viernes, 27 de septiembre de 2013

ALEIDA GUEVARA: La hija del "Che". “Unidos, podemos cambiar la realidad”.- “El hombre nuevo crece y evoluciona”

jueves, 26 de septiembre de 2013

ALEIDA GUEVARA: La hija del "Che". “Unidos, podemos cambiar la realidad”.- “El hombre nuevo crece y evoluciona

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SOCIOLOGIA Y CIENCIAS POLITICAS.

Una vez que Aleida pudo sentarse, llevaba en sus brazos a un niño recién nacido que lloraba. Jugó con él hasta sacarle una sonrisita. Luego de haber logrado su cometido, se lo entregó a su madre. Una vez que le entregaron el micrófono, agradeció a todos por haberla “recibido con tanto amor y cariño”. En seguida, las preguntas no se hicieron esperar. Uno le preguntó qué recuerdos tenía de su padre. Ella reconoció no tener muchos, porque cuando él salió de Cuba ella tenía apenas 5 años. Aun así evocó un momento que la marcó para siempre, que fue cuando había nacido su hermano Ernesto: “Mi madre estaba sosteniéndolo en sus brazos y mi papá estaba detrás vestido con el uniforme verde olivo, característico del ejército cubano, y con su mano, que a mí me parecía muy grande, tocaba la cabecita de mi hermanito recién nacido, con mucha ternura. La imagen de ese contacto me marcó tanto que todavía hoy la recuerdo. Después de eso, prácticamente no lo volvimos a ver”. “¿Y qué se siente llevar a cuestas el legado histórico de un icono de la Revolución?”, le preguntaron. Mis hermanos contestarán por ellos mismos, aunque ellosse rían y digan que yo sea la vocera de la familia. En la adolescencia, para mis hermanos varones, pudo haber sido difícil porque había como tres grupos en Cuba: unos éramos niños jóvenes cubanos y como tales nos trataban, no importaba el apellido. Esos eran los mejores. Después, había otro grupo y, como éramos los hijos del Che, y mi papá no estaba, entonces nos tenían como ‘pobrecitos, hay que protegerlos’. Y otros decían que, como éramos los hijos del Che, teníamos que ser los mejores, los más combativos, los más revolucionarios.”
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Dra. Aleida Guevara March, Cubana, Médico Pediatra, llegó a la Argentina, como parte de la solidaridad "Operación Milagrosa". Hija del Glorioso Comandante Ernesto Che Guevara.
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ALEIDA GUEVARA: “Unidos, podemos cambiar la realidad”.

La hija del Che, dialoga con chicos y adultos en la sede de la ONG de Villa Fiorito.
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La hija de Ernesto Guevara visitó la Fundación Che Pibe, en Villa Fiorito. Compartió la historia de su país, de su vida y los recuerdos de su padre. “Tengan valores y siéntanse con el derecho de exigir lo que es suyo”, dijo a los chicos.

Página /12 martes 17 de septiembre del 2013.

