Historia Militar
Cabo Espartel, la extraña batalla sin vencedor entre la Armada española y la Royal Navy
Día 06/02/2014 - 10.16h
http://www.abc.es/historia-militar/20140206/abci-espartel-armadaespanola-royalnavy-201401312138.html
En 1782, nuestro país se enfrentó a marina británica en una contienda que, a día de hoy, sigue sin tener un ganador claro
Si hay algún rasgo característico de las contiendas, además
de la sangre, es que la mayoría suelen tener un ganador y un perdedor.
Sin embargo, esto no es lo que sucedió el 20 de octubre de 1782 cuando, a orillas del Cabo Espartel (en el norte de Marruecos)
una flota francoespañola de 46 navíos se enfrentó a 34 buques de la
Royal Navy. Y es que, aunque aquel día se dejaron ver elementos clásicos
de una lucha naval como cañonazos y caídos, lo que no hubo fue un claro
ganador, pues ambas armadas sufrieron un número similar de bajas antes
de que los británicos se alejaran de la lucha.
Corría por entonces el final del SXVIII, una época incierta en la que la Pérfida Albión vivía
unos de sus momentos más aciagos a nivel internacional. Y es que, desde
hacía ya varios años, los presuntuosos «sirs» británicos habían tenido
que dejar a un lado su querido té de las cinco para darse de bofetadas y
fusilazos contra George Washington quien -junto a sus Trece Colonias-
había decidido independizarse a toda costa de aquellos hijos de la Gran
Bretaña.
No eran, en definitiva, buenos tiempos para los ingleses, y
eso iba a ser aprovechado por la larga lista de enemigos que, a base de
cañón y piratería (corso, que dirían ellos, siempre muy refinados), se
habían ido labrando a lo largo de la historia. Así pues, los enemigos de
la Pérfida Albión empezaron a aflorar en tierras como las españolas,
donde el monarca Carlos III, con el objetivo de recuperar Gibraltar grabado a fuego en su mente, inició los preparativos para alzarse en armas contra sus vecinos marítimos.
Lord Howe consiguió burlar el bloqueo y aprovisionar Gibraltar
En este tratado, ambos reyes se comprometieron a no dar por
terminada la contienda hasta cumplir unos objetivos mínimos.
Concretamente, aquel día firmaron, entre otras cosas, lo siguiente: «Sus
Majestades Católica y Cristianísima prometen hacer todos sus esfuerzos
(…) hasta que hayan obtenido el fin que se proponen: ofreciéndose
mutuamente no deponer las armas y no hacer tratado alguno de paz, tregua
o suspensión de hostilidades, sin que a lo menos hayan obtenido y
asegurado respectivamente la restitución de Gibraltar y la abolición de los tratados relativos a las fortificaciones de Dunquerque, o, en defecto de este, otro cualquier objeto de la satisfacción del rey Cristianísimo».
El asedio a Gibraltar
Dicho y hecho. Tras declararse oficialmente la guerra, España partió con sus navíos e inició el 21 de junio de ese mismo año el decimocuarto sitio del Peñón, el cual ha sido conocido a la postre como «el Gran Asedio».
De esta forma, durante los siguientes tres años Carlos III estableció
un bloqueo mediante el que pretendía acabar con las reservas de comida y
munición de la plaza. Sin embargo, todo cambió en el verano de 1982
pues, hasta el cetro de esperar la rendición de Gibraltar, organizó sus
fuerzas para asediar de forma definitiva el asentamiento.
Para el asalto, Su Majestad Católica mandó construir unos nuevos ingenios bélicos: las baterías flotantes –unos
buques presuntamente insumergibles con capacidad para absorber el fuego
que llegaba desde Gibraltar y desembarcar en el Peñón a los soldados
aliados-. Estos novedosos barcos, no obstante, fueron tan altamente
inútiles como su precio, y supusieron además a España la muerte de 2.000 hombres.
Tras el desastre, al rey hispano sólo le quedaba una opción: impedir
con su flota que los buques ingleses atravesaran el bloqueo y
abastecieran a la ciudad sitiada.
Córdova, a pesar de conocer las limitaciones de su Armada, trató de atrapar a los ingleses
A la caza del inglés
Con este objetivo, España y Francia asentaron a orillas de
Algeciras una imponente armada formada por nada menos que 46 navíos de
línea (menos de una docena de ellos gabachos). En el centro de la
columna destacaba el imponente «Santísima Trinidad»,
un coloso de (por entonces) 120 cañones a bordo del cual enarbolaba la
insignia de general superior el español Luis de Córdova. Conjuntamente, la flota estaba apoyada por varias lanchas cañoneras –unas pequeñas embarcaciones fuertemente blindadas que portaban una pieza artillera de 24 libras-.
A pesar de la potencia de fuego con la que contaban en sus
cubiertas, lo que también sabían bien los españoles era que sus navíos
nunca alcanzarían en velocidad a los de la Pérfida Albión. Por ello,
Córdova estableció que su táctica consistiría en esperar agazapados en
Algeciras hasta que la Armada Combinada divisara la primera vela
inglesa. Después, y a base de cañón por aquí y sablazo por allá, se
invitaría a los casacas rojas a regresar al norte con toda su pomposidad
británica entre las piernas.
