lunes, 16 de septiembre de 2013

Origen y Ejecuciones de las Devastaciones de 1605-1606, en la Isla de Santo Domingo, en la parte Norte

Origen y Ejecuciones  de las Devastaciones de 1605-1606, en la Isla de Santo Domingo, en la parte Norte
En  un artículo  de  Julio H. Arvelo,  sobre Hitos de la Historia Dominicana, aparecido en la Revista ¡Ahora! , en el Núm. 985 del 7 de  octubre de 1982, Págs. 26 y 27. El  cual  reproducimos, para  el conocimiento de una  versión de aquellos sucesos de nuestro pasado histórico de la colonización de la Isla de Santo Domingo.
El contrabando que se había entronizado en la Costa Norte de la Isla de Santo Domingo tenía una intima relación con el  peligro que se  cernía sobre la coloniza de que las ideas religiosas  que habían imperado desde entonces,  estos es, la Religión Católica, pereciera como la doctrina preferidas por los habitantes de esa parte de la isla.
Esto  así porque uno de los artículos de contrabando que con más  asiduidad se introducían  eran las biblias protestantes que los holandeses traían  en sus barcos desde su país  de origen.
Pero, desde luego, no eran esos los únicos daños que esa práctica dolosa  representaba  para las autoridades españolas.  Sin embargo en casi  todos  los memoriales que dichas  autoridades enviaban a sus superiores de la península se mencionaba el asunto de las biblias como uno de los principales por los cuales  se  debían tomar  medidas  contra ese ilícito comercio que denominaban “Intérlope”
Una de las características  más sobresalientes de esa práctica ilegal era que  los  habitantes de esas poblaciones del Norte  lo que daban  a cambio  por las biblias y los demás artículos contrabandeados era los cuernos de las  reses que de  una manera  casi salvaje cundían  por esa región.  Sin  embargo todavía a fines del Siglo XVI no había tomado ninguna medida para detener  dicha práctica pese a que no solamente desde esa Isla había enviado más de un memorial en ese sentido.
Entre las medidas que se propusieron para acabar con el comercio “intérlope” fue la de  reconcentrar a sus moradores y el ganado existente en  esa región  y enviarlos a los alrededores de la ciudad de Santo Domingo; pero esta  proposición  era  poco menos que impracticables por el hecho ante anotado de que la mayoría del  ganado existente era salvaje y que, por tanto, para su recogida y subsiguiente traslado necesitarían unos recursos con que no cantaban las autoridades
Lo cierto que salió el Siglo XVI  y entró el XVII y los holandeses y demás contrabandistas no se  vieron molestado en sus prácticas
Cuando parecía que  las recomendaciones de     que se trasladara  todo el ganado y la gente de la Banda  del Norte, como se llamaban, no serian  adoptadas, sucedieron  algunos  acontecimientos en la colonia de tal naturaleza que dichas recomendaciones volvieron a ponerse sobre el tapete. Uno de esos  acontecimientos fue  el nombramiento  como Arzobispo  de Santo Domingo de Fray  Agustín Dávila y Padilla.
Ese prelado tomó más en serio que nadie el peligro que se cernía sobre el dominio que hasta  entonces había  ejercido la religión católica  debido a la invacio9n clandestina de las biblias protestantes y de inmediato trató de mover sus influencias  en la corte. Para ello envió dos  proposiciones con las que, según él, se  pondría  remedio a todos los males que acarreaba el contrabando.
Entre esos  males el que  más hizo resaltar era  que se perdería la feligresía que  desde  los días del descubrimiento con tanto celo se había preocupado el clero católico de formar  y conservar.
Las primera de sus proporciones fue  que se incrementara el comercio legal con el envió de embarcaciones  repletas de los artículos que tanto necesitaban  los habitantes de esa región. La segunda puso  los pelos de punta a los miembros de la oligarquía comercial de Sevilla, la única que se beneficiaba directamente con el escaso comercio que,  existía entre la colonia y la metrópoli.
Esto así  ´porque el Arzobispo proponía en su memorial que su Majestad convirtiera a los pueblos de la Banda Norte nada  menos  que en lo que hoy se llama puertos libres. O sea,  que todo el mundo pudiera comerciar con ellos desconociendo los derechos que  asistía a la mencionada oligarquía  de Sevilla a tener el monopolio de dicho comercio.
