LOS PONTIFICES ROMANOS QUE HA TENIDO LA
IGLESIA CATOLICA, CON EL NOMBRE DE BENEDICTO-
Benedicto
(575-579) Nació en Roma. Elegido el 2.VI.575,
un año después de sede vacante, murió el 30.VII.579. Trató inútilmente de
restablecer el orden en Italia y en Francia turbadas por las invasiones
bárbaras y ensangrentadas por discordias internas. Confirmó el V Concilio a
Constantinopla
San Benedicto II
(684-685) Nació en Roma. Elegido el 26.VI.684, murió el 8.V.685.
Restableció la inmunidad de asilo que las sectas en lucha no respetaban matando
a sus adversarios. Logró desligar a la Iglesia del poder del Emperador que
había sido introducido por Justiniano.
Benedicto III
(855-858) Nació en Roma. Elegido el 29.IX.855, murió el 17.IV.858. Amado
por el pueblo por sus virtudes, fue obstaculizado por el Emperador y por el
antipapa Anastasio que estuvo en sus funciones un mes. Intentó reunir todas las
sectas en la lucha contra los sarracenos.
Benedicto IV
(900-903) Nació en Roma. Elegido el 1.II.900, murió en el VII.903. En medio
de la universal corrupción supo conservar a la Santa Sede su integridad. Entre
tantos odios buscó el camino de la justicia. Consagró a Ludovico de Borgoña,
emperador de Roma.
Benedicto V
(964-966) Nació en Roma. Elegido el 22.V.964, murió el 4.VII.966. Fue
exiliado en Hamburgo por Oton I hasta la muerte de León VIII. A la muerte del
antipapa, Oton I, bajo presiones de los francos y romanos le reconoce la
investidura. Murió en Hamburgo en fama de santidad.
Benedicto VI
(973-974) Nació en Roma. Elegido el 19.I.973, murió en el VI.974. Después
de la muerte de Oton I se desencadenó la secta anti alemana que conquistó
después de un duro asedio el castillo de San Ángel, lo encarceló y lo mandó
asesinar. Convirtió al cristianismo al pueblo Húngaro.
Benedicto VII
(974-983) Nació en Roma. Elegido en el X.974, murió el 10.VII.983. Hombre
de gran inteligencia trató de reprimir los abusos y la ignorancia que reinaban
en Italia y en el mundo cristiano. Dio un gran impulso a la agricultura.
Benedicto VIII
(1012-1024) Nació en Roma. Elegido el 18.V.1012, murió el 9.IV.1024.
Obstaculizado en su elección, pidió ayuda a Enrique II que se hizo coronar en
Roma. Emanó leyes contra la simonía y el duelo. Estableció que los clérigos no
se casasen.
Benedicto IX
(1032-1044) Nació en Roma. Elegido en el 1032, depuesto en el 1044. Subió
al Solio papal a los 12 años. Fue impuesto al Rey de Bohemia de trasladar a
Praga las reliquias de S. Adalberto. Benedicto se refugia en el Monasterio de
Grottaferrata. Fue elegido Papa tres veces. (Vea su biografía completa en su
Enciclopedia Católica)
Benedicto IX
(Segundo período)(1045-1045) Elegido por segunda vez el 10.IV.1045,
renuncia el 1.V.1045. Después de 20 días fue nuevamente alejado por motivos de
intereses económicos, políticos y por corrupción. Estamos en pleno
"medioevo". (Vea su biografìa completa en su Enciclopedia Catòlica)
Benedicto IX
(Tercer período)(1047-1048)(d. c. 1055) Elegido por tercera vez el
8.XI.1047, renunció el 17.VII.1048. Después de ocho meses renuncia al
pontificado por los Consejos de S. Bartolomeo, arrepentido de la vida
turbulenta se hizo monje de S. Basilio a Grottaferrata donde murió y está
enterrado.
Benedicto XII
(Francia)(1335-1342) Nació en Saverdum (Francia). Elegido el 8.I.1335,
murió el 25.IV.1342. Obligado por Felipe VI a vivir en Francia intervino
también en los asuntos romanos. Obligó a los obispos a conservar la residencia
y reformó las órdenes benedictinas, franciscanas y dominicanas.
