miércoles, 4 de septiembre de 2013

FRAY RAMÓN PANE, DESCUBRIDOR DEL HOMBRE AMERICANO*

FRAY RAMÓN PANE, DESCUBRIDOR DEL HOMBRE AMERICANO*
Versión ampliada del que publiqué, con el título Ramón Pané o el rescate de un mundo mítico, en Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico  y el Caribe, No. 3, (julio-diciembre 1985), págs. 2-8.

 Fuentes: José Juan Arrom. Fray Ramón Pané. THESAURUS. Centro Virtual Cervantes. Año 1992. Tom. XLVII. Núm. 2. Págs. 337 a 353

Colón, buscando una ruta más corta para llegar a las Indias, accidentalmente encontró unas islas desconocidas por los geógrafos  europeos. En el transcurso del viaje describid el paisaje de las islas e instaló en ese paisaje a unos seres exóticos a los que llamó indios.
En el siguiente viaje trajo consigo a un fraile Jerónimo a quien ordenó que indagara las "creencias e idolatrías" de aquellos extraños seres. El fraile, acatando el mandato, fue a vivir entre los indios, aprendió su lengua, escuchó sus cantos y sus cuentos, y apuntó lo que pudo de sus asombrosos relatos. En el proceso de sus pesquisas descubrió el ser del hombre americano y rescató para la posteridad el fascinante mundo mítico de los antiguos moradores de las Antillas.
La importancia de la extraordinaria hazaña del fraile pasó casi inadvertida hasta hace unas dos décadas. Se sabía que había entregado a Colón unos apuntes, conocidos por el título de Relación acerca de las antigüedades de los indios. Pero al buscar el texto original, sólo ha podido hallarse una defectuosa traducción al italiano, inserta en un libro del cual hasta se puso en duda su autenticidad. Es más, ni siquiera se sabía a ciencia cierra el verdadero nombre del fraile: ¿Román, romano, Román o Ramón? ¿Pan, Pané o Pané? En tales circunstancias se prestó tan escasa atención a lo que se ha conservado del estragado documento que un competente antropólogo cubano, Ernesto Tabío, en 1970 resumió el estado de la cuestión en estos términos:
El colector de la mayor parte de esos mitos fue un religioso catalán que vino con Colón en su segundo viaje. Y Las Casas... señalaba que tenía muy poca cultura y... además conocía poco la lengua de los aborígenes. Para un hombre de ciencia racionalista le tiene que ser muy difícil aceptar esta información que, de inicio, está viciada por muchas dificultades (ERNESTO TABIO PALMA, El aborigen cubano: nueva versión de un mundo viejo, Cuba Internacional, La Habana, abril de 1970, pág. 47.)
Tabío tenía razón en cuanto a que los problemas que el texto presentaba no eran pocos ni de fácil solución. Ahora bien, en lugar de desecharlo por eso, lo que urgía era cambiar de algún modo aquel estado de cosas para aprovechar en lo posible los informes que contenía. A ese efecto se hizo necesario empezar por el principio.
En el principio fray Ramón Pané  pues tal era el nombre del fraile - desembarcó en la Española en enero de 1494 (Éstas y las demás noticias sobre la vida y la obra de Pané  se han tomado del Estudio preliminar y las notas de mi edición de la Relación acerca de las antigüedades de los indios, México, Siglo XXI editores, 1974. La paginación corresponde a la 8a. ed., corregida y aumentada, México, 1988.) Primero fue a vivir en la provincia de Macorís, habitada por los ciguayos, un grupo de indígenas que no hablaban la lengua general. Al cabo de unos meses, percatándose de que debía de realizar sus pesquisas entre los que hablaban la lengua predominante de la isla - los tainos- en la primavera de 1495 pasó al cacicazgo de Guarionex. Con Guarionex y sus súbditos convivió unos cuatro años, tiempo que le permitió aprenderlo suficiente del idioma de sus informantes para llevar a cabo la tarea que se le había encomendado. Hacia 1498 entregó al Almirante el cuadernillo en el que había ido vertiendo a español lo esencial de los relatos míticos que había escuchado en la lengua aborigen. El Almirante, o algún emisario suyo, llevaron el cuadernillo a Sevilla. Allí lo leyó Pedro Mártir de Anglería.
