A las 21:40 de la noche del 15 de febrero de
1898, poco después de la hora de cenar y cuando los marinos y oficiales
descansaban en sus respectivos alojamientos, una fuerte explosión
sacudió la sección de proa del Acorazado Maine en la bahía de La Habana,
Cuba, detonando cinco toneladas de las cargas explosivas de sus cañones
y llevándose al fondo del mar las vidas de 261 norteamericanos. Con la
ayuda de los periódicos sensacionalistas de William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer,
el accidente sirvió de excusa al gobierno de los Estados Unidos para
intervenir en la guerra de independencia cubana y expulsar para siempre a
España de sus últimas colonias americanas y asiáticas.
Conscientemente he utilizado la palabra “accidente” para describir la tragedia, pues a esa conclusión han llegado las pesquisas más exhaustivas y creíbles que han llevado a cabo tanto españoles como norteamericanos, aunque la marina yanqui originalmente achacó la explosión a una mina submarina. A continuación resumo algunas de las investigaciones más relevantes.
Consejo de Investigación de Sampson, 1898.
A pesar de que el gobierno español sugirió una investigación conjunta, la armada de Estados Unidos decidió hacerla en solitario, nombrando un grupo de oficiales navales al mando del Capitán William T. Sampson. Según Dana Wegner, que trabajó en la investigación del Almirante Rickover en 1974 (abajo), la selección exclusiva de personal de la marina indicaba que “desde el principio, el consejo no pretendía examinar la posibilidad de que la nave se hubiese perdido en un accidente y por la negligencia de su capitán”. Tan sólo una semana después del evento, los miembros del consejo se desplazaron a La Habana para investigar los restos de buque e interrogar a los sobrevivientes y testigos.
El consejo concluyó que la explosión se había debido a una mina que a su vez hizo explotar el almacén de munición de proa. Según el informe del mismo consejo, llegaron a esta conclusión basándose exclusivamente en las declaraciones de la mayoría de testigos, que recordaban dos explosiones, y en que la parte delantera de la quilla estaba “doblada hacia adentro”. El mismo informe, presentado ante el Departamento de la Marina el 21 de marzo (nótese que la duración de la investigación fue de apenas un mes), también establecía que: "El tribunal no ha podido obtener evidencia de la fijación de la responsabilidad de la destrucción del Maine a cualquier persona o personas." Sin embargo, la prensa amarillista acusó directamente a saboteadores españoles.
Investigación española, 1898.
Encabezada por los oficiales Del Peral y De Salas, las averiguaciones españolas accedieron a los restos del Maine y concienzudamente buscaron las causas de la conflagración, estudiando incluso la combustión espontánea del carbón en los almacenes, justo al lado de los pañoles de la munición, llamados “santabárbara”. Poco antes y, debido a la expansión de su fuerza naval y de la proliferación de buques de acero, los Estados Unidos habían dejado de utilizar el carbón de antracita, incapaz de la auto-combustión, para empezar a utilizar el carbón bituminoso, mucho más volátil. De hecho, ya se habían documentado explosiones similares en otros buques. La investigación de Del Peral y De Salas concluyó que el origen del fuego fue dicho carbón y que este se extendió a los compartimientos vecinos. El informe final incluyó los siguientes puntos:
Investigación Rickover, 1974.
Iniciada como una iniciativa privada por el “padre” de los submarinos nucleares, el Almirante Hyman. G. Rickover, se convirtió en la investigación más profunda y concienzuda de cuantas ha habido, revisando los informes oficiales anteriores, los planos del barco, su bitácora, fotografías, y el vídeo filmado en 1912, cuando los restos del Maine fueron reflotados para retirarlos de la bahía de La Habana. Una de las principales críticas de los investigadores fue dirigida hacia la marina estadounidense que según John Taylor “apenas se valió de los oficiales técnicos durante la investigación de la tragedia”. Dos expertos en demoliciones y explosiones de barcos testificaron que las fotografías “no mostraban evidencia plausible de penetración desde el exterior”, por lo cual creían que la explosión se originó dentro del barco. Tanto Rickover, como el anteriormente mencionado Dana Wegner, publicaron sendos libros sobre sus conclusiones, ambas coincidiendo en la hipótesis de la explosión interna debido al carbón bituminoso.
En 1998, un estudio realizado por la National Geographic utilizando métodos modernos de modelos computarizados, dio nueva vida a la explicación oficial de la mina, pero fue rápidamente criticado y desechado por su falta de objetividad. Además, los mismos autores confesaron que no podían probar sus conclusiones con evidencias. Distinto resultado emitió el Canal de Historia en un documental dentro de su serie de “Historia No Resuelta”, confirmando las conclusiones de la Investigación Rickover.