Artículos de este tema:
Magisterio de Benedicto XII
De la visión
beatífica de Dios y de los novísimos
[De la
Constitución Benedictus Deus, de 29 de enero de 1330]
Por
esta constitución que ha de valer para siempre, por autoridad apostólica
definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de todos los santos
que salieron de este mundo antes de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, así
como las de los santos Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, y de los
otros fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no
había nada que purgar al salir de este mundo, ni habrá cuando salgan igualmente
en lo futuro, o si entonces lo hubo o habrá luego algo purgable en ellos,
cuando después de su muerte se hubieren purgado; y que las almas de los niños
renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser bautizados,
cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso del libre albedrío,
inmediatamente después de su muerte o de la dicha purgación los que necesitaren
de ella, aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio universal,
después de la ascensión del Salvador Señor nuestro Jesucristo al cielo,
estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso
celeste con Cristo, agregadas a la compañía de los santos ángeles, y después de
la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia
con visión intuitiva y también cara a cara, sin mediación de criatura alguna
que tenga razón de objeto visto, sino por mostrárseles la divina esencia de
modo inmediato y desnudo, clara y patentemente, y que viéndola así gozan de la
misma divina esencia y que, por tal visión y fruición, las almas de los que
salieron de este mundo son verdaderamente bienaventuradas y tienen vida y
descanso eterno, y también las de aquellos que después saldrán de este mundo,
verán la misma divina esencia y gozarán de ella antes del juicio universal; y
que esta visión de la divina esencia y la fruición de ella suprime en ellos los
actos de fe y esperanza, en cuanto la fe y la esperanza son propias virtudes
teológicas; y que una vez hubiere sido o será iniciada esta visión intuitiva y cara
a cara y la fruición en ellos, la misma visión y fruición es continua sin
intermisión alguna de dicha visión y fruición, y se continuará hasta el juicio
final y desde entonces hasta la eternidad.
Definimos
además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del
mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al
infierno donde son atormentados con penas infernales, y que no obstante en el
día del juicio todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal
de Cristo, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno
reciba lo propio de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal [2 Cor. 5,
10].
Errores de los armenios
[Del Memorial lam dudum, remitido a los
armenios el año 1341]
4.
Igualmente lo que dicen y creen los armenios, que el pecado de los primeros
padres, personal de ellos, fue tan grave, que todos los hijos de ellos,
propagados de su semilla hasta la pasión de Cristo, se condenaron por mérito de
aquel pecado personal de ellos y fueron arrojados al infierno después de la
muerte, no porque ellos hubieran contraído pecado original alguno de Adán, como
quiera que dicen que los niños no tienen absolutamente ningún pecado original,
ni antes ni después de la pasión de Cristo, sino que dicha condenación los
seguía, antes de la pasión de Cristo, por razón de la gravedad del pecado
personal que cometieron Adán y Eva, traspasando el precepto divino que les fue
dado. Pero después de la pasión del Señor en que fue borrado el pecado de los
primeros padres, los niños que nacen de los hijos de Adán no están destinados a
la condenación ni han de ser arrojados al infierno por razón de dicho pecado,
porque Cristo, en su pasión, borró totalmente el pecado de los primeros padres.
5.
Igualmente, lo que de nuevo introdujo y enseñó cierto maestro de los armenios,
llamado Mequitriz, que se interpreta paráclito, que el alma humana del hijo se
propaga del alma de su padre, como un cuerpo de otro, y un ángel también de
otro; porque como el alma humana, que es racional, y el ángel, que es de
naturaleza intelectual, son una especie de luces espirituales, de si mismos
propagan otras luces espirituales.
6.
Igualmente dicen los armenios que las almas de los niños que nacen de padres
cristianos después de la pasión de Cristo, si mueren antes de ser bautizados
van al paraíso terrenal en que estuvo Adán antes del pecado; mas las almas de
los niños que nacen de padres cristianos después de la pasión de Cristo y
mueren sin el bautismo, van a los lugares donde están las almas de sus padres.
17.
Asimismo, lo que comúnmente creen los armenios que en el otro mundo no hay
purgatorio de las almas porque, como dicen, si el cristiano confiesa sus
pecados se le perdonan todos los pecados y las penas de los pecados. Y no oran
ellos tampoco por los difuntos para que en el otro mundo se les perdonen los
pecados, sino que oran de modo general por todos los muertos, como por la
bienaventurada María, los Apóstoles...
18.
Asimismo, lo que creen y mantienen los armenios que Cristo descendió del cielo
y se encarnó por la salvación de los hombres, no porque los hijos propagados de
Adán y Eva después del pecado de éstos contraigan el pecado original, del que
se salvan por medio de la encarnación y muerte de Cristo, como quiera que dicen
que no hay ningún pecado tal en los hijos de Adán; sino que dicen que Cristo se
encarnó y padeció por la salvación de los hombres, porque los hijos de Adán que
precedieron a dicha pasión fueron librados del infierno, en el que estaban, no
por razón del pecado original que hubiera en ellos, sino por razón de la
gravedad del pecado personal de los primeros padres. Creen también que Cristo
se encarnó y padeció por la salvación de los niños que nacieron después de su
pasión, porque por su pasión destruyó totalmente el infierno...
