América Latina y el Caribe, una nueva era multilateral
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El sistema internacional
contemporáneo atraviesa un proceso de transformación. Una conversión que
incluye cambios de gran magnitud en cuanto a la naturaleza, las fuentes
y las pautas de distribución del poder y la riqueza. Globalización y
transnacionalización económica, por un lado. Por otro, el carácter
nacional de la política y el poder son las variables que caracterizan la
crisis del multilateralismo en el sistema internacional, centrada a su
vez en tres cuestiones fundamentales: representatividad, legitimidad, y
eficacia.
En el ámbito regional de
América Latina y el Caribe, los procesos de cambio tanto en la
naturaleza como en la distribución del poder en las diferentes
estructuras –seguridad, producción, crédito y finanzas, bienestar y
conocimiento– se traducen en una doble dinámica de ascenso y creciente
diferenciación. Ascenso de la región en su conjunto, impulsado por un
fuerte crecimiento económico, mayor proyección global, y por una mayor
presencia en los organismos internacionales y las estructuras emergentes
de la gobernanza global.
En paralelo, la marcada
heterogeneidad que ha caracterizado históricamente a América Latina y el
Caribe se ha acrecentado. A las tradicionales disparidades de desempeño
económico y estructura social, se han añadido otros factores de
diferenciación relacionados con los modelos políticos, las estrategias
de desarrollo o las opciones de política exterior.
La creciente interdependencia
de las sociedades trae aparejada la emergencia de genuinos riesgos y
amenazas globales derivados de dinámicas demográficas y movimientos
migratorios; del cambio climático y la explotación con pautas no sostenibles de los recursos naturales y las fuentes de energía; de amenazas transnacionales a la seguridad; de la crisis económica internacional, con sus evidentes demandas de coordinación y concertación macroeconómica; y del aumento de la desigualdad global.
Desde un punto de vista
económico, existen riesgos asociados a una “recaída” de la crisis y una
evolución económica desfavorable de los países avanzados y de otras
economías emergentes de Asia; también, el peligro de la «reprimarización» y la «sino-dependencia» de la estructura productiva y las exportaciones de la región. Todos ellos exigen una acción política común.
Estos riesgos y amenazas
generan una conciencia de futuro colectivo. Comportan la necesidad de
repensar la comunidad política y sus mecanismos de gobernanza a fin de
poder convertir esos riesgos y sus consecuencias –Males Públicos
Globales– en Bienes Públicos Globales (BPG).
Centrando el foco en la
región latinoamericana, la aproximación de ésta al multilateralismo no
responde solo a meros intereses nacionales o a factores funcionales.
Algunos especialistas lo califican como un multilateralismosui generis. Además
existe un “multilateralismo latinoamericano”, con rasgos propios del
continente, derivados de su actuación en el escenario internacional.
América Latina ha demostrado
su compromiso con el multilateralismo a través de la participación de
los países de la región en los regímenes y tratados internacionales en
vigor. Destacan sus importantes aportes doctrinales al derecho
internacional –en particular, los principios de soberanía y no
intervención, que se afirmaron a través del marco panamericano y
posteriormente en la Carta de Naciones Unidas– y su participación en
sucesivos procesos de integración regional.
El camnio hacia la
regionalización se ha acentuado y redefinido con el fin de la Guerra
Fría. La decadencia de las alianzas geoestratégicas, que habían marcado
esa época, impone a los Estados la necesidad de “localizarse” en el
nuevo escenario mundial para dar respuesta a los retos de la
globalización, de modo que la región se convierte en la única referencia
organizativa válida entre lo estatal y lo mundial.
Más allá del “apego generalizado” al multilateralismo y el discurso a favor de un “nuevo multilateralismo para el siglo XXI”, este
término requiere de cierta clarificación conceptual. El
multilateralismo es principio y norma legal, así como discurso político,
aspiración moral y lógica funcional. Nociones que se entrecruzan en la
práctica.Esta tendencia al multilateralismo, y con ello, a la cooperación y concertación de políticas de muy diversa índole,
no es solo el resultado de fuerzas o dinámicas de cambio en el
escenario internacional. También se debe a opciones de política, en una
visible repolitización del regionalismo y la integración regional.
La emergencia de nuevas
organizaciones multilaterales a nivel regional que pueden afectar al
sistema hemisférico –en política, economía y seguridad– no solo ha dado
lugar a una transformación geopolítica de la región, sino que también
afecta a la formulación e implementación de las políticas exteriores de
algunos de los principales actores latinoamericanos.
El escenario de la
integración y el regionalismo en América Latina y el Caribe de comienzos
del siglo XXI, se caracteriza por el surgimiento de numerosos
interrogantes en torno no sólo a la creación y persistencia deMERCOSUR y de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), sino también a la emergencia –de fecha más reciente y en el marco de la cancelación en 2005 del proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)– de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR), de la Alianza Bolivariana de América (ALBA), de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y de la Alianza del Pacífico
Interrogantes derivados de la
coexistencia en la región de dos grandes visiones del regionalismo. Por
un lado, una marcada visión liberal, representada por la “Alianza del
Pacífico” que reactualiza las estrategias radiales (hub and spoke) del regionalismo abierto.
Basada en tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos y la
Unión Europea y con una orientación hacia la región de Asia-Pacífico,
esta visión trata de ubicar a sus miembros en las cadenas productivas globales.
Por otro lado, se sitúan los países que han adoptado las estrategias del denominado regionalismo posliberal,
uno de los enfoques contemporáneos de América Latina hacia el
multilateralismo. Esta visión de la integración, incide en su dimensión
política y de seguridad, así como en la búsqueda de autonomía regional.
Sus expresiones institucionales serían un Mercosur ampliado así como la
Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Alianza de los Pueblos de
nuestra América-Tratado Comercial de los Pueblos (ALBA-TCP).
En el intento de afianzar la
concertación y cooperación regionales se alza un nuevo interlocutor
global, con terceros actores, organismos internacionales y Estados, que
recoge la herencia del Grupo de Río: la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). La consolidación de esta entidad
constituye una de las prioridades políticas para
mejorar la inserción internacional de América Latina, y a su vez,
representa un eslabón superior de un proceso de construcción
institucional que ha reflejado una arquitectura flexible en el
desarrollo de este multilateralismo.
En todo este entramado,
Brasil es un actor decisivo en lo concerniente al futuro del
multilateralismo y el regionalismo en Sudamérica. Cabe preguntarse si
este gigante tiene las capacidades, la voluntad, y el proyecto adecuado para convertirse en el paymaster regional
y lograr el respaldo necesario para ejercer ese liderazgo eficazmente,
de cara a la conformación de un espacio económico y político viable.
Por todo lo anterior, la
concertación y coordinación de políticas son dos de las claves del éxito
de la inserción internacional de América Latina y el Caribe en el
contexto actual. Solo a través de la cooperación entre los países
líderes de América Latina se crearán espacios efectivos de participación
de otros Estados y actores con intereses específicos, capaces de
ejercer una influencia en el escenario internacional.
La emergencia de una nueva
agenda global obliga a la región latinoamericana a diseñar una matriz de
política exterior que dé respuestas coordinadas, para de esta forma,
enfrentar los nuevos procesos de cambio de la sociedad internacional
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