Por supuesto no faltaron aquellos que vieron un “atentado de bandera falsa” en el accidente del Maine. Según ellos, agentes de los Estados Unidos habían causado la explosión para así tener una excusa y poder intervenir en Cuba. Nunca se ha presentado ni encontrado ninguna evidencia al respecto. Eso sí, un monumento a las víctimas del Maine en La Habana describe a los marineros muertos como “víctimas sacrificadas al fervor de la codicia imperialista para tomar el control de Cuba”.
Guerra
No es de extrañar que la muerte de tantos hombres hubiese causado conmoción en su país. Más irresponsable fue el comportamiento de la prensa norteamericana que azuzó a un presidente McKinley débil y acomplejado, que no quería verse en una guerra contra España, a pesar de que esta hacía mucho que había dejado de ser una potencia, pero al final no resistió la presión mediática. El 20 de abril, Estados Unidos envió un ultimátum a España conminándole a retirar sus tropas de la isla. Como respuesta, España rompió relaciones con el país americano y, el 23 de abril de 1898, el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta declaró la guerra. Las consecuencias finales del conflicto son por muchos conocidos y son en sí mismas material para uno o más artículos. En resumen, el colapso de las fuerzas armadas españolas terminó con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y las Islas Filipinas, marcando el ocaso permanente del Imperio Español, su consecuente hundimiento moral, y el nacimiento de una nueva potencia.
No cabe duda de que España no era más que el esqueleto de su antiguo poder, que por sí sola hubiese perdido las colonias que mantenía pendientes de un hilo y que probablemente debió haber abandonado previamente. El gobierno de McKinley tampoco se inclinaba por el uso de las armas, pero el poder de la prensa sensacionalista al mando de William Randolph Hearst, famoso por su diatriba de “dadme las imágenes que yo os daré la guerra”, pudo más que la verdad y la justicia. Nunca sabremos lo que hubiese sucedido si la guerra no hubiese estallado. Lo que sí sabemos es que el desastre del Maine fue un accidente. En 1975, el Congreso de los Estados Unidos exoneró a España del desastre del Maine, aunque no pidió disculpas. Una rectificación tardía e incompleta, pero bienvenida.
Conscientemente he utilizado la palabra “accidente” para describir la tragedia, pues a esa conclusión han llegado las pesquisas más exhaustivas y creíbles que han llevado a cabo tanto españoles como norteamericanos, aunque la marina yanqui originalmente achacó la explosión a una mina submarina. A continuación resumo algunas de las investigaciones más relevantes.
Consejo de Investigación de Sampson, 1898.
A pesar de que el gobierno español sugirió una investigación conjunta, la armada de Estados Unidos decidió hacerla en solitario, nombrando un grupo de oficiales navales al mando del Capitán William T. Sampson. Según Dana Wegner, que trabajó en la investigación del Almirante Rickover en 1974 (abajo), la selección exclusiva de personal de la marina indicaba que “desde el principio, el consejo no pretendía examinar la posibilidad de que la nave se hubiese perdido en un accidente y por la negligencia de su capitán”. Tan sólo una semana después del evento, los miembros del consejo se desplazaron a La Habana para investigar los restos de buque e interrogar a los sobrevivientes y testigos.
El consejo concluyó que la explosión se había debido a una mina que a su vez hizo explotar el almacén de munición de proa. Según el informe del mismo consejo, llegaron a esta conclusión basándose exclusivamente en las declaraciones de la mayoría de testigos, que recordaban dos explosiones, y en que la parte delantera de la quilla estaba “doblada hacia adentro”. El mismo informe, presentado ante el Departamento de la Marina el 21 de marzo (nótese que la duración de la investigación fue de apenas un mes), también establecía que: "El tribunal no ha podido obtener evidencia de la fijación de la responsabilidad de la destrucción del Maine a cualquier persona o personas." Sin embargo, la prensa amarillista acusó directamente a saboteadores españoles.
Investigación española, 1898.