Con todo, la precaución del español tenía su razón de ser,
pues varias jornadas antes había partido desde Gran Bretaña un convoy
con destino a Gibraltar escoltado por varios navíos de guerra
británicos. «La escuadra y convoy de los ingleses (…) mandábala lord Howe,
contando en la primera 34 navíos (de línea), seis fragatas y tres
brulotes, divididos en grupos que gobernaban los almirantes subalternos
Barrington, Milbank, Hood, Hughes y Rotham», añade Duro en su narración
de los hechos.
Un temporal con bandera inglesa
Así pues, se sucedieron las lunas mientras los españoles
aguardaban pacientemente a que sus presas aparecieran. No obstante, y
antes que los ingleses, llegó a su posición un fuerte temporal que, en
la noche del 10 de octubre, sacudió a la Armada Combinada con más fuerza
que 100 navíos enemigos dispuestos a descerrajar con sus cañones hasta
el último buque de Su Católica Majestad y Su Majestad Cristianísima.
«El temporal puso (a todos) en grave riesgo. Los navíos
tuvieron que fondear otra vez las segundas y terceras anclas, calar
masteleros, adoptar, para asegurarse, las precauciones ordinarias, que
no fueron suficientes; varios de los navíos garraron yendo unos sobre
otros con mutuas averías; algunos partieron las amarras, y, de estos, el
nombrado “San Miguel” fue arrastrado por la violencia del viento hasta
varar cerca del Muelle Nuevo de la plaza (Gibraltar) sin quedar a la
tripulación otro recurso que entregarlo, quedando prisionera. (…) Por
último, en aquella noche, que a muchos parecía la última del mundo, cual
más, cual menos, (…) todos los bajeles recibieron avería o
desperfecto», completa el experto español.
Los británicos usaron la mayor velocidad de sus buques contra los navíos aliados
Siguiendo a un fantasma
Por su parte, Córdova -detenido como estaba por las averías
y la tempestad- no tuvo más remedio que esperar hasta el día 13 para
disponer nuevamente de su flota. Fue entonces cuando tomó una decisión
que, a la postre, significaría la ruptura del bloqueo sobre Gibraltar.
«Calmada la furia del ventarrón, dio la vela el general Córdova con
todos los navíos españoles y francesas, poniéndose en demanda de los de
Inglaterra, lo cual a muchos pareció desacertado, porque, trayendo por
objeto el auxilio de la plaza, a ella procurarían volver (los ingleses),
y entonces fuera la ocasión de presentarles batalla», destaca Duro.
Fuera por la razón que fuese, lo único cierto es que, aquel día 13, los navíos de la Armada Combinada cargaron cañones y se dispusieron a seguir la popa de lord Howe.
De nada sirvió que se informara a Córdova de la mayor velocidad de los
navíos ingleses, pues ordenó izar velas y abandonar el sitio de
Gibraltar. En las jornadas siguientes, no obstante, el español tomaría
constancia de su error cuando las corrientes empujaron a su flota
primero hasta Málaga y luego hacia la Costa de Berberia.
Howe, en cambio –y para desgracia española-, hizo honor a
sus galones el día 17 cuando, aprovechando la noche, logró eludir a la
Armada Combinada y llegar hasta Gibraltar. «Howe supo burlar al adversario (…) y en dos días desembarcó en la ciudad el
enorme almacén de boca y guerra que conducía, aumentando la guarnición
de la plaza con 1.400 soldados (…). Sabía de verdad, y nadie lo
ignoraba, que sus navíos andaban más que los contrarios por la ventaja
del forro de cobre que ellos no tenían», ultima el marino hispano en sus
escritos.
El error de Córdova
La ira debió recorrer a Córdova cuando vio a su enemigo
fondeado en Gibraltar el día 19, pues ordenó de nuevo sacar todas las
velas posibles para atrapar a Howe. Este, en cambio, al divisar a la
flota hispanofrancesa puso pies en polvorosa hacia el Océano Atlántico.
«Al advertir la proximidad enemiga, Howe apresuróse a salir del
estrecho, donde su armada no podía desplegarse, y aprovechar la ventaja
de la mayor velocidad para combatir como y cuando quisiera. (…)
Indudablemente, el almirante inglés no tenía francos deseos de entablar
una acción innecesaria, ya que su misión se había cumplido», explica, en
este caso, el oficial de la Armada José María Martínez-Hidalgo y Terán en su «Enciclopedia general del mar».
Con muy poco que ganar (quizás la honra) y mucho que
perder, Córdova ordenó entonces a su flota atravesar el estrecho en
persecución de Howe. Concretamente, el general estableció que se
navegaría a toda vela y sin importar la formación, lo que provocó que
las fuerzas se disgregaran quedando en vanguardia los navíos más veloces
y, en retaguardia, los más pesados. De esta forma, la Armada Combinada quedó dividida en dos grupos y perdió su mayor ventaja frente a la Pérfida Albión: la superioridad numérica.