19....
Hasta tal punto dicen los armenios que dicha concupiscencia de la carne es
pecado y mal, que hasta los padres cristianos, cuando matrimonialmente se unen,
cometen pecado, porque dicen que el acto matrimonial es pecado, y lo mismo el
matrimonio...
40.
Otros dicen que los obispos y presbíteros de los armenios nada hacen para la
remisión de los pecados, ni de modo principal ni de modo ministerial, sino que
sólo Dios perdona los pecados; ni los obispos y presbíteros se emplean para la
remisión dicha por otro motivo, sino porque ellos recibieron de Dios el poder
de
hablar
y, por eso, cuando absuelven dicen: "Dios te perdone tus pecados"; o
"yo te perdono tus pecados en la tierra y Dios te los perdone en el
cielo".
42.
Asimismo, dicen y sostienen los armenios que para la remisión de los pecados
basta la sola pasión de Cristo, sin otro don alguno de Dios, aun gratificante:
ni dicen que para hacer la remisión de los pecados se requiera la gracia de
Dios, gratificante o justificante, ni que en los sacramentos de la nueva ley se
dé la gracia de Dios gratificante.
48.
Asimismo, dicen y sostienen los armenios que si los armenios cometen una so!a
vez un pecado cualquiera; excepto algunos, su iglesia puede absolverlos, en
cuanto a la culpa y a la pena de dichos pecados; pero si uno volviera luego a
cometer de nuevo dichos pecados, no podía ser absuelto por su iglesia.
49.
Asimismo, dicen que si uno toma una tercera o cuarta mujer o más, no puede ser
absuelto por su iglesia, porque dicen que tal matrimonio es fornicación...
58.
Asimismo, dicen y sostienen los armenios que para que el bautismo sea verdadero
se requieren tres cosas, a saber: agua, crisma y Eucaristía; de modo que si uno
bautiza a alguien con agua diciendo: Yo te bautizo en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén, y luego no le ungiera con
dicho crisma, no estaría bautizado. Tampoco lo estaría, si no se diera el
sacramento de la Eucaristía.
64.
Asimismo, dice el Católicon de Armenia Menor que el sacramento de la confirmación
no vale nada, y, por si algo vale, él dio licencia a sus presbíteros para que
confieran dicho sacramento.
67.
Asimismo, que los armenios no dicen que después de pronunciadas las palabras de
la consagración del pan y del vino se haya efectuado la transustanciación del
pan y del vino en el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, el mismo cuerpo que
nació de la Virgen María y padeció y resucitó; sino que sostienen que aquel
sacramento es el ejemplar o semejanza, o sea, figura del verdadero cuerpo y sangre
del Señor...; por lo que al sacramento del Altar no le llaman ellos el cuerpo y
sangre del Señor, sino hostia, o sacrificio, o comunión...
68.
Asimismo, dicen y sostienen los armenios que si un presbítero u obispo ordenado
comete una fornicación, aun en secreto, pierde la potestad de consagrar y
administrar todos los sacramentos.
70.
Asimismo, no dicen ni sostienen los armenios que el sacramento de la
Eucaristía, dignamente recibido, opere en el que lo recibe la remisión de los
pecados, o la relajación de las penas debidas por el pecado, o que por él se dé
la gracia de Dios o su aumento, sino que el cuerpo de Cristo entra en el cuerpo
del que comulga y se convierte en el mismo, como los otros alimentos se
convierten en el alimentado...
92.
Asimismo, entre los armenios sólo hay tres órdenes, que son acolitado,
diaconado y presbiterado, órdenes que los obispos confieren con promesa o
aceptación de dinero. Y del mismo modo se confirman dichos órdenes del
presbiterado y del diaconado, es decir, por la imposición de la mano diciendo
algunas palabras, sin más mutación sino que en la ordenación del diácono se
expresa el orden del diaconado, y en la ordenación del presbítero, el del
presbiterado. Pero ningún obispo puede entre ellos ordenar a otro obispo sino sólo
el Católicon...
95.
Asimismo, el Católicon de la Armenia Menor dio potestad a cierto presbítero
para que pudiera ordenar diáconos a cuantos de sus súbditos quisiera...
109.
Asimismo, entre los armenios no se castiga a nadie por error alguno que defienda...
