CRONOLOGÍA DE UN
ENCUBRIMIENTO
¿DESTINO FINAL DE LOS CADÁVERES?
A las cinco de la tarde del viernes 16 de
febrero de 1973 varios corresponsales de prensa radicados en San José de Ocoa
fueron llevados en helicóptero hasta el lugar donde estaba sin vida el cuerpo
del comandante guerrillero, Francisco Alberto Caamaño Deñó. En la nave viajaron
Moisés Adolfo Iturbides y el reportero gráfico José Morillo[1], de El Nacional de ¡Ahora!, junto a Luis
Hernández, redactor del diario El Sol.
A ellos les fue mostrado el cadáver del coronel Francisco Caamaño Deñó. La
intensa neblina que cubría la zona esa tarde había impedido que los cadáveres
de los otros dos guerrilleros pudieran ser llevados hasta el lugar donde los
periodistas pudieran verlos.
Al día siguiente, sábado 17 de febrero de 1973,
José Goudy Pratt, periodista de El Caribe
y Antonio García Valoy, fotógrafo del Listín
Diario, designados de común acuerdo por los medios de comunicación del
país, fueron trasladados por las Fuerzas Armadas hasta el lugar donde expusieron
los cadáveres y ofrecieron declaraciones.
Ninguno de los periodistas presenció el
enterramiento de los cadáveres que posteriormente informaría el Secretario de
las Fuerzas Armadas, Ramón Emilio Jiménez Reyes.
Luego de la presentación a los comunicadores de
El Caribe y de Listín Diario, los jefes militares dieron la
orden de cremar los cadáveres de Caamaño y sus dos acompañantes. El alegato de
los mandos fue la de evitar que en el futuro sus restos llegaran hasta un lugar
donde se fuera a venerarlos como héroe por sus parciales políticos. Destruir
sus restos era lo único que podían hacer, ya que no podían sepultar sus ideas
ni las razones de su lucha.
El entonces teniente Juventino
Matos (a) “Monguito”, quien era Jefe de Mecánica del 6° Batallón de Cazadores,
fue encargado de la difícil tarea de quemar los cadáveres. Primero, los
impregnaron de gasolina y les prendieron fuego. Pero después de mucho arder,
aunque consumidos parcialmente los cadáveres, seguían prácticamente enteros.
Entonces vino la parte execrable de tener que cortar los cadáveres en pequeños
pedazos y seguir echándoles gasolina para tratar de convertirlos en ceniza. Esa
tarea les llevo toda la noche del sábado 17 de febrero de 1973. Aun así,
los restos no se consumieron
Fuerzas especiales allí presentes
se dieron a la tarea de envolver los cadáveres en mantas plásticas de color
verde olivo que amarraron con sogas finas y resistentes. Procedieron entonces a
montar los cuerpos en helicópteros OH-6[2] de
la Fuerza Aérea
Dominicana. Facilitó esta operación el hecho de que las
dos puertas laterales de los helicópteros habían sido desmontadas para
facilitar la observación y los ataques a los guerrilleros. Los cuerpos fueron
repartidos entre dos de esos vehículos que fueron acompañados por oficiales.
Las naves tomarían rumbo Sur-Sureste bordeando la cordillera Central para luego
orientarse Este franco hacia la base de San Isidro.
Una camioneta pintada de azul del
Escuadrón de Combate estaba a la espera de las naves que venían desde las
lomas. La conducía un oficial que estaba desempeñando las funciones de oficial
del día. La orden de reportarse en ese punto con un vehículo de carga le había
sido dada por el coronel Eladio Marmolejos, comandante de la base aérea. Tan pronto
hicieron tierra los helicópteros, alistados de la Fuerza Aérea
desmontaron tres bultos y los colocaron en la parte posterior de la camioneta.
Aquel procedimiento fue hecho lejos de la vista de cualquier otro militar presente
de la base.
El vehículo avanzó entonces y se
dirigió hacia el extremo de la pista 03 donde había total oscuridad. Allí
esperaba un avión de carga C-47 con el número 3203 en el costado. Ya tenía los
motores encendidos y se ubicaba en el sentido del despegue: 30 grados. En ese
lugar se repitió a la inversa el proceso anterior. Esta vez los alistados
cargaron los bultos y los colocaron en el piso de la nave. Mantuvieron la
puerta lateral entreabierta y se acomodaron como pudieron dentro del avión ya
que acompañarían el cargamento. El C-47 estaría pilotado por un General y un
Coronel de gran experiencia y múltiples compromisos. Ellos eran de apellidos
Román Carbuccia[3] y
Restituyo[4].