El número de caídos no llegó al centenar en cada bando
Comienza la batalla
Aproximadamente a la una de la tarde comenzó a reducirse
rápidamente la distancia entre el contingente inglés y el primer grupo
de navíos aliados. Algunos minutos después, Córdova dio la orden de
constituir una formación de combate lo suficientemente compacta como
para enfrentarse a la bien situada flota de Howe, la cual se había
estrechado componiendo una apretada columna con la que cañonear a la
Armada Combinada. No obstante, lo único que se consiguió debido al
desorden existente fue reunir en una desigual línea de batalla a 34 de
los 46 buques hispanofranceses. El resto, debido a su lentitud, se
encontraba demasiado lejos para entrar en fuego. A pesar de todo, Córdova hizo gala de toda su valentía y, aproximadamente a las cuatro de la tarde, izó en el buque insignia la señal de ataque total.
A las 17:47 los barcos más veloces de la Armada Combinada
(los que iban en cabeza) rompieron un vivo fuego contra la línea
inglesa. «Poniéndose ya el Sol, los navíos más adelantados de la
combinada tomaron contacto con los enemigos, comenzando el cañoneo sobre
la vanguardia de aquélla el (oficial) francés La MottePicquet, que
encabezaba, con el formidable tres puentes “Invencible”, al grupo de
navíos más rápidos», añade el autor de la «Enciclopedia general del
mar». Los británicos tampoco se quedaron atrás y, tras recibir las primeras bolas metálicas, prendieron las mechas de sus cañones.
El desastre del «Trinidad»
Mientras este primer grupo de buques dirimía sus
diferencias con el centro de la línea inglesa a base de cañonazos,
Córdova -henchido de valor- se puso a la cabeza del segundo pelotón de
barcos (más lentos que los anteriores) con su imponente «Santísima
Trinidad». Al poco, flanqueando al orgullo de la marina española se
situaron el también tres puentes galo «Majestueux» (a las órdenes del
almirante galo Rochechouart) y varios buques menores de dos puentes.
Concretamente, lo que buscaba el general español era atravesar uno de
los flancos de la línea británica aislando tres de sus barcos: el tres
puentes “Union” y los de dos puentes “Buffalo” y “Vengeance”.
No obstante, esta osada artimaña se diluyó en el agua del
océano debido a la falta de compenetración entre los buques, lo que
provocó que el «Trinidad» tuviera que enfrentarse sólo a media docena de
barcos sajones. «La maniobra, mal realizada, sin duda por la desigual
marcha de los navíos aliados, no tuvo otra consecuencia que el
“Santísima Trinidad”, sin el debido apoyo por los navíos aliados que le
seguían, recibiera el fuego conjunto de seis o siete unidades de la retaguardia inglesa, que le ocasionaron daños considerables», añade Martínez-Hidalgo.
A su vez, los ingleses aún se guardaban un as en la manga
que utilizaron cuando Córdova abrió las portezuelas laterales del
«Trinidad» dejando ver sus cañones. «El hecho de haber cargado los
navíos aliados las velas altas para iniciar la acción (fue aprovechado)
por los ingleses, que, al tomar contacto con el enemigo, reanudaron la
marcha sin perder su formación a fin de llevar a cabo la táctica
apuntada y recobraron la ventaja en la marcha, siendo necesaria a las
naves aliadas una continua arribada si querían no perder su proximidad
(…). Con ello la acción no era continuada, sino a intervalos, y cabe
decir que a voluntad de los británicos» finaliza el experto.
Una victoria sin dueño
De esta guisa transcurrió la lucha bajo la luna otoñal
hasta que, a las diez de la noche, los ingleses decidieron abandonar el
combate haciendo uso de su mayor velocidad y aprovechando la oscuridad.
La escuadra hispanofrancesa, en cambio, continuó en posiciones de
combate durante toda la noche y parte de la mañana siguiente, momento en
que, con las primeras luces del alba, se divisó en la lejanía la huida
de la Royal Navy en dirección oeste. Esta vez, Córdova abandonó sus
pretensiones y decidió no perseguir de nuevo a Howe. Una vez terminado
este extraño combate tocó calcular las bajas, las cuales fueron muy
parejas (60 muertos y 316 heridos para los aliados, y 68 muertos y 208
heridos para los británicos).
Al final, el paso de los días trajo consigo la
incertidumbre. Y es que, por un lado, Inglaterra proclamó a los cuatro
vientos que 34 de sus buques habían hecho frente a 46 hispanofranceses.
Sin embargo, y como era de esperar, Córdova no era de la misma opinión,
algo que dejó claro con el siguiente escrito: «La Inglaterra se gloriará
en sus papeles de haber hecho frente a (…) 46 navíos (…), pero quien
conozca el oficio sabe que la circunstancia de tanta ventaja de vela
suple al mayor número en grado (además de) que nunca pudieron entrar en
fuego 12 navíos de la retaguardia (…). Así no podrán decir las
relaciones del Almirante inglés que combatió con más de igual número, y
las nuestras deberán asegurar que batimos a 34 con toda la desventaja de
una situación accidental».
No hay comentarios:
Publicar un comentario