[hay 117 números].
Benedicto
XIII
(1724-1730) Nació en Gravina
(Puglie). Elegido el 4-V-1724, murió el 2-III-1730. Se ocupó principalmente del
magisterio espiritual. En ocasión del 17º Año Santo (1725) inauguró la
espléndida escalera de Trinidad de los Montes en Roma. Canonizó a S. Luis
Gonzaga, y S. Estanislao patrón de Polonia.
Benedicto XIV
De familia noble, Próspero Lambertini n. en Bolonia el
31 mar. 1675, se distinguió desde los primeros años de sacerdocio - cuyos
estudios realizara en su ciudad natal, alternándolos con los de Derecho-, por
la amplitud de sus conocimientos científicos, especialmente de índole jurídica.
Llegó a ser el mejor canonista de su siglo y publicó obras que son clásicos de
la canonística, especialmente en los temas referentes al sínodo diocesano y a
los procesos de beatificación y canonización.
Estos conocimientos jurídicos le valieron desde muy
pronto la estima de los altos círculos pontificios que depositaron en él su
confianza para el desempeño de cargos de relieve. Abogado del Consistorio,
Promotor de la Fe, Prelado doméstico, canónigo en S. Pedro, secretario de la
Congregación del Concilio y canonista de la Penitenciaria, fue designado
arzobispo de Teodosia in partibus infidelium por Benedicto XIII, que
le profesaba una gran admiración y que lo elevó al cardenalato en 1728.
Nombrado arzobispo de su ciudad natal por Clemente XII ( 1730), en la labor
realizada en el gobierno de esta diócesis se encuentran ya delineados los
grandes parámetros que encuadrarían su pontificado: incesantes campañas para
estimular al estamento eclesiástico a una vida espiritual intensa y profunda,
cristianización de todas las corrientes y formas de vida de signo positivo
nacidas al margen de la tradición católica; diálogo entre Iglesia y mundo;
fomento y mecenazgo de obras culturales; promoción cívica del elemento
femenino, llegando, incluso, en este terreno a nombrar a dos mujeres para
regentar cátedras universitarias, etc.
Tras haberse frustrado las candidaturas polarizadas
hacia posiciones radicales en el contexto internacional de la época, y después
de uno de los cónclaves más prolongados de la Iglesia moderna, fue elegido,
como sucesor de Clemente XII, por unanimidad. La inmensa actividad gobernante
de B. se canalizaría, principalmente, como ya sucediera en Bolonia, a través de
dos cauces: reforzamiento, depuración y plenitud de la vida interna de la
Iglesia, y su apertura hacia horizontes a los que hasta entonces había
permanecido, en gran parte, cerrada. Entre sus numerosas iniciativas en el
primer aspecto cabe destacar las siguientes: esfuerzos por suprimir el
nepotismo en los Estados Pontificios y racionalizar su caótica maquinaria
administrativa; lucha contra el absentismo episcopal y sacerdotal, disponiendo
a través de sus escritos en dicha materia una reglamentación muy estricta y
pormenorizada; creación de la Congregación de Seminarios, destinada a reavivar
en toda su extensión los reglamentos y disposiciones dados por el Concilio
Tridentino en la citada temática, que constituyó siempre uno de los extremos a
que más atención consagrara, etc. Especial alusión merece en la faceta ya
señalada, el interés por elevar el nivel intelectual del clero y situar a la
Iglesia en la vanguardia del desarrollo cultural. Índice elocuente, aunque no
único de ello, es el incremento dado, en las escuelas y centros de formación
religiosa, a las ciencias experimentales, creándose en la Universidad
Pontificia cátedras y laboratorios de Física y Química; fundación de la Bibliotheca
Orientalis y de otras destinadas al estudio de la antigüedad clásica y
cristiana por medio de cuatro Academias romanas, obra también del Pontífice,
que solía presidir sus reuniones; aumento espectacular de los fondos de la
Biblioteca Vaticana; apoyo incondicional a los sabios y eruditos eclesiásticos
de la época, etc.
