para la República Dominicana, ¿saben lo que están haciendo
ellos, aunque crean de buena fe que están procediendo como patriotas? Pues
están simplemente sirviendo a los intereses de esa minoría que ahora está
presidida por Lescot como ayer lo estaba por Vincent. Y cuando los
intelectuales escriben – como lo ha hecho Marrero, de total motu proprio según
él dijo olvidando que no hay ya lugar para el libre albedrío en el mundo –
artículos contrarios a Haití están sirviendo inconscientemente – pero sirviendo
– a los que explotan al pueblo dominicano y lo tratan como enemigo militarmente
conquistado. No, amigos míos… Salgan de su ofuscación.
Nuestro deber como dominicanos que formamos parte de la humanidad es
defender al pueblo haitiano de sus explotadores, con igual ardor que al pueblo
dominicano de los suyos. No hay que confundir a Trujillo con la República
Dominicana ni a Lescot con Haití. Uds. mismos lo afirman, cuando dicen que
Lescot subió al poder ayudado por Trujillo y ahora lo combate. También Trujillo
llevó al poder a Lescot y ahora lo ataca. Es que ambos tienen intereses
opuestos, como opuestos son los de cada uno de los de sus pueblos respectivos y
los del género humano.
Nuestro deber es, ahora, luchar por la libertad de nuestro pueblo y
luchar por la libertad del pueblo haitiano. Cuando de aquél y de este lado de
la frontera, los hombres tengan casa, libros, medicinas, ropa, alimentos en
abundancia; cuando seamos todos, haitianos y dominicanos, ricos y cultos y
sanos, no habrá pugnas entre los hijos de Duarte y de Toussaint, porque ni
estos irán a buscar, acosados por el hambre, tierras dominicanas en qué
cosechar un mísero plátano necesario a su sustento, ni aquéllos tendrán que
volver los ojos a un país de origen, idioma y cultura diferentes, a menos que
lo hagan con ánimo de aumentar sus conocimientos de la tierra y los hombres que
la viven.
Ese sentimiento de indignación viril que los anima ahora con respeto a
Haití, volvámoslo contra el que esclaviza y explota a los dominicanos; contra
el que, con la presión de su poder casi total, cambia los sentimientos de todos
los dominicanos, los mejores sentimientos nuestros, forzándonos a abandonar el
don de la amistad, el de la discreción, el de la correcta valoración de todo lo
que alienta en el mundo. Y después, convoquemos en son de hermanos a los
haitianos y ayudémosles a ser ellos libres también de sus explotadores; a que,
lo mismo que nosotros, puedan levantar una patria próspera, culta, feliz, en la
que sus mejores virtudes, sus mejores tradiciones florezcan con la misma
espontaneidad que todos deseamos para las nuestras.
Hay que saber distinguir quién es el verdadero enemigo y no olvidar que
el derecho a vivir es universal para individuos y pueblos. Yo sé que Uds. saben
esto, que Uds., como yo, aspiran a una patria mejor, a una patria que pueda
codearse con las más avanzadas del globo. Y no la lograremos por otro camino
que por el del respeto a todos los derechos, que si están hoy violados en Santo
Domingo no deben ofuscarnos hasta llevarnos a desear que sean violados por
nosotros en lugares distintos.
Yo creo en Uds. Por eso he sufrido. Creo en Uds. hasta el hecho de no
dolerme que Marrero mostrara a Emilio el papelito que le escribí con ánimo de
beneficiarlo y sin ánimo de molestar ni por acción ni por omisión a Emilio. En
todos creo, a todos los quiero y en su claro juicio tengo fe. Por eso me han
hecho sufrir esta tarde.
Pero el porvenir ha de vernos un día abrazados, en medio de un mundo
libre de opresores y de prejuicios, un mundo en que quepan los haitianos y los
dominicanos, y en el que todos los que tenemos el deber de ser mejores
estaremos luchando juntos contra la miseria y la ignorancia de todos los
hombres de la tierra.
Mándenme como hermano y ténganme por tal.
Juan Bosch.
(En: Para la historia, dos cartas, Santiago, República
Dominicana. Editorial el Diario, 1943, pp. 3-8)
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