Por Marina Pandolfi *

Sobre la calle Baradero, a pleno sol de la tarde, los piecitos descalzos de uno de los niños de la Fundación Che Pibe van corriendo hacia la esquina. Ríen al encontrarse con otros compañeritos y, sin dudarlo, se suman a la murga que acompañaba a Aleida, una de las hijas de Ernesto “Che” Guevara, a visitar esa organización social dedicada a la infancia, ubicada en Villa Fiorito.
La gente se asomaba desde su casa o miraba desde la ventana. Aunque ya están acostumbrados a escuchar la murga, lo que llamaba la atención era que Aleida era escoltada tanto por su gente, que llevaba una remera con la bandera de Cuba, como por los integrantes de la fundación, que la recibían con cánticos, aplausos y ovaciones.
Aleida Guevara es la mayor de los cuatro hijos que Ernesto tuvo con su primera mujer, Aleida March. Tiene 52 años, es médica pediatra, tiene dos hijas, vive en La Habana y milita en el Partido Comunista Cubano (PCC). Su visita a Argentina se debe a que el Centro Oftalmológico Ernesto Che Guevara de Córdoba, originariamente mantenido por recursos enviados desde Cuba, pueda ser gestionado por el gobierno nacional para llevar a cabo lo que se denomina “Operación milagrosa”, que consiste en que todos aquellos pacientes que padecen de cataratas puedan ser operados de forma gratuita.
“Nosotros venimos a trabajar con médicos argentinos que han egresado de la Escuela Latinoamericana de Médicos (ELAM). Queremos hacer un trabajo de relevamiento de pacientes con cataratas”, confirmó Aleida. A cada paso, alguien se acercaba a saludarla, a abrazarla, a darle un beso.
Una vez que logró entrar a Che Pibe, un grupo de niños junto con su maestra comenzaron a cantar “Cuba, Cuba, Cuba / los pibes te saludan” y uno de ellos le entregó una bandera de ese país hecha con tapitas de gaseosa pintadas a mano por cada uno de ellos. Todos querían saludarla o sacar algunas fotos. Es que el nombre de la fundación (Che Pibe) remite al apodo de su padre y fue el que hace 25 años inspiró a un grupo de vecinos a crear ese espacio. “Fue un poco difícil explicarles a los pibes quién era el Che para que entendieran el motivo de la visita”, contó Gastón, uno de los educadores.
Una vez que Aleida pudo sentarse, llevaba en sus brazos a un niño recién nacido que lloraba. Jugó con él hasta sacarle una sonrisita. Luego de haber logrado su cometido, se lo entregó a su madre. Una vez que le entregaron el micrófono, agradeció a todos por haberla “recibido con tanto amor y cariño”. En seguida, las preguntas no se hicieron esperar.
Uno le preguntó qué recuerdos tenía de su padre. Ella reconoció no tener muchos, porque cuando él salió de Cuba ella tenía apenas 5 años. Aun así evocó un momento que la marcó para siempre, que fue cuando había nacido su hermano Ernesto: “Mi madre estaba sosteniéndolo en sus brazos y mi papá estaba detrás vestido con el uniforme verde olivo, característico del ejército cubano, y con su mano, que a mí me parecía muy grande, tocaba la cabecita de mi hermanito recién nacido, con mucha ternura. La imagen de ese contacto me marcó tanto que todavía hoy la recuerdo. Después de eso, prácticamente no lo volvimos a ver”.
“¿Y qué se siente llevar a cuestas el legado histórico de un icono de la Revolución?”, le preguntaron. “Mis hermanos contestarán por ellos mismos, aunque ellos se rían y digan que yo sea la vocera de la familia. En la adolescencia, para mis hermanos varones, pudo haber sido difícil porque había como tres grupos en Cuba: unos éramos niños jóvenes cubanos y como tales nos trataban, no importaba el apellido. Esos eran los mejores. Después, había otro grupo y, como éramos los hijos del Che, y mi papá no estaba, entonces nos tenían como ‘pobrecitos, hay que protegerlos’. Y otros decían que, como éramos los hijos del Che, teníamos que ser los mejores, los más combativos, los más revolucionarios.”