La comprensión manifestada por el Pontífice hacia las
nuevas formas de vida, alumbradas en el transcurso de los primeros siglos de la
Edad Moderna, se explicitó igualmente por medio de múltiples medidas e
intervenciones, encaminadas todas a adaptar el mensaje evangélico a las
circunstancias de la época. En este sentido, su encíclica Vixpervenit
( 1745) señalaba un punto y aparte en la actitud tradicional de la Iglesia
acerca de la usura, situando en sus páginas el tema en un plano que conciliaba
los intereses y necesidades temporales con las exigencias de la moral y
doctrina cristianas. Del mismo modo, su Bula Matrimonia (4 nov. 1741),
conocida comúnmente con el nombre de Declaratio Benedictina, abría
nuevos y fructíferos caminos a la legislación matrimonial, particularmente en
los países de minorías católicas. Conocedor de que las ásperas luchas entre los
sistemas filosóficos que se disputaban la primacía del pensamiento católico,
daban a éste, ante la mentalidad laica y profana de los cultivadores de la
ciencia, un indisimulable matiz de intransigencia e intolerancia, insistió en
repetidas ocasiones en las diferencias que separaban las afirmaciones y
opiniones de escuela del magisterio dogmático y pontificio. Con ello el papa
Lambertini ensanchó las vías del diálogo y la comunicación entre la Iglesia y
los sectores intelectuales, particularmente los situados al margen de la fe. La
popularidad, ya alcanzada entre ellos por la publicación de sus novedosas y
excelentes obras - que serían recogidas durante su pontificado en la llamada
«edición romana» por el jesuita Manuel de Azevedo-, se vio acrecentada con las
medidas que adoptara con relación al famoso Indice Romano, del que
suprimiría algunos decretos, como la condenación de Galileo, dictando a su
Congregación nuevas reglas favorables a la libertad de pensamiento. Dada la
intensidad de las luchas doctrinales en las esferas eclesiásticas y de las
tendencias inmovilistas de algunos círculos de la Santa Sede, gran parte de su
labor innovadora fue tachada de condescendiente e incluso claudicante al
espíritu mundano y a las modas y corrientes, de raíces anticristianas, de la
época. Sin embargo, su actitud, tendente siempre a la superación de
maximalismos y fáciles antinomias, se mostró en todo momento inflexible en
materias dogmáticas. Así, p. ej., su reconocimiento de las excelentes dotes de
estilista de Voltaire no impidió la prohibición de sus obras, una de las cuales
aquél le había dedicado expresamente. Su tajante condenación de la masonería
(18 mayo 1751) mediante la bula Providas Romanorum es también un
elocuente testimonio de la firmeza doctrinal del papa Lambertini.
Benedicto XIV, diplomático. Idéntica actitud de ampliar y extender las
dimensiones y radios de acción de la Iglesia a través de fórmulas
conciliadoras, que salvaran el depósito de la fe y la esencial de las
pretensiones pontificias a costa de concesiones en materias accidentales, se
encuentra en las relaciones del papa Lambertini con los Estados de la época. Su
aguda inteligencia supo abrir brechas en las corrientes cesaropapistas
informadoras de la actitud de diversas monarquías católicas hacia la Santa
Sede. Con exacto sentido de las realidades de su tiempo, relegó las
aspiraciones teocráticas alimentadas por algunos sectores de la Curia
solidarios con la política desplegada a este respecto por Benedicto XII, y se
esforzó en encontrar, a través de textos concordatarios, soluciones positivas a
los problemas que dificultaban los contactos entre ciertos Estados católicos y
el Pontificado. Poco después de su elevación a la Silla de San Pedro, se
estipulaba, en 1741, un concordato con Carlos VII de Nápoles, en cuyos
consejeros el recelo y la animadversión hacia Roma alcanzaban temperaturas muy
elevadas. Un año más tarde, un nuevo concordato refrendó las negociaciones
entabladas desde los inicios de su Pontificado con Carlos Manuel III de Saboya.
El concordato firmado con España en 1753 fue el menos provechoso para la Santa
Sede de los acordados por el papa Lambertini, que, ante una situación en
extremo compleja y mal planteada por su predecesor, debió aceptar las
condiciones impuestas por la Corona española para su conclusión, que consagraba
los principios más caros de la tradición regalista. Un acuerdo con Portugal,
firmado poco antes de su muerte, completó su vasta obra diplomática. De entre
sus esfuerzos por mejorar y potenciar la vida de la Iglesia en países no
católicos, ocupa un lugar sobresaliente la reconciliación con Prusia, cuyo
monarca, Federico II, gran admirador del Pontífice, allanó las dificultades
opuestas al ejercicio del apostolado a los miembros de la «Misión del Norte» y
encuadró sin ninguna violencia confesional, en el marco de sus Estados, a la
católica Silesia. Como gran buscador de caminos de entendimiento entre el mundo
y la Iglesia, su muerte fue sincera y unánimemente lamentada por los pueblos
protestantes. Las directrices fundamentales que habían dado savia a su programa
quedarían, en el curso posterior de la historia del Pontificado, truncadas en gran
parte hasta las fronteras de la contemporaneidad.