Estos le reiteraron al Primer Teniente lo que el coronel Marmolejos le había
ordenado: usted esperará por el regreso de esa misión en el mismo lugar que los
dejó.
El avión despegó y se orientó con
rumbo Sur franco. Por más de una hora se ausentó hasta que se avistaron las
luces de aterrizaje del C-47.
Los bultos nunca volvieron. Desde
el retorno del avión, allí no se emitiría una sola palabra. El cargamento que
habían transportado ya no estaba.
RECLAMO DEL CADÁVER POR PARTE DE LA FAMILIA CAAMAÑO
16 de
febrero de 1973: tiene lugar
el asesinato del ex presidente Francisco Alberto Caamaño Deñó luego de ser
capturado con heridas leves, aunque con vida por tropas del Pelotón de
Reconocimiento del Sexto Batallón “Gregorio Luperón”.
17 de
febrero de 1973: El Secretario
de las Fuerzas Armadas, contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes anunció a la
prensa que los cadáveres de Caamaño Deñó, Lalane José y Pérez Vargas habían
sido sepultados al mediodía en una montaña de San José de Ocoa.
18 de
febrero de 1973: El teniente
general ® “Fausto Caamaño Medina, esposa, hijos y demás familiares” solicitan al Presidente de la República la
entrega del cadáver de Francisco Caamaño Deñó “enterrado inhumanamente sin una
caja protectora”.
20 de
febrero de 1973: El presidente
Joaquín Balaguer responde por escrito a
Caamaño Medina y alega que, ordenó al mayor Luis Pérez Bello informara al
Secretario de las Fuerzas Armadas “que no se procediera al enterramiento sin
que se le ofreciera antes a usted la oportunidad de cumplir con ese penoso
deber paternal”.
21 de
febrero de 1973: El teniente
general ® “Fausto Caamaño Medina informó públicamente que no había podido
llegar a ningún acuerdo con la autoridades militares acerca de la exhumación
del cadáver de su hijo.
RECLAMOS POSTERIORES DE LOS CADÁVERES DE COMBATIENTES
A partir de 1973, cada vez que se cumplía un
aniversario más de aquellos sucesos bélicos en la cordillera Central, surgían
reclamos de familiares y amigos reclamando los restos de los caídos en aquel
alzamiento guerrillero. Estas peticiones eran obvias consecuencias de que muy
pocas personas creyeron alguna vez la versión de las Fuerzas Armadas y del
gobierno de Balaguer, contradictorias entre sí, de que los cadáveres de los
guerrilleros habían sido incinerados o enterrados en una fosa común.
Fue así como el 14 de febrero de 1974, al cumplirse el primer aniversario de
aquellos hechos, el padre del presidente Francisco Caamaño Deñó, mayor general
retirado Fausto Caamaño Medina, solicitó al presidente Balaguer le devolviera
los restos de su hijo.[5]
Aquella petición no fue correspondida.
Al año siguiente, 23 de abril de 1975, José
Francisco Peña Gómez, Secretario General del Partido Revolucionario
Dominicano, en la oposición, demandó del presidente Balaguer devolverle al
pueblo dominicano las cenizas del líder de la revolución de abril de 1965 y los
restos de sus compañeros.[6]
El 15 de
octubre de 1978, luego de que Balaguer fuera desplazado del poder y lo
asumiera el Partido Revolucionario Dominicano, el Presidente de la Unión
Patriótica , Franklin
Franco, pidió al presidente Antonio Guzmán localizar y entregar los restos
del coronel Caamaño a sus familiares. Al día siguiente de la petición de la UPA , en un giro de 180 grados
a su posición manifestada desde la oposición política, José Francisco Peña Gómez se oponía a la búsqueda de los restos de
Caamaño Deñó y sus compañeros alegando que no era conveniente al momento político nacional y que podría promover
una desestabilización del gobierno y de las Fuerzas Armadas.[7]
Al igual
que Peña Gómez se manifestó entonces el presidente Antonio Guzmán quien dijo el 21 de octubre de 1978 que atender las peticiones para que los restos
del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó sean llevados al Panteón Nacional
sería precipitar los acontecimientos de la historia y que eso tendría su
momento.[8]
Tan pronto llegó el Partido Revolucionario
Dominicano al poder en 1978, sectores de la izquierda dominicana organizados a
través del Comité de Homenaje al
Combatiente[9],
habían instituido un acto simbólico sumamente atractivo para el pueblo. Desde
1979, el 16 de febrero de cada año se reunían a orillas del mar Caribe millares
de estudiantes y ciudadanos en general, para lanzar flores al agua. Era aquel
un homenaje a los que combatieron el despotismo balaguerista y cayeron en esa
tarea. El acto se conmemoraba en un día como aquel en que Francisco Caamaño
Deñó, Eberto Lalane José y Alfredo Pérez Vargas perdieron la vida.