Impulsado por la novedad de las noticias, presurosamente trasmitió lo que más le interesó en una carta en latín dirigida al cardenal Ludovico de Aragón, carta que se publicó en la primera de sus De Orbe Novo Decades. En Sevilla también manejó el manuscrito fray Bartolomé de Las Casas. En su afán de acopiar cuanta noticia pudiera servirle en la noble tarea de defender la dignidad del indio, compendió lo que halló útil para sus fines. Esos apuntes pasaron luego a formar parte, junto con algunos comentarios suyos, de tres capítulos de su Apologética historia de las Indias. Por último, el hijo segundo de Colón incluyó la Relación completa en la Historia del Almirante don Cristóbal Colón por su hijo Fernando. Esta obra quedó inédita al morir su autor en 1539, y siguió inédita pues en aquellos años era sumamente dificultoso que se publicara en España lo que en el fondo era un alegato en defensa de los derechos de su padre. Como se recordará, en esa época estaba en pleno auge la campaña de difamación contra el Almirante, con el evidente propósito de negarle los privilegios prometidos por la Corona en las Capitulaciones de Santa Fe. En un clima político tan adverso, el manuscrito fue llevado a Italia, probablemente por Luis Colón, nieto del Almirante, y traducido al italiano por Alfonso de Ulloa. Esa traducción se publicó en Venecia en 1571, pero después de esa fecha nada ha vuelto a saberse del manuscrito de la Historia de Fernando, ni del original de la Relación de Pané
Si la traducción de Ulloa hubiera sido modelo de fidelidad y esmero, se habrían evitado no pocos de los problemas que presenta la obra entera. Pero no fue ese el caso. Son tan frecuentes las inexactitudes, incongruencias y descuidos que aparecen en la obra de Fernando, que por muchos años se pensó que fuese una superchería de Las Casas, o tal vez de un autor contemporáneo de Fernando, Hernán Pérez de Oliva, cuya Historia de la Invención de las Indias también se había perdido. Como ambas hipótesis han quedado invalidadas por el hallazgo y publicación de la Historia de Pérez de Oliva (HERNÁN PÉREZ DE OUVA, Historia de la inuención de las Indias. Estudio preliminar, edición y notas de José Juan Arrom, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1965.) de ahora en adelante me referiré únicamente a la Relación.
Comencemos por consignar una noticia que se desconocía hasta fecha muy reciente: Ulloa hizo la traducción estando preso en una cárcel veneciana, donde falleció de fiebres malignas en 1570. Lo que dejó de la traducción fue en realidad un borrador al que le faltaba una última revisión para la cual no le alcanzó la vida. El inconcluso manuscrito fue recogido por manos amigas y se dio a la imprenta, tal como estaba, en 1571. Es precisamente de esa estragada versión que parten las ediciones y traducciones que se han hecho posteriormente, en las cuales se repiten, y con frecuencia se aumentan, las fallas iniciales.
Estos son los motivos que explican que en el texto de la Relación se encuentren lagunas que el autor acaso pensó llenar al acabar el trabajo; que haya lecturas festinadas de las voces tainas en las cuales faltan unas letras, o se confunden unas con otras o se trastruecan. A lo cual puede agregarse que Ulloa procedió a italianizar, a veces de manera violenta, términos que no siempre han sido vertidos a sus correspondientes formas originales al traducir el texto al español o a otras lenguas.
Veamos algunos ejemplos. Ulloa escribió giutola en un contexto en el cual es patente que el original sería yuca; donde copió conichi  es simplemente el plural de conuco; iobi son jobos; guanini e cibe  son, desde luego, guanines y cibas; cazzqbi es cazabe; las variantes cimini y cimiche corresponden a ceníes. Otras veces las italizaciones son menos transparentes. Apunta que los espíritus de los muertos volvían de noche a comer de una fruta cuyo nombre da como guabaiza.