Bibliografía.
Opera omnia, 17 vol., Prato 1839-47; E. MORELLI, Tre profili,
Roma 1955; L. PASTOR, Historia de los Papas, Barcelona 1910-61; D.
ROPS, La Iglesia de los tiempos clásicos, Barcelona 1960; E.
APPOLIS, Le Tiers Partid catholique au XVIII siecle, París 1960
(fundamental para el planteamiento doctrinal de su pontificado); E. PRECLIN y
E. IARRY, Les luttes politiques et doctrinales aux XVII et XVlll siecles.
París 1956 (positivista).
Benedicto XV
Benedicto XV (Giacomo Della Chiesa) n. en Génova el 21 nov. 1845, hijo
de los marqueses Giuseppe Della Chiesa y Giovanna Migliorati. Comenzó sus
primeros estudios en la casa paterna; los siguieron en una escuela privada, y
después los cursos secundarios en el seminario diocesano de su ciudad natal.
Terminado el bachillerato en el verano de 1871, hubiera deseado seguir el
camino del sacerdocio; pero, por deseo de su padre, en otoño del mismo año se
matriculó en la Facultad de Derecho de la Univ. de Génova, consiguiendo la
licenciatura el 5 ag. 1875 con una disertación sobre La interpretación de
las leyes. Sin obstáculos ya para seguir su vocación sacerdotal entró en
noviembre de ese mismo año en el Colegio Capránica de Roma, y siguió los cursos
de teología en la Pontificia Univ. Gregoriana, sin descuidar los estudios de
Derecho canónico, por los que tenía predilección. Celebró su primera misa en S.
Pedro el 21 dic. 1878. Entre tanto, del Capránica había pasado a la Pontificia
Academia Eclesiástica que prepara a los diplomáticos al servicio de la Santa
Sede. En 1881, en el periodo de aprendizaje en la Secretaría de Estado, llamó
la atención del entonces secretario para los Asuntos Eclesiásticos
Extraordinarios, mons. Mariano Rampolla del Tindaro, que, nombrado nuncio
apostólico en España, en 1882, le eligió como secretario particular. En Madrid
aprendió fácilmente a expresarse en español y, mientras perfeccionaba su
formación al lado del nuncio, dedicó todas sus horas libres al ministerio
sacerdotal y a la práctica de la caridad. Con ocasión de la epidemia de cólera
(1885), se prodigó por los enfermos con generosidad sin límites. Volvió a Roma
en 1887. Rampolla, elevado al cardenalato en el consistorio del 14 mar. de
aquel año, había llegado a ser Secretario de Estado con León XIII. Oella Chiesa
fue minutante de la Secretaría de Estado. Vivía con su familia y
ejercitaba con celo su ministerio sacerdotal. Entre tanto, la colaboración
asidua con el card. Rampolla desarrolla y profundiza en Della Chiesa sus
grandes talentos naturales. En 1901 el minutante es promovido al cargo
de Sustituto de la Secretaría de Estado; cargo que conserva durante
los primeros cuatro años del pontificado de San Pío X. A Rampolla sucedió en el
cargo de secretario de Estado mons. Rafael Merry del Val, que sólo más tarde
recibiría el título cardenalicio retirándose aquél, en su calidad de cardenal
arcipreste de la basílica de S. Pedro, al palacete, hoy demolido, reservado a
quien ostentaba tal cargo, llevando una vida de ascesis y de recogimiento, que
no turbaban ni sus viejos amigos; m. el 13 dic. 1913. Giacomo Della Chiesa fue
nombrado arzobispo de Bolonia en octubre de 1907. Pío X le consagró
personalmente en la Capilla Sixtina, el 22 de diciembre del mismo año. Su
espíritu sacerdotal alcanza la plenitud pastoral y se derrama en un ministerio
generoso e incansable. Los tiempos eran difíciles: la crisis modernista había
originado un clima de inquietud en el mundo eclesiástico. En este ambiente, la
promoción de mons. Della Chiesa pareció a muchos algo semejante a un destierro:
el sustituto de la Secretaría de Estado era relegado a Bolonia y observado
atentamente. El hecho de que, contrariamente a la costumbre, no fuese al poco
tiempo elevado al cardenalato, pareció confirmar estas hipótesis. La elevación
a la púrpura no llegó hasta siete años más tarde, en el consistorio del 25 mayo
1914, último del pontificado de S. Pío X; le fue asignado el título
presbiterial de los S. Cuatro Coronados. Pocos meses después, el 20 ag. 1914,
moría Pío X. El cardenal-arzobispo de Bolonia, con los otros miembros del Sacro
Colegio, entraba en cónclave el 31 del mismo mes y, la mañana del 3 sept. 1914,
el cardenal protodiácono Francesco Salesio della Volpe, anunciaba desde lo alto
de la galería exterior de la basílica de S. Pedro, la elección de Giacomo Della
Chiesa que, en memoria del otro arzobispo de Bolonia elevado a la cátedra de S.