Esa amenaza contenida en la segunda proposición  del Arzobispo Dávila puso en movimiento a los Miembros del Comercio de Sevilla, organismo oficial que se  entendía  con los negocios de las colonias, y antes de que esos pasos llegaron más lejos se apresuraron a recomendar a Felipe II, a la sazón el soberano español, para que  tomara las medidas contenidas en aquellas  recomendaciones a que se han  referencia, y cuyo autor, por casualidad se encontraba por esos lares, mediante las  cuales se ordenaría la devastaciones de las poblaciones del Norte de la Isla de Santo Domingo.
Después desaprobada por el Rey esas antipoliticas, antieconómicas y antihumanas medidas, el autor  de las recomendaciones de nombre Baltasar López de Castro, llegó a Santo Domingo portador de las reales cédulas  contentivas de las  instrucciones precisas para proceder  a ponerla en ejecución.
Eso sucedió en agosto de 1604,  durante el gobierno de Antonio de Osorio a quien le tocaría el dudoso privilegio de ser el ejecutor de dichas medidas. Por cierto que  a Osorio le ha tocado la peor parte  a la hora de repartir responsabilidades en este feo  asunto.  Hasta el punto que se conocen con el nombre de “Las devastaciones  de  Osorio”, como si él hubiera  sido el único culpable de esos lamentables hechos.
Como se nota  por la fecha de llegada de  Baltasar López de Castro y la  que se da como el comienzo de la catástrofe, a la que  Pedro Mir denomina como “El Gran  Incendio” en su deliciosa obra de ese mismo nombre, debían transcurrir todavía siete meses. Ello se debió a que tanto los habitantes de las principales poblaciones a devastar como los de Santo Domingo de inmediato se opusieron a la cruel medida. Asimismo hasta algunos miembros de la Real Audiencia, el tribunal de alzada de la época, dejaron oír su voz de protesta.
Fueron  muchos  los argumentos en contra que se presentaron a Osorio, pero  todo fue  en vano. En  febrero de 1605 el gobernador se puso  en marcha hacia  la región  que sería  objeto de una de las más despiadadas acciones  que recuerda la historia de la Isla.
Las principales poblaciones a que se ha hecho referencia son: Montecristi, Puerto Plata, Bayaja, Yaguana. Lo más grave del caso es que no fueron estas solamente los objetivos de las reales cédulas. Fueron incluidas todas las aldeas que,  como  era natural, eran habitadas por gente humilde cuyos únicos medios de  subsistencia era recolectar y sacrificar las reses  cimarronas  para cambiar sus cueros a los  contrabandistas.
Como  un índice de la naturaleza  de esta acción bastarda con decir  que Osorio fue acompañado por   150 soldados provenientes de Puerto Rico asignados expresamente por el Rey para  esta tarea a la que,  como se ha dicho, se opusieron las victimas de  dicha acción.
Para los fines de la determinación del sentido de independencia, esto es,  la determinación  del momento  histórico  en que éste dio  su primera muestra de existencia, algunos autores se remontan a ésta época para señalar ese momento.
Dichos autores se basan en que en medio de las protestas a que dieron lugar estos hechos ya se vislumbraba un espíritu de libertad  separado del sentido de dependencia que  los habitantes de la colonia habían recibido como una herencia natural de España como descubridora, conquistadora y colonizadora de estas  tierras

Se pude considerar como tal vez la primera manifestación en el sentido señalado los incidentes que tuvieron lugar, sobre  todo,  cuando le tocó el turno para ser devastada la población de Bayajá. Dichos incidentes fueron de una  naturaleza eminentemente popular en la que tomaron parte los  componentes llanos de la comunidad dirigidos  por  quien  había fungido como su alcalde cuyo nombre, Hernando de Montero, ha sido recogido  por la historia y que   aparte de que no alcanzó sus objetivos nadie puede  negarle  haber encabezado en estas tierras el primer movimiento popular, esto es,  el primer movimiento que tenía sus raíces en  las masas populares que papeleaban por sus derechos conculcados por las clases superiores, en este caso representada por Osorio y sus 150 soldados enviado por la corona a hacer valer los derechos de la oligarquía sevillana.

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