Encabezada por los oficiales Del Peral y De Salas, las averiguaciones españolas accedieron a los restos del Maine y concienzudamente buscaron las causas de la conflagración, estudiando incluso la combustión espontánea del carbón en los almacenes, justo al lado de los pañoles de la munición, llamados “santabárbara”. Poco antes y, debido a la expansión de su fuerza naval y de la proliferación de buques de acero, los Estados Unidos habían dejado de utilizar el carbón de antracita, incapaz de la auto-combustión, para empezar a utilizar el carbón bituminoso, mucho más volátil. De hecho, ya se habían documentado explosiones similares en otros buques. La investigación de Del Peral y De Salas concluyó que el origen del fuego fue dicho carbón y que este se extendió a los compartimientos vecinos. El informe final incluyó los siguientes puntos:
- Si hubiera sido una mina la causa de la explosión, se habría observado una columna de agua.
- El viento y las aguas se encontraban en calma, por lo cual una mina de la época no podría haber sido detonada por contacto; sólo hubiera sido posible por electricidad, pero no se encontraron cables de ningún tipo.
- No se encontraron peces muertos en el agua, como hubiera sido de esperar tras una explosión subacuática.
- Los almacenes de munición usualmente no explotan cuando un buque se hunde tras impactar con una mina.
Investigación Rickover, 1974.
Iniciada como una iniciativa privada por el “padre” de los submarinos nucleares, el Almirante Hyman. G. Rickover, se convirtió en la investigación más profunda y concienzuda de cuantas ha habido, revisando los informes oficiales anteriores, los planos del barco, su bitácora, fotografías, y el vídeo filmado en 1912, cuando los restos del Maine fueron reflotados para retirarlos de la bahía de La Habana. Una de las principales críticas de los investigadores fue dirigida hacia la marina estadounidense que según John Taylor “apenas se valió de los oficiales técnicos durante la investigación de la tragedia”. Dos expertos en demoliciones y explosiones de barcos testificaron que las fotografías “no mostraban evidencia plausible de penetración desde el exterior”, por lo cual creían que la explosión se originó dentro del barco. Tanto Rickover, como el anteriormente mencionado Dana Wegner, publicaron sendos libros sobre sus conclusiones, ambas coincidiendo en la hipótesis de la explosión interna debido al carbón bituminoso.
En 1998, un estudio realizado por la National Geographic utilizando métodos modernos de modelos computarizados, dio nueva vida a la explicación oficial de la mina, pero fue rápidamente criticado y desechado por su falta de objetividad. Además, los mismos autores confesaron que no podían probar sus conclusiones con evidencias. Distinto resultado emitió el Canal de Historia en un documental dentro de su serie de “Historia No Resuelta”, confirmando las conclusiones de la Investigación Rickover.
Por supuesto no faltaron aquellos que vieron un “atentado de bandera falsa” en el accidente del Maine. Según ellos, agentes de los Estados Unidos habían causado la explosión para así tener una excusa y poder intervenir en Cuba. Nunca se ha presentado ni encontrado ninguna evidencia al respecto. Eso sí, un monumento a las víctimas del Maine en La Habana describe a los marineros muertos como “víctimas sacrificadas al fervor de la codicia imperialista para tomar el control de Cuba”.
Guerra
No es de extrañar que la muerte de tantos hombres hubiese causado conmoción en su país. Más irresponsable fue el comportamiento de la prensa norteamericana que azuzó a un presidente McKinley débil y acomplejado, que no quería verse en una guerra contra España, a pesar de que esta hacía mucho que había dejado de ser una potencia, pero al final no resistió la presión mediática. El 20 de abril, Estados Unidos envió un ultimátum a España conminándole a retirar sus tropas de la isla. Como respuesta, España rompió relaciones con el país americano y, el 23 de abril de 1898, el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta declaró la guerra. Las consecuencias finales del conflicto son por muchos conocidos y son en sí mismas material para uno o más artículos. En resumen, el colapso de las fuerzas armadas españolas terminó con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y las Islas Filipinas, marcando el ocaso permanente del Imperio Español, su consecuente hundimiento moral, y el nacimiento de una nueva potencia.
No cabe duda de que España no era más que el esqueleto de su antiguo poder, que por sí sola hubiese perdido las colonias que mantenía pendientes de un hilo y que probablemente debió haber abandonado previamente. El gobierno de McKinley tampoco se inclinaba por el uso de las armas, pero el poder de la prensa sensacionalista al mando de William Randolph Hearst, famoso por su diatriba de “dadme las imágenes que yo os daré la guerra”, pudo más que la verdad y la justicia. Nunca sabremos lo que hubiese sucedido si la guerra no hubiese estallado. Lo que sí sabemos es que el desastre del Maine fue un accidente. En 1975, el Congreso de los Estados Unidos exoneró a España del desastre del Maine, aunque no pidió disculpas. Una rectificación tardía e incompleta, pero bienvenida.
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