Bachiller y Morales pensó que esa fruta fuese la guanábana. Pero Anglería explica: fructu nobis incógnito cotono simili (fruta desconocida de nosotros semejante al membrillo), y la fruta que se parece al membrillo, en forma, sabor y textura, no es la guanábana, sino la guayaba. De igual modo, al espíritu de los indígenas, estando vivos lo llama goeiz, término en el cual omitió la vocal final a: así completado daría goeíza, o como escribe Las Casas, guaíza, que es la hispanización de wa- 'nuestro' e ísiba 'rostro'; es decir, lo que caracteriza y distingue a las personas estando vivas. En cuanto a topónimos en que se leyeron mal algunas letras sirva de ejemplo Macorís donde debió decir Macorís. Y sólo tres ejemplos más, estos de antropónimos. Caonabo, corrigiendo la confusión de la n y la u, y acentuando debidamente, es Caonabo. El nombre de pila del fraile usualmente lo escribe Román y en una ocasión Romano. Y al alcaide de la fortaleza de la Concepción lo llama Giovanni di Agiada, que he visto traducido por Juan de Aguado, cuando su verdadero nombre era Juan de Ayala (Todas las correcciones han sido debidamente documentadas en las notas a la citada Relación)
Si esto ocurrió con términos cuyas inexactitudes pudieron haberse rectificado mediante una escrupulosa lectura, es de imaginarse lo que sucedió con los nombres, poli silábicos y totalmente extraños a impresores y traductores, de los seres mitológicos que se mencionan en la obra. Baste indicar que uno de ellos, Basamanaco o Bayamanaco aparece escrito de cuatro maneras diferentes, y que los del Ser Supremo y los de la Madre de Dios, no obstante su prominencia en el panteón taino, han sufrido tales alteraciones que resulta sumamente dificultoso lograr que coincidan las grafías que de ellos han dejado Ulloa, Anglería y Las Casas.
Esos nombres contienen, empero, la naturaleza, las funciones y los atributos que los indígenas les asignaban a sus dioses. Es, por consiguiente, de suma importancia reconstruir en lo posible las grafías originales, pues sólo así pudiera procederse al posterior análisis estructural que nos revele sus más herméticos y recónditos sentidos.
A manera de ejemplos intentemos desglosarlos del Ser Supremo y los de la Madre de Dios. Habiendo expuesto Pané su propósito en el título y el breve párrafo que sirve de exordio a su discurso, entra inmediatamente en materia en el segundo párrafo, que restaurado y traducido dice así: Cada uno, al adorar los ídolos que tienen en casa, llamados por ellos cemíes, observa un particular modo y superstición. Creen que está en el cielo y es inmortal, y que nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio, y a éste llaman Yúcahu Bagua Maórocoti, y a su madre llaman Alabey, Yermao, Guacar, Apilo y Zuimaco, que son cinco nombres {Relación pág. 3).
La extrema concisión de este apunte llevó a Las Casas a parafrasearlo de la manera siguiente: La gente de esta isla Española tenían cierta fe y conocimiento de un verdadero y solo Dios, el cual era inmortal e invisible que ninguno lo puede ver, el cual no tuvo principio, cuya morada y habitación es el cielo, y nombrándolo Yócahu Vagua Maórocon; no sé lo que por este nombre quisieron significar, porque cuando lo pudiera bien saber, no lo advertí (Relación, pág. 71).

El tono de poesía oral que se percibe en estas exploraciones lingüísticas me lleva a indagar otros valores literarios contenidos en la Relación. A ese fin volvamos al título y al párrafo inicial del discurso. Restaurados y nuevamente traducidos dicen así:
Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, las cuales, con diligencia, como hombre que sabe la lengua de ellos, las ha recogido por mandado del Almirante.
Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las Islas y de la Tierra Firme de las Indias, escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios, y de cómo veneran a sus dioses. De lo cual ahora trataré en la presente relación (Ed. cit., pág. 3).