Pedro, el card. Próspero Lambertini, había tomado el nombre de 8enedicto XV.
Europa vivía horas dramáticas. El primer conflicto mundial tendía a dilatarse
cada vez más. S. Pío X, casi a punto de morir, había pedido a todos los
católicos del mundo que hicieran impetraciones públicas para que, «casi
obligado por las plegarias de los buenos» Dios acabara con la visión funesta de
la sangre. A los cinco días de la elección Benedicto XV abrió su alma,
manifestando la amargura y el horror que le habían embargado al dirigir su
mirada al pueblo de Dios y a la humanidad. Había nombrado secretario de Estado
a un antiguo alumno de Rampolla, el card. Domenico Ferrata, nuncio en Bélgica y
cultivador profundo del Derecho, Desaparecido este colaborador en octubre, el
Papa llamó para sucederle a otro jurista, el card. Pietro Gasparri. No era
casualidad. En su primera Encíclica ( Ad Beatissimi Apostolorum Principis:
1 nov. 1914) se delinearon, en efecto, las primeras orientaciones de su
pontificado, que fueron precisándose poco a poco hasta asumir una forma
cumplida, casi sistemática. En un mundo dominado y arrastrado por la fuerza,
era necesario afirmar el derecho. A finales de aquel mismo mes de noviembre
propuso a los beligerantes una tregua navideña; faltó unanimidad en el
consentimiento por parte de ambos bandos y no se logró nada. El 24 de diciembre
se dolió de ello el Papa dirigiéndose a los cardenales; pero añadiendo que no
se resignaba al fracaso: «... Nos parece que el Divino Espíritu nos dice:
'clama, no ceses'.». Eran éstos discursos que los gobiernos en guerra no
querían escuchar. Miraban al Papa y pedían su alta intervención, pero para que
tomase posición denunciando y condenando. y era una solicitud que procedía de
ambos campos. Benedicto XV tomó resueltamente la defensa de los oprimidos por
el poder del más fuerte (Alocución consistorial del 22 en. 1915); por la
negación de la libertad de los mares (7 mayo 1915); y por las deportaciones de
los civiles (4 dic. 1916). Todos comprenden que el Papa condena la invasión de
Bélgica, el hundimiento del Lusitania, el trato dado a las poblaciones
civiles en los países invadidos por los alemanes. Los aliados desearían que las
responsabilidades germánicas fuesen denunciadas y reprobadas pública y
severamente; pero el Papa está por el derecho contra quienquiera que lo viole;
y mira, más allá de la guerra, a los arduos problemas de la paz, que antes o después,
se plantearán a los responsables de pueblos y naciones. Así toma forma y
extensión, mientras la Santa Sede está empeñada con todas sus fuerzas en
aliviar los sufrimientos de la guerra, el proyecto de una paz fundada en la
justicia, sin vencedores ni vencidos; es decir, asegurada por el derecho de
gentes y no por las armas. Este proyecto tomará su forma más completa en la
nota del 1 ag. 1917 de Benedicto XV a los Gobiernos beligerantes. Este paso,
precedido por sondeos diplomáticos discretos, en los cuales se distinguió el
aún joven nuncio en Baviera, mons. Eugenio Pacelli, tendía a que se pusiese fin
a la «inútil destrucción» y proponía una paz negociada, sin vencedores ni
vencidos, fundada sobre seis principios fundamentales: 1) desarme y arbitrio obligatorio
para resolver las disputas entre las naciones; sanciones para quien no lo
aceptase; 2) libertad garantizada de los mares; 3) condonación recíproca de los
daños y de los gastos de guerra; 4) restitución de los territorios ocupados; 5)
regulación de las cuestiones territoriales en armonía con las aspiraciones de
los pueblos; 6) examen particular de las cuestiones territoriales de Polonia,
de los Balcanes y de Armenia. La valiente iniciativa no tuvo éxito. Algunos
Gobiernos la acogieron bien; otros con no disimulada hostilidad. Incluso se
reprochó al Papa por parcialidad, o por haber desanimado a los combatientes
definiendo a la guerra como «inútil destrucción». No se puede excluir que en
los Gobiernos británico y francés influyese, además, una cláusula secreta del
pacto de Londres que, en mayo de 1915, había comprometido a Italia a tomar
parte en la guerra al lado de las potencias aliadas. El Gobierno de Roma había
pedido y obtenido (articulo 15 del tratado) que la Santa Sede fuese excluida de
toda gestión de paz. Pero sólo hacia finales de 1917 se tuvo noticias de esta
cláusula, precisamente cuando los soviéticos, dueños ya del poder, publicaron
los documentos secretos existentes en la Cancillería imperial rusa. La
exclusión, pretendida y obtenida por el Gobierno italiano, confirmaba lo
anormal que era, todavía en 1915, la posición de la Santa Sede a causa de la
irresoluta «cuestión romana».