“Entonces –prosiguió–, mi madre fue un bastión muy importante y nos enseñó algo que fue muy bueno: ‘Ustedes durante toda su vida van a recibir muchas cosas por ser los hijos de un hombre que este pueblo ama. Sin embargo, muchas de esas cosas no se las han ganado por mérito propio, entonces tienen que dejarlas pasar. Párense firmemente sobre la tierra, reciban todo, pero dejen pasar lo que ustedes no se han ganado por sí mismos’. Y eso aprendimos a hacerlo muy bien. Pero también hemos vivido en un pueblo que nos ha permitido ser nosotros mismos. No nos ha aplastado con los nombres ni con los apellidos, simplemente nos ha permitido florecer como seres humanos. Por eso siempre digo que para mí no es tan importante ser ‘la hija del Che’, yo lo admiro, lo respeto y lo amo. Pero lo importante es ser hija de un pueblo que me ha permitido ser yo como persona. Hemos tenido las mismas carencias y las mismas felicidades que nuestro pueblo. Somos mujeres y hombres del pueblo. Pero tenemos un gran compromiso, porque cuando tú recibes tanto amor desde que naces... pues bueno, tienes el compromiso de devolverlo. Y en esto estamos.”
A esta altura, no hubo quien no se quedara admirado por la humildad, sencillez y convicción con las que Aleida hablaba. Un muchacho brasileño le preguntó qué pensaba acerca de la situación de Brasil en estos momentos. “Ustedes me preguntan estas cosas y no tienen en cuenta que yo vivo una realidad muy distinta. Entonces, si a mí me dejan decir lo que yo pienso, les podría sonar a un disparate. A veces, es muy fácil criticar. Pero, hombre, si criticas también dame una solución.” Es por eso que, añadió,
“cuando me preguntan cosas de un país tengo mucho cuidado a la hora de hablar. Yo creo que hay dos cosas que son esenciales: la primera es la unidad, tenemos que buscar unidad para tener fuerza. A los jóvenes chilenos yo les digo que tienen todo el derecho del mundo a pelear por lo que ellos quieren, pero no se trata sólo de una reforma estudiantil, hay que unirse a los campesinos, a los trabajadores, hay que estar al lado de nuestro pueblo. Si ustedes quieren apoyo para hacer reformas importantes, tienen que estar cuando el campesino los necesite a su lado. Cuando a los mapuches y a los araucanos les venden sus tierras, ustedes tienen también que luchar por ellos. Entonces cuando ustedes salgan a la calle el pueblo entero los va a seguir. Eso es lo que hace el Movimiento Sin Tierra en Brasil, por eso lo respeto tanto. ¿Cómo han logrado todo eso? Con la unidad”.
Tras un largo debate, cuando ya daban los últimos rayos de sol del día, una mujer le comentó que, a pesar de los esfuerzos que hace Che Pibe para ayudar a los jóvenes, muchos de los chicos del barrio de Villa Fiorito caen en la delincuencia o en la droga. Con una sonrisa, la pediatra cubana contestó que
“En Cuba se tiene una disciplina muy férrea en el hogar. Cuando yo hablo con los jóvenes, me dicen que en sus hogares no los entienden, que no los escuchan. Yo les digo que la solución no es gritar y pelear, sino ganarse el respeto para que te tengan en cuenta. Tus padres te pedirán cosas sencillas, entonces hazlas y después podrás pedir lo que quieras. Así estás siendo útil y te van a escuchar.
En Cuba, nuestras leyes son muy fuertes. Por ejemplo, el narcotráfico se combate a rajatabla. Se pueden encontrar casos aislados, pero se investiga y se condena tremendamente a los narcotraficantes. Se trata de educar a la persona. Para mí, estar aquí hoy en un lugar como éste es muy bueno porque éstas son las cosas que demuestran que sí podemos, que si queremos cambiar nuestra realidad uniendo nuestras fuerzas, sí podemos hacerlo. Aquí está y ustedes lo han logrado. Hay que trabajar para que las generaciones futuras tengan valores y principios y se sientan con el derecho de exigir lo que es suyo”.
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“Como tu papá no está, estamos nosotros”. Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mel. Esos son los amigos con los cuales me eduqué y me crié. Desde muy pequeña estoy llena de ese afecto, de ese calor.
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ENTREVISTA A ALEIDA GUEVARA MARCH: La hija del CHE. “El hombre nuevo crece y evoluciona”
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La médica alergóloga y pediatra cubana, que disertará el martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, llegó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria junto a médicos argentinos recibidos en Cuba.