Tal vez haya sido pura casualidad que la primera y la última de las palabras de este pasaje se an relación. De todos modos, tanto la reiteración como el lugar privilegiado que ocupan al principio y fin de lo acotado conllevan algo de vislumbre anticipatorio en nuestras letras. Colón eligió, como se recordará, el diario y la carta como modelos retóricos para comunicar sus insólitas proezas en las Indias. Pane escogió, acaso inocentemente, el de la relación para reportarlas suyas entre los indios. El término relación tiene, entre otros sentidos, el de "acción y efecto de referí r" y el de "informe que un auxiliar hace de lo substancial de un proceso o de alguna incidencia en él ante un tribunal o juez" (DRAE, s. v.). Sin acudir a otras precisiones, basten estas para subrayar que Pane refiere el resultado de sus pesquisas y lo entrega al Almirante en calidad de subalterno. Esta fórmula legalista le permite valerse de un "yo" narrativo que reaparecerá en el Lazarillo de Tormes y su larga progenie de picaros. Pane comienza: "Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las islas... escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios". Y Lázaro empieza: "Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé Gonzales y Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca". Y cabe recordar que el mismo modelo retórico fue igualmente productivo en esta banda del Atlántico en algunas de las más destacadas obras escritas en los siglos coloniales: si van de ejemplo las Cartas de relación enviadas por Cortés al Emperador, y las festivas observaciones tituladas El Lazarillo de ciegos caminantes... por Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, escritas por Alonso Carrió de la Vandera.
Cabe también traer a colación una obra más cercana a nosotros. Me refiero a los Infortunios de Alonso Ramírez, publicado en 1690 por Carlos de Sigüenza y Góngora. Empleando estrictamente la misma fórmula, Juego de un párrafo a manera de exordio, la obra comienza: "Es mi nombre Alonso Ramírez y mi patria la ciudad de San Juan de Puerto Rico... Llamo semi padre Lucas de Villanueva... que era andaluz, y sé muy bien haber nacido mi madre en la misma ciudad de Puerto Rico, y es su nombre Ana Ramírez". Pero luego de esta inicial coincidencia, el autor acude a otro modelo retórico de más añejas raíces en la narrativa hispánica: el de la. Peregrinatio vitae. Vale consignar que ese modelo se había usado en América desde mucho antes: en la Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, escrita en Lima en 1586 por JOSÉ DE ACOSTA, obra que indebidamente se tuvo por simple biografía de un obscuro personaje de la colonia cuando es, en realidad, una breve novela de viajes y aventuras (5 Vid. JOSÉ DE ACOSTA, Peregrinación de Bartolomé Lorenzo. Edición y prólogo de José Juan Arrom, Lima, Petro Perú, 1982, y mi estudio Carlos de Sigüenza y Góngora: relectura criolla de los Infortunios de Alonso Ramírez, en Thesaurus, Boletín del instituto Caro y Cuervo, Bogotá, XVII, 1987,págs. 23-46.)

Con el loable deseo de poner orden en aquel aparente caos, en 1907 Jesse W. Fewkes propuso una clasificación tipológica de las referidas piezas7. Sus buenas intenciones tampoco han servido para mucho en este caso. La simple ordenación por sus rasgos estemos sin descodificar el mensaje de su lenguaje simbólico nada revela en cuanto a la naturaleza y las funciones del ser que representan, ni sirve para apreciar debidamente el arte lapidario del tallador taino.
Por otra parte, si acudimos a los informes del ermitaño catalán, en el capítulo XIX puntualiza: "Los cemíes de piedra son de diversas hechuras. Hay algunos que dicen... son los mejores para hacer parir a las mujeres preñadas... otros tienen tres puntas y creen que hacen nacer la yuca". Más adelante (capítulo XXVI) refiere que a estos últimos solían enterrarlos en sus campos de labranza y regarlos con algún líquido diciendo: "Ahora serán grandes y buenos tus frutos". Todo lo cual Anglería confirma.