Asimismo, aquella manifestación anual frente al
mar se había convertido en un sutil recordatorio de la información que entonces
circulaba de que sus restos habían sido desaparecidos por el gobierno de
Joaquín Balaguer arrojándolos al mar desde un avión. El mito Caamaño Deñó y sus
compañeros se reforzaba en cada flor lanzada por un niño al vigoroso mar Caribe.
Mientras esos héroes tuvieran la categoría de desaparecidos, el mito se
reforzaría.
Al año siguiente, el 24 de febrero de 1979, ante otra petición de los familiares de los
caídos, el Secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general Adriano Rafael Valdez Hilario, afirmó
que el momento, no es oportuno para
revelar el sitio en que fue enterrado el cadáver del coronel Francisco Alberto
Caamaño Deñó y sus compañeros.[10]
El 17 de
febrero de 1980, el Presidente de la Unión
Patriótica Antiimperialista, Franklin Franco, demandó de nuevo del presidente Antonio Guzmán que
ordenara una exhaustiva investigación sobre los restos de Caamaño para que los
entregara a sus familiares y fueran llevados al Panteón Nacional. La evasiva
que recibió Franco al otro día de su solicitud provino del mismo presidente
Guzmán quien estimó que para trasladar
los restos del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó al Panteón Nacional es
necesario la realización de un sondeo serio de opinión pública en el que deben
intervenir la Academia Dominicana
de la Historia
y otras organizaciones e investigadores históricos (sic).[11]
El 21 de
febrero de 1981, El presidente Antonio
Guzmán y el Secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general Mario Imbert McGregor, dijeron
desconocer dónde estaban los restos del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó,
así como de sus acompañantes (sic).[12]
En 1986 tuvo lugar un hecho que hasta entonces
pareció políticamente imposible: el retorno de Joaquín Balaguer a la Presidencia de la República. Esto
tendría lugar a partir del 16 de agosto de 1986. Balaguer asumió una nueva
administración con modalidades de alguna manera diferentes a las de 1966 según
demostraría en años posteriores. No obstante, nunca abandonaría la idea de
eternizarse en el poder político de la nación aún cuando tuviera que recurrir
al fraude electoral o a la represión desmedida.
Ya con Balaguer instalado en el Palacio
Nacional y con un sector militar parcialmente renovado, el 31 de marzo de 1987, la Unión
Patriótica Antiimperialista, a través de su Presidente, Ignacio Rodríguez Chiappini, solicitó
al Presidente de la
República devolver los restos del coronel Caamaño a sus
familiares.[13]
Sorpresivamente, una semana después, el 8 de marzo de 1987, el presidente Joaquín Balaguer, a través del Secretario
de la Presidencia ,
Luís Toral Córdova, ordenó al
general Antonio Imbert Barreras,
Secretario de las Fuerzas Armadas dominicanas brindar las facilidades de lugar
para recuperar los restos del coronel Caamaño y sus compañeros. Aparentemente,
el propósito de Balaguer en su segundo lapso de gobierno, era el de quitarse de
encima el lastre de la sangre de esos hombres que lucharon contra su despotismo
y la corrupción que instituyó en su período de doce años.
Paradójicamente, el Presidente de la República bajo cuyo
gobierno se había dado la orden de asesinar al ex Presidente de la República , Francisco
Alberto Caamaño Deñó catorce años atrás, instruía en 1987 a los subalternos
militares para que colaboraran en la búsqueda de unos restos que,
supuestamente, yacían en la cordillera Central. Intrigaba a muchos conocer
cuáles serían los reales objetivos que el hábil político perseguía con esta
autorización de apoyo a los familiares de las víctimas de su propio gobierno.