A la acción diplomática, Benedicto XV asoció, intensísima, la de la
caridad, dirigida a aliviar los sufrimientos materiales y morales derivados de
la guerra. Decenas de millares de prisioneros inválidos fueron intercambiados
por los beligerantes; otros prisioneros, gravemente enfermos, fueron asilados
en Suiza, tierra neutral; una oficina de información, constituida en el
Vaticano, trabajó intensamente para buscar desaparecidos, internados,
prisioneros, y por restablecer los ligámenes rotos con las familias de origen.
De toda esta acción fue animador el ímpetu apostólico de caridad del Papa.
Como es conocido, al terminar el primer conflicto mundial se constituyó
la Sociedad de Naciones, auspiciada por el presidente de los Estados Unidos
para asegurar la paz en la seguridad de todos los Estados. Pero no surgió sobre
la base, indicada por el Papa, de una paz de reconciliación. El pacto
institucional de la Sociedad de Naciones, el Covenant, era parte
integrante del tratado de Versalles, es decir, de una paz impuesta con la
fuerza, y carecía, además, del requisito indispensable de la universalidad:
permanecieron fuera los Estados Unidos, aun siendo los promotores; fueron
excluidos en un primer tiempo los países vencidos; la URSS no perteneció
durante mucho tiempo. Benedicto XV, que desde el cese de las hostilidades había
implorado varias veces más a los hombres y a los responsables de las naciones
la reconciliación de las almas, resumió sus amonestaciones en la encíclica Pacem
Dei munus pulcherrimum del 23 mar. 1920.
Otros aspectos del pontificado de Benedicto XV merecen ser recordados;
no se puede olvidar la promulgación del Código de Derecho Canónico. La
codificación, querida por Pío X y dirigida por el card. Pietro Gasparri, fue
completada bajo Benedicto XV, que la promulgó con la Constitución Providentissima
Mater Ecclesia del 27 mayo 1917. También por orden suya en 1919, durante
la conferencia de paz que se realizaba en Versalles, se efectuaron los primeros
sondeos cerca de hombres de Gobierno italianos para la solución de la cuestión
romana. La guerra, ya se ha visto, había mostrado cuán anormal era la posición
de la Santa Sede y cómo su acción había sido obstaculizada por este grave
problema, siempre abierto.
Benedicto XV murió, después de breve enfermedad, el 22 en. 1922,
ofreciendo su vida como su predecesor por la paz del mundo. Débil de cuerpo,
tuvo un gran ánimo, una inteligencia profunda e iluminada, y una esforzada
tenacidad.
Sólo en los últimos años los historiadores objetivos comienzan a
reconocer, junto con estos dones, su imparcialidad y su previsión profética.
Fue hombre de caridad sin límites, hasta el punto de que alguno le consideró
pródigo y no siempre prudente; frente al sufrimiento humano, prefería
equivocarse por exceso más que por defecto. Una vena constante de humorismo le
acompañó en todo su itinerario terreno, y al evocar su bondad noblemente
generosa, incapaz de revestimientos, se refieren de él episodios y palabras que
le avecinan en nuestra humanidad más como hermano que como padre.
Bibliografía.
E. VERCESI, II Vaticano, il papa e la guerra, Milán 1928; ÍD.,
Tre Papi, Milán 1928; F. VISTALLI, Benedetto XV, Milán 1955;
G. B. MIGLIORI, Benedetto XV, Milán 1955; F. HAYWARD, Un pape
méconnu, Benoit XV, París-Tournai, 1955; Benedetto XV: i cattolici
e la prima guerra mondiale, en «Atti del Convegno di studio tenuto a
Spoleto nei giorni 7-8-9 settembre 1962», Roma 1963, 12-904; G. JARLOT, Doctrine
pontificale et histoire, Roma 1964.
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