Llamando erróneamente ajes a la yuca de que se hace el cazabe, escribe: "En las raíces de los ajes se veneran los que son hallados entre los ajes, es decir, la clase de alimento de que arriba hablamos.
Dicen que estos cemíes se ocupan de que se forme aquel pan". Es patente que se trata de ritos agrícolas de carácter propiciatorio, en los cuales la mágica presencia del cerní fertilizaba la tierra y multiplicaba el rendimiento de las cosechas. Se ha señalado anteriormente que el Dios Supremo, proveedor de la Yuca y Señor del Mar, se llamaba Yúcahu Bagua Maórocoti. Habiendo descodificado sus nombres y funciones, sólo quisiera añadir que este bondadoso numen de los tres nombres, representado en las piedras de tres puntas, resume en sí los tres elementos primordiales que se armonizan y conjugan en las felices islas de los tainos: tierra, mar y hombre.
7 (JESSE W. FEWKES, The Aborigines of Puerto Rico and Neighboring Islands)
Son tan numerosos y conocidos los ejemplares de trigonolitos que se conservan que ello me exime de referirme concretamente a clarísimas alusiones a la naturaleza y las funciones atribuidas a Yucahuguamá: peces, aves, tortugas, manatíes y otras manifestaciones de la fauna marina; a ranas que anuncian la lluvia indispensable para los sembrados y a reptiles destructores de plagas dañinas. Y sobre todo, a las extremidades empleadas como medios de locomoción subterránea y a los impresionantes rostros que se destacan en muchos de los más elaborados y mejor esculpidos.
Además, el lector podrá examinarlos en el libro Mitología y artes prehispánicas de las Antillas en el cual he reproducido y comentado algunos de los más sugerentes. ((JESSE W. FEWKES, Mitología y artes prehispánicas de las Antillas, México, Siglo XXI, 1985. Nueva edición, revisada y ampliada, México, 1989. )Pasemos a otro caso que escojo por ser muy reciente
En la portada del número 20, 1987, del Boletín. Museo del Hombre
Dominicano aparece un cerní que la persona encargada del número describe en los términos siguientes:
Amuleto en piedra blanca de la isla de Santo Domingo... Representa dos figuras humanas unidas. Los investigadores lo han designado con varios nombres tales como: ídolo mellizo, ídolos gemelos, amuleto siamés.
Amuletos similares a estos han sido localizados en la región de Chalchaqui, Argentina y Ambrosetti los denominó como 'amuletos para amor'. Otros autores lo consideran como la representación del dios inca Huacanqui Carumi
 Amuletos para el amor; representación de Huacanqui Carumi. Tales postulados contribuyen a destacar la imaginación del sabio argentino y la erudición del editor dominicano. Creo, empero, que a este título le hubiera resultado más fácil - y más provechoso - empezar por Pane. Al hojear la
Relación hubiera encontrado lo siguiente: Y también dicen que ... en dicha cueva había dos cemíes, hechos de piedra, pequeños, del tamaño de medio brazo, con las manos atadas, y parecía que sudaban. Los cuales cemíes estimaban mucho; y cuando no llovía, dicen que entraban allí a visitarlos y en seguida llovía. Y de dichos ceníes, a un llamaban Boinayel y al otro Márohu (Cap. XI). Y si se hubiera detenido a leer las notas al texto hubiera hallado
Que flomoye/ significa 'Hijo de Boina', la Serpiente Parda o sea, por metaforización, 'Hijo de las Nubes Grises, cargadas de lluvia' y Márohu equivalente a 'Sin-Nubes', es decir, Tiempo Despejado.
Todo lo cual lo confirma Las Casas: "lo que pudo este fray Ramón colegir fue que tenían algunos ídolos o estatuas de las dichas ... Estas creían que les daban el agua, y el viento, y el sol, cuando lo habían menester" {Apéndice, pág. 73 de la 8a. ed.).
