miércoles, 26 de febrero de 2014

LIBERALISMO y JACOBISMO.



LIBERALISMO y JACOBISMO.
Artículo escrito por  don Federico Garcia Godoy, Cuna de América No 27, 7de  julio de 1907.
Aminados del mismo espíritu del  viejo sectarismo judaico, modernos escribas y fariseos, pontificado en nombre de los que se les antoja llamar la verdad, prosiguen con ahincó la obra de destruir toda clase de símbolos religiosos, y muy particularmente cuando evoca el recuerdo de la gran figura histórica del fundador del cristianismo. Y  no  ya en el terreno de la investigación paciente  y laboriosa,  en el vasto campo donde chocan las ideas produciendo  vivos resplandores, sino en la realidad vibrante de los hechos de la vida diaria, en van exteriorizando tales manifestaciones de  intolerancia y de poco respeto a las  creencias  ajenas, que   por ello, naturalmente, se oyen a cada paso voces de alarma, gritos de protesta, clamores de conciencias cruelmente heridas en su parte más sensible.
Al horrible fanatismo religioso, purpurado de sangre, incinerador de herejes, a lo Torquemada y  Felipe II, sucede, a los ojos vistas, otro fanatismo por completo incruento y mas manso en su aspecto visible, aunque menos lógico que el otro  en el fondo y con los mismos lineamientos de inflexible intolerancia.
En nombre y representación de ciertos principios, falsamente interpretados, se quiere ejercer un apostolado de verdad, realizar una obra de ficticias depuración, sin percatarse que semejante propósito contiene en  si,  por su agresión violenta al santuario  de la conciencia individual o colectiva, gérmenes de contradicción resaltante que tienden a esterilizar el cumplimiento del magisterio moral que se propone.
En virtud de una orden de la Comisión de Caridad y beneficencia pública de Montevideo se han expulsado los crucifijos de las salas del  Hospital de aquella culta ciudad de Montevideo se han expulsado los crucifijos de las salas del Hospital de aquella culta ciudad. De ahí una controversia empeñada y ardiente, en  que José Enrique Rodó, el  insigne escritor uruguayo, ha defendido, con gran acopio de erudición filosófica de buena cepa y con hermosa brillantez de estilo, los fueros de la libertad de conciencia y el verdadero concepto histórico, vulnerados o desconocidos por  aquella censurable  disposición.
El autor de Ariel la ha calificado acertadamente no como  manifestación de “radical”. Y extremado liberalismo”, según frase de un periodista montevideño, sino como lo  que es en realidad: “un acto de franca intolerancia y de extrema incompetencia y de estrecha incomprensión moral e histórica”. Razón que le sobre tiene, a mi ver José Enrique Rodó ya  bastante tiempo que para  mí ha desaparecido la aurora de divinidad que muchos ven todavía en la figura serena y dulce de Jesús.
Ya no se  dirigen las almas por los senderos de la bienaventuranza eterna arrastradas por la suave unión  de sus palabras encendidas y persuasivas. Las concupiscencias innobles han  marchitado la rosa mística de su ideal de amor y esperanza. Pero subsiste, firme e inquebrantable, a despecho de cuantas negaciones se hayan producido o puedan producirse, su ser moral, su personalidad de  reformador, recia y fuerte estructura del sembrador  de altos conceptos de humano altruismo, antes que él, ciertamente, expresados, de modo por él, únicamente  por él como lo afirma Rodó, cristalizados en la prolífica realidad del sentimiento colectivo, en la sencilla psicología  de las muchedumbres seducidas por la novedad de sus ideas llamadas a operar una transformación social de incalculable trascendencia.
Acabo de leer  el famoso libro de Emilio Rossi, ensalzado por unos hasta la hipérbole y por otros denostado con exagerada acritud.. Contiene la más radical negación que  hasta ahora se haya  hecho de  la existencia personal de Jesús. Está indudablemente escrito con cierto método científico que le presta no escaso valor relativo, pero por todos los poros de su epidermis resuma, copiosamente, no un ideal de verdad serenamente perseguido, sino un propósito  de proselitismo mezquino, de propaganda vulgar, que obscurece, en gran parte, algunas de  sus páginas, las mejores, tal vez de la obra.