De la misma manera, con una cúpula militar diferente
a la que había respaldado su política represiva catorce años atrás, Balaguer
trataba de lanzar toda la responsabilidad de la sangre derramada sobre aquellos
que interpretaron órdenes, imprecisas quizás, pero que respondían a una
práctica típica de la guerra fría adoptada desde que tuvo lugar el
levantamiento cívico militar de 1965.
Quizás advertido de esas potenciales
intenciones del presidente Balaguer, Ramón
Emilio Jiménez Reyes, quien fuera el Secretario de las Fuerzas Armadas durante
el levantamiento guerrillero de 1973 y ya en condición de retiro militar, salió
a la luz pública a dar declaraciones al respecto. En inusual actitud de
aparente defensa, declaró que el 16 de febrero de 1973 había ordenado incinerar[14]
el cuerpo del coronel Caamaño y esparcir sus cenizas en las inmediaciones de
las montañas de Nizaíto.[15]
El antiguo oficial aprovechó la oportunidad para señalar que el fusil AR-15
que portaba Caamaño Deñó en ese fecha estaba en poder del general retirado Juan
René Beauchamp Javier.
En otra actitud poco acostumbrada, el presidente Balaguer contradijo a su
antiguo Secretario Jiménez Reyes alegando que éste le informó que el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó había caído en
combate y que su cadáver fue sepultado en el mismo lugar en donde cayó, en las
montañas de Nizaíto.[16]
Para colmar la copa, Balaguer dijo que se
ha enterado ahora de que el coronel Caamaño poseía esa suma (30 mil pesos
equivalentes a dólares de Estados Unidos en esa época) y que la misma había sido repartida entre los soldados pertenecientes a
las tropas regulares que combatieron a las guerrillas.[17]
La pugna por desentenderse de aquella sangre
que había corrido en la cordillera Central no podía ser más evidente. Tanto el
Presidente de la República
como aquel que fuera su Secretario de las Fuerzas Armadas trataban de ubicar en
el otro la responsabilidad por la muerte de los guerrilleros de 1973.
Finalmente, unos restos humanos que se dijo
entonces eran los de Francisco Alberto Caamaño Deñó y de Eberto Geordano Lalane
José fueron desenterrados de una fosa común en la cordillera Central. Luego
serían trasladados en apoteósico desfile desde las montañas hasta la ciudad de
Santo Domingo el domingo 3 de mayo de
1987. Nada se dijo entonces sobre los restos del tercer guerrillero muerto,
Alfredo Pérez Vargas. Esos supuestos restos de Caamaño Deñó y Lalane José
fueron expuestos en una iglesia católica y luego entregados a sus familiares
para que los depositaran en sus respectivos nichos familiares.
En los actos de búsqueda y de enterramiento se
hizo notoria la ausencia de Hamlet Hermann. Le correspondía estar allí por ser
uno de los dos sobrevivientes de la guerrilla de 1973. Pero no asistió porque,
desde siempre, sabía que aquellos no eran los restos de Caamaño Deñó ni de
Lalane José. Investigaciones realizadas durante todos esos años habían ayudado
a descubrir la manipulación de las autoridades balagueristas en el tema de los
cadáveres de los guerrilleros.
En una carta pública dirigida al presidente
Balaguer que apareciera en el periódico HOY el 20 de mayo de 1987, Hamlet Hermann expresaba lo siguiente:
Usted logró
excluirse momentáneamente de la discusión sobre la responsabilidad por la
ejecución sumaria del coronel Caamaño y condujo
a la opinión pública a debatir problemas secundarios al margen del
problema político fundamental sobre quiénes mataron a Caamaño y por qué.
Más adelante, dije en dicha misiva:
Ni siquiera
el hecho de que los antropólogos, quienes a la vez son funcionarios de su
gobierno, no pudieran comprobar científicamente que esos huesos correspondían
al coronel Francisco Caamaño fue óbice para que se enterraran como tales en el
día que usted, señor Presidente, así lo dispuso. Tantas irregularidades no
debieron crearse a menos que, como fue en este caso, el objetivo político fuera
demasiado importante.