En cuanto a los "amuletos similares" localizados en la región de Chalchaqui, debo advertir que, sin ir tan lejos, también se han hallado en las Antillas. Es más, existen dos series: una de los ídolos unidos como los mencionados, y otra, igualmente numerosa, del más necesario de los dos, el que daba las lluvias. He reproducido varios de los especímenes más significativos en el capítulo 4 de la referida Mitología y artes prehispánicas de las Antillas.
Por último, volvamos a las hazañas de los cuatro hijos de Itiba Cahubaba. Habiéndolas comentado como discurso narrativo de considerables méritos literarios, quisiera examinarlas como imprescindibles fuentes etnográficas para interpretar dos obras maestras de la cerámica indo antillana.
La primera de estas piezas es una vasija efigie que se halla en el Museo del Indio Americano en Nueva York. El día que la vi me acompañaba el entonces director de esa institución, Frederick J. Dockstader. Al comentar yo que la vasija representa a Dominan Caracaracol, el héroe cultural que había donado el fuego y el cazabe a los tainos, esbozó una sonrisa de incredulidad. Al dar a conocer la referida pieza en su libro Indian Art in Middle América la describe como "Humpbacked Clay Jdol" (ídolo corcovado de barro), e informa lo que traducido dice así:
El aspecto caviloso del semblante de esta figura acuclillada le imparte un aire que se aumenta con el poderoso modelado. Es uno de los mejores objetos de barro procedentes de las Antillas que se conocen... Y la extrema delgadez de las paredes hace de esta pieza un asombroso tour de forcé en el arte de la cerámica. Se hallaba colocada sobre un altar en una caverna donde la encontró Theodoor de Booy en 1916 (9. FREDERICK J. DOCKSTADER, Indian art in middle America, Greenwich, CT. New York Graphic Society, 1964, lám. 193.)
Las noticias en cuanto a las circunstancias en que fue encontrada confirman la función religiosa de la imagen. Pero lo que Deminá tiene en la espalda no es una joroba. Es una tortuga: la tortuga que en el relato de Pane fue formada por el esputo que su iracundo abuelo le lanzó a la espalda, y de la cual se gestó la nación taina (V. láms. 56-58 de Mitología).
La identificación de la imagen de Deminán permite proceder a lado un fragmento de vasija fortuitamente encontrado en los fondos del Musée de l'Homme en París. El fragmento representa una cabeza que posiblemente sea la de Itiba Cahubaba, la fecunda Madre Tierra, roturada para que rindiese sus cuadruplicados frutos Oám. 54). Contribuye a señalar una relación entre las respectivas efigies de la madre y la del más denodado de sus cuatro hijos, la forma de los ojos, a manera de granos de café levemente inclinados, diseño que no he hallado en ninguna de las imágenes que conozco de otros seres míticos.
 Para singularizarla como representación de la Gran Paridora que ha muerto al dar a luz a los Cuatro Gemelos, obsérvese la frente abombada, el rostro igualmente abultado y los labios tumefactos, señales inconfundibles de que ha comenzado ya el proceso de descomposición después de fallecida.
Ampliando el marco de estas pesquisas ha sido posible comprobar que ese fragmento, fue parte de una vasija que obedece al mismo modelo de voluminosos botellones femeninos, en los cuales la cabeza forma el vertedero del recipiente. (Otro ejemplo en Mitología y artes... láms. 52-53). No se trata, pues, de un artefacto aislado, sino de un impresionante espécimen modelado como parte de una serie de imágenes que representan al mismo numen.
Todas esas vasijas rematan en un extraño objeto a manera de capacete o turbante en la cabeza de la figura. El lugar prominente que ese objeto ocupa, su considerable volumen en relación al rostro y la extrema atención prestada a los pormenores hacen pensar que no sería un adorno cualquiera, sino un elemento esencial en la codificación del mensaje simbólico que el ceramista ha querido expresar.
En el fragmento allí expuesto el objeto referido lleva en el panel frontal y el dorsal incisiones en forma de sendos trapecios.

Prosiguiendo la descodificación cabe inferir que ese mensaje correspondería a la naturaleza cósmica  de Itiba Cahubaba. Partiendo de ese postulado asumamos que el lado superior de las incisiones

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