Página /12 domingo 22 de septiembre del 2013.

Adrián Pérez

De su padre heredó la mirada encendida y la sonrisa amplia. Aleida Guevara March viajó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria. Junto a médicos argentinos graduados en la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana participó ayer de una actividad en Gan Gan, Chubut, casa por casa, para relevar cataratas y pterigium (otra enfermedad ocular) entre sus habitantes. El objetivo es declarar a esa localidad “zona libre de ceguera evitable”. La iniciativa se complementa con análisis de hipertensión y diabetes, en el marco del aniversario de Gan Gan. La médica alergóloga y pediatra cubana disertará el martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Guevara March dialogó con Página/12 antes de viajar al sur del país.
–Usted llegó a la Argentina para impulsar una campaña de salud.
–Me invitó la fundación Un mundo mejor es posible. Ellos trabajan mucho con las misiones cubanas y del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). “Yo sí puedo” es un método desarrollado por Cuba para aprender a leer y escribir en pocos meses. Cuando lo estábamos implementando en distintas partes de América nos dimos cuenta de que había personas que no podían leer ni escribir porque tenían pequeñas lesiones oculares. Entonces comenzó la Operación Milagro para devolver la visión a todas esas personas y que eso no fuera limitante para aprender. Operamos gratuitamente a los pacientes de cataratas y se les dan sus lentes graduados. Hicimos dos hospitales, en la frontera con Bolivia, donde fueron operados alrededor de 36 mil argentinos. Operación Milagro funciona hace diez años.
–También apoya la campaña de solidaridad con Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort, Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar y René González Sehwerert, cubanos detenidos por Estados Unidos por espionaje.
–En el juicio de estos compañeros los oficiales de inteligencia de Estados Unidos demostraron, fehacientemente, que ninguno de ellos tenía secretos que pudieran perjudicar al gobierno de Estados Unidos. El juicio es totalmente falso. El único interés que tiene Cuba es saber lo que intentan hacer las organizaciones terroristas, formadas por cubanos, que viven en el sur de la Florida. Sostenidos por el gobierno norteamericano y la CIA, han cometido actos atroces contra la vida del pueblo cubano. Si ellos cumplen con sus leyes, los cinco están de vuelta en Cuba ya, sin un día más de demora.
–Hablemos de su familia. Una anécdota recuerda que su madre estaba embarazada de usted. Su padre, que se encontraba en un viaje protocolar por China, difundiendo el mensaje de la Revolución Cubana, esperaba un varón.
–Ya tenía una hija de su primer matrimonio y quería un varón, por esas cosas de los latinos, para preservar el apellido. Para su desgracia fue mujer. Entonces le mandó una nota a mi mamá diciéndole: “Si es hembra, tírala por el balcón” (risas). Mi mamá había estado once horas de parto y terminó en una cesárea porque yo venía de cara y no dilaté. ¡Imagínate cómo se sintió la mujer! ¡Puf! Dicen que lloró horrores. Cuando él llegó a la casa, enseguida subió a verme. Al principio mi mamá no lo dejaba entrar, le decía que me había tirado por el balcón. Después todo quedó en familia.
–En el segundo embarazo de su madre, el Che estaba desesperado.
–El estaba en el (Museo del) Louvre, vio la imagen de la Mona Lisa. Compró una postal y le escribió a mi mamá: “Me paré delante de la Gioconda y le pregunté ‘¿Qué traerá mi mujer en el magno vientre?”.
–Cuando nació su hermano, su padre estaba en Cuba.
–Camilo pesó 5 kilos. Era bien grandote y hermosísimo. El médico salió con el bebé en las manos y lo felicitó. Una de las mejores amigas de mi mamá, que estaba a su lado, fue a felicitarlo. Se levanta antes que ella, la sienta, la felicita y le regala un tabaco. Estaba tan entusiasmado que hizo todo eso en un segundo. Decidió ponerle el nombre de un gran amigo. Así estarían juntos dos guerrilleros: Camilo Cienfuegos y Guevara.
–Para compartir más tiempo, el Che, que sostenía interminables jornadas laborales, la invitaba a usted al Círculo Infantil o a pasar con él un fin de semana durante el trabajo voluntario.
–Yo iba en el auto con nuestro perro Muralla, en el asiento trasero. Tengo flashes en la memoria de bajar por una rampa del Ministerio del Interior, que en ese momento era el de Industria. No me gustaba nada el círculo, quería estar en mi casa.
–¿Qué otros momentos recuerda junto a su padre?
–Lo recuerdo vestido de militar, en su habitación, tocando la cabecita de Ernesto, mi hermano menor, con su manota grande. Siempre pienso que de alguna manera había una ternura extraordinaria en él. Se fue de Cuba para el Congo cuando Ernesto tenía un mes.