En 2008, cuando se concluía la redacción del libro “El Fiero; Eberto Lalane José”, Hermann se dio a la tarea de
investigar, con la ayuda de científicos internacionalmente calificados, si los
restos entregados por el gobierno de Joaquín Balaguer a la familia Lalane José
en 1987 eran realmente los de su deudo, Eberto
Geordano Lalane José.
Fue así como se llenaron los trámites de rigor ante la Procuraduría General
de la República ,
encabezada por el doctor Radhamés
Jiménez Peña, para la exhumación y posterior procesamiento de los restos
entregados a la familia Lalane. Serían entonces sometidos a pruebas de
identificación a través de las células del ácido desoxirribonucleico (ADN).[18]
Las muestras de la osamenta depositadas en la cripta de la familia Lalane José
en el cementerio Cristo Redentor fueron escogidas por médicos del Instituto
Nacional de Patología Forense cumpliendo con las normas legales y científicas
establecidas para estos procedimientos. Luego las muestras fueron procesadas
por los especialistas en ADN pertenecientes al Instituto de Innovación en
Biotecnología e Industria.
De la simple inspección del cráneo que se
entregó a la familia Lalane José podía
determinarse que no se correspondía con Eberto Lalane José. A las mandíbulas
de la osamenta le habían faltado los molares durante tiempo prolongado antes de
la muerte lo que provocó que las cavidades correspondientes a estas piezas
dentales se hubieran cerrado. Por el contrario, Eberto Lalane José tuvo siempre
su dentadura completa y en buen estado hasta su muerte cuando apenas tenía 27
años de edad. La familia no conoce expediente alguno que le fuera emitido en
alguna clínica dental, ya en Santo Domingo como en Cuba, y las fotografías de
Eberto muestran su sonrisa con una dentadura completa y en magnífico estado.
En la exhumación de los restos en 2008 llamó
mucho la atención el que, entre la
osamenta entregada por las autoridades gubernamentales en 1987, no aparecían
los huesos mutilados del brazo izquierdo en el que se habría notado las
reducciones hechas al cúbito y al radio por los cirujanos que lo amputaron
luego del accidente de 1963.
De los análisis físicos y químicos realizados a
los huesos entregados a la familia Lalane José en 1987 se confirma que las
actitudes del gobierno dominicano encabezado por Joaquín Balaguer Ricardo fueron una manipulación fabricada,
probablemente, para eludir la responsabilidad histórica que tuvieron el
gobernante y los jefes militares bajo su mando por el crimen contra estos
hombres asesinados en la cordillera Central en 1973 y por la desaparición de
sus restos.
[1] El Nacional de ¡Ahora! 17 de febrero de 1973; Moisés Adolfo
Iturbides; página 1 y 2
[2] Helicópteros ligeros de observación de
manufactura estadounidense que habían sido artillados para las operaciones de
contrainsurgencia en 1973.
[3] Ismael Emilio Román Carbuccia, se había desempeñado como Jefe de
Estado Mayor de la Fuerza
Aérea Dominicana durante
el gobierno golpista del Triunvirato desde el 23 de enero de 1964 hasta el 19
de enero de 1965. En 2008, el general Román Carbuccia todavía vive.
[4] Miguel Ángel Restituyo Izquierdo sería
posteriormente Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea durante
el gobierno del doctor Salvador Jorge Blanco (1982-1986) por el Partido Revolucionario
Dominicano. El general Restituyo Izquierdo murió en
el año 2003.
[9] Este grupo estaba formado, básicamente, por familiares de
revolucionarios que combatieron el despotismo balaguerista.
[14] El médico forense Yamil Salomón refutó esa declaración del oficial
retirado al opinar que “para convertir en cenizas un cuerpo humano no basta
quemarlo con un poco de gasolina al aire libre y en condiciones ambientales de
baja temperatura. Para lograr esto era indispensable introducir el cadáver en
un horno especial con una temperatura de más de mil grados centígrados y
someterlo a esas condiciones durante una hora” HOY, miércoles 22 abril de 1987
[18] La molécula de ADN (ácido desoxirribonucleico) es la portadora de toda
la información genética que pasa de una generación a la siguiente y que está
presente en todos los seres vivos, desde virus y bacterias hasta plantas y
animales. Este ADN permite obtener probabilidades de paternidad superiores al
99.99%.
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