Como  todos los que se dejan ir por la pendiente de las negaciones absolutas, fabricas teorías a su antojo, y así y así pretende reemplazar la tradición de la existencia personal de Jesús con cierta evolución mística, en  que entran elementos de índole varia y discrepante, que, bien estudiada resalta más inverosímil y sin verdadera consistencia científica.
Para Emilio Ross, el religionario de Judea es pura “creación teológica, dogmatica y mitológica “, y fundado en criterios pasaje de la metafísica de Filón, el célebre filósofo alejandrino, atribuye a éste el carácter de verdadero fundador del cristianismo… Como síntesis de una gran evolución histórica, el cristianismo, indudablemente aparece ante el examen crítico como un vasto conglomerado en que, sin  necesidad de extremar el análisis, apercíbanse, a la  simple vista, materiales procedentes de la cantera de diversos sistemas religiosos. Por  eso,  considerado en cierto sentido, carece de peculiar originalidad. Todas las religiones, anteriores o coetáneas,  han aportado en mayor o menor cantidad  su contingente para la construcción de la vasta obra.
Pero nada  de eso invalida, ni mucho menos, la tesis brillantemente sustentada por el perspicaz crítico americano. Como éste sostiene, el concepto de la caridad había ya  surgido, a manera de chispazos, en época anterior a Jesús, del cerebro de algunos sabios y poetas; más sin positivo y visible alcance práctico, con  valor puramente ideológico. El Homo sumt,…. De Terencio había sonado ya dejando una estela de luz en algunas almas selectas. Pero ese concepto flojo sólo en las alturas de la intelectualidad, vago,  embrionario, sin contornos precisos.
Las muchedumbres lo desconocen por completo. Para que esa idea se abierta paso  hasta el alma colectiva y arraigada fuertemente en ella,  fueron necesarios la prédica persistente de Jesús y el  ejemplo de su corta vida plena de abnegaciones y de desprendimientos. Ahí estriba su mayor mérito, la parte más perdurable de su obra,  que el jacobismo al uso, intolerante y mezquino, pretende  torpemente reducir a  pavesas en nombre de un liberalismo falso a todas luces.
En determinadores de principios forzosamente relativos y que pretenden elevar a la categoría de absolutos. Producto de tal convicción, la  lógica de esos hombres, implacable y dura, reviste toda la inflexibilidad de  la línea recta.  Ya Taime, en su maravillosa obra sobre  la Revolución Francesa, lo hizo notar al referirse a ciertos hombres que actuaron en primera línea en aquel tormentoso periodo de la historia humana. El jacobismo  resulta, en  muchas ocasiones,  resaltante antítesis del genuino liberalismo. Como  lo sugiere un crítico, al juzgar Les Jacobines, la  reciente producción teatral de Abel Hermant, el Jacobismo,. Que  tenía  ya su política, va también formando su moral.
Es falso, absolutamente falso, ese liberalismo que se ensaña con  símbolos que evocan las más grades ideas que han agitado, purificándolo, el ambiente casi siempre deletéreo en que se mueve ese  ser colectivo llamando humanidad. Si de improviso se suprimieran  de la historia algunos nombres excelsos, verdaderas cúspides de positiva grandeza moral, no se varía la humanidad, en su marcha al través del tiempo y del espacio, sino como un monstruo insaciable, alimentado sólo con  víctimas propiciatorias, como aquel horrible dios de la guerra de los indios aztecas.
Y entre esas cúspides, en la más alta,  se levanta y se  levantará siempre aureola ´por una admiración muchas  veces secular, la figura melancólica y dulce  de Jesús, como  miraje de hipnotizadora seducción para los hambrientos de amor, de paz y de  justicia. Nada  importa que mezquinos apetitos, intereses  del momento, espíritus de estrecho sectarismo, hayan enturbiado la linfa cristalina que brota de su código de perfección moral, el  de más alto valor y alcance  reformador social, grande y excelsa, esplenderá continuamente, como   esplende, herida por los rayos del sol,  la nieve perpetua, de  blancura inmaculada, que corona la cima más elevadas e inaccesible de la  tierra
Fuente  consultada: Publicado en la Obra d Julio Jaime Julia. Rodo y Santo Domingo (Recopilación).  Año. 1971.




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