–Al regresar del Congo, mientras se preparaba para viajar a Bolivia, pide ver a sus hijos.
–Entró clandestino al país, no podíamos saber que era él. Si no, al otro día, estaría diciéndoles a mis compañeros de escuela que lo había visto. Ya estaba disfrazado del viejo Ramón.
–En la cena usted retó a ese hombre misterioso que llegaba a su casa como amigo de su padre. El Che solía agregarle agua al vino que bebía.
–(Ramón) se sirvió el vino tinto puro y le dije: “¡Tú no eres amigo de mi papá! ¡El toma el vino con agua y así es rico!”. Fui y le eché agua en el vino. Para dos niños chiquitos los amigos de los padres tienen que ser como ellos. Era una niña de cinco años que defendía con toda la pasión del mundo los gustos de su padre.
–¿Cuándo comenzó a extrañarlo, a sentir su ausencia?
–En la adolescencia. De una manera extraordinaria, mi mamá logra que querramos a mi papá aunque no esté presente. Pasa el amor que sentía por él a sus hijos. Nos mostró sus escritos, las cosas que iba haciendo o diciendo.
–Los amigos del Che también le mostraron el afecto y la admiración que sentían por su padre.
–A Estefanía, mi primera hija, la tuve por cesárea. Cuando me recobré veo a dos hombres vestidos con ropa de salón quirúrgico al lado mío: Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mel. Ellos me dijeron: “Como tu papá no está, estamos nosotros”. Esos son los amigos con los cuales me eduqué y me crié. Desde muy pequeña estoy llena de ese afecto, de ese calor.
–En Evocación. Mi vida al lado del Che, su madre cuenta el amor que vivió al lado de su padre.
–No tengo recuerdos de mi mamá y mi papá besándose. Ella siempre fue muy cuidadosa de su intimidad. A partir del libro todo se hace más claro, más hermoso para mí. Siempre supe que se habían amado intensamente, pero el libro lo confirma. Es muy lindo para un ser humano saber que eres fruto de un verdadero amor.
–La pérdida de su padre aparece como un momento desgarrador en el libro.
–Tremendo. Sobre todo para ella. Nosotros éramos muy pequeñitos. Lo más duro fue que mi mamá me leyera la carta de despedida de mi padre llorando.
–Treinta años después llegaron los restos de su papá a Cuba.
–Habíamos acordado con mi mamá que iríamos un rato al lugar. Era una cuestión más bien formal. A las 7 abría la Plaza de la Revolución, a la 1 se cerraba. Mi mamá estaba allí todo ese tiempo y nosotros con ella. El mismo día que se llevan sus restos, nos fuimos para Santa Clara. Y estuvimos en la biblioteca provincial donde los expusieron. En el último momento, mi mamá, que se había portado estoicamente, comenzó a llorar desgarradoramente. Le pregunté que quería hacer.
–Entonces, ella le contó la historia del pañuelo. ¿La recuerda?
–Antes de la toma de Santa Clara, mi papá se cayó y se rompió el brazo. Y hubo que ponerle un pañuelo de cabestrillo. Cuando papi se va al Congo, ella le regala un pañuelo. El pañuelo nunca apareció en Bolivia. Mi mamá tenía la réplica del pañuelo y quería ponerlo en sus restos pero no sabía cómo. Cuando nos contó la historia del pañuelo, pedimos permiso, mi hermana levantó la tapa del cajón y puso el pañuelo con los restos. Es la conclusión de esa historia de amor que nos dio la vida a todos nosotros. Muchos años después ese amor está ahí. Ojalá todos pudiéramos amar y ser amados con esa intensidad. No todos tenemos ese privilegio.
–Su madre ocupó un lugar fundamental en la Dirección de la Federación de Mujeres Cubanas y fue una apasionada de la historia.
–Se licenció como maestra. Mi papá la estimuló mucho a que siguiera estudiando. Como siempre le gustó mucho la historia, hizo la licenciatura en la Universidad de La Habana. Ayudó a escribir un libro sobre movimientos sociales y la historia de América latina para nuestros niños.
–¿Cómo está ella?
–Está muy bien. No reconoce que tiene 80 años y si se entera de que te lo he dicho me mata. Ahora está al frente del Centro de Estudios Che Guevara. Es muy cuidadosa con su aspecto. Sigue siendo nuestra jefa. Es bueno tenerla.
–¿Dónde se inscribe el hombre nuevo en la coyuntura internacional actual?
–El hombre nuevo es ese hombre, esa mujer que evoluciona para cambiar una sociedad y cuando la transforma tiene que seguir creciendo para continuar mejorándola. Sinceridad, sencillez, honradez, respeto al ser humano sobre todas las cosas, solidaridad hasta las últimas consecuencias van conformando al hombre nuevo. Ese es el concepto que he visto en la vida de mi papá, que para mí es el mejor hombre nuevo, el más completo.

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